Lacan
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Lacan

Los interlocutores mudos

Slavoj Zizek, Slavoj Zizek

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Los interlocutores mudos

Slavoj Zizek, Slavoj Zizek

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Jacques Lacan es el teórico del psicoanálisis más destacado después de Freud. Revolucionando el estudio de las relaciones sociales, su obra ha ejercido una importante influencia sobre la teoría política, la filosofía, la literatura y las artes, pero hasta ahora este pensamiento se ha estudiado sin una seria investigación de sus fundamentos. ¿Cuáles son las influencias sobre su pensamiento, tan cruciales para su adecuada comprensión?En Lacan: Los interlocutores mudos, Slavoj iek, el teórico disidente y preeminente estudioso de Lacan, ha reunido a algunos de los más grandes pensadores de nuestro tiempo con el objetivo de reevaluar la obra de este importante autor. Centrándose en los "interlocutores mudos" de Lacan, aquellos que son la inspiración oculta de la teoría lacaniana, analizan la obra de éste en relación con los presocráticos, Diderot, Hegel, Nie­tzsche, Schelling, Hölderlin, Wagner, Turguenev, Kafka, Henry James y Artaud.Esta importante colección, que incluye tres ensayos de Zizek, marca una nueva era en el estudio de este inclasificable pensamiento, insuflando nueva vida en su ya clásica obra.

