La conquista del lenguaje
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La conquista del lenguaje

Una mirada a la evolución de la mente simbólica

Xurxo Mariño

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La conquista del lenguaje

Una mirada a la evolución de la mente simbólica

Xurxo Mariño

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La capacidad de pensamiento simbólico y de lenguaje son dos habilidades exclusivas de los Homo sapiens, los humanos modernos. El estudio de su desarrollo evolutivo a lo largo de los últimos dos millones de años es uno de los mayores problemas a los que se enfrenta la ciencia actual, un reto de enorme interés, ya que se trata de comprender la propia naturaleza humana.Este libro pretende transmitir las sorpresas y emociones que emergen al profundizar en la esencia del ser humano moderno, exponiendo de manera sencilla qué sabemos sobre la historia evolutiva de los humanos, perfilando cuáles son las regiones del sistema nervioso relacionadas con el simbolismo y el lenguaje, mostrando algunas de las teorías que se manejan en lingüística y, en definitiva, poniendo de manifiesto el regocijo que proporciona escudriñar en las tripas de la naturaleza humana. Este no es un libro de certezas, sino de puertas que se abren.

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Información

Año
2020
ISBN
9788418139185

La senda de los cabezudos

Los humanos formamos parte de los homininos, una subtribu de primates caracterizados por caminar a dos patas —tenemos una locomoción bípeda— y con una postura erguida. Los fósiles de homininos más antiguos que conocemos tienen entre 6 y 7 millones de años de antigüedad y corresponden a una especie llamada Sahelanthropus tchadensis, encontrada en el norte del Chad. Como en muchos otros aspectos de esta historia, los científicos son un mar de dudas —lo cual es una notable y deseable característica de la ciencia— y aún no tienen claro si Sahelanthropus debe clasificarse como hominino o bien pertenece a otro grupo. Tienen menos dudas con Ardipithecus ramidus, una especie que vivió en África hace algo más de 4 millones de años. Más adelante entraron en escena géneros que habitaron el oriente y sur africano como Australopithecus (con especies de entre hace unos 4 y 2 millones de años) y Paranthropus (que vivieron entre hace algo más de 2 millones de años hasta hace 1 millón de años). En la historia evolutiva de los homininos se observa una tendencia anatómica que llama la atención al primer vistazo: el sustancial aumento del tamaño del cráneo y, por lo tanto, de lo que lleva dentro. Un chimpancé actual tiene una capacidad craneal (el volumen que puede alojar el cráneo en su interior) de unos 400 centímetros cúbicos (cm3), pero hace millones de años los australopitecos habían superado ya ese valor y cargaban sobre sus hombros encéfalos de unos 450 cm3. Esta extravagancia evolutiva de fabricar encéfalos voluminosos, con lo caros que salen, parece que tuvo éxito, ya que la tendencia a aumentar de tamaño ya no se detuvo.

