La ciudad latinoamericana
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La ciudad latinoamericana

Una figura de la imaginación social del siglo XX

Adrián Gorelik

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La ciudad latinoamericana

Una figura de la imaginación social del siglo XX

Adrián Gorelik

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La expresión "ciudad latinoamericana" remite hoy con exclusividad a las grandes metrópolis que crecen sin control, escenarios amenazantes de violencia e inseguridad. Este libro reconstruye, en cambio, una historia fulgurante en la que la "ciudad latinoamericana" imantó el pensamiento y la acción, como punto de cruce entre los lenguajes de las ciencias sociales en su momento más experimental, los proyectos planificadores y la imaginación política. De 1940 a 1980 esa figura dio lugar a una "internacional latinoamericana" de increíble potencia, conformada por intelectuales, expertos, instituciones y Estados para quienes estudiar el territorio urbano era el paso indispensable para la transformación regional. A partir de una investigación tan inspirada como ambiciosa, que lo llevó de los archivos europeos y norteamericanos a un recorrido por esa "ciudad latinoamericana" móvil, que se desplaza de La Habana a Santiago de Chile, de Lima a Buenos Aires y Río de Janeiro, de Puerto Rico a San Pablo, de Brasilia a México, de Caracas a Bogotá, Adrián Gorelik traza el ciclo histórico de esa figura, que tiene dos momentos. El primero, hasta fines de los sesenta, está atravesado por el entusiasmo modernizador, con la creencia de que las ciudades son la puerta a ideas y estilos de vida que van a liberar a América Latina de las cadenas del tradicionalismo y el subdesarrollo. Pero a medida que el optimismo reformista cae, el segundo momento mira las ciudades con otra óptica: bajo la clave de la dependencia, empieza a identificarlas con la reproducción de un orden injusto que solo la revolución –venida de aquel polo antagónico, el campo– podrá cambiar. Ambos momentos están marcados por la presencia dominante de los Estados Unidos y la incidencia de sus figuras, ideas e instituciones, en un contexto en el que la Guerra Fría redefine el campo académico-intelectual y el político.Colocando a la ciudad en el centro de la dinámica intelectual, Adrián Gorelik produce una nueva mirada sobre el período en el que con mayor fervor llegó a formularse la idea de Latinoamérica como proyecto, sea en versión desarrollista o revolucionaria. Y, en la senda de grandes clásicos como Richard Morse, José Luis Romero o Ángel Rama, a quienes dedica los últimos capítulos, lo hace desde un prisma original, que funda un campo de exploración y da nueva inteligibilidad a una época.

