África
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África

Historia de un continente

John Iliffe, María Barberán

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África

Historia de un continente

John Iliffe, María Barberán

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Información del libro

Presentado como una completa síntesis de las culturas que pueblan el continente, esta historia de África no omite las relaciones entre los condicionamientos naturales, el desarrollo social y la influencia de las distintas metrópolis. A través del relato de las vicisitudes de sus pobladores, el autor muestra cómo los africanos fueron unos adelantados en la lucha contra las enfermedades y la naturaleza, para establecer, asimismo, la relación entre las distintas épocas históricas y el momento de convulsión que sufren hoy los diversos Estados.

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Información

Año
2013
ISBN
9788446038238
Edición
1
Categoría
Historia
1
Los pioneros de la humanidad
La liberación de su continente ha hecho de la segunda mitad del siglo xx un periodo triunfante para los pueblos de África, pero cuando a finales de siglo seguían sin verse los frutos de la independencia, el triunfo se trocó en desilusión. Ello nos permite reflexionar sobre el lugar que ocupan los problemas contemporáneos en la larga historia del continente. Tal es el propósito de este libro. Es una historia general de África, desde los orígenes de la humanidad hasta los tiempos presentes, pero ha sido escrita teniendo en cuenta la situación contemporánea, lo que explica el esquema de fondo.
Los africanos fueron y son pioneros que colonizaron una región especialmente hostil del mundo en nombre de todo el género humano; esa ha sido su principal aportación a la historia. Por ello son dignos de admiración, apoyo y detenido estudio. Los grandes problemas de la historia africana son: cómo poblar el continente, cómo convivir con la naturaleza, cómo lograr la fundación de sociedades duraderas y cómo defenderse de las agresiones de pueblos procedentes de regiones más favorecidas. Como dice un proverbio de Malaui: «Las personas hacen el mundo; el bosque tiene heridas y cicatrices». Este libro trata del núcleo del pasado africano: una singular historia de colonización del continente que vincula a los seres humanos más antiguos a sus descendientes en un único relato.
El relato comienza con la evolución de la especie humana en África oriental y meridional, desde donde se dispersó para colonizar el continente y el planeta, adaptándose a los nuevos entornos y especializándose hasta que fueron surgiendo diversos grupos raciales y lingüísticos. La adquisición de conocimientos en torno a la producción de alimentos y el aprovechamiento de los metales llevó a la creación de núcleos de población que fueron surgiendo muy lentamente ya que, salvo en Egipto y otras regiones favorecidas, las viejas rocas de África, sus pobres tierras, sus erráticas lluvias, sus abundantes insectos y el número inusualmente alto de enfermedades, configuraban un entorno sumamente hostil para las comunidades agrícolas. De modo que, hasta bien entrado el siglo xx, África fue un continente subpoblado en el que lo crucial era incrementar la demografía y colonizar tierras. Sus sistemas agrícolas eran variables, pensados para adaptarse a su entorno más que para transformarlo, y evitar la extinción a causa de las malas cosechas. Las ideologías se centraban en la fertilidad y la defensa de la civilización frente a la naturaleza. Su organización social también buscaba incrementar la fertilidad, en especial mediante la poligamia, lo que hizo de los conflictos generacionales una dinámica histórica más importante que los conflictos de clase. Poblaciones escasas con abundantes tierras expresaban la diferenciación social mediante su autoridad sobre las personas, la posesión de metales preciosos y la propiedad de rebaños donde el entorno lo permitía, en especial en el este y el sur. La dispersión de los asentamientos y las grandes distancias dificultaban el transporte, limitaban los excedentes que los más poderosos pudieran producir, impedían el surgimiento de elites cultivadas e instituciones formales, dejaban al agricultor mucha libertad y obstaculizaban la formación de organizaciones políticas complejas, a pesar de que los dirigentes no dejaban de pensar en la forma de obtener la lealtad del resto de los hombres.
