Hey! Julio Iglesias y la conquista de América
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Hans Laguna

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Hey! Julio Iglesias y la conquista de América

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A nivel popular, Julio Iglesias es un iconokitsch, un personaje de la prensa rosa, un galán machista, un representante de la españolidad más rancia o un baladista para la tercera edad. Pero Iglesias es también el cantante vivo que más discos ha vendido en la historia de la música junto a Madonna y Elton John, y fue el primer artista no anglosajón que consiguió triunfar a lo grande en los Estados Unidos. Durante varias décadas, fue además unsex symbolpara millones de mujeres en todo el planeta. Julio, pues, se merecía un análisis que explicara su relevancia social más allá del meme en que ha acabado convertido.El eje central de este ensayo, profusamente documentado e ilustrado, es el exitoso plan de Iglesias para conquistar el mercado estadounidense a mediados de los años ochenta. Además de detallar los mecanismos que propiciaron esta gesta, el relato aborda otros temas como su estatus de celebridad, su encarnación del mito del latin lover, su particular estilo vocal o la construcción de su marca personal, que se anticipó a las estrategias de las estrellas globales del pop en la era de internet. Por último, el libro se ocupa de los claroscuros de su figura y de los costes personales que hay que pagar por alcanzar la fama.

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Información

Editorial
Contra
Año
2022
ISBN
9788418282720

Parte II La conquista

6 Julio who? De enero a septiembre de 1983 Los amos de Hollywood. Tonight Show. El próximo amante del país. Japón. Spanish Tour ’83.

