El precariado
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El precariado

Una nueva clase social

Standing, Guy, Madariaga, Juan Mari

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El precariado

Una nueva clase social

Standing, Guy, Madariaga, Juan Mari

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La crisis del sistema financiero ha comportado el nacimiento de una nueva clase social: el precariado. Una tipología que se define por la inconsistencia y debilidad de los mecanismos que garantizan su subsistencia. El precario vive, gracias a las políticas de austeridad, y el desmantelamiento del estado del bienestar a un paso de la exclusión social y del abismo de la pobreza.

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EL PRECARIADO

Durante la década de 1970 un grupo de economistas de acérrima inspiración ideológica captó la atención y los ánimos de los políticos anglosajones. La idea central de su modelo «neoliberal» era que el crecimiento y el desarrollo dependían de la competitividad, por cuya maximización debía hacerse cuanto se pudiera, permitiendo que los principios del mercado impregnaran todos los aspectos de la vida.
Uno de sus temas preferidos era que los gobiernos debían fomentar la flexibilidad del mercado laboral, lo que equivalía a un programa para transferir los riesgos y la inseguridad a los trabajadores y sus familias. El resultado ha sido la creación de un «precariado» global, consistente en cientos de millones de personas sin un anclaje estable en su trabajo, que se está convirtiendo en una nueva clase peligrosa por su propensión a dar pábulo a voces extremistas o fanáticas y a utilizar su voto y su dinero para ofrecer a esas voces una plataforma política que acreciente su influencia. El propio éxito de la agenda «neoliberal», admitida en mayor o menor medida por gobiernos de toda laya, ha generado un monstruo político incipiente. Hay que hacer algo antes de que ese monstruo cobre fuerza.
EL PRECARIADO SE DESPEREZA
El 1 de mayo de 2001 cinco mil personas, en su mayoría estudiantes y jóvenes activistas sociales, se reunieron en en el centro de la ciudad de Milán para iniciar lo que pretendía ser una marcha de protesta alternativa a la celebración tradicional del Primero de Mayo. En 2005 sus filas habían engrosado hasta más de 50.000 personas —‌más de 100.000, según algunas estimaciones— y el «EuroMayDay» se había hecho paneuropeo, congregando a cientos de miles de personas, en su mayoría jóvenes, en las calles de las capitales y muchas otras ciudades de la Europa continental. Aquellas manifestaciones airearon los primeros vagidos del precariado global como tal.
Los vetustos sindicalistas que normalmente organizaban las manifestaciones del Primero de Mayo no podían sino sentirse perplejos ante aquella nueva masa en movimiento, cuyas reivindicaciones de inmigración libre y una renta básica universal tenían muy poco que ver con el sindicalismo tradicional. Los sindicatos entendían como única respuesta posible a la precarización un regreso al modelo «laborista» que ellos mismos habían contribuido tanto a cimentar a mediados del siglo XX: más empleos estables con seguridad a largo plazo y los arreos complementarios que solían acompañarlo; pero muchos de los jóvenes manifestantes habían visto a la generación de sus padres acomodarse a la pauta fordista de empleos rutinarios a tiempo completo y subordinación a la gestión industrial y a los dictados del capital. Aunque carecían de una agenda alternativa coherente, no mostraban ningún deseo de resucitar aquel laborismo.
Tras dar sus primeros pasos en Europa occidental, el EuroMayDay cobró pronto un carácter global, convirtiéndose Japón en uno de sus principales centros energéticos. Comenzó como un movimiento de jóvenes europeos con niveles de formación relativamente altos, descontentos por el enfoque competitivo (o neoliberal) de mercado que les ofrecía el proyecto de Unión Europea: una vida de sucesivos empleos eventuales, flexibilidad y mayor crecimiento económico. Pero su eurocentrismo pronto dio paso al internacionalismo, al constatar que el desasosiego generado por sus múltiples inseguridades podía emparentarse con lo que sucedía en otras partes del mundo, en particular cuando los inmigrantes se incorporaron a sus movilizaciones convirtiéndose en parte sustancial de las manifestaciones del precariado.