Sobre el tamaño del encéfalo

Hay varios métodos para comparar de forma sencilla los encéfalos de distintos animales y con ello observar, por ejemplo, tendencias evolutivas. Lo más simple es tomar todo el encéfalo y utilizar su volumen, o su peso, o —si no hay más remedio, como en las especies extintas— el volumen endocraneal o capacidad craneal. En los animales se observa una correlación positiva entre el tamaño —o el peso— del cuerpo y el del encéfalo, de manera que el tamaño de este último tiende a aumentar con el tamaño del animal (aunque también ocurre que los animales pequeños tienen encéfalos en proporción más grandes; en términos técnicos, en estos casos en que las dimensiones no varían de manera proporcional, se dice que la relación es alométrica). Una ballena azul adulta tiene un encéfalo de unos 7 kilos, cinco veces mayor que el de Homo sapiens. Debido a la gran diferencia de tamaño, comparar sin más el encéfalo de una ballena con el de un ser humano no parece muy útil para sacar conclusiones sobre las capacidades cognitivas, aunque utilizar este valor de tamaño —o peso— absoluto para comparar especies próximas —como las especies de Homo de este libro— puede ser suficiente para hacerse una idea de las tendencias evolutivas. Pero en ocasiones esta medida bruta no sirve y lo que se utiliza es el tamaño encefálico relativo, que se calcula teniendo en cuenta el tamaño —o peso— del cuerpo. En este caso, los humanos modernos destacamos con claridad dentro de los mamíferos, con un tamaño encefálico que es 4-5 veces mayor que lo que cabría esperar para un mamífero promedio de nuestro tamaño corporal. A partir de esta información puede calcularse el llamado cociente de encefalización (CE), que resulta de comparar el tamaño medido con el tamaño esperado. Entre los animales vivos no humanos, los que tienen cocientes de encefalización más grandes son algunos mamíferos marinos, con valores que rondan el 5 (se trata de un valor arbitrario, sin unidades, calculado a partir del valor que tendría un mamífero promedio, con CE=1). Los Homo sapiens somos el animal con mayor cociente de encefalización, con un valor de 5,8 (o incluso más, según algunos autores), seguidos muy de cerca por Homo neanderthalensis (5,5) y Homo heidelbergensis (5,3). Por su parte, Homo erectus/ergaster tiene valores alrededor de 3,5, y Australopithecus afarensis de 2,5. Es común utilizar alguno de estos índices (tamaño absoluto, tamaño relativo, cociente de encefalización) para hacerse una idea de las capacidades cognitivas de los distintos animales, ya que se ha comprobado que el aumento de tamaño de los encéfalos se debe en la mayoría de los casos a un incremento en el número de neuronas. Sin embargo, las habilidades mentales no se deben en exclusiva a la cantidad de neuronas, sino que también hay que tener en cuenta la arquitectura de las neuronas y el tipo de conexiones que establecen. Además, en un mismo encéfalo, las distintas regiones no tienen la misma citoarquitectura (la forma de las neuronas, con sus proyecciones) ni densidad neuronal, por lo que hay que ser cautos a la hora de establecer comparaciones. De todas maneras, entre especies próximas estos parámetros son similares y muchos estudios —y también este libro— utilizan simplemente el tamaño absoluto del encéfalo para establecer comparaciones con las habilidades cognitivas.
Gráfico que relaciona la capacidad craneal (en centímetros cúbicos) de algunos homininos y su antigüedad. De más antiguos a más modernos, aparecen en el gráfico los siguientes homininos: Hominido ancestra, Australopithecus africanus, Homo habilis, Homo erectus, Homo neanderthalensis y Homo sapiens. De menor capacidad craneal a mayor capacidad craneal, el orden es el siguiente: Hominido ancestra, Australopithecus africanus, Homo habilis, Homo erectus, Homo sapiens y Homo neanderthalensis.
Figura 3. Tamaño encefálico de algunos homininos. En los últimos 2 millones de años se ha producido un considerable aumento de la capacidad craneal.

