Segunda carta de relación
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Segunda carta de relación

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Hernán Cortéz, Valeria Añón

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Hernán Cortéz, Valeria Añón

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La Segunda Carta de Relación de Hernán Cortés es el relato fundante acerca de la conquista de México y, sin dudas, uno de los más destacados en el corpus de crónicas de Indias. Con una certeza clara, despiadada, el narrador-protagonista (ese capitán que condujo a sus escasos cuatrocientos hombres a subyugar un imperio fabuloso) organiza las primeras imágenes sobre México y su enigmático tlahtoani (rey) mexica, Motecuhzoma Xocoyotzin. La recta decisión de conquista que su pluma configura inscribe una trama de alianzas, batallas y magníficas ciudades insoslayable para todo cronista posterior. Personaje admirado y odiado por igual, si su figura continúa -aún hoy- despertando vivo interés se debe tanto a la crucial magnitud de su empresa como a la porfiada escritura con que narra sus logros y administra sus silencios. Esta nueva edición de la Segunda Carta incluye, además, fragmentos de la Carta de Veracruz y la Tercera Carta de Relación -entre otros documentos-, para brindar al lector una progresión completa de la mirada cortesiana sobre México, desde el desembarco en Veracruz hasta la caída de Tenochtitlan.

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Información

Año
2012
ISBN
9789500532396

SEGUNDA CARTA DE RELACIÓN

de
HERNÁN CORTÉS
Carta de relación enviada a su Sacra Majestad del Emperador Nuestro Señor, por el capitán general de la Nueva España, llamado don Fernando Cortés, en la cual hace relación de las tierras y provincias sin cuento que ha descubierto nuevamente en el Yucatán del año de diez y nueve a esta parte, y ha sometido a la corona real de Su Majestad. En especial hace relación de una grandísima provincia muy rica, llamada Culúa, en la cual hay muy grandes ciudades y de maravillosos edificios y de grandes tratos y riquezas, entre las cuales hay una más maravillosa y rica que todas, llamada Temustitan, que está, por maravilloso arte, edificada sobre una grande laguna; de la cual ciudad y provincia es rey un grandísimo señor llamado Muteeçuma; donde le acaecieron al capitán y a los españoles espantosas cosas de oír. Cuenta largamente del grandísimo señorío del dicho Muteeçuma, y de sus ritos y ceremonias y de cómo se sirven. 1
Muy alto y Poderoso y Muy Católico Príncipe, Invictísimo Emperador y Señor Nuestro: 2
En una nao que de esta Nueva España de Vuestra Sacra Majestad despaché a diez y seis días de julio del año de quinientos y diez y nueve, envié a Vuestra Alteza muy larga y particular relación de las cosas hasta aquella sazón, después que yo a ella vine, en ella sucedidas. La cual relación llevaron Alonso Hernández Portocarrero y Francisco de Montejo, Procuradores de la Rica Villa de la Vera Cruz, que yo en nombre de Vuestra Alteza fundé. 3 Y después acá, por no haber oportunidad, ansí por falta de navíos y estar yo ocupado en la conquista y pacificación de esta tierra, 4 como por no haber sabido de la dicha nao y procuradores, no he tornado a relatar a Vuestra Majestad lo que después se ha hecho; de que Dios sabe la pena que he tenido. 5 Porque he deseado que Vuestra Alteza supiese las cosas de esta tierra, que son tantas y tales que, como ya en la otra relación escribí se puede intitular de nuevo emperador della y con título y no menos mérito que el de Alemaña, que por la gracia de Dios Vuestra Sacra Majestad posee. 6 Y porque querer de todas las cosas de estas partes y nuevos reinos de Vuestra Alteza decir todas las particularidades y cosas que en ellas hay y decir se debían, sería casi proceder a infinito.
Si de todo a Vuestra Alteza no diere tan larga cuenta como debo, a Vuestra Sacra Majestad suplico me mande perdonar; porque ni mi habilidad, ni la oportunidad del tiempo en que a la sazón me hallo para ello me ayudan. Mas con todo, me esforzaré a decir a Vuestra Alteza lo menos mal que yo pudiere, la verdad y lo que al presente es necesario que Vuestra Majestad sepa. 7 Y ansimismo suplico a Vuestra Alteza me mande perdonar si todo lo necesario no contare, el cuándo y cómo muy cierto, y si no acertare algunos nombres, así de ciudades y villas como de señoríos dellas, que a Vuestra Majestad han ofrecido su servicio y dádose por sus súbditos y vasallos. Porque en cierto infortunio ahora nuevamente acaecido, de que adelante en el proceso a Vuestra Alteza daré entera cuenta, se me perdieron todas las escrituras y autos 8 que con los naturales de estas tierras yo he hecho, y otras muchas cosas. 9