Aquel movimiento se extendió a quienes practicaban un estilo de vida no convencional, generándose una tensión creativa entre el precariado como víctima, penalizado y demonizado por las instituciones y prácticas respetadas por la mayoría social, y el precariado como héroe, que rechazaba esas instituciones y prácticas en un acto de desafío intelectual y emocional concertado. En 2008 las manifestaciones del EuroMayDay superaron con mucho los apocados desfiles sindicales de aquel mismo día. Aquello pudo pasar inadvertido por la mayoría de la opinión pública y los políticos, pero fue un acontecimiento muy significativo.
Al mismo tiempo, la identidad dual como víctima-héroe mostraba una notable falta de coherencia. Un problema adicional era la falta de concentración de su lucha. ¿Qué o quién era el enemigo? Todos los grandes movimientos de la historia han tenido, para bien o para mal, una base de clase. Un grupo de interés (o varios) combatía contra otro, habitualmente formado por quienes habían explotado y oprimido al primero, disputándole el uso y control de los principales activos del sistema de producción y distribución de la época. El precariado, pese a su rica variedad, parecía carecer de una idea clara de cuáles eran esos activos. Entre sus héroes intelectuales se contaban Pierre Bourdieu (1998) quien expuso y detalló el concepto de precariedad, Michel Foucault, Jürgen Habermas y Michael Hardt y Tony Negri (2000), cuyo Imperio fue un texto premonitorio, con Hannah Arendt (1958) como trasfondo. También se podían detectar rastros de los levantamientos de 1968 que ligaban al precariado con la escuela de Frankfurt y el Hombre Unidimensional de Herbert Marcuse (1964).
Era la liberación del pensamiento, la conciencia de una sensación común de inseguridad. Pero de la simple comprensión no brota ninguna «revolución». No había todavía una indignación eficaz, y esto se debía a que no se había forjado ninguna agenda o estrategia política. La carencia de una respuesta programática quedó de manifiesto en la búsqueda de símbolos, el carácter dialéctico de los debates internos y las tensiones que todavía se mantienen en el seno del precariado y que no van a desaparecer de aquí a mañana.
Los dirigentes de las manifestaciones del EuroMayDay hicieron cuanto pudieron por ocultar sus deficiencias, tanto literalmente como en sus imágenes visuales y carteles. Algunos insistían en la unidad de intereses entre los inmigrantes y otros (migranti e precarie «por otra Europa», decía el cartel con el que se convocaba el EuroMayDay en Milán en 2008), así como entre jóvenes y veteranos, simpáticamente yuxtapuestos en el cartel berlinés del EuroMayDay en 2006 (Doerr, 2006).
Pero como movimiento libertario e izquierdista todavía tiene que suscitar el temor, o al menos el interés, de quienes quedan fuera. Hasta sus protagonistas más entusiastas admitirían que esas manifestaciones han tenido más de baladronada que de intimidación, sirviendo principalmente como aserción de individualidad e identidad en una experiencia colectiva de precariedad. Con el vocabulario de los sociólogos, las exhibiciones públicas han mostrado sobre todo el orgullo de subjetividades precarias. Un cartel del EuroMayDay, elaborado para una manifestación en Hamburgo, combinaba en actitud de desafío cuatro figuras en una: un limpiador, un cuidador, un refugiado o inmigrante y un trabajador «creativo» con ordenador portátil (presumiblemente parecido a la persona que diseñó el cartel). Un elemento destacado era una gran bolsa de rafia que parecía simbolizar el nomadismo contemporáneo en el mundo globalizado.
Los símbolos tienen su importancia. Contribuyen a unir a los grupos en algo más que una multitud de extraños entre sí. Ayudan a forjar una clase y a construir su identidad, fomentando una conciencia de comunidad y una base para la solidaridad o fraternidad. De lo que trata este libro es de cómo pasar de los símbolos a un programa político. La evolución del precariado hasta convertirse en agente de una «política de paraíso» tiene todavía que pasar de las ideas teatrales y visuales de emancipación a un conjunto de reivindicaciones que comprometan al Estado más allá de desconcertarlo o irritarlo.
