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La defensa de la fe y el deleite de Cristo en la vida de Atanasio de Alejandría, John Owen y J. Gresham Machen

John Piper

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La defensa de la fe y el deleite de Cristo en la vida de Atanasio de Alejandría, John Owen y J. Gresham Machen

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Cuando Agustín entregó el liderazgo de su iglesia en 426 a.C., su sucesor se encontraba tan abrumado por la conciencia de su incompetencia que declaró «El cisne guarda silencio», temiendo que la voz del gigante espiritual se perdiera en poco tiempo. Pero por 1, 600 años, Agustín no ha guardado silencio, ni tampoco lo han hecho los hombres que fielmente han tocado la trompeta por causa de Cristo después de Él. Sus vidas han inspirado cada generación de creyentes y nos impulsan a tener una mayor pasión por Dios.En este libro John Piper explora las vidas de Atanasio, John Owen y J. Gresham Machen —un obispo, un pastor y el fundador de un seminario. Cada uno de estos hombres se levantaron por la verdad del evangelio frente a una intensa oposición. Cada uno de ellos debido a un profundo amor a Jesús, y por un deseo de que Su pueblo Le conozca plenamente. Estos hombres no hallaban placer en la controversia solamente por causa de los argumentos, sino que estaban dispuestos a sufrir para poder preservar la santidad del evangelio. Ellos sufrieron amenazas, años de exilio, la muerte de sus seres queridos, oposiciones de amigos y autoridades, enfermedad y dolor; pero nada de eso pudo detenerlos de avanzar el evangelio, ni nada pudo apagar su celo por el Señor Jesús.