Las primeras herramientas

Es posible que alguna especie de australopiteco, como Australopithecus garhi (de hace unos 2,5 millones de años), esté en la línea evolutiva que conduce a los humanos, al género Homo, nuestra casa filogenética. La especie más antigua de este género es Homo habilis, con restos fósiles de entre 2,4 y 1,4 millones de años. Aunque algunos investigadores dudan de si debería pertenecer al género Homo, lo que sí está claro es que su encéfalo era mayor que el de los australopitecos, con un promedio de unos 600 cm3 de capacidad craneal. Es en este período de la prehistoria, hace algo más de dos millones de años, cuando se desarrolla con plenitud la habilidad para realizar herramientas de piedra: lascas con filo cortante, arrancadas a golpes de un núcleo de piedra de mayor tamaño, que permitirían acceder con eficacia a una fuente de energía antes inexplorada por nuestros ancestros, la carne. Recientemente se ha descubierto un grupo de herramientas en el sitio arqueológico de Lomekwi 3, en Kenia, con una antigüedad de 3,3 millones de años (se desconoce qué especie las realizó, pero todo indica que se trata de algún hominino anterior al género Homo). Mucho más conocidas y estudiadas son las herramientas de piedra y sus accesorios (lo que se conoce como industria lítica) de la llamada cultura olduvayense (de Olduvai, en Tanzania), también denominada, de manera poco imaginativa, Modo 1 (se han encontrado instrumentos de estilo olduvayense de unos 2,6 millones de años, en la región del río Gona en Etiopía, que podrían haber sido elaborados por Australopithecus garhi). La postura erguida dejó libres las manos, y así pudieron dedicarse a tareas nuevas, como, por ejemplo, hacer cosas con las piedras. Resulta difícil discernir si existe una relación directa entre la aparición de estas habilidades manuales y el aumento del tamaño encefálico y, de existir una relación, si el encéfalo de mayor tamaño fue la causa o la consecuencia de esas habilidades. En cualquier caso, una vez que ambos procesos evolutivos se pusieron en marcha, es muy probable que se realimentaran de forma mutua, entrando en un ciclo de selección natural y cultural en el que encéfalos grandes permitirían el desarrollo, transmisión y aprendizaje de labores manuales que, a su vez, generarían una presión selectiva a favor de un mayor número de neuronas. Para tallar una piedra no es solo necesario un cerebro imaginativo y con capacidad de previsión, sino que son también necesarias neuronas y conexiones que permitan transformar esa actividad mental en la realización de movimientos voluntarios de gran precisión. Entre las investigaciones recientes más interesantes sobre la evolución del encéfalo humano, destaca el papel del gen SRGAP2 . Todos los mamíferos portan una versión ancestral del gen, pero hay al menos tres variantes que solo existen en humanos. Una de esas versiones humanas, SRGAP2 C, apareció hace 2,4 millones de años y tiene efectos directos en el desarrollo encefálico, incrementando tanto la velocidad de migración de las neuronas como la densidad de sinapsis. El hecho de que esta mutación (en concreto se trata de una duplicación) haya ocurrido en la misma época en la que aparecen las herramientas olduvayenses sugiere que puede existir una relación. Algunos investigadores proponen, además, que este gen pudo ser crucial para el desarrollo de conexiones neuronales directas entre la corteza cerebral y las motoneuronas encargadas de regular los movimientos de la laringe, una característica que, dentro de los primates, solo poseen los humanos y que resulta esencial para el control voluntario de la fonación.
No parece que los primeros homininos carnívoros cazaran a sus presas, sino que eran carroñeros que aprovechaban los restos que dejaban leones, tigres, hienas y buitres. Sin las herramientas adecuadas no resulta sencillo cazar a un animal. Los grandes depredadores nacen provistos de eficaces garras y colmillos, y los humanos, mucho más adelante en su evolución, fabricarán lanzas, jabalinas, arcos y flechas. Pero en tiempos de Homo habilis aún no se habían inventado esas armas de caza. Las variaciones climáticas de aquella época habían convertido grandes extensiones del sur y este de África en una sabana por la que vagaban herbívoros, depredadores y, entre otros, los primeros Homo. Nuestros ancestros dejaron a un lado la dieta herbívora y se fueron especializando en la carne que les sobraba a los otros animales. Para ello les resultaron muy útiles los afilados fragmentos de piedra que fabricaban con sus manos recién liberadas, con los que separaban la carne del hueso. Esta nueva dieta, mucho más rica en proteínas y más fácil de digerir que las fibras vegetales, facilitó una interesante transformación evolutiva: el tracto digestivo se hizo más corto, lo cual permitió un considerable ahorro de energía, que se sumaba a las proteínas extra que se ingresaban al organismo. En los estudios paleoantropológicos se maneja la hipótesis de que fue precisamente este incremento energético lo que permitió un aumento del tamaño encefálico. Las neuronas son células muy voraces y hay que darles de comer.
Con tanto hueso sobre la mesa, los primeros humanos dieron además con un nicho ecológico nuevo: la médula ósea, el tuétano que recorre el interior de los huesos. Una sustancia muy nutritiva que era dejada de lado por la mayoría de depredadores, pero que podía ser aprovechada por los humanos, que descubrieron así otro reconfortante uso para las piedras. Hace unos 2 millones de años nuestros ancestros eran, por lo tanto, buscadores-recolectores carroñeros y comedores de huesos (según muchos indicios, lo de cazador-recolector vendría más adelante). En los huesos fósiles de herbívoros de aquella época se han encontrado marcas tanto de los dientes de depredadores como de los afilados cuchillos de piedra humanos. Esas marcas proporcionan una pista muy útil ya que, estudiando cómo se superponen unas sobre otras, es posible conocer qué animal llegaba antes al hueso y, por lo tanto, qué animal tenía acceso primario a la carne. En los restos más antiguos parece claro que primero se daban el festín peligrosos depredadores como los tigres de dientes de sable y, más tarde, llegaban los humanos con sus piedras afiladas. Tener unos caninos enormes, como los que poseían esos felinos, está bien para dar caza a la presa, pero complica un poco el aprovechamiento de la carne.
Sin embargo, algo importante tuvo que ocurrir en el comportamiento de aquellos humanos ancestrales ya que, con el paso del tiempo, las marcas en los huesos se invierten, y muestran que los humanos pasaron a tener acceso primario a la carne. De alguna forma hicieron frente y mantuvieron a raya a los otros depredadores, y en esto, como veremos en los siguientes capítulos, parece que tuvo mucho que ver tanto el tamaño del grupo como el florecimiento del lenguaje y el correspondiente pensamiento simbólico. No se trataría de un lenguaje establecido con plenitud como el que tenemos ahora, sino algún tipo de protolenguaje que facilitaría la organización social de grupos con un número de individuos cada vez mayor.