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Información

Año
2018
ISBN
9788446045946
Categoría
Psychologie
Categoría
Psychanalyse
1
Lacan y los presocráticos
Alain Badiou
Abordar a Lacan desde un punto de vista filosófico es siempre peligroso. Pues él es un antifilósofo y nadie está autorizado a tomar esta designación a la ligera.
Considerarlo en relación con los presocráticos es una empresa aún más arriesgada. En la obra de Lacan las referencias a estos pensadores son raras, dispersas y sobre todo mediadas por algo distinto a ellas mismas. Es más, se corre el riesgo de perder el pensamiento de uno mismo en una confrontación latente entre Lacan y Heidegger que tiene todos los atractivos de un impasse retórico.
Tras llegar a la adopción de esta perspectiva con respecto a los textos de Lacan, no debería perderse de vista el hecho de que se trata de una localización, el examen desinteresado de un síntoma.
El poder revelador de las referencias de Lacan a los presocráticos es secreto; yo casi diría codificado. Se invoca a estos pensadores: Empédocles, Heráclito y Parménides. La invocación misma está atrapada en cuatro problemas principales. El primero puede formularse como sigue: ¿de qué pulsión original de pensamiento es el psicoanálisis heredero? La cuestión va mucho más allá del punto en el que, con Descartes, entramos en la época moderna del sujeto, o de lo que Lacan llama el sujeto de la ciencia. Por supuesto, el psicoanálisis sólo podía aparecer en el elemento de esta modernidad. Pero en cuanto figura general de la voluntad de pensamiento [vouloir-penser], mantiene enigmáticamente una confrontación con lo más original en nuestro ámbito. La cuestión aquí es el conocimiento de lo que está en juego cuando determinamos el lugar del psicoanálisis dentro de la historia estrictamente occidental del pensamiento, en la cual el psicoanálisis constituye una ruptura y que no está en absoluto constituida por la filosofía, sino más bien puntuada por ésta.
El segundo problema tiene que ver con la relación –decisiva para Lacan– entre el psicoanálisis y Platón. Guiada por la rivalidad y la contestación, esta relación es inestable. Las referencias de Lacan a los presocráticos clarifican el principio subyacente a esta inestabilidad.
El tercer problema es, por supuesto, el de la provisión de una delimitación exacta de la relación de Lacan con Heidegger. Es a Heidegger a quien debemos la reactivación de los presocráticos como el origen olvidado de nuestro destino. De lo que aquí se trata no es de «comparar» a Lacan con Heidegger –lo cual carecería de sentido–: por sí solo, el tema de los orígenes ya nos compele a investigar con cierta profundidad qué fue lo que llevó a uno a citar y traducir al otro.
Finalmente, el cuarto problema atañe a la dimensión polémica del psicoanálisis. ¿Con respecto a qué visión primordial del pensamiento toma postura el psicoanálisis? ¿Puede inscribirse el psicoanálisis en un insistente conflicto muy anterior a él? No hay duda de que Lacan aquí se sirve de la oposición canónica entre Parménides y Heráclito. Lacan opta, bastante explícitamente, por el segundo.
La obra de Freud constituyó una nueva fundación, una ruptura. Pero fue igualmente el producto de una orientación en el pensamiento que se apoya en divisiones y territorios existentes con anterioridad a él.
Las referencias de Lacan a los presocráticos constituyen, por consiguiente, un testimonio –y en eso radica su dificultad– no tanto de lo que es verdaderamente revolucionario en el psicoanálisis, como de lo que lo inscribe en las continuidades dialécticas de lo que podríamos llamar el ámbito continental.
1
Los descubrimientos psicoanalíticos de Lacan en los que pueden resonar los presocráticos cabe agruparlos en torno a dos temas: la primacía del discurso y la función del amor en el proceso de verdad.
En varias ocasiones, Lacan elogia la inocente audacia de los presocráticos, que identificaban los poderes del discurso con la aprehensión del ser [la prise sur lêtre]. Así, en el seminario sobre la transferencia, escribe: «Más allá de Platón, en el trasfondo, tenemos este intento, grandioso en su inocencia –esta esperanza que se encuentra en los primeros filósofos, llamados fisicistas–, de llegar a una aprehensión última de lo real bajo la garantía del discurso, que es, a fin de cuentas, su instrumento para evaluar la experiencia»[1].
¿Cómo hemos de caracterizar este peculiar equilibrio de lo «grandioso» y lo «inocente»? El aspecto grandioso radica en la convicción de que la cuestión de lo real es conmensurable con la del lenguaje; la inocencia está en no haber llevado esta convicción tan lejos como su verdadero principio, que es la matematización. Se recordará que Lacan sostiene que la matematización es la clave de cualquier relación concebible con lo real. Su opinión sobre este punto no varió nunca. En el seminario Encore, dice, sin el más mínimo indicio de cautela: «Sólo la matematización alcanza un real»[2]. Sin matematización, sin la aprehensión de la letra [la prise de la lettre], lo real queda cautivo de una realidad mundana guiada por un fantasma.
¿Quiere esto decir que los físicos presocráticos siguen dentro de los límites de la narración mítica a la que debemos el fantasma del mundo? No, pues perfilan una ruptura genuina con el conocimiento tradicional, por más que inocente con respecto al mathema.
El último punto es esencial. Lacan no concibe a los presocráticos como los fundadores de una tradición o como una tradición perdida en sí mismos. Una tradición es lo que «tra-dice» [fait la tra-diction] la realidad del fantasma del mundo. Al poner su confianza en la pura supremacía del discurso, los presocráticos tuvieron la grandiosa audacia de romper con todas las formas tradicionales de conocimiento.
Por eso es por lo que sus escritos prefiguran la matematización, aunque ésta no esté presente en su forma literal. La premonición aparece en su inversión paradójica, el empleo de la forma poética. Lejos de oponer, como hizo Heidegger, el poema presocrático al mathema de Platón, Lacan tiene la poderosa idea de que la poesía era la cosa más próxima a la matematización al alcance de los presocráticos. La forma poética es la inocencia de lo grandioso. Para Lacan, incluso va más allá del contenido explícito de las afirmaciones, pues anticipa la regularidad del mathema. En Encore escribe:
Afortunadamente, Parménides en realidad escribió poemas. ¿No emplea –en esto priva el testimonio del lingüista– recursos lingüísticos que se parecen mucho a la articulación matemática, alternancia después de sucesión, encuadramiento después de alternancia? Es precisamente por ser poeta por lo que Parménides dice lo que tiene que decirnos de la manera menos estúpida. De lo contrario, la idea de que el ser es y el no-ser no es no sé lo que les dice a ustedes, pero personalmente la encuentro estúpida[3].
Este texto detecta, de hecho, una inocencia en su rastro de estupidez. Hay algo de irreal en la proposición de Parménides sobre el ser, en el sentido de un apego todavía impensado a la realidad fantasmática. Pero la forma poética contiene una grandiosa anticipación del mathema. Alternancia, sucesión, encuadramiento: las figuras de la retórica poética están marcadas, como por un relámpago inconsciente, con los rasgos de una matematización por venir; a través de la poesía, Parménides atestigua el hecho de que la aprehensión de lo real por el pensamiento solamente puede establecerla el poder regulado de la letra. Es por esta razón que los presocráticos merecen ser elogiados: querían liberar al pensamiento de cualquier figura que implique la simple transmisión de conocimiento. Dejaron el pensamiento al aleatorio cuidado de la letra, una letra que sigue siendo poética por la falta temporal de matemáticas.
La segunda innovación fundacional de los presocráticos fue plantear el poder del amor como una relación del ser en la que radica la función de la verdad. El seminario sobre la transferencia es, por supuesto, nuestra referencia guía aquí. Tómese el siguiente pasaje: «Fedro nos dice que el Amor, el primero de los dioses imaginados por la Diosa de Parménides y que en su libro sobre Parménides Jean Beaufret identifica más precisamente, creo, con la verdad que con cualquier otra función, la verdad en su estructura radical»[4]. De hecho, Lacan reconoce a los presocráticos la vinculación del amor con la cuestión de la verdad de dos modos.
Ante todo, fueron capaces de ver que el amor, como el mismo Lacan dice, es lo que pone al ser cara a cara consigo mismo; esto se expresa en la descripción del amor que hace Empédocles como el «poder de la cohesión y la armonía». En segundo lugar, y sobre todo, los presocráticos señalaron que es en el amor donde se da rienda suelta al Dos, el enigma de la diferencia entre los sexos. El amor es la apariencia de una no-relación, la no-relación sexual, llevada al extremo en el que cualquier relación suprema pincha o se deshace. Esta punción, esta deconstrucción del Uno, es lo que alinea al amor con la cuestión de la verdad. El hecho de que aquí nos estamos ocupando de lo que da nacimiento a una no-relación en lugar de a una relación nos permite también decir que el conocimiento es aquella parte de la verdad que se experimenta en la figura del odio. El odio es, junto con el amor y la ignorancia, la pasión misma de la verdad, hasta el punto de que procede como una no-relación imaginada como relación.
Lacan adscribe emblemáticamente a Empédocles este poder de la verdad como la torsión que relaciona al amor con el odio. Empédocles vio que la cuestión de nuestro ser, y de lo que puede afirmarse de su verdad, presupone el reconocimiento de una no-relación, una discordia original. Si uno deja de malinterpretarla según cierto esquema de los antagonismos dialécticos, la tensión amor / odio es uno de los posibles nombres de esta discordia.
Freud, como Lacan pone de relieve, había reconocido en Empédocles algo próximo a la antinomia de las pulsiones. En el Informe de Roma, Lacan menciona «la referencia expresa de la nueva concepción [de Freud] al conflicto de los dos principios a los que Empédocles de Agrigento, en el siglo V a.C., sometía la alternancia de la vida universal»[5]. Si concedemos que lo que aquí está en juego es el acceso al ser en la figura de una verdad, podemos decir que lo que Empédocles identifica en el emparejamiento del amor y el odio, philía y neíkos, es algo afín al exceso de la pasión del acceso.
Lacan, sospecha...

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