En los límites de lo posible
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En los límites de lo posible

Política, cultura y capitalismo afectivo

Alberto Santamaría

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Política, cultura y capitalismo afectivo

Alberto Santamaría

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Políticos, gurús de la gestión empresarial, comisarios de exposiciones, tenistas, empresarios, artistas, banqueros y muchos otros tratan de convencernos diariamente de que la creatividad, las emociones o la imaginación conforman en la actualidad todo un mapa afectivo necesario para la prosperidad económica. Este libro trata de este proceso cultural, de esta movilización total que el autor denomina activismo cultural neoliberal. ¿Cómo se produce esta mutación afectiva? ¿En qué medida esta burbuja sobredimensionada de afectos que satura la retórica económica esconde un modelo de sujeto que ha de ser producido y adaptado a las nuevas dinámicas del mercado? ¿Hasta qué punto esa obesidad afectiva no es sino el dibujo de una forma nueva de precarización y autoexplotación? La forma en la que este activismo neoliberal ha asimilado toda una semántica emocional que en su origen estaba destinada a cuestionar, precisamente, las pautas asfixiantes del capitalismo, demuestra una compleja estrategia, un proceso de evisceración cultural en realidad, en el que este libro trata de penetrar. Entonces a pregunta es: ¿qué ha hecho con nosotros el capitalismo afectivo?

