Pinturas rupestres. Lectura, significado e historia
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G. C. Aethelman

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G. C. Aethelman

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Las pinturas prehistóricas son uno de los grandes misterios de la humanidad, las preguntas acerca de su significado nunca se han interrumpido desde que fueron descubiertas. En esta obra se demuestra a través de un estudio riguroso de semiología, toponimia, orografía y arqueología, que se distribuyen de acuerdo a acontecimientos históricos, y que además se pueden leer, pues están escritas con un sistema primitivo de escritura: los ideogramas.En este libro explicaremos los fundamentos gramaticales de ese tipo de escritura con el cual están codificadas y por lo tanto aprenderemos a leer las cuevas prehistóricas. Aunque es necesario entender que hay varios niveles de evolución y no todas las épocas son iguales. Avanzando de lo fácil a lo difícil, y centrándonos en los elementos comunes a través de los milenios, es posible demostrar la codificación de sus ideogramas más allá de ninguna duda. El objetivo declarado es llegar incluso a leer por nosotros mismos los murales abarrotados de figuras. No existe una mejor evidencia que esa de ser nosotros mismos capaces de entenderlo, y nos enfrentaremos a Altamira, el Castillo, Lascaux, Chauvet, así como otras cuevas prehistóricas emblemáticas. Aunque cabe decir que, una vez que leemos el código, cualquier pequeño conjunto de rayas se torna importante, ya que lo crucial son los contenidos, el mensaje. En efecto, los murales nos hablan de sus ideas políticas, religiosas y científicas, son un registro increíble de nuestra evolución conceptual, y una auténtica revolución en nuestros conocimientos actuales.

