Neoliberalizando la naturaleza
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Neoliberalizando la naturaleza

El capitalismo y la crisis ecológica

Arturo Villavicencio

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Neoliberalizando la naturaleza

El capitalismo y la crisis ecológica

Arturo Villavicencio

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El neoliberalismo tiene un mantra, "El mercado lo soluciona todo", y encuentra en cualquier pretexto, incluso en una tragedia de escala mundial, una oportunidad de expansión y reproducción sistémica. La contaminación y el agotamiento de los recursos naturales, el cambio climático y la destrucción del medio ambiente, se resuelve, para el siempre hambriento capitalismo, a través de una aplicación adecuada de mecanismos de mercado bajo la promesa de que estos pueden engendrar al mismo tiempo crecimiento económico y sostenibilidad ecológica: perfecta y única solución. Este falaz discurso, altamente disciplinario, tecnocrático y racionalista, ha ido copando los espacios académicos y de opinión, y ha sido incorporado en las políticas públicas, instrumentalizado por los organismos internacionales y asimilado por los movimientos ambientalistas.Arturo Villavicencio, cuya labor investigadora en energía, ambiente y cambio climático fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz, nos invita a la reflexión sobre la relación entre la naturaleza y capitalismo con una crítica de las políticas neoliberales y su estrategia de mercantilización.