En principio, estos problemas no afectaron a África del Norte, pues el Sáhara la aisló del grueso del continente hasta finales del primer milenio d.C., cuando su economía en expansión y el islam cruzaron el desierto, y los norteafricanos empezaron a negociar con oro y esclavos de la red comercial indígena de África occidental, estableciendo conexiones marítimas con el África oriental y central. Pero este desarrollo histórico se vio abortado por una catástrofe demográfica: la Peste Negra, que supuso casi cinco siglos de decadencia para África del Norte.
En cambio, en la mayor parte de África tropical, el primer contacto importante con el mundo exterior se produjo a través del comercio de esclavos: por una brutal ironía, un continente infrapoblado exportaba personas a cambio de bienes con los que las elites intentaban incrementar sus séquitos personales. La esclavitud probablemente frenara el crecimiento de la población durante dos siglos críticos, pero proporcionó a los africanos mayor resistencia frente a las enfermedades europeas, de modo que, cuando a finales del siglo xix tuvo lugar la conquista colonial, sus consecuencias demográficas, aunque graves, fueron menos catastróficas que en otros continentes más aislados. Las sociedades africanas se resistieron al gobierno europeo con un vigor inusitado que hizo que a los gobernantes coloniales les costara tanto construir Estados como a sus antecesores africanos. Pero los europeos aportaron innovaciones vitales: el transporte mecanizado, la alfabetización generalizada y, sobre todo, adelantos médicos que, en sociedades organizadas para incrementar la población, impulsaron un crecimiento demográfico a una escala y velocidad únicas en la historia de la humanidad. Un incremento que supuso el hundimiento del gobierno colonial, la desaparición del y la inestabilidad de los nuevos regímenes africanos, erigiéndose en uno de los principales factores de la crisis de finales del siglo xx.
La población no fue uno de los grandes problemas históricos sólo en África. El eje central de la historia de las comunidades agrícolas es la historia del poblamiento del territorio. Los pioneros fueron los principales actores de la historia en la Europa medieval y en Rusia, en China y en las Américas. Tendremos que reescribir la historia moderna de todos los países del Tercer Mundo teniendo en cuenta el crecimiento demográfico. Pero en África se daban circunstancias únicas. Su entorno era excepcionalmente hostil, porque la evolución de los seres humanos en África implica que sus parásitos también se desarrollaron con excepcional profusión y variedad. Mientras que los rusos, los chinos y los americanos colonizaron extendiendo fronteras en línea recta y difundieron culturas formadas en núcleos de población densos, la colonización de África fue mucho más local, mucho más fragmentada, lo que dio lugar, sobre todo, a culturas de frontera. A modo de ejemplo podemos decir que Egipto no supo exportar su cultura al resto del continente como lo hiciera la India por el valle del Ganges.
África poseía una rica tradición cultural ligada a la tierra, aun cuando la tierra era escasa; India tenía un vínculo escaso con la tierra, siendo así que esta última era abundante.
Y, lo más importante de todo, el poblamiento de África se llevó a cabo en estrecha relación con el eje euroasiático del Mundo Antiguo. Este será el primer subtema de este libro. Hasta que el cambio climático hizo del Sáhara un desierto durante el tercer milenio a.C., África ocupaba su lugar en el Mundo Antiguo. Desde entonces, el África subsahariana se vio parcialmente aislada. Estaba más aislada que franjas como Escandinavia o el Sudeste Asiático, que fueron adoptando gradualmente culturas euroasiáticas. Pero estaba menos aislada que las Américas, que crearon culturas propias totalmente ajenas a la tecnología del hierro, los animales domésticos y las enfermedades, las relaciones comerciales, las religiones y la alfabetización que afectaron al África subsahariana en mayor o menor medida debido a su contacto con el eje euroasiático. El aislamiento parcial dotó a esos fenómenos culturales de formas específicamente africanas. La integración parcial suponía que los africanos podrían seguir integrándose, como demuestran su receptividad al cristianismo y al islam y su desdichada aquiescencia a la exportación de esclavos, toda vez que los mismos esclavos cobraban valor al poseer una inigualable resistencia tanto a las enfermedades euroasiáticas como a las tropicales.