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Información

Año
2021
ISBN
9781629463117

Texto, Carta

Descripción generada automáticamente

El obispo más querido
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tanasio nació en Egipto en el año 298 d.C. y se convirtió en obispo de Alejandría el 8 de junio de 328 a la edad de treinta años. El pueblo de Egipto lo consideró su obispo hasta el día de su muerte, el 2 de mayo de 373, a la edad de setenta y cinco años.42 Y digo que fue «considerado» obispo del pueblo durante todos esos años porque Atanasio fue expulsado de su iglesia y de su cargo cinco veces por las autoridades del Imperio Romano. Él pasó en el exilio diecisiete de sus cuarenta y cinco años como obispo. Pero el pueblo nunca reconoció la validez de los otros obispos que fueron enviados para tomar su lugar. En la opinión de su congregación, él siempre fue obispo a pesar de su exilio.
Siete años después de la muerte de Atanasio, Gregorio Nacianceno (330–389) dio un sermón conmemorativo en Constantinopla, en el cual describió los afectos que el pueblo egipcio tenía por su obispo. Gregorio nos cuenta que cuando Atanasio regresó de su tercer exilio en el año 364, después de haber estado fuera durante seis años, llegó en medio de tal deleite de la gente de la ciudad y de casi todo Egipto, que corrieron juntos desde todas partes, desde los límites más lejanos del país, simplemente para escuchar la voz de Atanasio, o deleitarse al verlo.43
Desde el punto de vista de ellos, ninguno de los nombramientos extranjeros para el cargo de obispo en Alejandría durante cuarenta y cinco años fue válido sino sólo uno, el de Atanasio. Esta devoción se debía al tipo de hombre que era Atanasio. Gregorio lo recordó de la siguiente manera:
Que uno lo elogie por sus ayunos y oraciones (…) otro, por su diligencia y su celo por las vigilias y la salmodia; otro, por su amparo a los necesitados; otro, por su intrepidez delante de los poderosos y su condescendencia para con los humildes (…) [Para] los desafortunados [él era] su consolación; para los ancianos, su bastón; para los jóvenes, su instructor; para los pobres, su recurso; para los ricos, su administrador. Incluso las viudas (…) elogiarán a su protector; los huérfanos, a su padre; los pobres, a su benefactor; los forasteros, a su hospedador; los hermanos, al hombre de amor fraternal; y los enfermos, a su médico.44
Una de las cosas que hace que ese tipo de elogio sea más creíble para el mundo contemporáneo es que, a diferencia de los antiguos santos, Atanasio no es conocido por haber realizado ningún milagro. Archibald Robertson, quien editó las obras de Atanasio en el libro Nicene and Post–Nicene Fathers [Padres nicenos y post nicenos], dijo: «Él está (…) rodeado por una atmósfera de verdad. No hay ningún tipo de milagro que se le atribuya a él (…) La reputación santa de Atanasio descansaba únicamente en su vida y su carácter, sin la ayuda de ninguna reputación por algún poder milagroso».45 Después, continúa con su propio elogio para Atanasio:
En todo el conocimiento minucioso que tenemos de su vida no encontramos ni un solo indicio de interés por sí mismo. La gloria de Dios y el bienestar de la Iglesia lo absorbían por completo en todo tiempo (…) Los emperadores lo reconocieron como una fuerza política de primer orden (…), pero él en ningún momento cedió a la tentación de confiar en el brazo de carne. Casi inconsciente de su propio poder (…) su humildad es mucho más real porque nunca hizo alarde de sí mismo (…) Su valentía, su abnegación, su firmeza de propósito, su versatilidad, su ingenio, y su amplia empatía armonizaban con la profunda reverencia y la disciplina de un amante fiel de Cristo.46
Atanasio: Padre de la ortodoxia contra mundum
Este amor fiel por Jesucristo se expresó a través de una batalla que sostuvo durante toda su vida, para explicar y defender la deidad de Cristo y para adorar a Cristo como Señor y Dios. Esa es la razón por la que Atanasio es más conocido. Han habido épocas en las que aparentemente el mundo entero abandonó la ortodoxia. Por eso surgió la frase: Athanasius contra mundum (Atanasio contra el mundo). Él se mantuvo firme contra la abrumadora desviación de la ortodoxia, y sólo al final de su vida pudo ver el amanecer del triunfo.
Pero en cierto sentido es anacrónico utilizar la palabra ortodoxia de esta manera, es decir, para afirmar que el mundo abandonó la ortodoxia. ¿Era posible abandonar la ortodoxia en ese momento? Por supuesto, la verdad bíblica puede ser abandonada en cualquier momento. Pero el término ortodoxia generalmente se refiere a una postura histórica o a una postura que se acepta de manera universal, con respecto a lo que es verdad de las Escrituras. Entonces, ¿en ese momento ya existía una ortodoxia que pudiera ser abandonada? La respuesta está implícita en el otro gran nombre que se le ha dado a Atanasio, a saber, «Padre de la Ortodoxia».47 Esa frase nos da a entender que la ortodoxia vino a causa de Atanasio. Y, en un sentido, eso es cierto en lo referente a la doctrina de la Trinidad. Las relaciones entre el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo no habían sido declaradas formalmente en ningún concilio representativo antes de la época de Atanasio.