El 8 de enero de 1983 se celebró en un lujoso hotel de Los Ángeles la gala anual del brazo estadounidense de Technion, el instituto israelí de tecnología. El acto central consistió en la entrega del premio Albert Einstein al actor judío Kirk Douglas en reconocimiento a su labor en favor de Israel. Además de esta entrega, y como es habitual en este tipo de eventos, el programa incluyó una cena benéfica con un cubierto de varios miles de dólares y una actuación musical.
La organizadora del acto era Anne Douglas, esposa del actor. Durante las semanas previas, Anne estuvo buscando a un cantante reputado que pudiera amenizar la velada y fuera «alguien diferente». R&C, que era también la agencia de su marido, le propuso a Iglesias, un elegante artista europeo que se movía cómodamente en las altas esferas y que justo por aquel entonces buscaba introducirse en el star system norteamericano. Anne ya conocía al español y aceptó encantada la propuesta, convencida de que sería el entertainer ideal para las dos mil personas que acudirían a la gala. Entre ellas iban a estar los presidentes de los principales gigantes de la música, el cine y la televisión del país, casi todos ellos judíos.
Aunque los judíos representan apenas un 2% de la población estadounidense, históricamente han tenido una presencia mayoritaria en los puestos de mando del show business. Ellos fueron los inventores de Hollywood y en general de la industria del entretenimiento tal como la entendemos hoy día. La causa hay que ir a buscarla a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando numerosas poblaciones de judíos askenazíes se instalaron en Estados Unidos huyendo de las manifestaciones de odio en Europa central y oriental. Estos emigrantes judíos se hallaron «en el lugar adecuado, en el momento adecuado, con las aptitudes adecuadas», en palabras del especialista Vincent Brook. Tradicionalmente dedicados a actividades comerciales, adquirieron las primeras salas de proyecciones (los teatros Nickelodeon) y se convirtieron en los empresarios que iniciaron la industria del cine, un negocio por aquel entonces poco respetable asociado a las clases populares. En la década siguiente, los emprendedores judíos decidieron dejar de comprar películas europeas y empezar a producirlas ellos mismos, por lo que fundaron los primeros estudios (Paramount, MGM, Warner Bros., Columbia y United Artists) y dieron trabajo a numerosos creadores también judíos (directores, guionistas, actores, escenógrafos, compositores…).
De forma paralela, estos emigrantes de primera y segunda generación también crearon agencias dedicadas a los nuevos oficios relacionados con el emergente sector cinematográfico, tales como el management, el booking o —como en el caso de Bernays o más tarde de R&C— las relaciones públicas. También estuvieron detrás de la creación de las primeras cadenas de radio y televisión (CBS, ABC y NBC), así como de las principales empresas discográficas y editoriales. Su protagonismo se extiende hasta las cúpulas de los seis conglomerados que dominan el panorama multimedia en la actualidad (Disney, Sony, Time Warner, National Amusements, News Corp y Comcast).
El éxito empresarial de los judíos y su creciente influencia en la industria del entretenimiento no solo no consiguieron reducir el antisemitismo reinante en la sociedad estadounidense, sino que, al contrario, avivaron los recelos provenientes de todos los sectores ideológicos. La izquierda veía en ellos la encarnación de la avaricia capitalista al tiempo que la derecha los acusaba de urdir una conspiración judeo-marxista (Henry Rogers, de R&C, luchó activamente contra el macartismo, cuya persecución se ensañó especialmente con los judíos filocomunistas de Hollywood).
Para poder progresar socialmente, tanto en su vida personal como en las creaciones audiovisuales de sus empresas, los judíos se vieron obligados a eliminar todo lo que resultara «too jewish» en favor del perfil considerado más genuinamente estadounidense, es decir, el de origen anglosajón y protestante. Un ejemplo de esta actitud de ocultamiento se encuentra en Zelman Moses, uno de los primeros talent agents. Al igual que muchos otros, Moses cambió su nombre por uno más británico y respetable. Rebautizado como William Morris, fundó la empresa de contratación que años más tarde se encargaría de buscarle los conciertos a Julito y que actualmente, bajo las siglas WME, representa a cientos de artistas de primera fila (entre ellos, a Rosalía).