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Información

Año
2022
ISBN
9789878011509
Edición
1
Categoría
Architecture
Parte II
Bajo el signo de la planificación
Recorridos latinoamericanos del planning
La expansión mundial de la Tennessee Valley Authority: ilustración de la nota “River valley developments patterned after Tennessee model are springing up all over the globe to aid backward areas”, Milwaukee Journal, 22 de marzo de 1949.
6. Un jardín de senderos que se bifurcan
El análisis sobre las formas ha dejado lugar al énfasis sobre las actividades y los sistemas.
Oscar Yujnovsky, 1971[264]
El Plan para la Zona Sur de 1971 (Buenos Aires) fue un punto de quiebre en nuestras convicciones. Habíamos realizado todo el proceso de diagnóstico siguiendo al pie de la letra los protocolos de la planificación científica: las encuestas, la construcción de bases de datos, los análisis con modelos matemáticos… Pero llegado el momento de pasar a la etapa de propuesta, no había ninguna receta útil para salvar el hiato: el proyecto final quedó en manos de los arquitectos diseñadores, que lo resolvieron con sus típicas soluciones formales.
Nora Clichevsky[265]
Si quisiéramos ser fieles tanto a los matices regionales como a la dinámica internacional del urbanismo (lograda a través de viajes, congresos y muestras internacionales, revistas de gran difusión, traducción de manuales, etc.), al hablar del momento de la conformación del cuerpo disciplinar, entre 1870 y 1914, deberíamos usar una denominación compuesta: urbanismo/Städtebau/town planning. En esa suerte de trinidad, las variaciones no solo dan cuenta de diferencias idiomáticas, sino también de los perfiles específicos en términos técnicos y profesionales con que cada nombre quedó asociado a modos determinados de hacer y pensar (con diferente peso de los componentes artísticos, técnicos, funcionales o económicos, entre las principales variables), aunque, como ya se ha dicho, en un contexto de creciente y explícita búsqueda de unificación programática.[266] A partir de la década de 1930, en cambio, se fue organizando un nuevo cuerpo doctrinario bajo el nombre de planning, traducido ahora sí como “planificación” (o planeamiento, planeación, o incluso planología, entre las primeras tentativas de creación del neologismo), que dotó de sentidos específicos a una rama fundamental del pensamiento socioespacial.
En América Latina, el signo de la planificación como proceso de espacialización del conocimiento social reconoció, como en la mayor parte del mundo de posguerra, el peso dominante de los modelos institucionales e intelectuales norteamericanos –eso que en la Apertura definimos como una maniera específica del pensamiento urbano y regional–, pero de modos idiosincráticos. Por una parte, porque esa planificación debía convivir y compartir esferas de actuación con la tradición del urbanismo, que reconoce sus propias formas de desarrollo, sus propias incumbencias profesionales y sus propias referencias teóricas; por la otra, y muy especialmente, porque, a diferencia de lo que ocurriría tanto en el mundo anglosajón como en el de habla alemana, también la planificación entre nosotros (y en alguna medida en la Europa latina) preservó un lugar central para la figura del arquitecto, aunque se tratara de una figura ya fuertemente transformada.
Conviene precisar, entonces –incluso a riesgo de ser esquemáticos–, cómo se distinguen y entrelazan ambas variedades disciplinares en el curso de nuestro período, el urbanismo y la planificación, pensadas no como categorías, sino, como bien precisó Alicia Novick, como “nociones históricamente construidas”: “constelaciones en las que se entrecruzan ideas técnicas, modos de acción profesional y formas de regulación e intervención estatal que influyen sobre las agendas técnicas, las políticas y las sociales”.[267] Sigamos, entonces, aunque sea muy rápidamente, el desarrollo de cada una de estas dos constelaciones en su conformación como dos tradiciones, con sus propios conflictos y evoluciones internas, de modo de entender mejor el tipo de entrecruzamientos, malentendidos y nuevos conflictos que emergerán en cada momento entre ambas.
Dos tradiciones