En la otra relación, Muy Excelentísimo Príncipe, dije a Vuestra Majestad las ciudades y villas que hasta entonces a su real servicio se habían ofrecido y yo a él tenía sujetas y conquistadas. Y dije ansimismo que tenía noticia de un gran señor que se llamaba Muteeçuma, que los naturales de esta tierra me habían dicho que en ella había, que estaba, según ellos señalaban las jornadas, hasta noventa o ciento leguas de la costa y puerto donde yo desembarqué. 10 Y que confiado en la grandeza de Dios y con esfuerzo del real nombre de Vuestra Alteza, pensara irle a ver a doquiera que estuviese, y aun me acuerdo que me ofrecí, en cuanto a la demanda de este señor, a mucho más de lo a mí posible, porque certifiqué a Vuestra Alteza que lo habría, preso o muerto, o súbdito a la corona real de Vuestra Majestad.
Y con este propósito y demanda me partí de la ciudad de Cempoal, 11 que yo intitulé Sevilla, 12 a diez y seis de agosto, con quince de a caballo y trescientos peones lo mejor aderezados de guerra que yo pude y el tiempo dio a ello lugar, y dejé en la Villa de la Vera Cruz ciento y cincuenta hombres con dos de caballo, haciendo una fortaleza que ya tengo casi acabada; y dejé toda aquella provincia de Cempoal toda la sierra comarcana a la villa, que serán hasta cincuenta mil hombres de guerra y cincuenta villas y fortalezas, muy seguros y pacíficos y por ciertos y leales vasallos de Vuestra Majestad, como hasta ahora lo han estado y están, porque ellos eran súbditos de aquel señor Muteeçuma, y según fui informado lo era por fuerza y de poco tiempo acá. 13 Y como por mí tuvieron noticias de Vuestra Alteza y de su muy grande y real poder, dijeron que querían ser vasallos de Vuestra Majestad y mis amigos, y que me rogaban que los defendiese de aquel gran señor que los tenía por fuerza y tiranía, y que les tomaba sus hijos para los matar y sacrificar a sus ídolos. Y me dijeron otras muchas quejas dél, y con esto han estado y están muy ciertos y leales en servicio de Vuestra Alteza y creo lo estarán siempre por ser libres la tiranía de aquél, y porque de mí han sido siempre bien tratados favorecidos. Y para más seguridad de los que en la villa quedaba traje conmigo algunas personas principales dellos con alguna gente, que no poco provechosos me fueron en mi camino. 14
Y porque, como ya creo, en la primera relación escribí a Vuestra Majestad que algunos de los que en mi compañía pasaron, que eran criados y amigos de Diego Velázquez, 15 les había pesado de lo que yo en servicio de Vuestra Alteza hacía, y aun algunos dellos se me quisieron alzar e írseme de la tierra, en especial cuatro españoles que se decían Juan Escudero y Diego Cermeño, piloto, y Gonzalo de Ungría, ansimismo piloto, y Alonso Peñate, los cuales, según lo que confesaron espontáneamente, tenían determinado de tomar un bergantín que estaba en el puerto, con cierto pan y tocinos, y matar al maestre dél, e irse a la isla Fernandina a hacer saber a Diego Velázquez cómo yo enviaba la nao que a Vuestra Alteza envié y lo que en ella iba y el camino que la dicha nao había de llevar, para que el dicho Diego Velázquez pusiese navíos en guarda para que la tomasen, como después que lo supo lo puso por obra, que según he sido informado envió tras la dicha nao una carabela. 16 Y ansimesmo confesaron que otras personas tenían la misma voluntad de avisar al dicho Diego Velázquez; y vistas las confesiones de estos delincuentes los castigué conforme a justicia y a lo que según el tiempo me pareció que había necesidad y al servicio de Vuestra Alteza cumplía. 17 Y porque demás de los que por ser criados y amigos de Diego Velázquez tenían voluntad de se salir de la tierra, había otros que por verla tan grande y de tanta gente y tal, y ver los pocos españoles que éramos, estaban del mismo propósito, creyendo que si allí los navíos dejase, se me alzarían con ellos, y yéndose todos los que de esta voluntad estaban, yo quedaría casi solo, por donde se estorbara el gran servicio que a Dios y a Vuestra Alteza en esa tierra se ha hecho, tuve manera como, so color 18 que los dichos navíos no estaban para navegar, los eché a la costa por donde todos perdieron la esperanza de salir de la tierra. 19 Y yo hice mi camino más seguro y sin sospecha q vueltas las espaldas no había de faltarme la gente que yo en la villa había de dejar.