La tecnología más exitosa de la historia

Hace unos 2 millones de años comienza a aparecer en el registro fósil una nueva especie humana, Homo erectus, que luce un cráneo con una capacidad deslumbrante, nada menos que unos 800 cm3, alcanzando en algunos individuos los 1000 cm3. Nuestros ancestros se convirtieron en seres notablemente cabezones. La realimentación entre el tamaño del encéfalo y las habilidades manuales parece que funcionaba, y ello alumbró una tecnología lítica más elaborada y, a juzgar por el tiempo que se mantuvo vigente, muy eficaz: la industria achelense (de Saint-Acheul, Francia), también conocida como Modo 2. El instrumento estrella achelense es la llamada hacha de mano de simetría bifacial, conocida también como bifaz (aunque, en rigor, bifaz es una denominación más genérica, que se aplica también a otros instrumentos con esa simetría). El término «hacha» es también engañoso, ya que es muy probable que esas piedras talladas (de sílex, cuarcita y otros tipos de roca) tuvieran usos múltiples, como cortar carne, romper hueso, cortar madera, funcionar como proyectil o como arma de ataque, o incluso como elemento artístico capaz de mostrar las habilidades manuales y mentales de quien la crea (por ejemplo, con fines rituales para el apareamiento). Las bifaces achelenses, muchas de ellas labradas con esmero con hermosa forma de lágrima, se estuvieron fabricando por miembros del género Homo durante nada menos que 1,5 millones de años; las más antiguas son de hace unos 1,75 millones de años, y las más recientes de hace unos 250 000 años. Un millón y medio de años elaborando el mismo modelo. Ninguna otra cosa fabricada por los humanos ha durado semejante barbaridad de tiempo (nuestra propia especie, Homo sapiens, lleva sobre la Tierra tan solo unos 300 000 años; el modelo de tu teléfono móvil lleva en el mercado como mucho unos pocos años, y será reemplazado en breve por otro modelo nuevo). Se han encontrado bifaces en África, parte de Europa, Oriente Medio y Asia (principalmente en el suroeste). El invento, que se atribuye a Homo ergaster (la supuesta variante africana de Homo erectus) se difundió por las regiones que fueron habitando los primeros humanos que salieron de África más allá del Levante (en Oriente Próximo) y pasó, generación tras generación y con ligeras modificaciones, a otras especies, como Homo heidelbergensis y Homo neanderthalensis.
Para elaborar una bifaz se requiere, además de fuerza y destreza con las manos, una mente capaz de imaginar la forma final de la herramienta. Por esta razón hay quienes ven en este objeto uno de los primeros atisbos de pensamiento simbólico y, quizás, de lenguaje, usado este último como medio docente para enseñar a los más jóvenes la técnica de elaboración (esto es discutible, ya que se ha comprobado que es posible aprender a hacer herramientas de piedra con la mera observación). Por su parte, otras habilidades cognitivas como la capacidad para el aprendizaje y la transmisión cultural debían de estar ya bien desarrolladas en Homo erectus, ya que esta especie se extendió por África y Eurasia estableciéndose en regiones de características climáticas y orográficas muy variadas, lo cual debió obligarles a generar un buen abanico de adaptaciones culturales —ya que las biológicas van más lentas—, para lo cual es importante la capacidad de imitación y aprendizaje.
Una bifaz vista desde diversas perspectivas.
Figura 4. Bifaz achelense. Una herramienta producida por los humanos durante nada menos que 1,5 millones de años.