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Información

Año
2018
ISBN
9788446045793
Categoría
Philosophy
CAPÍTULO VI
El paradigma de la obesidad creativa
Recuerdo ver con mi abuela en los años ochenta la película de Alfred Hitchcock titulada Los pájaros. En ese momento de mi infancia la película me aterró profundamente, pero mi abuela tan sólo hizo un comentario entusiasta: «Mira, hijo, un lavavajillas». Después de aquello he vuelto a ver la misma película varias veces y siempre en mi cabeza, por encima de lo inquietante de algunas escenas, tenía la frase de mi abuela. El caso es que la película, de 1963, contiene una secuencia mínima, que pasa desapercibida habitualmente pero que, para mi abuela, sin embargo, parecía esencial. En un momento dado, Tippi Hedren abre y coloca los platos en un lavavajillas. Para una mujer como mi abuela que vivió la guerra, la posguerra y los años de represión del franquismo, aquello era como ciencia ficción. Sabía que existían, pero nunca había visto uno salvo en la televisión o en el cine. Se moriría sin llegar a tener uno, pero esa es otra historia. El caso es que, para alguien de clase trabajadora en España, en los años ochenta, ver Los Pájaros podía curiosamente significar algo diferente. No obstante, ¿por qué hablar de esto? ¿En qué medida un lavavajillas indica algo importante? ¿Qué pinta mi abuela en todo esto?
La cuestión va ahora de lavavajillas.
Partamos de este electrodoméstico, o de parte de su historia y quizá, de nuevo alegóricamente, derivemos hacia otro territorio.
¿Alguien se ha preguntado alguna vez quién inventó el lavavajillas? Una posible respuesta la hallamos en un libro colectivo, cuando menos curioso, titulado De la neurona a la felicidad. Diez propuestas desde la inteligencia emocional, publicado por la Fundación Botín en 2015 y que recoge diversos trabajos de autores procedentes de las más prestigiosas universidades del mundo. El conjunto de textos incluidos en el volumen funciona, a su vez, como horizonte sobre el cual situar los diferentes proyectos de dicha fundación acerca de las emociones y la creatividad, y que son los ejes actuales del conocido como Centro Botín, «un centro de arte –indican– que contribuirá […] a desarrollar la creatividad necesaria para generar riqueza económica y social»[1]. De la neurona a la felicidad es un libro colectivo que dibuja a la perfección las pulsiones creativas y emocionales del neoliberalismo, donde la creatividad se torna esencial en muchos y diversos niveles, siendo el económico la cúspide del desarrollo creativo. Pero ¿qué tiene todo esto que ver con los lavavajillas y su historia?, ¿con los lavavajillas y la creatividad? El texto capital de este conjunto de artículos sobre emociones y creatividad lleva por título «Artes, emociones y creatividad: una propuesta del Centro Botín» y viene firmado por Zorana Ivcevic, Jessica Hoffmann y Marc Brackett, los tres profesores en la Universidad de Yale. El ejemplo siguiente, expuesto por estos autores, es curioso por su elitismo y falta de tacto, pero no deja de ser gracioso y paradigmático al mismo tiempo. Leemos:
Por ejemplo, Josephine Cochrane sentía tal frustración cuando su empleada del hogar, al lavar los platos, rompía alguna de las valiosas piezas de su vajilla de porcelana, que decidió que si nadie inventaba un lavavajillas, lo haría ella. De este modo, lo que hizo en realidad fue transformar su frustración, hasta que finalmente ideó el primer lavavajillas viable. A otras personas, la frustración no les servirá como fuente de inspiración a la hora de identificar problemas importantes, sino que les generará enfado[2].
La primera conclusión parece evidente: el lavavajillas se inventa en el momento en el que una señora rica se da cuenta de que tiene una criada algo torpe. Esa torpeza genera frustración en Cochrane (no en la criada, quien en este relato emocionante carece de subjetividad), pero, y aquí viene la segunda conclusión, dicha frustración ha sido reconducida no hacia el enfado (azotar a la criada hubiera sido la reacción lógica, parece que se nos quiere decir) sino hacia la producción de una idea. Este doble movimiento, frustración-orientación de la emoción hacia lo positivo, denota, según estos autores, al sujeto creativo. (Por otra parte, ¿nadie se ha preguntado si la criada era aún más creativa que Cochrane y rompía deliberadamente los platos porque sabía de la creatividad de su «dueña»? ¿Quién es entonces el creativo? Dejemos a un lado esta hipótesis. Sin embargo, lo que está claro en este ejemplo es que la clase social determina el acto creativo, según parece.) Cochrane, es cierto, inventó el primer lavavajillas manual en 1886 y en 1893 lo presentó en la Exposición Universal de Chicago. Al mismo tiempo, no deja de ser interesante el hecho de que Cochrane, mujer enormemente rica, fuese, a su vez, nieta de John Fitch, inventor del barco de vapor. Pero, más allá de este anecdotario vital, los autores ven en Cochrane el ejemplo de la creatividad en estado puro. Así lo sintetizan: «Identificar un problema, recabar la información y los recursos pertinentes para abordarlo, elaborar ideas, evaluar el valor de estas y, por último, decidir si puede dar el proceso por terminado o si debe repetirlo o dejarlo por imposible»[3]. Esta es, según nos dicen, la definición de proceso creativo. La creatividad es así vista como un proceso de extracción de bienes a partir de la detección de un problema.