También en América Latina el urbanismo comenzó a constituirse como disciplina a comienzos del siglo XX en el cauce de la oleada internacional: un mojón clave de ese proceso suele fijarse en la Town Planning Conference de Londres de 1910, pero ya había para entonces en las principales ciudades latinoamericanas comisiones de plan, figuras administrativas municipales y reglamentos edilicios en diálogo con aquellas transformaciones, aunque las campañas públicas lideradas por ingenieros y arquitectos para definir la profesión en sus nuevos términos se desarrollarían con fuerza en la década de 1920.[268] Tal el urbanismo “científico”, de acuerdo con el término con el que se autorrepresentaba: un enfoque experto que busca orientar (en términos técnicos y estéticos) las grandes transformaciones de la ciudad (apertura de avenidas, organización de redes de transporte e infraestructuras, trazado de parques), en el marco del acusado crecimiento poblacional y las nuevas funciones propiamente capitalistas (mercado inmobiliario, mercado de consumo e industria) que definen desde el siglo XIX la metrópoli moderna. Combinando contribuciones provenientes de la ingeniería, el higienismo, el derecho y las ciencias sociales del siglo XIX, este urbanismo estipuló un tipo de diagnóstico de los problemas urbanos y diseñó los instrumentos legales de intervención, el reglamento y el plan regulador, centrados en el proyecto y el control de variables como el tráfico, las redes de infraestructura, la edilicia pública y privada, la zonificación, en busca del objetivo central de la nueva disciplina: el “crecimiento equilibrado” de la metrópoli.
Como señaló Piccinato para el caso del Städtebau, la conversión de aquellas variables en sectores funcionales autónomos (por ejemplo, el sistema vial) iba a ser el resorte conceptual y práctico que le permitiría a esta mirada técnica de escasos fundamentos teóricos autorrepresentarse como una disciplina científica. En efecto, la segmentación de la ciudad de acuerdo con sus funciones permite un análisis comparativo entre ciudades imposible de otro modo (tal sistema de transporte o de alcantarillado de tal ciudad frente al de tal otra) y una confección de modelos abstractos para cada sector funcional de aplicación universal, que iban a ser el sustento principal de los congresos y exposiciones internacionales. Una nueva manera de ver la ciudad como una máquina integrada por piezas individualizables que debían funcionar con eficiencia, cuyo logro mayor a largo plazo fue quedar impresa en la organización de las estructuras burocráticas municipales (segmentadas también en secretarías especializadas en cada uno de aquellos sectores funcionales).
Aquella impronta científica se esgrimiría especialmente contra la tradición de reformas esteticistas (las obras de embellecimiento que se inspiraron en la reforma urbana modélica del siglo XIX, la del París del Segundo Imperio que universalizó el nombre del prefecto Haussmann), aunque ya había en esa generación de reformas importantes componentes ingenieriles, sanitarios y legales que integrarían el elenco de propuestas del urbanismo/Städtebau/town planning en su profesionalización de las primeras décadas del siglo XX. Por otra parte, la heterogeneidad y la inestabilidad constitutivas de esta nueva ciencia se ven con claridad en dos de sus protagonistas de gran presencia internacional: el arquitecto vienés Camillo Sitte y el biólogo escocés Patrick Geddes, a través de los cuales se reintrodujo en el debate urbanístico profesional tanto el componente artístico (Sitte), pensado como resguardo del espíritu cívico de la ciudad medieval en la ciudad moderna, como la apelación utópica de los reformistas sociales del siglo XIX (Geddes), que quedaría matrizada en uno de los topoi de mayor suceso en la imaginación urbana del siglo XX, la “ciudad jardín”; es muy importante destacar esto porque esta zona del momento científico del urbanismo profesional marcaría a fuego, como veremos, la emergencia de la otra variedad disciplinar que estamos analizando, la de la planificación regionalista.
Pero apenas comenzaba a consolidarse en el prestigio público y a insertarse en las administraciones municipales y las escuelas de ingeniería y arquitectura, este urbanismo científico recibió, desde la segunda mitad de la década de 1920, el embate de una nueva corriente, el urbanismo modernista de las vanguardias arquitectónicas europeas. Este último encontró su plataforma doctrinaria en la Carta de Atenas de 1933, redactada en el cuarto encuentro de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna (CIAM), y encarnó en una de sus figuras más influyentes, Le Corbusier, él mismo una usina de internacionalización de la nueva doctrina, con especial presencia en América Latina.[269] Sintéticamente, las críticas de este urbanismo modernista al urbanismo científico fueron su aceptación de las dinámicas capitalistas de desarrollo de la ciudad (la expansión indefinida) y su respeto por las estructuras compactas de los centros urbanos heredados (calle corredor y amanzanamiento cerrado), a lo que se opuso una propuesta de control terminante de la expansión (que suponía en el extremo la propiedad pública de buena parte de la tierra urbana), y una recomposición de la estructura interna de la ciudad a través de una zonificación que separaba drásticamente las cuatro funciones básicas: habitar, circular, trabajar y recrearse. Todo esto bajo la forma de un relato heroico del urbanista revolucionario para cuyo linaje se tendía un hilo rojo entre las utopías que reaccionaron en el siglo XIX contra la ciudad industrial, y la ciudad jardín, desconociendo el rol de ambas en la configuración de un sector central de la preceptiva científica del urbanismo, como acabamos de ver.