La paradoja de los judíos de Estados Unidos consiste en haber sido una minoría culturalmente oprimida y, a la vez, en tanto que amos de la industria del espectáculo —la mayor máquina de producción de mitos sobre el American dream—, impulsores del imaginario que les ha empujado a renegar de su identidad. Los movimientos contraculturales y las luchas por los derechos civiles de finales de los años sesenta relajaron esta tensión y permitieron que el carácter hebreo empezara a expresarse de forma desacomplejada en los medios de comunicación, como en el caso notorio de Woody Allen. En los años noventa esta apertura alcanzaría el mainstream con la serie de televisión Seinfeld, y en la actualidad cuenta con representantes femeninas como Amy Schumer o Sarah Silverman. Tales avances, sin embargo, no han logrado que la judeofobia desaparezca.
La relación de JI con la comunidad judía empezó en 1979. Tanto su jefe directo en CBS, Dick Asher, como el presidente de la compañía, Walter Yetkinoff, eran miembros de la élite judía neoyorquina y le recomendaron actuar en un evento benéfico en Tel Aviv como forma de abrirse paso en el mercado israelí y, al mismo tiempo, de empezar a ganarse una buena reputación entre los judíos estadounidenses.
Haciendo gala de su «gran visión humanista», por aquella época Iglesias también aprovechó para meter el pie en el vecino Egipto, el gran enemigo árabe de Israel con el que, sin embargo, recientemente había firmado un tratado de paz. En concreto, actuó en un exclusivo evento al pie de las pirámides organizado por Jehan, la esposa del presidente egipcio Anwar el-Sadat, que sería asesinado un par de años después a manos de islamistas radicales por su papel en las negociaciones de paz con Israel. Desde entonces el cantante mantuvo amistad con la familia Sadat y la prensa rosa lo relacionó con una de las hijas, que era admiradora suya. Julio se encargó de alimentar el rumor apareciendo junto a ella en la portada de la revista ¡Hola! Jesús Mariñas dijo lo siguiente sobre el presunto romance: «¿Cómo se iba a atrever con la hija del presidente de Egipto? ¡Ni que estuviera loco! Todo mentira».
A pesar de que los conflictos entre judíos y musulmanes han continuado, cada vez que ha pisado Oriente Medio, Julio ha actuado en ambos países: «Tocar el jueves en Israel y el sábado en un país árabe, algo solo factible con la música», ha declarado el cantante. Según Fraile, este tipo de incursiones internacionales, ampliamente recogidas por la prensa, tenían un «valor más simbólico que monetario» y obedecían a una lógica tanto «artística» como «promocional»: aunque no reportasen un beneficio económico directo, «ayudaron a engrandecer la leyenda de Julio».
En sus últimas visitas a Tel Aviv, Julio ha confesado ser judío. Al parecer su apellido materno, De la Cueva, debe su origen al hecho de que, durante la persecución de los judíos en la península ibérica, estos se escondían en cuevas. Como la adscripción a la religión hebrea se hereda por parte de madre, el cantante sería judío. No obstante, el propio Julio ha reconocido que su judaísmo es bastante laxo, tanto porque no cumple el requisito de estar circuncidado como porque su cosmopolitismo le impide entregarse a un solo credo: «Yo soy judío de la cintura para arriba, de la cintura para abajo soy internacional», bromeó.
Regresemos a la gala benéfica de la American Society for Technion que se celebró a principios de 1983. Por aquel entonces, Iglesias era ya el cantante de CBS que vendía más discos en el mundo. A pesar de esta credencial, el concierto iba a ser un examen ante algunos de los peces gordos de la farándula estadounidense, que iban a verlo en directo por primera vez. Consciente de la importancia del acontecimiento, Julito quiso impresionarles con una carísima puesta en escena que pagó de su bolsillo (le costó sesenta mil dólares de la época, el equivalente a ciento cincuenta mil de hoy) y que incluyó una orquesta de cuarenta músicos.
La actuación salió a la perfección y recibió los elogios de caras conocidas como Gregory Peck, quien dijo que «Julio va a ser muy pronto un ídolo en este país», o Robert Mitchum, que vaticinó que este ascenso sucedería «en menos de un año» (se quedó bastante corto). Aún más entusiasmada se mostró Joan Collins, la actriz que por ese entonces interpretaba a la villana del popular culebrón Dinastía y que tras el concierto se acercó a Julio para entregarle una nota con su teléfono y pedirle que le llamara «en media hora» (a lo que él contestó: «en veinte minutos»). Saberse capaz de gustar a un «público crítico y del mundo artístico» llenó de confianza al cantante español, que por fin se sintió preparado: «Ahora pienso que sí, que voy a triunfar entre los americanos de formación anglosajona», declaró [FIG. 33].