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Mapa 1. Principales rasgos geográficos.
El comercio de esclavos también aclara otro punto. El sufrimiento ha sido un elemento fundamental en la experiencia de los africanos, ya fuera a causa de su ardua lucha contra la naturaleza o de la crueldad de los hombres. Los africanos crearon sus propias defensas ideológicas contra el sufrimiento. La preocupación por la salud, por ejemplo, probablemente se manifestara en mayor medida en sus ideologías que en las de otros continentes. Pero, por lo general, afrontaron el sufrimiento de manera resuelta, valorando la resistencia y el coraje por encima de todas las demás virtudes. Para la gente común, esas cualidades eran cuestión de honor, mientras que las elites desarrollaron códigos más complejos. En general, los historiadores no han tenido en cuenta las nociones de honor que con frecuencia motivaron a los africanos en el pasado, y que siguen siendo esenciales para comprender su comportamiento político actual. Devolverlas al lugar que les corresponde en la historia de África es otro de los propósitos de este libro.
Desde el inicio de los estudios científicos serios, en la década de 1950, se han publicado varias historias generales de África. Las primeras hacían hincapié en la formación de Estados y la resistencia a la dominación extranjera. Una segunda generación de historiadores se centró, decepcionada, en los intercambios comerciales, la integración en la economía mundial y el subdesarrollo. En los trabajos más recientes se analizan cuestiones medioambientales y sociales. Todos estos enfoques han contribuido a mejorar nuestros conocimientos y nos han permitido apreciar la diversidad de África. De todos ellos me he servido para redactar el presente trabajo, pero siempre en el marco específico de la historia del poblamiento de África. No pretendo demostrar que la demografía haya sido el principal motor de cambio histórico en África; algo sólo comprobado respecto de la segunda mitad del siglo xx. El cambio poblacional no es una fuerza autónoma, sino que es el fruto de otros procesos históricos y, sobre todo, de la voluntad humana. De ahí que sea un indicador sensible al cambio, el punto en el que la dinámica histórica se encarna en un resultado que no depende sólo de las acciones de las elites (como la política), ni de un nivel superficial de actividad económica (como el intercambio mercantil), sino asimismo de las circunstancias y los preocupaciones más básicas de la gente corriente. Tampoco he centrado mi interés en las cuestiones de poblamiento influido por los planteamientos de finales del siglo xx, ni pretendo hacer campaña a favor del control de la natalidad. Creo que el cambio poblacional es lo que explica y da continuidad a los diferentes periodos y niveles de la historia de África.
La elección de este tema supone agotar las fuentes para la historia de África, y puede que no baste. Salvo en ciertas regiones privilegiadas, apenas existen datos demográficos fidedignos anteriores a la Segunda Guerra Mundial. La historia general del siglo xx se basa principalmente en fuentes escritas y en las técnicas habituales de los historiadores. En Egipto, los materiales escritos se remontan más allá del año 3000 a.C.; las primeras referencias árabes a África occidental son del siglo viii d.C. Pero carecemos de testimonios escritos anteriores al siglo xx en ciertas zonas de África ecuatorial. De ahí que el conocimiento del pasado haya de basarse principalmente en la arqueología, que ha realizado avances espectaculares en la segunda mitad del siglo xx sobre todo en lo relativo a los métodos geofísicos de datación mediante el carbono 14 y otras técnicas avanzadas. Pero las excavaciones arqueológicas son tan complejas y caras que muchas zonas del pasado africano siguen siendo una incógnita. Podemos completar nuestros estudios con el análisis de las lenguas, el folclore, las tradiciones orales, los materiales etnográficos, el arte y los datos biológicos extraídos de cuerpos humanos. Todos estos elementos han contribuido a mejorar nuestro entendimiento del pasado, pero no pueden reemplazar a una investigación arqueológica todavía por realizar. Uno de los grandes atractivos de la historia de África es lo mucho que hay oculto en su subsuelo.