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Información

VI. ECOTURISMO: MITOS Y REALIDADES
El verdadero ecoturista es aquel que se queda en su casa (o permanece cerca de ella) (Higham y Luck, 2007: 128).
Debemos reconocer que los seres humanos se están convirtiendo en una plaga para el planeta[1].
Introducción
Hace ya algunas décadas, en un influyente artículo, R. Stavenhagen señalaba:
En la literatura abundante que se ha producido en los últimos años sobre los problemas del desarrollo y del subdesarrollo económico y social se encuentran numerosas tesis y afirmaciones equivocadas, erróneas y ambiguas. A pesar de ello, muchas de estas tesis son aceptadas como moneda corriente y forman parte del conjunto de conceptos que manejan nuestros intelectuales, políticos, estudiantes y no pocos investigadores y profesores… Pese a que los hechos las desmienten, y a que diversos estudios en años recientes comprueban su falsedad, o cuando menos hacen dudar de su veracidad, dichas tesis adquieren fuerza, y a veces carácter de dogma, porque se repiten en innumerables libros y artículos que se dedican a los problemas del desarrollo y subdesarrollo en América Latina[2].
D. Kahneman (2012), premio Nobel de Economía, advierte el mismo fenómeno y se interroga sobre el «misterio» de ideas y conceptos que, a pesar de obvios contraejemplos, persisten en el lenguaje político y aun en el discurso académico. Este autor califica a este fenómeno como la teoría de la ceguera inducida: una vez que un conjunto de ideas es usado como herramienta de razonamiento, es extraordinariamente difícil reconocer sus fallas. Si una observación no encaja con la teoría o modelo, se asume que debe haber una explicación en algún lugar o se concede el beneficio de la duda a la comunidad de expertos que aceptan y promueven la teoría.
Con el ecoturismo estaríamos frente a un caso típico de ceguera inducida. Alrededor del mundo, esta actividad es presentada como una panacea: un modo de financiar la conservación de la naturaleza y la investigación científica, de proteger los frágiles y prístinos ecosistemas, de beneficiar las comunidades rurales, promover el desarrollo en los países pobres, aumentar la sensibilidad ecológica y cultural, despertar una conciencia social y ambiental, satisfacer y educar a los viajeros y hasta construir un mundo de paz. En este contexto, el ecoturismo es publicitado entonces como una solución absolutamente ganadora: para los países en desarrollo, para el ambiente y, lógicamente para el turista y sobretodo, para la industria transnacional del turismo.
En el Ecuador, frente a la evidente constatación de deforestación por las actividades de exploración y explotación de petróleo, la contaminación del suelo y los ríos por los derrames persistentes de crudo y los impactos sobre los modos de vida de las comunidades indígenas, surge la idea del ecoturismo como alternativa para generar recursos económicos que compensen una suspensión definitiva de la explotación en ciertas zonas (Parque Nacional Yasuní) o una eventual moratoria de la expansión de la «frontera petrolera» (Amazonía Centro-Sur). Según sus promotores, una estrategia semejante permitiría, además de detener el deterioro ambiental de extensas regiones de nuestra Amazonía, generar empleo, aliviar la pobreza, proveer un modo de vida sostenible a los habitantes de la zona y, por supuesto, constituir el pivote para el inicio de un nuevo modelo de acumulación de la economía nacional (Senplades, 2017; Senplades, 2013; Senplades, 2009). Planteado el problema en estos términos, la solución propuesta es obvia y no admite cuestionamientos. Es así como la opción ecoturismo ha ido adquiriendo un estatus de sabiduría convencional (Leach y Mearns, 1996): un conjunto de ideas asumidas como correctas por un consenso social o «la opinión pública» y que forman una parte integral del léxico sobre los temas de desarrollo social y económico. Esta ortodoxia no se restringe únicamente a círculos políticos, grupos empresariales y organizaciones de la sociedad civil, sino que peligrosamente ha incursionado en la academia (Carrión, 2017; Arroyo y De Marchi, 2017; Larrea, 2017). A partir de hipótesis altamente simplificadoras se codifican narrativas que prácticamente se han convertido en un nuevo «paradigma del desarrollo» cuya insistente circulación y repetición crea la peligrosa idea de que los problemas de inequidad y pobreza pueden ser resueltos sin confrontar el sistema establecido. Estas imágenes son amplificadas e internalizadas en los discursos sociales, económicos y ambientales mediante la incorporación de símbolos dominantes, ideologías y experiencias reales o imaginarias (Hoben, 1996: 188).
La intención del presente análisis es clara: deconstruir un discurso ideológico altamente sesgado y simplificador que se ha articulado alrededor del ecoturismo. No se trata cuestionar o criticar proyectos ecoturísticos puntuales, que en varios casos pueden resultar exitosos y hasta pertinentes para las economías de las comunidades locales. Insistimos aquí que el problema surge cuando el ecoturismo es presentado como una solución universal, exagerando al extremo los beneficios económicos para las economías de los países receptores, ocultando sus impactos depredadores sobre el ambiente e ignorando sus efectos de erosión sobre las culturas locales. El tema del ecoturismo, al igual que una parte importante del discurso ambientalista en el Ecuador, ha quedado atrapado en dualidades simplificadoras que empobrecen el debate, oscureciendo o acotando estrechamente las alternativas y opciones para el futuro.
