Capítulo I
El consumo de sustancias según la época
Las sustancias psicoactivas han sido utilizadas por el hombre, desde la Antigüedad y a lo largo de la historia, dentro del contexto de prácticas bien definidas y socialmente integradas de orden cultural.
La mayoría de los pueblos primitivos, y muchos de los que actualmente se asientan en regiones en contacto con la naturaleza, poseen una concepción de la misma totalmente diferente de la del hombre urbano quien, podríamos decir, ha perdido contacto con ella.
A través de la naturaleza, estos pueblos dan lugar a la dimensión religiosa que los lleva a simbolizar realidades que trascienden la experiencia humana.
Para el hombre primitivo, las plantas, la vegetación y los animales mantienen una estrecha vinculación con lo sagrado. Por eso, estos elementos ocupan un sitio privilegiado en la simbología antigua.
En este sentido, González Torres sostiene que
La vegetación manifiesta también otra clase de poderes sagrados y divinizados; por ejemplo árboles, flores y frutos milagrosos revelan la presencia de poderes divinos. Los ritos de primavera se centran en las plantas, ramas o árboles a los que se da un tratamiento sagrado; la fertilidad del cosmos es simbolizada por la unión de plantas masculinas y femeninas o por el florecimiento de las ramas de una especie específica (González Torres, 2001).
Si bien no es el objeto central de este libro, es indispensable conocer el desarrollo histórico del descubrimiento y la utilización de las diversas sustancias psicoactivas por el hombre. Veremos la enorme importancia que tiene la historia del consumo en la construcción del “problema de las drogas” en la sociedad actual.
Es innegable que para comprender una de las problemáticas más complejas de la actualidad –con implicancias políticas, económicas, morales, jurídicas y bio-psico-sociales, como es el uso de sustancias psicoactivas– resulta indispensable realizar un recorrido acerca del papel que las mismas desempeñaron a lo largo de la historia de la humanidad y cómo fue la relación entre la sociedad y ellas.
Escohotado dice que:
Hasta hace poco no se ha tenido en cuenta que el empleo de las drogas descubiertas por las diversas culturas constituye un capítulo tan relevante como olvidado en la historia de la religión y la medicina (…) a los historiadores les parece menos nimio examinar la evolución de un estilo pictórico que la evolución del consumo de una droga (…) como sucediera con la sexualidad hasta bien entrado el siglo XX (Escohotado, 1998).
A menudo se cree, incluso en círculos profesionales, que el uso de sustancias psicoactivas es propio de la sociedad contemporánea, como un intento de resolver o evitar las dificultades y/o conflictos. Si bien es cierto que el problema se complejizó en los últimos tiempos, el consumo de sustancias se inicia con el hombre mismo.
Las plantas psicoactivas y sus usos
Existe documentación que da cuenta de la utilización de sustancias –hoy denominadas “drogas”– a lo largo de la historia de la humanidad. Sin embargo, a pesar de que el hombre las utilizó en todas las épocas, ese consumo nunca antes había mostrado signos claros de haberse convertido en problemática social, mientras se mantuvo asociado a sustancias naturales y utilizadas para ciertas prácticas culturales relacionadas con el trabajo y la religión.
El hombre primitivo ha debido aprender con mucho esfuerzo acerca de las herramientas necesarias para luchar por la supervivencia diaria. Por ese motivo debió probar todos los elementos que la naturaleza puso en su camino: minerales, plantas y animales.
Se cree que fue en el periodo paleolítico que cazadores y recolectores nómades, involuntariamente, como consecuencia de su adaptación alimentaria al medio ambiente, sufrieron intoxicaciones ocasionales con plantas que contenían sustancias psicoactivas. Por sus efectos psicológicos, las mismas seguramente ayudaron a construir la representación del mundo que hicieron esos hombres y confirieron materialidad a los productos de su imaginación, así como a las alucinaciones e ilusiones generadas por lo ingerido.
Este universo fantástico –con el cual convivió y convive aún el hombre denominado “primitivo”– le fue accesible por medio de la alucinación producida artificialmente en momentos de trance. Esta posibilidad relacional hombre-mundo sobrenatural, por los peligros que encierra, se le encomienda a quien, en la comunidad, se le reconoce el poder de hacerlo con menor riesgo: el chamán (Escohotado, 1998).
