Opiniones contundentes
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Opiniones contundentes

Vladimir Nabokov, María Raquel Bengolea,Damià Alou

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Opiniones contundentes

Vladimir Nabokov, María Raquel Bengolea,Damià Alou

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La primera edición completa en castellano del clásico de Nabokov, que reúne entrevistas, cartas al director y artículos siempre mordientes y cargados de intención.

«Pienso como un genio, escribo como un autor distinguido y hablo como un niño.» Así comienza Nabokov el prefacio a este volumen, que recoge entrevistas, cartas al director y más de una docena de artículos (secciones, estas dos últimas, inéditas hasta hoy en castellano).

Sobre todo a partir del éxito de Lolita, tanto novelístico como cinematográfico, Nabokov concedió diversas entrevistas en las que repasaba algunos aspectos biográficos y literarios de su personalidad, de sus rutinas como lector y como escritor, de sus filias y sus fobias. Pero las «opiniones contundentes» del autor ruso las encontramos en especial en sus cartas a diversas publicaciones y en sus artículos, donde da rienda suelta a su barroco ingenio y a su afilada prosa para hablarnos de autores como Jodasévich y Sartre, de los críticos obsesionados con los símbolos y de las vicisitudes editoriales que rodearon la publicación de Lolita. Aunque sin duda donde más afila Nabokov sus colmillos es en la polémica que levantó su traducción en prosa del Eugenio Oneguin de Pushkin, en la que expone sus teorías sobre la cuestión y fulmina verbalmente a sus críticos.

Merecen destacarse también la pieza lírica «Inspiración», en la que asistimos al nacimiento de una obra artística desde el lugar privilegiado de un maestro, y sus artículos sobre mariposas, donde el Nabokov de precisión milimétrica se fusiona con el científico para aficionarnos al singular mundo de la lepidopterología.

Las opiniones de Nabokov, contundentes siempre, arbitrarias nunca, suponen una cara imprescindible del prisma de su compleja y fascinante obra.