R. P. C. Hanson escribió: «Todavía no había ninguna doctrina ortodoxa [de la Trinidad], porque si la hubiera habido, la controversia difícilmente habría durado sesenta años antes de resolverse».48 Los sesenta años que tiene en mente son el tiempo que transcurrió entre el Concilio de Nicea en el 325 y el Concilio de Constantinopla49 en el 381. El Concilio de Nicea estableció las líneas de batalla y definió la deidad de Cristo, y el Concilio de Constantinopla confirmó y reiteró el Credo Niceno. En los sesenta años intermedios hubo una guerra doctrinal para determinar si la formulación nicena se mantendría y se convertiría en «ortodoxia».
Esa fue la guerra en la que Atanasio peleó durante cuarenta y cinco años. La batalla duró todo el resto de su vida, pero el resultado ortodoxo estaba a punto de llegar cuando murió en el 373. Y, con la ayuda de Dios, este resultado se debió al valor, la constancia, el trabajo y los escritos de Atanasio. Durante el tiempo que él vivió, ningún otro alcanzó a tener tanta influencia como la que él tuvo en lo referente a la causa de la verdad bíblica.50
Arrio dispara el cañón que se escuchó
en todo el mundo romano
La guerra se desató en el año 319 d.C. Un diácono de Alejandría llamado Arrio, quien había nacido en Libia en el año 256, presentó una carta al obispo Alejandro en la que argumentaba que, si el Hijo de Dios era realmente un Hijo, debía tener un principio. Por lo tanto, de acuerdo con Arrio, tuvo que haber un momento en el que el Hijo no existía. La mayor parte de lo que sabemos de Arrio proviene de otros hombres. Todo lo que tenemos de la propia pluma de Arrio son tres cartas, un fragmento de una cuarta carta, y un segmento de un cántico, la Talía.51 En realidad, Arrio figuró como un personaje secundario en la controversia que él desató. Murió en el año 336.52
Atanasio tenía poco más de veinte años cuando estalló la controversia, es decir, era unos cuarenta años más joven que Arrio (una lección de cómo la generación más joven puede ser más fiel a la Biblia que la generación anterior53). Atanasio estaba al servicio de Alejandro, el obispo de Alejandría. No se sabe casi nada acerca de su juventud. Gregorio Nacianceno celebra el hecho de que Atanasio haya recibido una formación principalmente bíblica y no filosófica.
Fue educado, desde el principio, en los hábitos y prácticas religiosas, después de un breve estudio de la literatura y la filosofía, para que no fuera completamente inexperto en tales materias, o ignorante de los asuntos que había decidido despreciar. Porque su alma generosa y diligente no podía tolerar ocuparse en vanidades, como los atletas inexpertos que, en lugar de golpear a su antagonista, golpean al aire y pierden el premio. Él meditó en cada libro del Antiguo y el Nuevo Testamento con más profundidad de la que cualquier otro había meditado uno solo de esos libros, y eso enriqueció su contemplación y su esplendor de vida.54
Ese fue el servicio que prestó durante cuarenta y cinco años: Un golpe bíblico tras otro en contra de la fortaleza de la herejía arriana. Robert Letham confirma el resultado de la observación de Gregorio: «La contribución de Atanasio a la teología de la Trinidad difícilmente puede ser sobrestimada (…) Él alejó el debate de la especulación filosófica y lo hizo volver a la base bíblica y teológica».55
En el año 321 se convocó un sínodo en Alejandría, y Arrio fue depuesto de su cargo y sus opiniones fueron declaradas herejía. A la edad de veintitrés años, Atanasio escribió la deposición y se la envió a Alejandro. Esa iba a ser su función durante los siguientes cuarenta y dos años: escribir para declarar las glorias del Hijo de Dios encarnado. La deposición de Arrio desencadenó sesenta años de conflicto eclesiástico y político en todo el imperio.
Eusebio de Nicomedia (la actual Izmit, en Turquía) adoptó la teología de Arrio y se convirtió en «la cabeza y el centro de la causa arriana».56 Durante los siguientes cuarenta años, la parte oriental del Imperio Romano (medida desde la actual Estambul hacia el este) fue principalmente arriana. Y todo eso, a pesar de que el gran Concilio de Nicea se había pronunciado a favor de la plena deidad de Cristo. Cientos de obispos lo firmaron y luego tergiversaron el lenguaje para decir que el arrianismo realmente encajaba en la redacción de Nicea.
El Concilio de Nicea (325)
El emperador Constantino había visto la señal de la cruz durante una batalla decisiva trece años antes del Concilio de Nicea y se convirtió al cristianismo. Él estaba preocupado por el profundo efecto divisivo que la controversia arriana tenía en el imperio. Los obispos tenían una poderosa influencia, y cuando estaban en desacuerdo (como en este caso), la unidad y la armonía del imperio eran más frágiles. El consejero cristiano de Constantino, Osio de Córdoba, había intentado mediar en el conflicto arriano en Alejandría, pero fracasó. Entonces, en el año 325, Constantino convocó el Concilio de Nicea, al otro lado del Bósforo, en Constantinopla (la actual Estambul). Reunió, según la tradición,57 a 318 obispos más otros asistentes como Arrio y Atanasio, ninguno de los cuales era obispo. Él estableció el orden del concilio y aplicó las decisiones del mismo con sanciones civiles.