Cochrane y su elitismo es sólo un ejemplo histórico. En la visión del asunto por parte de Ivcevic, Hoffmann y Brackett, a su vez extensible a un gran número de autores de gestión de personal, fundaciones bancarias, empresas y gobiernos, «la creatividad es más importante que nunca»[4] en la medida en que los desafíos del siglo XXI son tan complejos que sólo, si somos creativos, saldremos de ellos. Curiosamente el tema es, de este modo, paradójico, ya que son las mismas grandes corporaciones e instituciones que han provocado los graves problemas socioeconómicos que padecemos las que ahora nos empujan a ver en la creatividad el camino modélico para salir del agujero en el que ellas nos metieron. Pero, volviendo al tema, ¿en qué sentido la creatividad es la respuesta? Leemos en el mismo texto: «Cuando escuchamos la palabra creatividad, lo primero que generalmente nos viene a la cabeza son las distintas disciplinas artísticas […]. Pero las emociones no sólo desempeñan un papel importante en la esfera de la creatividad artística. El proceso de invención e innovación en cualquier ámbito de actividad humana, desde una investigación científica hasta una emprendedora iniciativa empresarial, está lleno de emociones»[5]. Esta es la poética que se sigue en la gran transformación del modelo creativo. La creatividad se desplaza hacia el modelo del emprendedor, que será, en el contexto de lo que los autores llaman «desafíos del siglo XXI», el ejemplo del verdadero héroe salvador. Creatividad y emprendimiento se unen, se retroalimentan. Y, en esta fusión, algo parece obvio: la creación ya no es un impulso interior sino la producción de un objeto consumible, capaz de adaptarse lo mejor posible a las condiciones ambientales del momento. Así se afirma: «La generación de productos es clave a la hora de analizar la creatividad, ya que en su ausencia tan sólo estaríamos hablando de un sueño que no se ha cumplido»[6], es decir, que no ha aportado los réditos necesarios. El sueño en este concepto de creatividad es, por supuesto, expulsado del proceso creativo en la medida que es básicamente improductivo. Estaríamos en las antípodas de aquello que María Zambrano definió como el sueño creador y que Albert Béguin estudió en El alma romántica y el sueño[7]. En lugar del sueño se habla de producción, venta, crecimiento, como las estructuras que deben imperar en el modelo de creatividad aquí diseñado; un modelo ajustado perfectamente al desarrollo de capital humano y, por tanto, a la producción y control de la subjetividad. En este sentido, «los productos creativos deben reunir dos características: ser originales y resultar apro­piados»[8]. O, dicho de otro modo, competitividad y adaptación. Por supuesto, por mucho que los autores de este tipo de textos quieran maquillar el concepto de creatividad citando a Picasso o a la mencionada María Zambrano para disfrazar amablemente el concepto, lo cierto es que esta nueva producción de creatividad supone una vía de acceso capital a la hora de gestionar y ordenar las diversas emociones vinculadas al proceso productivo. En este sentido, podemos citar en extenso uno de los párrafos del artículo que estamos analizando, el cual podría ser leído en cualquier otro trabajo de las mismas características. No olvidemos, por otro lado, que se trata de un texto que se presenta como poética de un centro de arte. El hilo de tópicos es significativo.
¿Cómo son estos individuos creativos? Se trata de personas que trabajan desde cualquier disciplina: desde el innovador que diseña un nuevo Smartphone, hasta el científico que desarrolla un nuevo tratamiento para la depresión y el directivo que consigue aumentar la productividad de su equipo. Las personas creativas poseen una serie de características de personalidad que las distinguen de las demás. Son personas dispuestas a vivir nuevas experiencias, personas curiosas y poco convencionales y, normalmente, en su infancia tienen intereses artísticos e intelectuales[9].
La infancia, de nuevo, como modelo de creatividad sigue desempeñando un papel determinante. La infancia como lugar originario de los intereses artísticos e intelectuales. Ambos intereses, aunque se gestan en la infancia, han de ser posteriormente moldeados, redirigidos, producidos en un marco adulto que implique productividad, diseño, etc. La producción de sujetos creativos es el gran paradigma productivo/educativo en este sentido. El problema está en cómo generar una producción de creatividad acorde con el sistema; una creatividad que, al mismo tiempo, pulse el botón de la competitividad y el de la adaptabilidad, y aleje, o inhabilite, cualquier disposición crítica o improductiva; esto es, ofrecer la creatividad como un nuevo margen para el desarrollo personal dentro del sistema productivo. Richard Florida, uno de los autores centrales en el relanzamiento del concepto de creatividad en el cambio de siglo, describe en un texto titulado «Entrepreneurship, Creativity, and Regional Develop­ment»[10] los elementos nutricionales del universo creativo, así como la potenciación de las denominadas ciudades creativas. Según su narración, la creatividad es multifacética y multifuncional. Esto quiere decir, según Florida, que en la creatividad se activan y se interrelacionan tres tipos de creatividad: a) la creatividad tecnológica o innovación, b) el emprendimiento y c) la creatividad artística y cultural. Desde esta línea, a través de una mutua dependencia de estas esferas, se genera el sujeto creativo-emprendedor, así como el contexto necesario. Esta búsqueda de interdependencia es necesaria a la hora de producir el cambio semántico necesario para potenciar la creatividad.
De lo que se trata no es tanto de vender la creatividad como de...

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