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Información

Año
2017
ISBN
9788433938152

I. Entrevistas

1. ENTREVISTA ANÓNIMA (1962)

El 5 de junio de 1962, por la mañana, mi mujer y yo llegamos a Nueva York, desde Cherburgo, a bordo del Queen Elizabeth, para el estreno de la película Lolita. El día de llegada, tres o cuatro periodistas me entrevistaron en el Hotel St. Regis. Tengo una pequeña lista de nombres en mi agenda de bolsillo, pero no sé cuáles, si es que hay alguno, corresponden a ese grupo. Las preguntas y respuestas fueron mecanografiadas inmediatamente después de la entrevista, a partir de mis notas.
Los reporteros no lo encuentran persona particularmente estimulante. ¿Por qué?
Me enorgullezco de ser una persona carente de interés público. Nunca en mi vida he estado borracho. Nunca empleo palabras malsonantes propias de escolares. Nunca he trabajado en una oficina ni en una mina de carbón. Nunca he pertenecido a ningún club ni grupo. Ningún credo ni escuela ha tenido influencia sobre mí. Nada me aburre más que las novelas políticas y la literatura con propósitos sociales.
Sin embargo, debe de haber cosas que lo conmueven, que le gustan y que le disgustan.
Mis aversiones son simples: la estupidez, la opresión, el crimen, la crueldad, la música dulzona. Mis placeres, los más intensos conocidos por el hombre: escribir y cazar mariposas.
Escribe todo a mano, ¿verdad?
Sí. No sé escribir a máquina.
¿Consentiría en dejarnos ver una muestra de sus borradores?
Siento tener que negarme. Sólo las nulidades ambiciosas y los mediocres cordiales exhiben sus borradores. Es como hacer circular muestras de la propia saliva.
Lee muchas novelas recientes? ¿Por qué se ríe?
Me río porque editores bienintencionados persisten en enviarme (con cartas en donde dicen «esperamos-que-le-agrade-tanto-como-a-nosotros») sólo un tipo de novelas: las repletas de obscenidades, palabras caprichosas e incidentes supuestamente horripilantes. Todas parecen pertenecer a un mismo autor..., que no es ni la sombra de mi sombra.
¿Qué opinión tiene de la llamada «antinovela» de Francia?
No me interesan los grupos, los movimientos, las escuelas literarias ni nada de eso. Me interesa sólo el artista individual. La «antinovela» no existe realmente; pero existe un gran escritor francés, Robbe-Grillet; su obra es grotescamente imitada por varios escritorzuelos triviales a quienes un marbete sonoro favorece comercialmente.
Noto que vacila usted mucho al hablar. ¿Es signo de una senilidad que se aproxima?
En absoluto. Siempre he sido un orador lamentable. Mi vocabulario habita en lo profundo de mi mente y requiere papel para deslizarse hasta la zona de lo material. La elocuencia espontánea me parece un milagro. He reescrito (a menudo varias veces) cada una de las palabras que he publicado. Mis lápices sobreviven a sus gomas de borrar.
¿Y las apariciones en televisión?
Bueno (siempre se empieza con «bueno» en televisión), después de una de esas apariciones en Londres hace un par de años, un crítico ingenuo me acusó de retorcerme y evitar la cámara. La entrevista, desde luego, había sido cuidadosamente ensayada. Había escrito cuidadosamente todas mis respuestas (y la mayoría de las preguntas), y como soy un orador imposible, tenía delante mis notas (extraviadas desde entonces) escritas en fichas... emboscadas entre diversos e inocentes objetos; de ahí que no pudiera ni fijar la vista en la cámara ni mirar de soslayo al interrogador.
Con todo, ha disertado usted profusamente...
En 1940, antes de emprender mi carrera académica en Norteamérica, afortunadamente me tomé el trabajo de escribir cien conferencias, unas dos mil páginas, sobre literatura rusa, y después otras cien conferencias sobre grandes novelistas, desde Jane Austen hasta James Joyce. Esto me bastó para veinte años académicos en Wellesley y Cornell. Aunque ideé un sutil movimiento de ojos de arriba abajo a lo largo del atril, los sagaces estudiantes jamás dudaron de que estaba leyendo, no hablando.
¿Cuándo empezó a escribir en inglés?
Desde la primera infancia fui bilingüe (ruso e inglés) y a los cinco años aprendí francés. De adolescente, todas las notas que tomaba sobre las mariposas que coleccionaba eran en inglés, con diversos términos sacados de esa revista encantadora, The Entomologist, que publicó mi primer trabajo (sobre mariposas de Crimea) en 1920. Ese mismo año colaboré con un poema en inglés en el Trinity Magazine, en Cambridge, donde fui estudiante de 1919 a 1922. Después, en Berlín y en París escribí mis obras en ruso: poemas, cuentos, ocho novelas. Las leyó un porcentaje razonable de los tres millones de emigrados rusos, y, por supuesto, fueron absolutamente prohibidas y silenciadas en la Rusia soviética. A mediados de la década de 1930 traduje para su publicación en inglés dos de mis novelas en ruso, Desesperación y Cámara oscura (retitulada Risa en la oscuridad en Norteamérica). La primera novela que escribí directamente en inglés fue La verdadera vida de Sebastian Knight, en 1939, en París. Después de trasladarme a Norteamérica en 1940, colaboré con poemas y cuentos en The Atlantic y The New Yorker y escribí cuatro novelas, Barra siniestra (1947), Lolita (1955), Pnin (1957) y Pálido fuego (1962). También he publicado una autobiografía, Habla, memoria (1951) y varios trabajos científicos sobre taxonomía de mariposas.
¿Le agradaría hablar sobre Lolita?
Pues no. He dicho todo lo que quería decir sobre el libro en el epílogo añadido en las ediciones norteamericana y británica.
¿Le resultó difícil escribir el guión de Lolita?
La parte más difícil fue lanzarse..., decidirse a emprender la tarea. En 1959, Harris y Kubrick me invitaron a Hollywood, pero después de varias consultas con ellos decidí que no quería hacerlo. Un año después, en Lugano, recibí un telegrama en donde me instaban a repensar mi decisión. Entretanto, de algún modo, había cobrado forma en mi imaginación una suerte de guión, de modo que en realidad me alegró que repitieran su ofrecimiento. De nuevo viajé a Hollywood y allí, bajo los jacarandás, trabajé seis meses en el asunto. Convertir una novela propia en guión cinematográfico es algo así como hacer una serie de bocetos para una pintura que hace mucho está terminada y enmarcada. Compuse varias escenas y diálogos en un esfuerzo por salvaguardar una Lolita para mí aceptable. Sabía que si yo no escribía el guión, lo haría otro, y sabía también que en tales casos el producto final suele ser menos una combinación que un choque de interpretaciones. Aún no he visto la película. Puede que resulte como una bonita llovizna matinal vista a través de un mosquitero, o puede que acabe en los virajes de un paseo cinematográfico tal como los siente el pasajero horizontal de una ambulancia. De mis cinco o seis sesiones con Kubrick durante la composición del guión, tuve la impresión de que era un artista, y sobre esa impresión baso mis esperanzas de ver una Lolita aceptable el 13 de junio en Nueva York.
¿En qué trabaja ahora?
Estoy corrigiendo las pruebas de mi traducción de Eugenio Oneguin, de Pushkin, una novela en verso que, con un comentario extenso, publicará la Fundación Bollingen en cuatro hermosos volúmenes de más de quinientas páginas cada uno.
¿Podría describir ese trabajo?
Durante los años en que enseñé literatura en Cornell y en otras partes, exigía a mis alumnos la pasión por la ciencia y la paciencia de la poesía. Como artista y hombre de letras prefiero el detalle específico a la generalización, las imágenes a las ideas, los hechos oscuros a los símbolos claros, y el fruto silvestre descubierto a la confitura sintética.
¿De modo que conservó el fruto?
Sí. Mis gustos y mis aversiones han influido sobre mi trabajo de diez años en Eugenio Oneguin. Al traducir sus cinco mil quinientos versos al inglés, tuve que decidirme entre la rima y la razón..., y escogí la razón. Mi única aspiración ha sido proporcionar un armazón, una clave, una traducción absolutamente literal de la cosa, con notas abundantes y pedantes cuya extensión excede en mucho a la del texto del poema. Sólo las paráfrasis «suenan bien»; mi traducción, no; es honesta y desmañada, pesada y servilmente fiel. Hay varias notas a cada estrofa (más de cuatrocientas, contando las variantes). Ese comentario contiene un estudio de la melodía original y una explicación completa del texto.
¿Le gusta que lo entrevisten?
Bueno, el lujo de hablar sobre un tema, uno mismo, es una sensación nada despreciable. Pero el resultado a veces confunde. Recientemente el periódico Candide, de París, me hizo declarar insensateces en una circunstancia idiota. Pero a menudo me he encontrado también con mucho juego limpio. Así, Esquire publicó todas mis correcciones a la versión de una entrevista que hallé llena de errores. Más difícil es seguir la pista de los que publican rumores, y esos escritores tienden a ser poco escrupulosos. Leonard Lyons me hizo explicar por qué permitía que mi mujer llevara la gestión de los asuntos cinematográficos con esta observación absurda y falta de gusto: «Todo el que sabe tratar con un carnicero, sabe manejar a un productor.»