El Concilio duró de mayo a agosto y terminó con una declaración de ortodoxia que ha definido al cristianismo hasta hoy. La redacción de lo que hoy llamamos el Credo Niceno es, en realidad, el lenguaje ligeramente alterado del Concilio de Constantinopla del año 381. Pero el trabajo decisivo fue hecho en el año 325. El anatema del final del Credo Niceno muestra claramente cuál era el problema en cuestión. El Credo Niceno original fue escrito en griego, pero aquí tenemos una versión en español:
Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todo lo visible y lo invisible.
Y en un solo Señor, Jesucristo, Hijo de Dios, engendrado del Padre, Unigénito; es decir, de la sustancia del Padre(ἐκ τῆς οὐσίας τοῦ πατρὸς): Dios de Dios (θεόν ἐκ θεοῦ),[y] Luz de Luz (καὶ φῶς ἐκ φωτός), Dios verdadero de Dios verdadero (θεόν ἀληθίνόν ἐκ ἀληθίνόῦ), engendrado, no creado (γεννηθέντα οὐ ποιηθέντα ), de la misma naturaleza [sustancia] del Padre (ὁμοούσιον τῷ πατρὶ), por medio del cual todo fue hecho, lo que está en el cielo y lo que está en la tierra; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó, y se encarnó y se hizo hombre; padeció, y resucitó al tercer día; y subió a los cielos, y vendrá a juzgar a vivos y muertos.
Y en el Espíritu Santo.
Pero a los que dicen: «Hubo un tiempo en que [Cristo] no existía», y «antes de nacer, no existía»; y «fue hecho de lo inexistente», o que dicen que el Hijo de Dios es de otra sustancia o esencia (ἤ ἐξ ἐτερας ὐποστάσεως ἤ οὐσίας), o creado, o convertible, o mudable, a esos los anatematiza la Iglesia católica y apostólica.
La frase clave, ὁμοούσιον τῷ πατρὶ (de la misma sustancia del Padre) fue añadida después debido a la insistencia del emperador. Eso permitió que el punto en cuestión quedara perfectamente claro. El Hijo de Dios no podía haber sido creado, porque Él no sólo tenía una sustancia similar a la del Padre (ὁμοιούσιον τῷ πατρὶ), sino que era de la misma sustancia del Padre (ὁμοούσιον τῷ πατρὶ). No fue creado con una sustancia similar, sino que era eternamente uno con la sustancia divina.
Sorprendentemente, todos los obispos, excepto dos, firmaron el credo, algunos, como dice Robertson, «con total duplicidad».58 Los obispos Secundus y Theonas junto con Arrio (que no era obispo), fueron enviados al exilio. Eusebio de Nicomedia consiguió escabullirse con lo que él llamaba una «reserva mental», y cuatro años más tarde persuadiría al emperador de que Arrio mantenía sustancialmente el Credo de Nicea, lo cual era una mera estrategia política.59
Cuando el mentor de Atanasio, Alejandro, obispo de Alejandría, murió el 17 de abril de 328, tres años después del Concilio de Nicea, la responsabilidad de Egipto y de la causa de la ortodoxia recayó en Atanasio. Fue ordenado obispo el 8 de junio de ese año. Este obispado era el segundo más importante de la cristiandad después del de Roma. Tenía jurisdicción sobre todos los obispos de Egipto y Libia. Con Atanasio, el arrianismo se extinguió por completo en Egipto. Y desde Egipto, Atanasio ejerció su influencia en todo el imperio en lo que respecta a la batalla por la deidad de Cristo.
Atanasio, los monjes del desierto y Antonio
Hemos pasado por alto un acontecimiento crucial y decisivo en su papel de asistente de Alejandro. Él realizó una visita con Alejandro a la Tebaida, un distrito desértico del sur de Egipto donde entró en contacto con los primeros monjes del desierto, los ascetas que vivían en celibato, soledad, disciplina, oración, sencillez y servicio a los pobres. Esta visita afectó profundamente a Atanasio y se sintió «encendido por la santidad de sus vidas».60
Durante el resto de su vida hubo un vínculo inusual entre el obispo de la ciudad y los monjes del desierto. Ellos le tenían respeto, y él los admiraba y los bendecía. Robinson dice: «Él trata (…) a los monjes como iguales o superiores, suplicándoles que corrijan y modifiquen cualquier cosa que esté mal en sus escritos».61 Esa relación se convirtió en una cuestión de vida o muerte, porque cuando Atanasio fue expulsado de su cargo por las fuerzas del imperio, había un grupo al que sabía que podía confiar su protección. «Los solitarios del desierto, como un solo hombre, serían fieles a Atanasio durante los años de prueba».62
Uno de ellos, en particular, captó la atención, el afecto y la admiración de Atanasio: Antonio Abad. Él nació en el año 251. Cuando tenía veinte años, vendió todas sus posesiones y se trasladó al desierto, pero sirvió a los pobres de la zona. A sus treinta y cinco años se retiró durante veinte años a la soledad total, y nadie supo si estaba vivo o muerto. Después, con cincuenta y cinco años, regresó y atendió a los monjes y a la gente que acudía a él en busca de oración y consejo en el desierto, hasta que murió a los 105 años. Atanasio escribió la biografía de Antonio. Este era el ideal de Atanasio, la combinación de aislamiento y compasión por los pobres basada en una ortodoxia sólida.
Se dice que Antonio hizo una rara aparición en Alejandría, para disipar el rumor de que los monjes del desierto estaban del lado arriano. Él denunció el arrianismo «como la peor de las herejías, y fue escoltado solemnemente fuera de la ciudad por el obispo [Atanasio] en persona».63 En ese sentido, la ortodoxia, el ascetismo riguroso en aras de la pureza y la compasión por los pobres, eran las virtudes que Atanasio amaba de Antonio y los monjes. Y creía que sus vidas eran un argumento tan sólido para la cristología ortodoxa como lo era...

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