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Información

Año
2020
ISBN
9788418205156
Categoría
Historia
LOS GRANDES MURALES
6. EL CICLO FRANCOCANTÁBRICO
Cada vez tenemos, a medida que avanzamos en el problema, mejor atestiguado el hecho de que los murales prehistóricos son documentos y se realizaban con ocasión de grandes eventos, por motivos importantes, muy a menudo políticos. Entonces, las razones teológicas, cosmológicas y políticas iban siempre de la mano y unidas, no estaban diferenciadas, así que ellos necesitaban siempre cuadrarlas en una misma concepción. Leer los murales significa en consecuencia leer mitos históricos, y eso implicará que andemos siempre en algo parecido a «la caza del mito que subyace». El mundo nuevo que emergió a partir de la fundación del imperio de Atlas, es todavía si cabe más sorprendente aún; en las pinturas que nos ocupan, ahora veremos animales mezclados con las runas y utilizando el Lenguaje de Cráneos neandertal. Lo que ocurre con todo esto es que de continuo debemos ser muy pacientes, este libro es de divulgación, no es de demostración, y las pruebas suelen ser contextuales: la lectura de un único mural no demuestra nada, hacen falta muchos. Hace falta observar una repetición constante de variables siempre coherentes a lo interpretado.
Además es larga la justificación de cualquier mural, para leer el pequeño grabado de Gorham (Fig. 28) tuvimos previamente que explicar toda la invasión de los enanos. Y para entender el de la Estación (Fig. 67) hemos tenido primero que observar el avance por la Península de la guerra, las minas de oro y plata en Reocín, y el palacio de cornalina subterráneo atribuido a Sobeck. Porque la conexión de su linaje con ese mural se establece a raíz de eso, ya que se encuentran en el mismo yacimiento. Por ejemplo, si diéramos un salto hasta los bisontes de Altamira, nos sucedería igual, tendríamos que hablar acerca de sus reyes, sus guerras, de su cosmología en aquellos momentos, etc, y en principio no sabemos nada, ¿verdad? ¿Cómo pretenderemos entonces leer algo? Cualquier cosa que leamos va a requerir siempre una contextualización previa larguísima, que sin excusa necesitará estar ya demostrada, o caeremos en el peligro de la especulación, un castillo de naipes.
Nosotros lo hicimos por ontología, no podemos explicar eso aquí, de modo que lo mejor que podemos hacer es tener paciencia, e ir viéndolo poco a poco. Según los mitos dogón Aduno Talu (Atlas 1º) tuvo dos hijos, llamados Yurugú y Nommo. La citación del nombre de dos es por algo, ya que casi todos los reyes tenían muchos hijos, por lo tanto, ¿cuál es la razón de mencionar ahora a estos dos? Lo más probable es que, al ser Aduno Talu el hijo del rey enano y una reina gigante, pues sus dos hijos mayores fueron los herederos de las Dos Coronas. Es la primera vez que el linaje de los enanos (Ave Benu) establece un rey en la Corona Roja de los gigantes, cuyo reino más importante parece ser que era el del Valle del Ebro. Por eso este reino se llamará Vana-heim («hogar de los Vanires»), utilizando el lexema BN de los Ave Benu. Ellos decían simplemente Benu (BN «rey Ba»), porque el Ba ya era un ave celeste, un Hijo del Sol.
Esto es curioso de explicar, los enanos eran celestes desde los tiempos primigenios del Meteorito de Hoba, y por eso sus almas se representaban con aves (Ba), la propia palabra Ave , en latín Avis -is, viene de Ba, el lexema B. Porque son los celestes Hijos del Sol, de modo que un rey B es un Benu (B-N «rey Ba»). Nuestra tradición religiosa mostrando a los ángeles con alas en la espalda viene de aquí (Fig. 70). No sólo en la Biblia sino en muchas culturas, ya lo tenían los griegos, ya lo tenían los egipcios, los sioux, etc. Pero los gigantes eran por el contrario los Hijos de la Tierra, se enterraban por eso bajo la tierra, en el suelo, tal como hemos visto (Fig. 52). La tumba con ofrendas de aquella niña en el Valle del Lozoya era para que viviera allí dentro en su pequeña cueva. Sus espíritus no se van a identificar por lo tanto con aves, sino con animales terrestres de pequeño tamaño. De este modo, como ellos son los Rojos, pues entonces de Red (RT «rojo») proviene Ratón, y Rata, que son espíritus pequeños del suelo. Ellos se identifican al 3º tetramorfo de Aker (KR), y de ahí el Jerbo (KR-B «alma de Aker»), que es un ratón del desierto; o la rata de Polinesia con el nombre maorí Kiore (KR). También los gigantes son los Misios y Masai (MS), los de Muspell, de donde sale en latín Mus -ris («ratón») y el inglés Mouse («ratón»).
Gansos volando en forma de Uve, gorriones, y jerbos (Fig. 70); nuestros antepasados no sólo dieron significado a los animales grandes, los espíritus de la gente se entendían como seres pequeños. Los gorriones y otros pájaros visitaban las Sepulturas de Andamios enanas, se consideraron almas de los enanos amigos que visitaban al muerto. Los Enterramientos de los gigantes eran habitados en cambio por los roedores, y se consideraron espíritus de gigantes. El Cono/Uve como signo del Cielo se consolidaba viéndolo en las formaciones de las aves.
Este es el verdadero origen y antigüedad de estas palabras, por ejemplo Ratón no proviene del latín, pero ojo, es que tampoco es una onomatopeya inventada en el siglo XVII —como suele decirse—. Los Vanires (BN) fueron por lo tanto una estirpe de reyes Benu (enanos) impuesta en el reino gigante del Valle del Ebro, y el primero de ellos parece que fue Yurugú (Argo, RG, el «Rojo»). Lamentablemente este monarca enano, el primero con el nombre de Argo, no se sentía feliz en un reino habitado de gigantes, lejos de los suyos, donde para él todos tenían caras monstruosas. Hasta tiempos de su abuelo Sobeck (Baco) habían estado peleando a muerte, incluso su padre Atlas había participado en la guerra, por lo que aquello era como desterrarlo al país enemigo. Aunque su madre fuese gigante a él no le gustaban los gigantes, se rebeló contra lo dispuesto por su padre (Talu), abandonó a su esposa gigante, abandonó su reino, y se dedicó a tener relaciones con la «tierra madre» (¿la patria?, ¿otra giganta?), esto es, tal vez se fugó con una pariente, giganta o enana. Por eso lo llamaron «incesto», pero este desprecio fue condenado por los dioses, soliviantó a los gigantes, empezando de nuevo la guerra.