Las escuelas de arquitectura y las administraciones municipales, las entidades profesionales y las revistas, los congresos nacionales y panamericanos de arquitectos, de municipios, de urbanismo, serían en toda América Latina durante los años treinta y cuarenta los escenarios en que se libraría esta disputa, con la participación asidua de algunos invitados consagrados: la presencia sucesiva en el Río de la Plata, entre 1929 y 1931, de Le Corbusier y Werner Hegemann, uno de los autores principales de la escuela alemana de urbanismo científico que debatió acremente con las propuestas del primero, es apenas un ejemplo que muestra el carácter internacional de tales escenarios. Pero más decisivo que la disputa, quizás sea reconocer que en aquellos escenarios se darían también muy diversas formas de negociación entre las diferentes corrientes, lo que fue derivando en una división de tareas: las administraciones municipales, con sus hábitos conformados en la tradición científica, con el reglamento como fundamento, gestionaban de modo más o menos silencioso la ciudad real, mientras las figuras o los grupos doctrinarios de modernistas se ocupaban de la agitación ideológica y de la elaboración de planes que, en los casos más exitosos, se realizarían en dosis homeopáticas a lo largo del tiempo, siempre de modo parcial, desfigurados y domesticados por la adecuación normativa de la gestión municipal.
Hasta que en la década de 1950 se produjo una nueva mutación dentro de esta misma tradición, que podríamos ver como un compromiso modernista dentro de la cultura arquitectónica: el compromiso entre una idea, ahora sí, de planificación, entendida bajo el impacto del Plan del Gran Londres de 1944 elaborado por Patrick Abercrombie –un complejo de presupuestos analíticos y esquemas urbanos y regionales que iba a comandar una nueva generación de planes reguladores en los años cincuenta y sesenta en buena parte de las ciudades latinoamericanas–, y un ideal de arquitectura moderna al que se le iba a confiar la realización de fragmentos programáticos que deberían actuar como símbolos de la modernización deseada y como núcleos de irradiación del plan urbano en la ciudad real. Esta idea acotada de planificación tuvo gran suceso en las administraciones municipales de América Latina y entre los arquitectos, que, sin cambiar demasiado, en los años cincuenta y sesenta se convirtieron de urbanistas en planificadores.
* * *
Frente a ella, se distingue la segunda tradición, que es a la que se dedica toda esta parte del libro: lo que se formula bajo el signo de la planificación desde la década de 1930 es el imperativo de una organización racional de la ciudad y la región como variante decisiva en la atenuación de los desequilibrios producidos por el sistema económico-social, con el objetivo de lograr una distribución ideal de las personas, los bienes y los servicios sobre un territorio dado.[270] Si alguna utopía hereda la planificación del urbanismo, es la del equilibrio socioespacial, utopía de largo aliento, al menos desde que la realidad de la industrialización en el siglo XIX pareció poner cabeza abajo el sistema territorial que se había construido en Europa desde la Edad Media.
La ampliación del área de acción a la región implicó mucho más que un cambio de escala, digamos, de la ciudad del urbanismo al territorio de la planificación; implicó cambios fundamentales tanto en la teoría como en la práctica de la intervención, así como una reorganización de las incumbencias disciplinares, amenazando el monopolio ganado hacía tan poco por la trinidad urbanismo/Städtebau/town planning en su institucionalización de comienzos del siglo XX y estableciendo una nueva cota de cientificidad, la que por entonces estaba definiendo el pensamiento social norteamericano. Todo lo cual redundó en América Latina en una erosión de la identificación con la ciudad lograda por la arquitectura, condenada desde entonces como formalista o “espacialista”. Esta condena se ve con claridad en la cita con que abrimos esta sección, a favor de los sistemas y en contra de las formas, de Oscar Yujnovsky; y es muy significativo de estos cambios el hecho de que Yujnovsky fuese arquitecto de formación, porque la erosión del protagonismo de la arquitectura como disciplina en el tema urbano estuvo lejos de significar la de los arquitectos, quienes, transfigurados en cientistas sociales sui géneris, siguieron protagonizando esta nueva etapa del pensamiento urbano.
La planificación que se elabora desde la década de 1930 con definida matriz anglosajona convoca a la interdisciplina, otra palabra clave en nuestro ciclo, ya que se caracteriza por un tipo d...

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