Estas personas, a las que se les atribuían aptitudes curativas y adivinatorias, recurrían a menudo a las sustancias alucinógenas para facilitar el trance. Junto con sus rezos, oraciones, humo de hierbas y otros rituales, el chamán alejaba los demonios, buscando la ayuda de los espíritus que lo guiaban hacia el alma de un antepasado o el saber buscado. Luego del trance retornaba a la realidad, trayendo para la tribu la información buscada o la salud para el enfermo.
Esta experiencia cultural de las poblaciones primitivas (o sea, el empleo de plantas alucinógenas destinadas a alcanzar esos estados de ensoñación) representa una responsabilidad social que el chamán asume, a pesar del riesgo que encierra para él. No obstante, la protección y reproducción de los medios de subsistencia, así como la existencia misma de la comunidad primitiva dependen de él.
A fines de la Edad Media y comienzos de la Moderna, las estructuras tradicionales comenzaron a transformarse. Surgieron las brujas y, consecuentemente, la responsabilidad colectiva de perseguirlas hasta la tortura y la muerte.
Son numerosos los casos relatados por observadores de la época en los que se cuenta que, antes de la noche de brujas, las consideradas hechiceras untaban sus cuerpos con sustancias que las adormilaban y al despertar narraban su “vuelo”.
La imagen típica de la bruja volando sobre una escoba camino al aquelarre parece haber nacido de la costumbre de esas mujeres de frotarse los genitales con un palo embadurnado con ungüentos vegetales, preparados con atropa belladona, mandrágora, beleño y datura, cuyo contenido atropínico, absorbido por la piel y las mucosas, les provocaba, entre otras, sensaciones de estar cabalgando.
Blaschke afirma que:
Las brujas fueron conocedoras de plantas y drogas que utilizaban para curar o para alcanzar estados modificados de conciencia como hacían los chamanes. Fueron pintores como Goya los que inmortalizaron a la bruja y al mismo tiempo revelaron su verdadero secreto. En la Cocina de brujas se intuye el ungüento de la Atropa belladona; en El aquelarre los preparatorios, así como la visión de volar en Linda maestra. Goya supo representar la utilización del ungüento de Atropa belladona aplicado a un palo de una escoba, que contribuyó a crear la imagen de la bruja subida a una escoba como si volara (Blaschke, 2007).
En las áreas rurales, en lugares en donde los campesinos se ven enfrentados a condiciones muy duras de existencia y de trabajo, las sustancias excitantes como la coca en el Altiplano, el kratom en Tailandia y el kath en África y Arabia han cumplido (y cumplen aun hoy) funciones sociales para los pobladores pues proporcionan artificialmente la energía que necesitan para trabajar o sobrellevar la vida diaria en condiciones hostiles.
En este contexto, también se han utilizado sustancias con fines espirituales o para rituales religiosos: la ayahuasca en el Amazonas, la iboga en África occidental o la kawa en Oceanía. Aún hoy, en los territorios de México y Estados Unidos, los aborígenes utilizan el peyote. Tanto es así que existe una religión que nació entre los Sioux: la Native American Peyote Church, que utiliza esa sustancia en sus ritos, une creencias indígenas y cristianas, y se extiende hasta zonas de México.
Algunas plantas psicoactivas
Según Escohotado (1998), la primera droga que llega al registro escrito es el opio. Existen tablillas cuneiformes en Uruk, descubiertas en el tercer milenio anterior a la era cristiana, que representan la adormidera mediante dos signos, de los cuales el segundo significa también “júbilo”, “gozar”. Luego, aproximadamente en el siglo XXII a.C, aparecen unas tablillas sumerias las que se menciona la cerveza como remedio. Las daturas y la mandrágora llegan al registro escrito con los babilonios, según el autor antes mencionado.
Escohotado (ob. cit.) agrega que existen datos botánicos que indican que había cáñamo en toda esa región, aunque hará falta esperar al dominio asirio (IX a. C.) para que la planta aparezca mencionada, concretamente, como incienso ceremonial. El sistema de los sahumerios gozó de gran predicamento en la Antigüedad, como medio de administración para ese y otros fármacos (ob. cit., p. 74).Según López Muñoz y Álamo González (2007), “el consumo de cannabis parece remontarse al siglo II a. C., y pudieron ser los escitas, tribu nómada relacionada con los semitas, los responsables de su difusión por Egipto, Palestina, norte de Rusia y Europa”.
