Muerte y vida de las grandes ciudades
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Muerte y vida de las grandes ciudades

Jane Jacobs, Ángel Abad, Ana Useros

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Muerte y vida de las grandes ciudades

Jane Jacobs, Ángel Abad, Ana Useros

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Cincuenta años después de su publicación, Muerte y vida de las grandes ciudades es, según el New York Times, "probablemente el libro más influyente en la historia de la planificación urbana". Jane Jacobs, columnista y crítica de arquitectura de principios de los años sesenta, afirmaba que la diversidad y la vitalidad de las ciudades estaban siendo destruidas por algunos arquitectos y urbanistas muy influyentes.Popular no sólo entre profesionales, el libro es una fuerte crítica de las políticas de renovación urbanística de los años cincuenta, que destruían comunidades y creaban espacios urbanos aislados y antinaturales. Jacobs defiende la abolición de los reglamentos de ordenación territorial y el restablecimiento de mercados libres de tierra, lo que daría como resultado barrios densos y de uso mixto. Frecuentemente cita el Greenwich Village neoyorkino como ejemplo de una comunidad urbana dinámica. Riguroso, lúcido y deliciosamente epigramático, Muerte y vida es un programa para la gestión humanista de las ciudades. Sensato, documentado, ameno e indispensable.

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17.
Viviendas subvencionadas
La mayoría de los fines propuestos a lo largo del libro, tales como promocionar la diversidad, rehabilitar los barrios bajos, nutrir calles animadas, no son hoy reconocidos como objetivos específicos de la urbanización de las ciudades. Por ello, los urbanistas y los organismos encargados no poseen ni tácticas, ni estrategia para estos fines.
Sin embargo, aunque la planificación urbana carece de tácticas para construir ciudades que funcionen como ciudades, posee muchas tácticas. Buscan realizar locuras estratégicas. Desgraciadamente, son eficaces.
En esta sección estudiaré algunos temas que se reconocen ya como parte de la planificación urbana; viviendas subvencionadas, tráfico, diseño visual urbano y métodos analíticos. Son materias respecto de las cuales la urbanística convencional moderna tiene objetivos y por tanto posee tácticas, tantas y tan atrincheradas que, cuando se ponen en tela de juicio sus propósitos, se justifican en general en términos de las condiciones que otras tácticas imponen; por ejemplo: «Hemos de hacer esto para obtener préstamos federales». Nos convertimos en prisioneros de nuestras tácticas y apenas miramos las estrategias que van detrás.
Vamos a comenzar con las tácticas de las viviendas subvencionadas, porque las tácticas inventadas y adornadas durante muchos años para hacer realidad grupos de viviendas para familias pobres ha infectado profundamente las tácticas urbanísticas en todos los sentidos. «¿Ha fracasado completamente la política oficial de viviendas?», se ha preguntado el experto en el ramo Charles Abrams, después de haber fustigado esa política por su pésima concepción en cuanto a los objetivos a cubrir y por haber alcanzado el absurdo al combinarse con la demolición y limpieza urbana.
Su contestación fue la siguiente:
No. Ha demostrado muchas cosas [...] Ha demostrado que las grandes áreas carcomidas son recuperables, reordenables y reconstruibles. Ha ganado la aprobación pública para las mejoras urbanas en gran escala y establecido una base legal para ellas. Ha demostrado también que [...] los bonos de viviendas son valores absolutamente garantizados; que la provisión de techo es una tarea que corresponde al Gobierno; que el mecanismo de la Agencia de Vivienda puede operar al menos sin estafa. No son logros pequeños.
Y de hecho, no lo son. Los instrumentos como demolición a gran escala, desplazamiento y amurallamiento de barrios bajos, construcción planificada, segregación según ingresos, segregación de usos son imágenes y tácticas tan presentes que los reconstructores urbanos, y también la mayoría de los ciudadanos corrientes, se quedan en blanco cuando intentan pensar en la reconstrucción urbana sin ellos. Para superar este obstáculo hay que comprender primero la concepción errónea originaria que está en la base de toda esta estructura fantasiosa.