Los primeros europeos

No parece que Homo erectus llegase a poblar Europa occidental, pero quienes sí lo hicieron fueron Homo antecessor y Homo heidelbergensis. Los fósiles de Homo antecessor, con una antigüedad que ronda el millón de años, se han encontrado hasta el momento tan solo en el yacimiento de la Gran Dolina, que forma parte del extraordinario complejo de yacimientos de Atapuerca (Burgos). Sí que han aparecido en muchos lugares más fósiles, muchísimos más, de una especie posterior, Homo heidelbergensis, que se distribuyó por Oriente Próximo, África, Europa y otras regiones del planeta hace unos 700 000 años. Poseían una capacidad craneal media de 1250 cm3, ya dentro del rango de los Homo sapiens, y tienen el mérito de haber fabricado las primeras herramientas que combinan varias piezas: lanzas de madera con punta de piedra, a lo que se suma un tercer elemento para unir ambas piezas. Las más antiguas son de hace unos 500 000 años y fueron descubiertas en Sudáfrica (yacimiento de Kathu Pan 1). El proceso de producción de esas armas es más complejo que el de las hachas de piedra e implica un grado mayor de conocimiento, planificación y reflexión. Algunos investigadores argumentan que las habilidades cognitivas que son necesarias para hacer esto —una secuencia concreta y muy elaborada de movimientos— son similares a la que se usan en la sintaxis para componer una frase; de manera que estas lanzas podrían indicar la existencia de una arquitectura cerebral capaz de elaborar un lenguaje. También, asociadas a esta especie, son unas estilizadas y muy bien rematadas lanzas de madera, de hace 400 000 años, encontradas en Alemania (yacimiento de Schöningen) junto a restos de caballos. Estas armas son el indicio inequívoco más antiguo de que los individuos de Homo heidelbergensis no se limitaban a ser recolectores-carroñeros, sino que practicaban la caza activa de grandes mamíferos. Los estudios apuntan a que no se utilizaban a modo de jabalina (lanzándolas a distancia), sino que se usaban como picas, empujando directamente sobre la presa.
El yacimiento de la Sima de los Huesos de Atapuerca es la concentración más impresionante y jugosa de restos de humanos fósiles que se conoce. Allí, al final de una complicada y angosta gruta que remata con una estrecha caída vertical de trece metros, se han ido desenterrando —y el trabajo sigue— más de 6000 restos óseos de Homo heidelbergensis (se trata de una versión avanzada de Homo heidelbergensis, próximos por su anatomía a Homo neanderthalensis; hay quienes, de hecho, los consideran neandertales primigenios), que corresponden a unos 28 individuos, junto con también una gran cantidad de restos de otros animales, como osos, leones o linces. Aquel no era, desde luego, el cuarto de estar de ninguna vivienda prehistórica. No está nada claro cómo llegaron los huesos hasta aquella sima recóndita. ...

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