Oráculos de la ciencia
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Oráculos de la ciencia

Científicos famosos contra Dios y la religión

Karl Giberson, Mariano Artigas Mayayo

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Oráculos de la ciencia

Científicos famosos contra Dios y la religión

Karl Giberson, Mariano Artigas Mayayo

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La ciencia forma parte de nuestra compresión contemporánea del mundo y de nuestra esperanza en el futuro. Para algunos ha desplazado a la religión, y los creyentes deben afrontar los desafíos planteados por la ciencia. Sin embargo, pocos tienen un conocimiento científico directo, sino que la impresión que en general se tiene de la ciencia está más bien basada en el trabajo de los divulgadores, figuras públicas que crean la imagen de la ciencia que llega a la gente común. Además, las opiniones de estos intelectuales públicos sobre la relación entre ciencia y religión son a menudo controvertidas, personales, e incluso idiosincráticas. Sin embargo, son ampliamente conocidas y percibidas por muchos como conclusiones autorizadas derivadas de la ciencia. Oráculos de la Ciencia analiza los escritos populares de los seis científicos que más han influido en nuestra percepción de la ciencia. Los biólogos Stephen Jay Gould, Richard Dawkins, y Edward O. Wilson y los físicos Carl Sagan, Stephen Hawking y Steven Weinberg se han convertido en intelectuales públicos, que han articulado una visión mucho más amplia de la ciencia y del papel que debe jugar en la moderna visión del mundo, El prestigio científico y la elocuencia literaria de estos pensadores se combinan hasta transformarlos en lo que podemos llamar "oráculos de la ciencia". Curiosamente, los principales "oráculos de la ciencia" son predominantemente no creyentes, de manera que no reflejan la distribución de las creencias religiosas en la comunidad científica. Algunos de ellos son incluso hostiles a la religión, creando la falsa impresión de que la ciencia como un todo es incompatible con la religión. Karl Giberson y Mariano Artigas ofrecen una crítica informada de las visiones de estos seis científicos, distinguiendo cuidadosamente ciencia de religión en sus escritos. Este libro será bien recibido por aquellos que están preocupados por el tono del discurso público a propósito de la relación entre ciencia y religión y retará a otros a examinar de nuevo sus propias ideas preconcebidas sobre este tema tan crucial.

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Información

Año
2012
ISBN
9788499209920
Edición
1

1. UN BUEN CAPELLÁN DEL DIABLO
Richard Dawkins

Richard Dawkins es uno de los divulgadores más eficaces de la ciencia en nuestro tiempo, premiado con el reconocimiento de las sociedades científica y literaria. Sus libros de ciencia popular más vendidos, como El gen egoísta (1976) y El relojero ciego (1986), han creado vocabulario, ejemplos y argumentos muy usados en el discurso sobre la evolución. Apasionadamente convencido de que la ciencia excluye lo sobrenatural, Dawkins se ha ido haciendo un enemigo cada vez más agresivo y abierto de la religión, utilizando la ciencia para desacreditar las creencias religiosas. En esto último se ha convertido en un extraño compañero de cama de aquellos que, como Phillip Johnson1, convencerían a las personas religiosas de que no deberían aceptar la evolución. De hecho, probablemente son más las personas que conocen a Dawkins por sus críticas que por su propio trabajo.
Clinton Richard Dawkins nació en Nairobi (Kenia) el 26 de marzo de 1941. Educado en la Universidad de Oxford, permaneció en ella durante su doctorado, trabajando con el etólogo Niko Tinbergen, ganador del premio Nobel. De 1967 a 1969 fue profesor asistente de zoología en la Universidad de California en Berkeley. En 1970 Dawkins fue conferenciante y profesor adjunto de zoología en la Universidad de Oxford; desde entonces ha sido miembro del New College. En 1995 se convirtió en el primer profesor de la Cátedra Charles Simonyi para la Difusión Pública de la Ciencia en la Universidad de Oxford, cátedra dotada y creada especialmente para él. Fue elegido miembro de la Royal Society en 2001. Los votos de los lectores colocan a Dawkins a la cabeza de los intelectuales ingleses.