Ocho o diez días después de haber dado con los navíos a la costa y siendo ya salido de la Vera Cruz hasta la ciudad de Cempoal, q está a cuatro leguas della, para de allí seguir mi camino, me hicieron saber de la dicha villa cómo por la costa della andaban cuatro navíos, y que el capitán que yo allí dejaba había salido dellos con una barca, y les había dicho que eran de Francisco de Garay, Teniente y Gobernador en la isla de Jamaica, y que venían a descubrir; y que el dicho capitán les había dicho cómo yo en nombre de Vuestra Alteza tenía poblada esta tierra y hecha una villa allí, a una legua de donde los dichos navíos andaban, y que allí podían ir con ellos y me harían saber de su venida, y si alguna necesidad trajesen se podrían reparar della, y que el dicho capitán los guiaría con la barca al puerto, el cual les señaló donde era. Y que a eso les había respondido que ya habían visto el puerto, porque pasaron por frente dél, y que así lo harían como él se lo decía; y que se había vuelto con la dicha barca; y los navíos no le habían seguido ni venido al puerto y que todavía andaban por la costa y que no sabía qué era su propósito pues no habían venido al dicho puerto. Y visto lo que el dicho capitán me hizo saber, a la hora me partí para la dicha villa, donde supe que los dichos navíos estaban surtos 20 tres leguas la costa abajo, y que ninguno no había saltado en tierra. Y de allí me fui por la costa con alguna gente para saber lengua, y ya que casi llegaba a una legua dellos encontré con tres hombres de los dichos navíos 21 entre los cuales venía uno que decía ser escribano, y los dos traían, según me dijo, para que fuesen testigos de cierta notificación, que dizque el capitán le había mandado que me hiciese de su parte un requerimiento que allí traía, en el cual se contenía que me hacía saber como él había descubierto aquella tierra y quería poblar en ella. Por tanto, que me requería que partiese con él los términos, porque su asiento quería ser cinco leguas la costa abajo, después de pasada Nautecal, que es una ciudad que es doce leguas de la dicha villa, que ahora se llama Almería, 22 a los cuales yo dije que viniese su capitán y que se fuese con los navíos al puerto de la Vera Cruz y que allí nos hablaríamos y sabría de qué manera venían, y si sus navíos y gente trajesen alguna necesidad, les socorrería con lo que yo pudiese, y que pues él decía venir en servicio de Vuestra Sacra Majestad, que yo no deseaba otra cosa sino que se me ofreciese en que sirviese a Vuestra Alteza, y que en le ayudar creía que lo hacía. 23 Y ellos me respondieron que en ninguna manera el capitán ni la gente vendría a tierra ni adonde yo estuviese, y creyendo que debí de haber hecho algún daño en la tierra, pues se recelaban de venir ante mí, ya que era noche me puse secretamente junto a la costa la mar, frontero de donde los dichos navíos estaban surtos. Y allí estuve encubierto hasta otro día casi a medio día, creyendo que el capitán o piloto saltarían en tierra, para saber dellos lo que habían andado, y si algún daño hubiesen hecho en la tierra, enviarlos a Vuestra Sacra Majestad; y jamás salieron ellos ni otra persona, y visto que no salían, hice quitar los vestidos de aquellos que venían a hacerme el requerimiento y se los vistiesen otros españoles de los de mi compañía, los cuales hice ir a la playa y que llamasen a los de los navíos. Y visto por ellos, salió a tierra una barca con hasta diez o doce hombres con ballestas y escopetas, 24 y los españoles que llamaban de la tierra se apartaron de la playa a unas matas que estaban cerca, como que se iban a la sombra dellas; y así saltaron cuatro, los dos ballesteros y los dos escopeteros, los cuales como estaban cercados de gente que yo tenía en la playa puesta, fueron tomados. 25 Y el uno ellos era maestre de la una nao, el cual puso fuego a una escopeta y matara aquel capitán que yo tenía en la Vera Cruz, sino que quiso Nuestro Señor que la mecha no tenía fuego.
