La estética contemporánea
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La estética contemporánea

Mario Perniola, Francisco Campillo

  1. 310 páginas
  2. Spanish
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La estética contemporánea

Mario Perniola, Francisco Campillo

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La estética contemporánea puede considerarse una nueva edición de este pero también un libro nuevo. Perniola ha ampliado y puesto al día todos los capítulos, y ha introducido un extenso capítulo nuevo, "Estética y cultura", en el que aborda los problemas de la estética no europea con un análisis riguroso y una información precisa y muy desconocida entre nosotros. El libro de Perniola es excelente para todo aquel que desee obtener un conocimiento panorámico de la estética del siglo xx en sus diversas orientaciones y metodologías. Expone con claridad a los principales autores y los problemas más relevantes, establece las relaciones existentes entre unos y otros y pone de manifiesto la importancia que la estética posee para el mundo contemporáneo. Como afirma ya en el inicio de su introducción, "ningún otro período histórico ha contemplado una abundancia tal de textos de estética que gocen de una relevancia semejante". La estética ha mantenido una relación de complicidad con la literatura y con la música, con las innovaciones más osadas y originales, pero también con aspectos que muchas veces se dejaron de lado: el mercado de arte, la gestión y administración de instituciones museísticas, galerías, acontecimientos expositivos, etc.