Los mitos dogón nos cuentan que para arreglarlo acudió su hermano, Nommo (N-N «rey de reyes»), quien llevaba el título imperial más alto, el que está por encima, el mismo nombre que su bisabuelo Amma y su bisabuela Ammut, así dicen:
«Nommo, el ‘bueno’, que, para restaurar el orden perturbado por el incesto de su hermano, se deja sacrificar, luego resucita y desciende a la tierra en un arca, acompañado por una ogdóada (cuatro parejas de ancestros) y por toda clase de especies vegetales, animales y de bienes útiles, salidos todos de Aduno Tálu» (Luis Cencillo, Los mitos, sus mundos y su verdad, BAC, 1998, p. 242).
Se puede apreciar que Aduno Talu (Atlas) fue importante y que los reyes ya solían tener mucha descendencia, por eso todos esos numerosos seres «salidos de él». La descendencia de Atlas. Pero los dos monarcas que heredaron las Dos Coronas, «gemelos» según el mito dogón, fueron Yurugú y Nommo. El primero de ellos tras este desastre se convirtió en un «Zorro Blanco», el mito dogón también dice expresamente «Zorro Blanco» igual que en los mitos cántabros. Y sabemos lo que significa, volviose un guerrero sagrado, embebido de la Muerte, los mismos que solían guardar celibato. Esto parece una penitencia, guardar celibato de por vida porque había pecado de incesto, y en adelante los Zorros Blancos conservaron esa idea. En cualquier caso evidencia un retiro del gobierno, porque los Zorros Blancos eran medio ermitaños y salvo durante la guerra vivían solos. Pero, ¿cuál fue el sacrificio de Nommo? Tal vez murió en la batalla, a pesar de todo el apoyo que recibió de sus parientes.
Lo mejor es que justo tras él aparece la Ogdóada, cuyo primer rey, recordemos, fue Nun («rey de reyes»), y lo más seguro al llamarse igual es que fuese su hijo. Por eso el mito dice que Nommo «luego resucita y desciende a la tierra en un arca». Resucita su espíritu en su hijo, pues en los mitos, cuando un rey volvía a llamarse con el nombre de otro era por ser su reencarnación. De modo que su espíritu resucitó en Nun, su hijo, porque debía ser de temperamento muy parecido al padre. Lo de «desciende a la tierra en un arca» pudo ser el traslado de su cadáver tras la batalla, llevaron el cuerpo amortajado subido en angarillas para sepultarlo en su país, que era Cantabria, en el Reino de Aesia. Pero aunque él muriese parece ser que la situación se restauró, la Ogdóada es por eso el inicio oficial del Imperio de la Doble Corona, de la Creación, y en cierto modo todo esto ha sido un coletazo final de los gigantes.
Del nombre de Nommo, anteponiéndole la G (J-) de «poderoso», obtenemos el nombre de Gnomo (G-NN), seres pequeños igual que los enanos, cuya leyenda medieval es muy similar: los gnomos habitan en las entrañas de la tierra trabajando en minas, custodiando tesoros, y buscando metales y piedras preciosas. Eran en concreto los «guardianes de las minas de oro y plata», lo que parece un cargo de importancia. En general, tienen mayores conocimientos que los simples enanos, poseen presciencia, dominan las ciencias mágicas y la adivinación, y viven en grutas, cavernas con estalagmitas. Todo esto nos indica que la palabra se usó para los reyes de los enanos: G-NN («poderoso enano», o bien, «poderoso rey de reyes»). Como también son muy barbudos, la diferencia fundamental en su aspecto es que los gnomos llevan un Sombrero Cónico, puntiagudo, y precisamente sabemos que ése es el sombrero de los dioses nórdicos, tales como Odín, Thor, Frey, etc. ¿Qué nos indica eso? Hemos visto el río Kunene (G-NN), en Angola, y otros Nun (N-N), su bisabuelo Amma por ejemplo, fue palabra mucho más antigua que él, pero lo que sí empieza con Nommo es la iconografía del Gnomo (Fig. 71); donde el Gorro Cónico significa el Cono («cielo»), a los Hijos del Sol. Es un emblema de los dioses, sólo ellos lo llevaban.
Notemos entonces que los Gnomos tienen siempre ese Gorro Cónico de color Rojo, y esto es precisamente lo que significa la palabra española Gorro (KR «rojo»). Su etimología es aún desconocida oficialmente en la actualidad, pero es como en el euskera Gorri (KR «rojo»), porque indicaba el Cono «rojo» de los gnomos, que era su gorro. Su condición celeste les venía ahora del Sol Rojo, la cabeza del Dragón, y el epíteto procede con seguridad de Aker (KR). Es decir, realmente no pudo inventarse el Gnomo antes de Atlas, y no llevan un sombrero sino un gorro, sin aleros. Esta prenda cónica se inspira en la Montaña Sagrada, el Castillo (Fig. 7), y tenía este valor por su identificación a la runa del Cono. Así como el mitologema del Dragón se difundió desde Europa por toda Asia, lo mismo le sucederá al Gorro Cónico de los reyes enanos, por ejemplo en migraciones como la de los Ainú (Fig. 32), de hacia el 38.300 aC, y hoy en día los sombreros cónicos aparecen en el vestuario usual de China, Japón, Vietnam, etc (Fig. 71). Durante la Edad Media todavía las damiselas europeas llevaron conos puntiagudos sobre la cabeza.
Todo ello procede desde al menos la Ogdóada, 38.790 aC, y las montañas cónicas como el Castillo se identificaban con Teba (T-B «alma de dios»). Lo más probable es que se iniciase esto con las listas de reyes, donde ponían la runa del Cono sobre el nombre de cada uno. De una manera tal que quienes lo veían y no sabían leer imaginaban un sombrero cónico, lo cual con el paso del tiempo hizo que acabasen incluso imitándolo de verdad.
Los dioses Thor y Frey, un gnomo, y campesino vietnamita (Fig. 71); todos tienen en común la presencia del Gorro Cónico sobre sus cabezas, su origen es la runa del Cono, llamada en el Futhark como ‘Kenaz’. Además, los personajes mitológicos lucen la Barba Sagrada, a veces trenzada como en Frey, coincidiendo en ello con los dioses egipcios. El gnomo que ponemos es una talla medieval datada hacia el 1200...

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