Los que quedaron en la barca se hicieron a la mar, y antes que llegasen a los navíos ya iban a la vela sin aguardar ni querer que dellos se supiese cosa alguna. Y de los que conmigo quedaron me informé cómo habían llegado a un río que está treinta leguas la costa a después de pasada Almería, y que allí habían habido buen acogimiento de los naturales, y que por rescate les habían dado de comer y que habían visto algún oro que traían los indios, aunque poco, y habían rescatado hasta tres mil castellanos de oro y que no habían saltado en tierra, más de que habían visto ciertos pueblos en la ribera del río tan cerca, que de los navíos los podían bien ver. 26 Y que no había edificios de piedra sino que todas las casas eran de paja, excepto que los suelos dellas tenían algo altos y hechos de mano; lo cual todo después supe más por entero de aquel gran señor Muteeçuma, 27 y de ciertas lenguas de aquella tierra que él tenía consigo, a las cuales y a un indio que en los dichos navíos traían del dicho río, que también yo les tomé, envié con otros mensajeros del dicho Muteeçuma para que hablasen al señor de aquel río que se dice Pánuco, para le atraer al servicio de Vuestra Sacra Majestad. 28 Y él me envió con ellos una persona principal y aun, según decía, señor de un pueblo, el cual me dio de su parte cierta ropa y piedras y plumajes, y me dijo que él y toda su tierra están muy contentos de ser vasallos de Vuestra Majestad y mis amigos. 29 Yo les di otras cosas de las de España, con que fue muy contento, y tanto que cuando los vieron otros navíos del dicho Francisco de Garay, de que adelante a Vuestra Alteza haré relación, me envió a decir el dicho Pánuco 30 cómo los dichos navíos estaban en otro río, lejos de allí hasta cinco o seis jornadas, y que les hiciese saber si eran de mi naturaleza los que en ellos venían, porque les darían lo que hubiesen menester, y que les habían llevado ciertas mujeres y gallinas y otras cosas de comer.
Yo fui, muy poderoso Señor, por la tierra y señorío de Cempoal, tres jornadas donde de todos los naturales fui muy bien recibido y hospedado; y a la cuarta jornada entré en una provincia que se llama Sienchimalen,31 en que hay en ella una villa muy fuerte y puesta en recio lugar, porque está en una ladera una sierra muy agra, y para la entrada no hay sino un paso de escalera, que es imposible pasar sino gente de pie, y aun con harta dificultad si los naturales quieren defender el paso. En lo llano hay muchas aldeas y alquerías32 de a quinientos y a trescientos y doscientos labradores, que serán por todos hasta cinco o seis mil hombres de guerra, y esto es del señorío de aquel Muteeçuma.33 Y aquí me recibieron muy bien y me dieron muy cumplidamente los bastimentos necesarios para mi camino, y me dijeron que bien sabían que yo iba a ver a Muteeçuma su señor, y que fuese cierto que él era mi amigo y les había enviado a mandar que en todo caso me hiciesen muy buen acogimiento, porque en ello les servirían; y yo les satisfice a su buen comedimiento diciendo que Vuestra Majestad tenía noticia dél y me habían mandado que le viese, y que yo no iba a más de verle. Así pasé un puerto que está al fin de esta provincia, al que pusimos de nombre el puerto de Nombre de Dios, por ser el primero que en estas tierras habíamos pasado,34 el cual es tan agro y alto que no lo hay en España otro tan dificultoso de pasar, el cual pasé seguramente y sin contradicción alguna. Y a la bajada del dicho puerto están otras alquerías de una villa y fortaleza que se dice Ceyxnacan, que ansimismo era del dicho Muteeçuma, que no menos que de los de Sienchimalen fuimos bien recibidos y nos dijeron de la voluntad de Muteeçuma lo que los otros nos habían dicho, y yo ansimismo los satisfice.35
Desde aquí anduve tres jornadas de despoblado y tierra inhabitable a causa de su esterilidad y falta de agua y muy grande frialdad que en ella hay, donde Dios sabe cuanto trabajo la gente padeció de sed y de hambre, en especial de un turbión de piedra y agua que nos tomó en el dicho despoblado, 36 de que pensé que perecería mucha gente de frío, y así murieron ciertos indios de la isla Fernandina, que iban mal arropados. 37 Al cabo de estas tres jornadas pasamos otro puerto, aunque no tan agro como el primero, 38 y en lo alto dél estaba una torre pequeña casi como humilladero, 39 donde tenían ciertos ídolos, y alderredor de la torre más de mil carretas de leña cortada muy dispuesta a cuyo respecto le pusimos nombre el Puerto de la Leña; y a la bajada del dicho puerto entre unas tierras muy agras, está un valle muy poblado de gente que, según pareció, debían ser gente pobre. Y después de haber andado dos leguas por la población sin...

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