El gen egoísta

En 1976 Richard Dawkins se dio a conocer con la publicación de su primer y más famoso libro, El gen egoísta, que se convirtió en un superventas internacional. Tres décadas más tarde, su nombre e ideas siguen estando estrechamente asociados a este libro, en parte debido a su título llamativo. ¿Cómo puede un gen, una pieza del ADN, ser egoísta? Una metáfora provocadora como ésta contribuyó al éxito de Dawkins, y, en realidad, nadie ha modelado más el vocabulario de su propio campo que Dawkins.
El gen egoísta introduce una idea simple: los organismos vivos se comportan como si tuvieran objetivos. Al final, sin embargo, la aparente decisión deriva de los genes del organismo y de sus esfuerzos por sobrevivir mediante la replicación. Los organismos vivos son vehículos que aseguran la continuidad de los genes que les dan estructura, modelo e instinto. Los individuos son viviendas a corto plazo para genes de larga duración; los individuos nacen, viven y mueren, pero sus genes están copiados y han pasado a través de otros individuos de generación en generación. Sobreviven durante miles, incluso millones, de años. Los genes son el corazón duradero de una realidad evanescente que desaparece mientras ellos siguen viviendo. Todos nosotros tenemos genes de alguien que murió hace cientos de años, y nosotros pasaremos nuestros genes a la posteridad.
La selección natural, tal como argumenta Darwin, es la fuerza directriz de la evolución, y los genes son la unidad básica de selección. Aunque los competidores visibles en la lucha por la existencia son los organismos individuales, ellos son sólo temporales. Los protagonistas reales son los genes. Los genes que tienen éxito son aquellos que han creado organismos exitosos para alojarlos. Vistos de esta manera, los genes son realmente egoístas, despiadados parásitos que manipulan sus organismos anfitriones para su propia supervivencia. Esta es la opinión de peso de Dawkins.
Como todas las grandes ideas en ciencia, el concepto de El gen egoísta no salió de la nada. Fue anticipado para solventar el problema de cómo comprendemos exactamente la evolución. Desde una perspectiva darwinista, la evolución proviene de dos factores sinergéticos: cambios en el material hereditario de un organismo, y selección natural de los organismos mejor adaptados a su entorno. Ver a los organismos individuales en su lucha como competidores es una forma natural, casi por defecto, de pensar en la evolución. Pero no hay que tener mucha imaginación para darse cuenta de que hay otras perspectivas sobre la unidad básica competitiva que ha sido seleccionada por la naturaleza. Grupos de individuos que comparten características comunes, por ejemplo, son también buenos candidatos. Algunos biólogos, en realidad, insisten en que la evolución trabaja al nivel de los individuos, mientras que otros señalan a los grupos de individuos, o incluso especies, como la unidad de selección natural. Dawkins hace la extraordinaria declaración de que la evolución trabaja sobre genes, no sobre individuos, ni grupos, ni especies, sino sobre genes. Después de todo, él argumenta con gran elocuencia que la evolución implica totalmente la supervivencia, la reproducción, y los descendientes vivos, y esto depende principalmente de los genes.
La evolución, tal como la entendió Darwin, difiere de esta interpretación de Dawkins, pero entonces Darwin no sabía nada sobre los genes. Dawkins, sin embargo, declara que esta visión es real y profundamente darwiniana, un replanteamiento natural de un clásico argumento a la luz de los nuevos datos. De hecho, Dawkins es visto a menudo como un darwiniano totalmente ortodoxo, que defiende fuertemente una posición atrincherada que sus críticos describen a veces como fundamentalista.
La originalidad de Darwin, por supuesto, no fue la idea de evolución per se, que estaba flotando en torno a una variedad de formas desde el comienzo del siglo XIX. Por ejemplo, el abuelo de Darwin, el excéntrico Erasmus Darwin, propuso una evolución de las especies unas décadas antes. La novedad de Darwin en Sobre el origen de las especies por medios de selección natural proviene de su articulación del mecanismo de la evolución: la selección natural. La naturaleza selecciona los organismos mejor adaptados en la lucha por la supervivencia lo mismo que los granjeros seleccionan los animales reproductores con ciertas características para mejorar su descendencia. La elección del granjero, por supuesto, es consciente y deliberada y tiene un objetivo en mente, mientras que la «elección» de la naturaleza es ciega e inconsciente, pero los resultados son similares: se producen organismos mejor adaptados a su entorno, y eventualmente la trayectoria histórica del cambio acumulado puede llevar a la aparición de nuevas especies.
La teoría de la evolución en su forma moderna conserva la estructura conceptual global descrita por Darwin, con la añadidura de puntos de vista de la genética. Que Darwin haya propuesto esta teoría con total ignorancia de la genética es llamativo, un logro aún más llamativo cuando la ciencia de la genética confirmó sus intuiciones básicas. El desarrollo de la genética en el siglo XX, unido al trabajo sobre las poblaciones y las estadísticas, llevó a la llamada moderna síntesis o neo-darwinismo2.