2. PARA LA BBC TELEVISION (1962)

A mediados de julio de 1962, Peter Duval-Smith y Christopher Burstall llegaron a Zermatt –donde ese verano estaba yo coleccionando mariposas– con el fin de hacerme una entrevista para la televisión de la BBC. Los lepidópteros se portaron como lo merecía la ocasión, y lo mismo hizo el tiempo. Mis visitantes y su equipo nunca habían prestado mayor atención a esos insectos, y me conmovió y halagó el asombro pueril con que contemplaban las bandadas de mariposas que absorbían la humedad del lodo de las orillas del arroyo en diversos puntos del sendero de montaña. Tomaron fotografías de las nubes que se levantaban a mi paso, y otras horas del día se dedicaron a grabar la entrevista propiamente dicha. Finalmente apareció en el programa de Bookstand y fue publicada en The Listener el 22 de noviembre de 1962. He extraviado las fichas en las que había escrito mis respuestas. Dudo que el texto publicado fuera tomado directamente de la grabación, pues está lleno de inexactitudes. Diez años después, he tratado de suprimirlas, pero he tenido que eliminar algunas frases aquí y allá cuando la memoria se negaba a reconstruir el sentido imperfecto debido a una palabra defectuosa o incorrectamente enmendada.
El poema que cito (con los acentos métricos añadidos) se hallará, traducido al inglés, en el capítulo segundo de The Gift, G. P. Putnam’s Sons, Nueva York, 1963.
¿Volvería alguna vez a Rusia?
No volveré nunca, por la sencilla razón de que toda la Rusia que necesito está siempre presente en mí: la literatura, la lengua y mi propia infancia rusa. No volveré jamás. No me rendiré jamás. Y, de todos modos, el fantasma grotesco de un estado policial no se desvanecerá mientras yo viva. No creo que allí cono...

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