La ideología del ecoturismo gira alrededor de un discurso construido sobre tres mitos: el mito del desarrollo, el mito de la conservación y el mito de inmaterialidad. Estos son los temas centrales de reflexión y análisis del presente capítulo. El primero, el del ecoturismo como un nuevo motor de desarrollo para los países, en especial aquellos menos avanzados, es quizá el más persistente de los tres[3]. Promovido como un medio positivo de desarrollo económico para muchos países y comunidades que han perdido sus industrias tradicionales o para aquellos que simplemente anhelan mejorar sus condiciones económicas (Reid, 2003), los beneficios económicos como fuente de divisas y efectos multiplicadores sobre las economías son magnificados por organismos internacionales, agencias de desarrollo y gobiernos; creando expectativas más allá del sentido común. Esta persistente «inflación del optimismo», reflejada en estadísticas dudosas e impactos económicos exagerados, tiene como trasfondo el dogma neoliberal de explotación de las ventajas comparativas, esta vez consistentes en una rica biodiversidad, paisajes prístinos y culturas exóticas.
El mito de la conservación esta enraizado en la difundida percepción del turismo como una «industria sin chimenea»; es decir, una actividad económica que no ocasiona o produce leves efectos sobre el ambiente y, aun cuando se reconoce que pueden producirse ciertos impactos negativos, estos pueden ser mitigados por medidas de compensación. Entonces, frente a la constatación de una alarmante degradación ambiental, en particular la acelerada pérdida de la biodiversidad, el ecoturismo es presentado bajo la promesa de inyectar nuevos tipos de recursos para la conservación de la naturaleza, especialmente en aquellas partes pobres del mundo donde los Estados no disponen de los recursos y la capacidad para una efectiva protección de sus ecosistemas. Sin embargo, no se puede ignorar que el ecoturismo, al igual que el turismo convencional, con su demanda transporte, alojamiento, servicios y entretenimiento con­ducen, paradójicamente, a degradar el entorno que precisamente sirve de espacio para la realización de sus actividades. Los impactos negativos sobre los ecosistemas son evidentes, por lo que surge la preocupación de limitar la afluencia turística, tratando de establecer «cuotas» (número de ecoturistas) en función de una supuesta «capacidad de carga» que podrían soportar los frágiles y sensibles ecosistemas. Lamentablemente, el ecoturismo, como un fenómeno global, difícilmente puede ser controlado, más aún, en un contexto mundial donde las oportunidades de acumulación capitalista son cada vez más escasas. Por último, al analizar los impactos del turismo sobre la naturaleza, no puede ignorarse su alarmante contribución a la desestabilización del clima. El tráfico aéreo es una de las fuentes importantes de emisiones de dióxido de carbono y su participación en el total de emisiones sigue en aumento.
Pero además de la conservación de la naturaleza, el ecoturismo promete mucho más. El ecoturismo promete fortalecer la democracia y la participación mediante el desmantelamiento de las estructuras y prácticas restrictivas del Estado; promete la protección de las comunidades locales garantizándoles sus derechos de propiedad y ayudándolas a entrar en el negocio de la conservación; promete la promoción de prácticas verdes en los negocios, demostrando a las corporaciones transnacionales que las estrategias verdes también producen ganancias. Finalmente, el ecoturismo se presenta como el mecanismo más idóneo para la protección y conservación de las culturas y modos de vida de las comunidades ancestrales (Igoe y Brockington, 2007). En esto consiste el mito de la inmaterialidad al que nos referimos anteriormente; aquella imagen del turismo des­con­textualizado de sus circunstancias sociales y ambientales, una «mer­cancía fetiche», sin ningún costo social para las poblaciones o centros de los destinos turísticos, «como si las personas de las aldeas culturales o los puestos de artesanías estuviesen esperando el consumo de su cultura» (Brockington, Duffy e Igoe, 2008: 190). Como se discute más adelante, se trata de una visión idílica muy alejada de la realidad. El hecho mismo de promover emprendimientos, negocios y entrar en un mundo de competencia, prácticas totalmente ajenas y contrarias a tradiciones ancestrales, socaba la cultura que se pretende proteger y termina destruyendo, o por lo menos debilitando, el tejido social de las comunidades.
Un debate y reflexión sobre el tema se presenta de manera apremiante porque después de una década de un imaginario prometedor montado alrededor de cambio del modelo de desarrollo del país, el ecoturismo es presentado en círculos políticos, empresariales y aún académicos, como la nueva promesa redentora de la economía ecuatoriana. Esta nueva estrategia de desarrollo nos abriría las puertas hacia una nueva fase de las «exportaciones» milagrosas que han jalonado la economía del país a través de su historia; una sucesión de ciclos de oro, como agudamente señala Deler: «el ciclo de la pepa de oro (cacao), el ciclo del oro verde (banano), el ci­clo del oro negro (petróleo)» (2007 [1987]: 390) y tal vez ahora el ciclo del oro blanco (turismo eco, bio, verde, comunitario, cultural…). La promesa se presenta aún más atractiva porque opera dentro de las estructuras sociales, económicas y políticas existentes. Es una estrategia que puede ser fácilmente implementada por los gobiernos, el sector privado, las comunidades locales y las ONG (Duffy, 2002).
¿Turismo o ecoturismo?
Un maquillaje verde
En 1965 el ecologista mexicano Hetzer introdujo el término ecoturismo e identificó los principios normativos de esta actividad: i) mínimo impacto ambiental; ii) mínimo impacto y máximo respeto por las culturas locales; iii) máximo beneficio económico para las comunidades locales del país anfitrión; y iv) máxima satisfacción recreacional para los turistas participantes (Bjork, 2007). Desde entonces, el ecoturismo ha concitado la atención de los medios académicos, sociales, ambientalistas y, por supuesto, empresariales, y sus definiciones no han dejado de crecer, centrándose cada una en aspectos específicos o características de esta actividad[4].
La Organización Mundial del Turismo define el e...

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