Una amiga mía llegó a los dieciocho años creyendo que los niños venían al mundo a través del ombligo de la madre. Lo imaginó cuando todavía era muy niña y, aunque desde entonces oyó muchas cosas al respecto, las modificaba y acomodaba de acuerdo con su idea inicial, pues era una muchacha brillante e ingeniosa. Por esta razón, cuanto más aprendía, más razones creía encontrar para sostener su inicial suposición. Ejercitaba así, de una manera un tanto rara, uno de los talentos humanos más ingeniosos, universales y penosos. Creaba una nueva racionalización por cada una que le demolían, de forma que era imposible sacarle de su error haciendo leña de sus argumentos. Para apearla de su pócima intelectual fue necesario recurrir a una descripción anatómica del ombligo. Cuando su familia consiguió por fin liberarla de este error de la infancia relativo a la naturaleza y empleo del ombligo, mi amiga ejercitó con prontitud otro inteligente y más alentador talento humano. Asimiló la verdad con tanta rapidez y aprovechamiento que llegó a ser una excelente profesora de biología (y, posteriormente, engendró también una amplia prole).
La confusión relativa al funcionamiento real de las ciudades que crece en torno y sobre la noción de los conjuntos de viviendas subvencionadas ya no está sólo en nuestra mente. Ahora es ya un engrudo de instrumentos legislativos, financieros, arquitectónicos y analíticos aplicados a las ciudades.
En nuestras ciudades viven personas demasiado pobres para pagar la clase de alojamiento que nuestra conciencia pública (muy justamente, creo) nos dice que deben tener. Por si fuera poco, en muchas ciudades la oferta de vivienda es demasiado pequeña para alojar sin superpoblación a la gente y la cantidad necesaria de viviendas adicionales no coincide necesariamente con la capacidad real de los interesados para pagarlas. Por todos estos hechos necesitamos subvenciones para al menos parte de las viviendas urbanas.
Parecen razones simples y honestas para subvencionar la vivienda. Pero no dicen nada de cómo han de suministrarse esos subsidios, tanto financiera como físicamente.
Pero veamos ahora lo retorcidas y rígidas que pueden volverse y se han vuelto estas razones dando otra respuesta aparentemente sencilla pero ligeramente diferente a la pregunta, ¿cuál es la razón para subvencionar las viviendas?
La contestación que hace tiempo aceptamos dice así: necesitamos subsidios a la vivienda para cuidar de esa parte de la población que no puede ser alojada por la empresa privada.
Y, sigue la respuesta, en cualquier caso, mientras sea necesario, las viviendas subvencionadas deben encarnar y demostrar los principios de la buena vivienda y urbanización.
Esta respuesta es terrible, y sus consecuencias son terribles. Una torsión de la semántica nos ofrece de repente a unas personas que no pueden ser alojadas por la empresa privada y, por tanto, han de ser alojadas por otro. Pero en la vida real se trata de personas cuyas necesidades de alojamiento no son específicas por sí mismas ni ajenas a la competencia corriente y a la capacidad de la empresa privada, como podrían ser las necesidades de vivienda de los presos, los marineros en alta mar o los locos. La empresa privada puede satisfacer perfectamente necesidades de alojamiento corrientes. Lo peculiar de esas personas es simplemente que no pueden pagarlas.
Con una rapidez asombrosa, sin embargo, las personas que no pueden ser alojadas por la empresa privada se han convertido en un grupo estadístico con necesidades de alojamiento peculiares, como los presos, basado en una única variable: sus ingresos. Para aplicar el resto de la respuesta, este grupo estadístico pasa a ser una colección especial de conejillos de Indias para que jueguen los utopistas.
Aun cuando los utopistas hubieran tenido planes con algún sentido social para las ciudades, es un error aislar una parte de la población, segregada por sus ingresos, en barrios propios con un esquema de comunidad propio y distinto. Lo de separados pero iguales no trae más que problemas en una sociedad en la que a la gente no le enseñan que las castas son parte del orden divino. Lo de separados pero mejores es una contradicción innata allí donde la separación se refuerza con una forma de inferioridad.
La idea según la cual el conceder un subsidio requería que estas personas fuesen alojadas por alguien distinto de la empresa privada y los caseros habituales era una aberración en sí misma. El Gobierno no asume la propiedad o la administración de granjas subvencionadas o de líneas aéreas subvencionadas. Por lo general, el Gobierno no suele asumir la dirección de los museos que reciben subsidios de los fondos públicos. Tampoco asume la propiedad o la administración de los hospitales comunitarios cuya construcción es hoy posible gracias a los subsidios del Gobierno.[52]