2
El surgimiento de las comunidades productoras de alimentos
La evolución humana
África es inmensamente vieja. En su centro se erige una meseta rocosa de entre 3.600 y 500 millones de años de antigüedad, rica en minerales pero poco apta para el cultivo. A diferencia de lo que ocurre en otros continentes, ha habido pocos plegamientos rocosos, de ahí que no se hayan formado cadenas montañosas que, a su vez, pudieran afectar al clima. Por lo tanto, las franjas laterales de temperatura, pluviometría y vegetación se van ensanchando de manera regular desde el Ecuador hacia el norte y el sur. De la selva tropical se pasa a la sabana, y de ahí al desierto, que linda con las zonas de lluvias invernales y clima mediterráneo de las franjas septentrional y meridional del continente. La gran excepción es el este, donde las fallas y la actividad volcánica crearon, hace entre 23 y 5 millones de años, hondos valles y zonas altas en las franjas climáticas laterales.
Este contraste entre el África occidental y oriental ha determinado la historia del continente hasta nuestros días. En época primitiva, las grandes variaciones de altitud dieron lugar, en el gran valle del Rift del este de África, a diversos entornos naturales que los seres vivos aprovecharon para sobrevivir a las fluctuaciones climáticas asociadas en los demás continentes a la Era Glacial. La actividad volcánica y la consiguiente erosión de rocas jóvenes y blandas en África oriental son de gran ayuda para el descubrimiento y la datación de restos prehistóricos. Lo que no implica que los primeros seres humanos evolucionaran sólo en África oriental. Lo cierto es que los registros más antiguos que conservamos proceden de África occidental y aún estamos intentando construir un relato coherente comparando cada pieza ósea hallada con la información genética suministrada por las poblaciones actuales. La historia empieza hace unos seis o cuatro millones de años, cuando los homínidos (antepasados de los hombres) siguieron una evolución diferente a la de sus parientes animales más cercanos, los antepasados de los chimpancés. En el año 2001, un estudiante africano que excavaba en las inmediaciones del antiguo lago Chad descubrió el cráneo del primer homínido conocido: el Sahelantropus tchadensis. Esta criatura parece haber vivido hace seis o siete millones de años, andaba erecta y, si bien tenía otras características de los homínidos, el tamaño de su cerebro seguía siendo el de un chimpancé[1]. Los restos hallados en el este y sur de África confirman que, a lo largo de los siguientes cinco millones de años, surgió otra variedad de homínido, el australopitécido, que se alimentaba principalmente de vegetales y poseía un esqueleto facial de grandes proporciones pero un cerebro pequeño. Es probable que trepase a los árboles, aunque también podía andar erguido, como demuestran huellas, asombrosamente conservadas desde hace más de tres millones y medio de años en los lechos de cenizas volcánicas de Laetoli (Tanzania).
Los australopitécidos se acabaron extinguiendo. Creemos que el hombre desciende, bien de australopitécidos de constitución poco robusta, bien de un antepasado común a ambos. El uso de piedras talladas para cortar fue clave en su evolución. Hemos encontrado este tipo de herramienta primitiva en los valles de Etiopía, Kenia y Tanzania y al datarlas hemos descubierto que tienen unos 2,6 millones de años de antigüedad. Se las relaciona con los restos de unos homínidos denominados Homo habilis a los que hay quien considera directamente emparentados con los seres humanos, si bien otros investigadores opinan que, al igual que los australopitécidos, son meros humanoides[2].
Los yacimientos arqueológicos revelan que hace unos 1,8 millones de años apareció una criatura más evolucionada, el Homo ergaster (cuyo nombre deriva del término griego «trabajador»), que sobrevivió durante más de un millón de años, evolucionando apenas. Su estatura correspondía a la de los humanos actuales, estaba dotado de un cerebro mayor y más complejo y había adoptado una postura más ...

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