Superada la prueba inicial, R&C, CBS y WM se pusieron de inmediato manos a la obra. El primer paso fue crear expectación entorno a JI, un nombre que la gran mayoría de estadounidenses no sabía si era, como dijo un periodista, el de «un torero argentino, un poeta italiano o una estrella de cine mexicana». Para ello R&C desarrolló una campaña con el eslógan «Julio who?», es decir, «¿Julio quién?» (en inglés suena más potente: Julio-ju).
Su target inicial fueron los llamados líderes de opinión. Si se analizan las estrategias de penetración en EE. UU. de artistas tan diferentes como Julio, los Beatles o Rosalía, es fácil comprobar que todas ellas siguen el manual clásico de las RR. PP., adaptado en cada caso al paisaje mediático de la época. Para empezar, todas coinciden en que para «ayudar a crear visibilidad en los Estados Unidos rápidamente» es preciso crear un «rumor entre los creadores de tendencias y líderes de la industria». Estas palabras corresponden a Jenifer Mallory, una de las responsables del fenómeno Rosalía y directiva de Columbia (la discográfica que era subsidiaria de CBS y que también distribuía los discos de Julio en el país). De acuerdo con esta regla, y como parte de la campaña «Julio who?», R&C envió una carta a doscientos periodistas y personalidades del sector anunciando que el español iba a triunfar en el país de forma inminente.
Además de esta carta, la agencia llevó a cabo varias acciones directas en medios, como colocar un artículo en la revista Time que transmitía el mismo mensaje: «Julio Iglesias: este nombre pronto será tan conocido en Estados Unidos como lo es ya en el resto del mundo». De forma más concreta, anunciaba que su nuevo disco saldría en el mes de mayo (previsión que, como veremos, se quedó quince meses corta). También cabe destacar que en este artículo se le puso un apodo que sería recurrente: «el Sinatra español». Cuando trabajó para Caruso, Bernays descubrió lo importante que era para una celebrity tener un sobrenombre que circulara fácilmente por los medios y se incrustase en la opinión pública. Al repasar la cobertura en los medios estadounidenses de este periodo, compruebo que el aparato de comunicación de Julito quiso darlo a conocer como «el Sinatra latino/español» y «el Valentino de los ochenta» , etiquetas que lo vinculaban a referentes icónicos para cierto sector adulto del público estadounidense. (También encuentro otras menos afortunadas, como «el Humperdinck hispano» o «el Napoléon del amor».)
Mientras tanto, en España el escritor Francisco Umbral se dedicaba a destrozar la comparación entre Julito y Sinatra. En su opinión, Julio «se nos presenta como la prolongación de aquel chico del barrio, en provincias, que iba de Frank Sinatra por la vida. Julio Iglesias es un Sinatra sin maldad, sin verdad, o sea, sin mentira, y aunque su voz no sea mala, que uno de eso no entiende, le falta detrás Ava Gardner (no, Isabelita no vale), la mafia, Dean Martin y ese algo de vaquero asténico o redactor de sucesos del New York Times que se ha emborrachado de divorcio y canta para sus compañeros de redacción». Unos años más tarde, Umbral seguía viendo en el español a un «Sinatra de hojalata, prefabricado y cursi, nuestro Sinatra de plastilina».
Otra de las intervenciones de la campaña «Julio who?» se produjo en el Late Night with David Letterman. En uno de sus programas, Letterman llamó al azar a números de teléfono de varios lugares del planeta para, con la ayuda de un intérprete, preguntar si sabían quién era JI. Amañado o no, el juego se saldó con una mayoría de respuestas afirmativas y consiguió despertar la curiosidad de los espectadores. Ingenuo de mí, yo pensaba que este tipo de gags eran ocurrencias de los guionistas, pero por lo que estoy viendo las agencias de comunicación y relaciones públicas meten mano en los contenidos de los programas. (Mientras escribo esto se publica la colaboración de Rosalía con Billie Eilish y, al día siguiente de su lanzamiento, el programa de Jimmy Fallon hace un sketch humorístico sobre el dueto. Varios comentarios al vídeo en YouTube elogian al presentador por haber sido tan rápido en hacer una parodia de la canción, aunque muy probablemente se debiera a los tejemanejes de su agencia de contratación, la misma de Julio.)
Una vez creado el rumor sobre su nombre entre los líderes de opinión y entre el público, era hora de presentar a Julio en carne y hueso. Y por la puerta grande: a finales de febrero el español se atrevió a ser entrevistado en The Tonight Show, el mítico programa de televisión que por aquel entonces presentaba Johnny Carson (y que hoy está en manos de Jimmy Fallon). Su presencia en este espacio, al que regresaría en varias ocasiones durante el siguiente año, fue crucial en su proceso de americanization.
Carson puede considerarse el inventor del formato late night tal como lo conocemos: monólogo inicial sobre actualidad, sketches humorísticos, público en directo, entrevista desde un escritorio a un invitado que se sienta en un sofá y está de promoción (de un libro, disco, película…), etc. Como destaca Bernard Timberg, este tipo de programas, al funcionar con unos códigos que tenemos muy interiorizados y ofrecernos unos «rostros y voces familiares» al final de la jornada, actúan a modo de un ritual que nos reconforta tras el caótico bombardeo de imágenes que recibimos diariamente. A través de la pantalla, los late night crean una «intimidad sin riesgos» que expresa los valores socialmente dominantes y refuerza nuestra identidad personal y colectiva.
Durante los treinta años en que ejerció de maestro de ceremonias del Tonight Show, Carson tuvo siempre presente el motto de su compañero Letterman: «Recuerda, amigo, esto es solo televisión». Fue un experto en adoptar «el punto de vista del ciudadano medio» estadounidense, esmerándose en ocultar cualquier opinión personal que pudiera dividir a la audiencia. Como reconoció en cierta ocasión, las controversias políticas «me perjudicarían como entertainer, que es lo que soy».
En realidad, el carácter supuestamente apolítico del entretenimiento orientado a las personas «normales» suele basarse en la perspectiva hegemónica del hombre de clase media, heterosexual, blanco y de mediana edad. Como señala Marshall, los presentadores de programas televisivos de máxima audiencia «legitiman la construcción dominante del yo a través de una deslegitimación sistemática de los márgenes». En el caso de Carson (y también en el de Letterman), este papel cultural como reforzador de la normalidad se acentúa gracias a su procedencia del Medio Oeste, una zona que se considera «el corazón de Estados Unidos». Esta región central ha representado tradicionalmente el estereotipo de la América blanca y cristiana, poblada por gente sencilla, bonachona y trabajadora. Los sectores más urbanitas y culturalmente desarrollados pintan a los midwesterners como unos catetos conservadores y suelen referirse a los estados ...

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