IV. Los poderes
de la inteligencia espiritual
1. LA BÚSQUEDA DEL SENTIDO
La búsqueda sin término, el anhelo de una vida plena, la aspiración a la total realización son rasgos perfectamente identificables en el ser humano. Se expresan de múltiples modos, pero desde su experiencia de ser inacabado, siempre está en búsqueda.
La búsqueda del sentido no es un producto de la cultura, ni un fenómeno artificial. Emerge de lo más hondo del ser, como una necesidad primaria, como una pulsión fundamental. Puede permanecer en un estado silente, como en letargo, pero en determinados contextos, brota con fuerza. El ser humano, en virtud de su inteligencia espiritual, es capaz de interrogarse por el sentido de su existencia, tiene el poder de preguntarse por lo que realmente dota de valor y de significado su estancia en el mundo.
Esta cuestión resulta extraña y ajena a cualquier otro ser vivo. En los seres vivos más complejos detectamos propiedades y capacidades similares a las del ser humano. En grados distintos, podemos distinguir en los mamíferos superiores formas de inteligencia lingüística, emocional, interpersonal, pero la inteligencia espiritual es una modalidad específicamente humana.
La inteligencia espiritual permite, por un lado, interrogarnos por el sentido de la existencia y, por otra, buscar respuestas plausibles a la misma. No existe una única respuesta a tal pregunta, ni tampoco se puede esperar una respuesta concluyente desde las ciencias experimentales. Cada ser humano está llamado a dotar de sentido su existencia, pero el modo como la dote depende del desarrollo de su inteligencia, de las interacciones y de su bagaje educativo y cultural.
La pregunta por el sentido es la primera expresión de que el ser humano no es un mero hecho natural. Está abierto a unas realidades y a unos valores que dan a su vida dignidad. Sea cual sea la formulación concreta, «¿Vale la pena vivir?», «¿Tiene sentido la vida?», «¿Qué me cabe esperar?» son preguntas que hacen explícito el carácter misterioso de la persona. Este carácter aflora cuando uno se hace preguntas sobre sí mismo y sobre el mundo. Cuando se supera el nivel de las apariencias accesibles y se llega a las raíces se desata una intensa vida espiritual.
La pregunta por el sentido es expresión de la peculiar forma de ser que comporta ser humano; de la original forma de vida que es la vida humana. Éste necesita incluir en el hecho de vivir, para que su vivir sea humano, que éste valga la pena, que tenga un sentido. Puede estimar que es un fracaso vivir si para ello tiene que sacrificar las realidades que dan valor a su vida. Por eso está dispuesto a sacrificar la vida a las razones de vivir.
Deseamos vivir una vida con sentido, tener una existencia con significado. Esta fuerza primaria que brota de lo más íntimo puede expresarse vehementemente, pero también permanecer en un estado de posibilidad. Es algo inherente, aunque no siempre se desarrolle con todo su potencial. Sólo si uno tiene la capacidad de enfrentarse a tal cuestión, puede transformar el modo de su existencia. También puede dimitir, relegarla a un segundo plano, desplazarla, pero, al hacerlo, está desechando la única posibilidad de encauzar una existencia feliz.
La expresión sentido de la vida incluye, al menos, tres significados: en primer lugar, se refiere al significado que contienen los múltiples acontecimientos que configuran la vida. Esto supone que la vida humana, con todas sus ondulaciones, tiene una lógica. El segundo significado se apoya en la imagen de la dirección, como la del curso de un río. Tal imagen representa la vida como una sucesión de momentos orientados entre un antes y un después, una espera y un cumplimiento, una posibilidad y una realización. Es la cualidad que hace de la mera sucesión de hechos una historia formada por acontecimientos que se iluminan los unos a los otros y se orientan de acuerdo con un principio y un fin. La tercera significación lleva a relacionar sentido con valor, y, aplicado a la vida, es lo que la hace digna de aprecio y lo que justifica que valga la pena vivir.
Existe una íntima relación entre felicidad y sentido. No es irrelevante cultivar tal pregunta y buscar, por ensayo y error, posibles respuestas a la misma, pues, lejos de ser una pregunta abstracta o esotérica, es de vital transcendencia porque afecta directamente el modo de sentir y de percibir la propia existencia.
La voluntad de sentido (die Wille zum Sinn), bella expresión de Viktor Frankl, no es una cuestión de fe. Es un hecho, un fenómeno que se detecta en lo más hondo de la entraña humana. Frankl, discípulo heterodoxo de Sigmund Freud, fue más lejos que su maestro y mostró cómo, además de las pulsiones erótica y destructiva, hay en el ser humano un deseo fundamental, una voluntad tan intensa como aquellas pulsiones: la voluntad de dar sentido a la vida, de tener una existencia con significado, de hallar una razón, un motivo para el que merezca la pena vivir.
Independientemente de las creencias que uno profese y del marco cultural y religioso en el que esté ubicado, la cuestión por el sentido no es una excrecencia de las religiones ni un fenómeno cultural concreto que emerja artificialmente, sino un hecho que, expresado de distintas maneras y con distintos lenguajes, une a todos los seres humanos.
Sólo el ser humano que tiene la experiencia de vivir su vida, la de todos los días, con sentido, goza de una percepción subjetiva de bienestar interior. Es la vivencia de la felicidad. Sin embargo, cuando uno experimenta que su vivir carece de sentido, que es una pura iteración de lo mismo, una mecánica rutina de hechos y de rituales laborales, sociales y familiares, siente un estado de ánimo que es la infelicidad.
En tal situación, se pone de relieve la íntima relación que existe entre la inteligencia espiritual y la emocional. Por mucho que uno intente tener una vida emocional plena y satisfactoria, sentirse bien consigo mismo y con los otros, ello no será posible si no se enfrenta a la cuestión del sentido y trata de vivir su existencia como algo dotado de significado. Si percibe interiormente que su vida tiene valor, que tiene sentido lo que construye a diario con su existencia, eso repercute positivamente en su estado emocional y, naturalmente, en la interacción con los otros.
Como indica el padre de la logoterapia existencial, Viktor Frankl, el sentido de la existencia se basa en su carácter irreversible. Si la vida fuera reversible, si tuviéramos la posibilidad de dar marcha atrás y de recuperar lo que Marcel Proust denomina el «tiempo perdido», la pregunta por el sentido sería baladí, pero, el inapelable hecho de la irreversibilidad entraña verdadera seriedad a la existencia.
No podemos deducir la plenitud de sentido de una vida por el hecho de que ésta haya sido más o menos larga. La longevidad no dice nada del sentido o sinsentido que una vida ha tenido, pues éste depende del modo como se ha empleado el tiempo que uno ha recibido como don, y no de la cantidad de tiempo que ha vivido.
El sentido no depende del tiempo cronológico. Uno puede estar más o menos tiempo en el mundo; pero ello nada tiene que ver con el significado de una existencia. La cuestión no radica en sobrevivir más o menos tiempo, sino en hallar la razón por la que merezca la pena estar, la causa que justifique existir, luchar y sacrificarse. El sentido tampoco está unido al espacio. Uno puede vivir aquí o acullá, pero ello no determina el sentido de una existencia.
No es decisiva la duración ni la localización de la existencia, sino su p...