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Información

Año
2018
ISBN
9788491142324
VI

Estética y cultura

Educación estética y cultura

Cada uno de los cinco primeros capítulos que componen este libro se fundamenta en ciertas teorías que encuentran su origen en los siglos precedentes. Los problemas relacionados con la forma y lo sublime tienen su referencia más importante en Kant; la estética cognitiva y la pragmática en Hegel; las teorías del sentir postestético en Nietzsche. Hay, no obstante, una sexta corriente de la estética contemporánea que no se reconoce en ninguna de las anteriores, ya que su objeto de estudio por excelencia no es solo lo bello, lo sublime, el arte o el sentir, sino, sobre todo, la cultura.
La identificación entre la cultura y la estética encuentra su formulación más organizada en los escritos filosóficos del alemán Friedrich Schiller (1759-1805), y en particular en sus Cartas sobre la educación estética del hombre, de 17951. En su opinión, solo la estética podrá encaminarnos hacia la libertad política, evitando así los peligros opuestos del estado de naturaleza, en el que ha acabado reinando la violencia, y de la barbarie, donde ciertos principios intelectuales abstractos se imponen como leyes rectoras del estado. El proceso de civilización ha de sustraerse tanto a la ordinariez y ignorancia, como a la idolatría de la utilidad y el beneficio del trabajo. Schiller inaugura una estrategia que después imitarán otros muchos pensadores del siglo veinte: la liberación del despotismo del Ancien Régime, así como la modernización, no se obtienen mediante un gran salto hacia adelante, hacia un futuro totalmente desconocido e imprevisible, sino gracias a un paso hacia atrás, hacia el redescubrimiento de las fuentes de las culturas que constituyen nuestros orígenes. Para Schiller no hay duda de que la forma más elevada de cultura estética es la alcanzada en la Grecia antigua, la cual permanece aún por tal razón como el canon de referencia fundamental para cualquier tentativa estética.
Algunos años después de Schiller, será el historiador suizo Carl Jacob Burckhardt quien retome la identificación entre cultura y estética. Aun sin haber escrito ningún libro dedicado expresamente a la estética, allanó el camino para una extraordinaria expansión del horizonte de lo que entendemos por estético, incluyendo también en él todas las manifestaciones de la existencia tanto privada como colectiva. Esta estetización de toda la historia de la humanidad tiene lugar mediante la adopción de un punto de vista distante y desinteresado en relación con las vicisitudes estéticas de Occidente, que acaban siendo, por decirlo de alguna manera, relativizadas, empequeñecidas y minimizadas2. Burckhardt, en el fondo, no hace sino aplicar a las consideraciones de orden histórico las mismas características que Kant identificara como aspectos esenciales del juicio estético: desinterés, ausencia de preconceptos, independencia de la búsqueda de un fin y liberación de las particularidades idiosincrásicas del sujeto individual. Bien mirados, estos eran también los aspectos que Schiller ya había identificado al considerar el juego (Spiel) como elemento esencial de la educación estética.
Las cuestiones que Burckhardt se plantea son las siguientes: ¿qué ha sucedido realmente importante en Occidente?, ¿quiénes han sido sus figuras relevantes?, ¿cuál es el criterio a partir del cual podemos decir de algo que se ha conseguido o que ha resultado un fracaso? A primera vista, se trata de preguntas que atañen más a la filosofía que a la historia; no obstante, si las encaramos con esa actitud de contemplación desinteresada que caracteriza a la estética, nos permiten liberar al horizonte de investigación histórica del dominio de las pasiones y de los fanatismos que obstaculizan su conocimiento.
Al igual que para Nietzsche, de quien el propio Burckhardt fue amigo, los griegos fueron el pueblo para el que el horizonte estético alcanzó su máxima expansión. Ello se comprueba verificando una serie de circunstancias completamente excepcionales que no se han vuelto a repetir en la historia de Occidente, ni quizá en toda la historia de la humanidad: la ausencia de una casta religiosa, la debilidad del poder político y la extraordinaria influencia ejercida por la poesía homérica. No obstante, y a diferencia del Neoclasicismo, Burckhardt no idealiza en absoluto ese mundo griego antiguo: esos poderes religiosos y políticos fueron sin duda inciertos o débiles, ¡pero no por ello menos violentos!3 El estudio de las fuentes es esencial para la comprensión de nuestra civilización, pero la originalidad de Occidente respecto a las otras culturas ha sido sin duda su dinamismo, carácter que le ha permitido modernizarse radicalmente en dos señaladas ocasiones: la primera con el Imperio Romano y la segunda con el Renacimiento4, sin por ello menospreciar la relación con la herencia griega. Los romanos demostraron su capacidad de hacer de toda ciudad sometida una avanzadilla de la metrópolis misma; los renacentistas italianos transformaron el estado en una obra de arte, al tiempo que redujeron considerablemente el poder del clero.
Para Berckhardt, las verdaderas crisis históricas han sido más bien escasas. Tampoco otros fenómenos que han suscitado durante largo tiempo gran expectación consiguieron realmente verdaderas transformaciones: incluso la misma Reforma podría haberse evitado, y la propia Revolución Francesa acallado o mitigado. La auténtica perspectiva estética se manifiesta realmente en ese ver las cosas desde lejos, una distancia que opera, por un lado, actualizando acontecimientos remotos, y, por otro, minimizando su supuesta facticidad. La única verdadera crisis conocida por Occidente fue la causada por las invasiones bárbaras: en lo que atañe al resto de acontecimientos, la continuidad es mayor que la ruptura o la novedad. Pero, lógicamente, todo tiene un fin: el que acontece cuando se impone la idea de que las cosas deben cambiar y de que el pasado ha de ser olvidado y destruido. Para Burckhardt, tal es la situación en la que se encuentra Occidente: asistimos hoy a una total aniquilación del espíritu, causada por el poder de los media y de una inimaginable red de comunicaciones, que, operando en colaboración, entontecen por completo al ciudadano. Al mismo tiempo, la excesiva especialización científica engendra estudiosos preparadísimos en sectores minúsculos del saber, pero que siguen siendo a pesar de todo y en su totalidad personas torpes e ignorantes. Siempre hemos de preguntarnos: ¿qué parte de mi vida puedo dedicar a estas cuestiones?
Sobre la cuestión referente a la supuesta excelencia de ciertos personajes históricos, Burckhardt no alberga dudas: solo con la aparición de los grandes filósofos puede decirse que da comienzo el dominio de la auténtica grandeza de espíritu, de lo único y lo insustituible; de la energía desaforada y de la relación con lo universal. Finalmente, en relación con el éxito o el fracaso histórico, es decir, sobre los juicios concernientes a la mayor o menor fortuna, puede decirse que todos ellos pertenecen al pasado, omnipresente bagaje de la opinión pública, y constituyen el enemigo por antonomasia del conocimiento estético.
La importancia de Burckhardt no se limita al hecho de figurar entre los primeros pensadores que se percataron del declive de Occidente. A esto se unen otras tres de sus agudas intuiciones. La primera se refiere al reconocimiento de la multiplicidad cultural. El ocaso de una civilización no implica el final de los tiempos: desde cualquier otra parte ya está dando o ha dado comienzo algo nuevo. Bajo este aspecto, este filósofo puede ser considerado como el heraldo de la estética global.
Su segunda aportación fundamental tiene que ver con la noción misma de cultura, que él considera como uno de los tres grandes poderes, junto al estado y la religión. Estos dos últimos tienden a ser hostiles a la primera, ya que en la cultura se manifiesta el mundo de la libertad y del movimiento, de lo no necesariamente universal, de lo que no reivindica para sí validez restrictiva alguna. La cultura es para Burckhardt la suma global de las manifestaciones del espíritu, que acontecen de manera espontánea y que no reivindican ninguna validez universal obligatoria. La cultura tiene, por tanto, una función disgregadora respecto al estado y la religión. De cualquier acción material, si se realiza con celo y no por mor de un puro servilismo, nace una excedencia, un exceso del espíritu, la cual, aunque inicialmente se nos presente exigua, en realidad se erige como el punto de partida de toda obra de arte: el origen de la cultura ha de buscarse, por tanto, en el ornamento, en lo no utilitario, inútil, en lo producido de manera totalmente desinteresada. Por ello, la cultura se identifica con la actitud estética.
La tercera –y quizá la más fecunda– de las tesis de Burckhardt hace referencia a la invención de un modo de emancipación del colonialismo cultural occidental, que habrán de aplicar los fundadores de las estéticas extraeuropeas, comenzando por los japoneses, y siguiendo por chinos, musulmanes, brasileños, coreanos, etc. Ese mecanismo consiste en cortar la relación entre modernización y occidentalización, y en volver a pensar su propia tradición cultural ahora en nuevos términos, del mismo modo que los occidentales hicieron en e...

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