La versión de McKenna (1994) sostiene que fue en el año 7000 a. C. cuando los escitas llevaron el uso del cannabis a Europa.
Herodoto (486 a 406 a. C.) en sus Works, explicaba que los escitas fumaban esta planta, la colocaban sobre unas piedras calientes y aspiraban su humo, lo que les producía efectos embriagantes. También afirmaba que esa forma de consumo estaba relacionada con ceremonias funerarias.
McKenna cita a Herodoto cuando dice:
[Los escitas] han descubierto otros árboles que producen un fruto de una clase particular, el cual los indígenas, cuando se encuentran en grupos y han encendido un fuego, lanzan a éste, mientras se sientan a su alrededor en círculo; al inhalar los humos del fruto que se quema en el fuego se intoxican con el olor, del mismo modo que los griegos hacen con el vino; cuantos más frutos echan, más se intoxican, hasta que se levantan para danzar y ponerse a cantar (McKenna, 1984, p. 183).
Al referirse al uso del cannabis asociado a prácticas religiosas y terapéuticas en la antigüedad, Coello Manuell (2008, p. 5) señala que se han descubierto rastros de ese tipo de uso desde el año 3000 a. C. en la cultura china, persa, griega y de Europa Central. Además, da cuenta de que se han recuperado pipas y restos de objetos hechos con cáñamo en la India, Egipto y el Himalaya. De su empleo en prácticas religiosas se han hallado pruebas en el hinduismo, sintoísmo, budismo, los templarios, los sufís, los cristianos coptos y los rastafaris.
Al respecto, agrega el autor que en la actual región de Alemania, en el siglo V a. C. se empleaba en rituales de fertilidad, ya que era la planta consagrada a Freyja, que solo las mujeres podían plantar, cosechar y fumar.
En China, según López Muñoz y Álamo González (2007, p. 1107), el cannabis se conocía desde el Neolítico y se cultivaba por la calidad de sus fibras, semillas y efectos medicinales. Afirman los autores que el emperador Shen Nung fue uno de los primeros en reconocer su uso médico, y escribió que “el exceso de consumo hacía que se viesen demonios, y que tomada durante mucho tiempo favorecía la comunicación con los espíritus y aligeraba el cuerpo”. En el Pen Ts’ao , un libro sobre plantas medicinales chinas publicado por ese emperador en el año 2737 a. C., recomendaba el uso de cannabis en casos de malaria, estreñimiento, dolores reumáticos y trastornos de la mujer.
Lewin (1998, p. 91) ya en el año 1924 –fecha de la primera edición de su libro– señalaba que, según sus investigaciones, el uso del cannabis se remontaba probablemente alrededor de veinte siglos antes de Cristo y anticipaba que posiblemente muchas generaciones se valdrán de esta planta mientras puedan seguir cultivándola. Él asegura que existen estudios que informan que los asirios ya utilizaban como incienso el cáñamo en el siglo VIII a. C.; lo llamaban
Qunubu o
Qunnabu, un término aparentemente tomado de una antigua palabra iraní:
Konaba, asociada a la palabra escita
KtvvaigIc (cannabis), y ésta, a su vez asociada a término
Kanabas, que a su vez deriva de la palabra germánica primitiva
Hanapaz. Todos estos términos están emparentados con la palabra griega
(cannabis).
En el siglo II, Galeno señalaba expresamente al cáñamo como una sustancia de consumo general, incluso usada como postre en pequeñas tortas. Hacia el año 600 su empleo se extendió desde la India a Mongolia y muchos escritos antiguos en sánscrito hablan de “piedras de alegría”, una preparación a base de cáñamo y azúcar.
En Asia, los miembros de la secta hashishins utilizaban la marihuana para experimentar las recompensas de “la otra vida”, debido a sus propiedades alucinógenas (Royston Loyn, 1998).
McKenna (ob. cit., p. 198) comenta que Marco Polo nos ofrece una descripción del uso del hachís, cuando hace circular por Europa el cuento “El viejo de la montaña”, de Hasan Ibn el Sabah, líder del culto de los hashishin. Según la leyenda, agrega el autor, los jóvenes que querían iniciarse en la secta recibían grandes dosis de hachís que los introducían en un “paraíso artificial”, un ...