Una característica de las manifestaciones del EuroMayDay ha sido su ambiente de carnaval, con música salsa, carteles y discursos pronunciados con ironía y buen humor. Muchas de las acciones vinculadas a la distendida red que las organiza han sido anárquicas e intrépidas más que estratégicas o socialmente amenazadoras. En Hamburgo se explicó a los participantes cómo evitar el pago de los billetes de autobús o las entradas al cine. En una estratagema en 2006 que marcó un hito en el folklore del movimiento, un grupo de alrededor de veinte jóvenes con máscaras de carnaval y nombres como Spider Mum, Multiflex, Operaistorix y Santa Guevara entraron a media mañana en una tienda de delicatessen, llenaron un carrito con comidas y bebidas de lujo, se hicieron fotografías del grupo y a continuación salieron del establecimiento entregando a la mujer a cargo de la caja una flor con una nota que explicaba que producían riqueza pero no disfrutaban de ella. Los participantes en aquel episodio en el que la vida imitaba al arte, basado en la película Los edukadores (Die fetten Jahre sind vorbei), nunca fueron atrapados. Colgaron una nota en Internet firmada como Banda Robin Hood en la que decían que habían distribuido las exquisiteces hurtadas entre los becarios seleccionados como los trabajadores precarios más explotados de la ciudad.
Bufonadas como aquella, que en modo alguno pretendía ganar amigos ni influencia entre el gran público, nos recuerdan ciertas analogías históricas. Podemos hallarnos en una fase de la evolución del precariado en la que los contrarios a sus principales lacras —‌precariedad de la residencia, del empleo y el trabajo y de la protección social— se parecen a los «rebeldes primitivos» que han surgido en todas las grandes transformaciones sociales, cuando pierden validez los antiguos derechos y se disgregan los antiguos bloques sociales. Como recordaba Eric Hobsbawm (1959), siempre ha habido Robin Hoods, que solían multiplicarse poco antes de que cobrara forma una estrategia política coherente en defensa de los intereses de la nueva clase dominante.
Quienes participan en las manifestaciones del EuroMayDay y en acontecimientos similares en otras partes del mundo son solo el ápice del precariado, pero hay muchos más que viven en el temor y la inseguridad. La mayoría de ellos no acuden a esas manifestaciones, pero eso no los salva del precariado. Van a la deriva sin gobernalle y son presa fácil de la cólera y capaces de virar en poco tiempo de la extrema izquierda a la extrema derecha y de respaldar la demagogia populista que se nutre de sus ansiedades y fobias.
EL PRECARIADO EN MOVIMIENTO
En 1989 la población de Prato, a poca distancia de Florencia, era casi totalmente italiana. Durante siglos esa vieja ciudad toscana había sido un gran centro manufacturero de tejidos y ropa. Muchos de sus 180.000 habitantes estaban ligados a esas industrias generación tras generación, y sólidamente anclados en arraigados valores que desde el punto de vista político los situaban en la izquierda. Parecía la encarnación de la solidaridad social y la moderación.
Aquel año llegó a Prato un grupo de treinta y ocho trabajadores chinos. Comenzó a florecer una nueva generación de tejedurías y tiendas de ropa pertenecientes a aquellos inmigrantes y unos pocos italianos asociados con ellos. Importaron más trabajadores chinos, muchos de los cuales llegaban sin permiso de trabajo. Aunque se dejaban notar, eran tolerados; impulsaban la floreciente economía de la ciudad y no ejercían apenas presión sobre las finanzas públicas, ya que no recibían subsidios o prestaciones complementarias. Se mantenían por sí mismos, confinados en el enclave donde habían afincado sus talleres. La mayoría de ellos provenían de la ciudad costera de Wenzhou en la provincia de Zhejiang, una región con una larga historia de emigración empresarial; llegaban vía Frankfurt con visados de turista por tres meses y seguían trabajando clandestinamente después de que estos hubieran expirado, lo que los dejaba en una situación vulnerable y explotable.
En 2008 había en la ciudad 4.200 empresas chinas registradas y 45.000 trabajadores chinos, que constituían alrededor de la quinta parte de la población de la ciudad (Dinmore, 2010a, b). Fabricaban un millón de prendas al día, con lo que su producción anual bastaba para vestir a toda la población italiana durante veinte años, según los cálculos de los funcionarios municipales, mientras que las fábricas autóctonas, presionadas por la competencia de las chinas y el aluvión de artículos baratos procedentes de India y Bangladesh, despedían a centenares de trabajadores. En 2010 tan solo empleaban a 20.000 ...

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