Una visión de la naturaleza desde la perspectiva del gen

Las ideas de Dawkins tienen su origen en la labor de los principales genetistas del siglo XX, como William Donald Hamilton (1936-2000) y George C. Williams. Hamilton publicó The Genetical Evolution of Social Behavior en 1964. Su trabajo pionero sobre las bases genéticas de la evolución es ahora modelo, y en 1980 fue elegido para la Royal Society. Williams, profesor emérito de biología en la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook, escribió Adaptation and Natural Selection (1966), otra visión de la biología centrada en el gen. Dawkins explica que tomar los genes como sujeto de selección natural no era una novedad: «Antes de hacerlo debo reivindicar mi creencia de que la mejor forma de considerar la evolución es basarse en la selección que ocurre en los niveles más inferiores. Al sostener esta creencia reconozco que estoy profundamente influido por el excelente libro Adaptation and Natural Selection, de G. C. Williams»3. Reconoce también la influencia de Hamilton en ese trabajo, diciendo: «Sus dos ponencias de 1964 se encuentran entre las aportaciones más importantes a la etología social hasta ahora conocidas»4.
Desde la perspectiva del gen egoísta aparece un corolario fascinante en el estudio del altruismo, comportamientos aparentemente altruistas que no ofrecen ninguna ventaja y ponen en peligro incluso los organismos que participan en ellos. El biólogo H. Allen Orr explica el problema de la siguiente manera:
«Cuando un pequeño pájaro descubre un halcón por encima de la cabeza emitirá a menudo una llamada de alarma, advirtiendo a sus compañeros de bandada de la presencia del depredador. Lo curioso es que esta conducta —que asumimos que es instintiva, es decir, basada genéticamente— es ‘altruista’. Al escuchar la alarma, un pájaro puede muy bien salvar a sus compañeros pero simultáneamente llama la atención sobre sí mismo, aumentando las probabilidades de un ataque por parte del halcón. ¿Cómo podría evolucionar tal comportamiento? Si se piensa en términos tradicionales del darwinismo —competición entre organismos— la respuesta no es obvia. Un pájaro que hace la llamada corriendo el riesgo de ser comido es poco probable que tenga más descendencia que un pájaro que se mantiene en silencio. Y de lo que supuestamente trata el darwinismo es de tener más hijos».
Orr continúa, explicando cómo se solventó el problema desde la perspectiva del gen:
«Si pensamos el darwinismo en términos del gen egoísta —como competición entre diferentes genes— la respuesta es más clara. Un gen que hace que un pájaro emita una alarma puede disminuir las probabilidades de que el ave llamada sobreviva pero puede aumentar las probabilidades de que el gen para la llamada de alarma sobreviva. La razón es que los compañeros de la bandada que han sido salvados por la alarma, como todos los compañeros de la bandada, pueden ser igualmente relacionados con el que llama; y los parientes, por definición, tienden a llevar los mismos genes, incluyendo el gen para escuchar la alarma. En efecto, entonces, el gen de la alarma está advirtiendo —y salvando— copias de sí mismo. Resulta que estas copias residen en otros organismos. La conclusión contraintuitiva es que un gen que a veces hace que un organismo se sacrifique a sí mismo puede aumentar su frecuencia por selección natural. El tipo alternativo de gen —el de no emitir una llamada de alarma— puede disminuir en frecuencia, ya que es menos probable en promedio que estos genes pasen a la siguiente generación. Para Dawkins y otros abogados de la visión del gen egoísta, esos ejemplos revelan algo profundo sobre el darwinismo: la selección natural actúa a un nivel de competencia de genes, no de competencia de organismos»5.
En El gen egoísta Dawkins populariza una perspectiva específica en biología. Suministra ideas biológicas con metáforas fuertes, memorables, y las ilustra con ejemplos efectivos. Avisa al lector de que no propone una nueva teoría biológica. En el prefacio a la segunda edición de 1989 escribe: «La teoría del gen egoísta es la teoría de Darwin, expresada de una manera que Darwin no eligió pero que me gustaría pensar que él habría aprobado y le habría encantado. Es de hecho una consecuencia lógica del neo-darwinismo ortodoxo, pero expresado mediante una imagen nueva. Más que centrarse en el organismo individual, adopta el punto de vista del gen acerca de la naturaleza. Se trata de una forma distinta de ver, no es una teoría distinta»6.
¿Es todo este asunto del gen egoísta ciencia genuina, aumento de nuestro conocimiento del mundo natural, o solamente ciencia popular, aumento del conocimiento de la ciencia por parte del público? Dawkins describe lo que está haciendo de esta manera:
«Más que proponer una nueva teoría o descubrir un nuevo hecho, con frecuencia la contribución más importante que puede hacer un científico es descubrir una nueva manera de ver las antiguas teorías y hechos [...]. Un cambio del punto de vista, en el mejor de los casos, puede lograr algo más elevado que una teoría. Puede conducir a un clima general de pensamiento, en el cual nacen teorías excitantes y comprobables, y se ponen al descubierto hechos no imaginados [...]. Me apresuraré a afirmar que no incluyo mi modesta contribución en ninguna de estas categorías. Sin embargo, por este tipo de razón prefiero no establecer una separación clara entre la ciencia y su ‘divulgación’»7.
Dawkins considera, pues, que su trabajo es ciencia popular y contribución original a la ciencia.
Dawkins identifica tres lectores verdaderamente diferentes para los que escribe: el profano en la materia, para quien evita el vocabulario especializado; el experto, que espera encontrar algo nuevo, una manera distinta de considerar conceptos familiares, o el estímulo para concebir nuevas ideas propias; y los estudiantes, a quienes espera estimular mostrándoles que verdaderamente hay buenas razones para estudiar zoología, a saber, «que nosotros, los animales, somos el mecanismo más complicado y más perfecto en cuanto a su diseño en el universo conocido. Al plantearlo de esta manera es difícil comprender el motivo por el cual alguien estudia otra materia»8.
Dawkins obviamente se deleita defendiendo ideas radicales, como la visión de la evolución desde la perspectiva del gen. Contra algunos expertos, rechaza la «selección de grupo», argumentando que la selección natural opera sobre los genes. Sus ideas recibieron sus más severas críticas del paleontólogo de Harvard Stephen Jay Gould (1942-2002), también un brillante escritor popular sobre la evolución. Un poco antes de que apareciera El gen egoísta Gould inició lo que sería una guerra larga y enconada: «La identificación de los individuos como unidad de selección es un tema central en el pensamiento de Darwin [...]. El biólogo inglés Richard Dawkins me ha puesto a mí los pelos de punta con su afirmación de que los propios genes son unidades de selección, y los individuos tan sólo sus receptáculos temporales»9. Gould identifica un defecto fatal en la perspectiva del gen egoísta: «No importa el poder que Dawkins desee asignar a los genes; hay algo que no puede darles: una visibilidad directa para la selección natural. La selección es simplemente incapaz de ver los genes y seleccionar de entre ellos directamente. Debe utilizar cuerpos como intermediarios»10.
El principal objetivo de Gould es el atomismo genético y el determinismo.
Por una parte, Gould afirma: «Los cuerpos no pueden ser atomizados en partes, construida cada una por un gen individual. Cientos de genes colaboran en la construcción de la mayor parte de las piezas del organismo y su acción se ve canalizada a través de una caleidoscópica serie de influencias ambientales»11. Por otro lado, añade: «Creo, en resumen, que la fascinación generada por la teoría de Dawkins surge de algunos malos hábitos de pensamiento de la ciencia occidental; de las actitudes (perdonen la jerga) que llamamos atomismo, reduccionismo y determinismo. La idea de que las totalidades deben ser entendidas por medio de su descomposición en unidades ‘básicas’; que las propiedades de las unidades microscópicas pueden generar, y explicar, el comportamiento de resultados macroscópicos; que todos los hechos y objetos tienen causas definidas, predecibles y determinadas»12.
Esto es sólo el comienzo de una larga disputa entre Gould y Dawkins. Sin embargo, no era una disputa sobre el hecho de la evolución, aunque uno de los periodistas líderes de América acusó a Gould de ayudar e incitar a los creacionistas13. El debate giró en torno a los complejos mecanismos de la evolución. Algunos interpretaron la disputa como un choque entre dos visiones opuestas de la evolución14. En su recensión de 2004 de Dawkins citada antes, Orr escribe: «El pensamiento del gen egoísta es ahora ortodoxo en biología evolucionista y, entre varios evolucionistas, representa una imagen cercana. Es verdad que la temprana retórica de Dawkins fue en ocasiones extrema. Pero es más cierto que el concepto de gen egoísta ha suministrado un número importante de ideas. No se puede decir lo mismo de la selección jerárquica, como el mismo Gould lamenta en su importante publicación final, La estructura de la teoría de la evolución. Efectivamente, mientras muchos de nosotros sospechamos que la selección de alto nivel se produce, la evidencia es que esto es, hasta ahora, decepcionantemente d...

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