La vivienda pública es una excepción de otras formas lógicamente análogas de capitalismo y de gobierno que hemos desarrollado; incorpora la creencia de que el Gobierno debe asumir un servicio simplemente porque contribuye a subvencionarlo.
Como carecemos de cualquier ideología que coloque al Gobierno como el casero y el dueño de la vivienda pública en contexto con el resto de nuestra vida nacional, tampoco tenemos idea de cómo lidiar con algo así. Los burócratas que construyen y dirigen estos lugares —siempre aterrorizados no sea que sus caprichosos señores, los contribuyentes, critiquen la limpieza, la moral o las diversiones de los inquilinos y echen la culpa a los burócratas— son en algunas cosas excesivamente arrogantes y en otras excesivamente tímidos.
Como el Gobierno es el casero, es un competidor potencial de los propietarios privados; para impedir la competencia desleal, hay que establecer exclusividades. La población también se exclusiviza, y se le desplaza de una a otra región de exclusividad según cuánto dinero gane.
La respuesta de que hay personas que no pueden ser alojadas por la empresa privada fue absolutamente desastrosa también para las ciudades. La ciudad en tanto organismo desapareció a una velocidad sideral. Se convirtió, en teoría, en una colección estática e inerte de lugares donde plantar esos paquetes segregados de estadísticas.
Desde el comienzo, toda esta concepción no tenía nada que ver con la verdadera naturaleza del problema, ni con las simples necesidades financieras de las personas interesadas, ni con las necesidades y el funcionamiento de las ciudades, ni con el resto de nuestro sistema económico, ni siquiera con el significado de hogar tal y como evolucionó en nuestra tradición.
Lo mejor que puede decirse de esta concepción es que dio ocasión de experimentar algunas teorías urbanísticas físicas y sociales que no prosperaron.
El problema de cómo administrar las subvenciones a las personas incapaces de costearse su propia vivienda es, fundamentalmente, el problema de cómo compensar la diferencia entre lo que pueden pagar y los costes reales de esas viviendas. La vivienda puede ser proporcionada por los propietarios privados y los caseros; la diferencia puede ser cubierta a los propietarios, bien directamente en forma de subsidios, o indirectamente, como suplementos a los inquilinos destinados a pagar el alquiler. Las tácticas para inyectar estos subsidios son infinitas: en los edificios viejos, en los nuevos o en los reformados.
Por mi parte sugeriré un método aquí, no porque sea el único razonable, sino porque es un método capaz de ayudar a resolver algunos de los problemas actuales más difíciles del progreso urbano. En especial, es un medio de introducir la construcción nueva de forma gradual y no cataclísmica, de introducir la construcción nueva como un ingrediente de la diversidad vecinal y no de uniformidad, de llevar la construcción privada a distritos incluidos en la lista negra y de ayudar a los barrios bajos a rehabilitarse más rápidamente. Puede ser útil para la resolución de otros problemas, como veremos, junto con su utilidad básica como alojamiento.
Podemos llamarlo el método de la renta garantizada. Las unidades físicas implicadas serían edificios, inmuebles —no urbanizaciones—, edificios para edificar entre los otros edificios, viejos o nuevos, de las calles de una ciudad. Estos edificios de renta garantizada serían de diferentes clases y tamaños, según el tipo de barrio, las dimensiones del solar y todas las consideraciones que normalmente influyen en el tamaño y el tipo de las viviendas habituales.
Para inducir a los propietarios privados a erigir estos edificios en los barrios donde se necesitan para sustituir a inmuebles deteriorados o para aumentar la oferta de viviendas, el organismo gubernamental, al que llamaré Oficina de Subvenciones a la Vivienda (OSV), ofrecería dos tipos de garantías a los constructores.
Primero, la OSV garantizaría al constructor que éste obtendrá los fondos necesarios para las obras. Si el constructor obtuviera un préstamo de una institución crediticia convencional, la OSV garantizaría la hipoteca. Si el constructor no obtiene dicho crédito, la OSV se lo facilitaría directamente, un respaldo necesario por la existencia de listas negras concertadas de crédito, pero necesario solamente si para este programa fuera imposible obtener préstamos procedentes de fuentes convencionales a uno...

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