Apocalipsis: La Revelación de Jesucristo
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Apocalipsis: La Revelación de Jesucristo

Kittim Silva

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Apocalipsis: La Revelación de Jesucristo

Kittim Silva

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En esta nueva edición revisada, casi, 30 años después de la edición original, se actualizan los datos, pero siempre manteniendo los pensamientos originales con la frescura literaria que caracteriza al autor y el lenguaje sencillo que usa en la formación de estudiantes. Enseñando, bíblicamente, las principales ideas y mensajes que nos aporta el libro del Apocalipsis en todo su lenguaje figurativo y literal. Son las propias palabras del autor las que nos introducen en la importancia del estudio del Apocalipsis: "Vivo enamorado de su composición literaria, de su lenguaje real y figurado, y de su enfoque escatológico".

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Informations

Année
2014
ISBN
9788482679457
CAPÍTULO 1
La revelación de Jesucristo (Apocalipsis 1:1-20)
«Apocalipsis» no es una palabra castellana, sino griega, significa «revelación». El libro comienza con la frase «la revelación de Jesucristo». Comúnmente se le llama a este libro «la revelación de Juan»; lo correcto es llamarle «la revelación de Jesucristo». Esta revelación se originó en Dios, el Padre, este se la dio a Cristo, Cristo la envió y se la declaró a Juan por medio de un ángel. El texto lee: «La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto, y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan» (Apocalipsis 1:1).
El escritor del libro
Juan, el apóstol, fue el escritor de este libro. Era hijo de un tal Zebedeo (Mateo 4:21) y de Salomé (Mateo 27:56); hermano de Santiago el Mayor, de Betsaida, pescador, como su padre (Mateo 4:21). Su padre era acomodado; tenía jornaleros (Marcos 1:20), poseía por lo menos una barca y pescaba con red (Mateo 4:21). Su madre servía a Jesús (Mateo 27:56). Fue antes discípulo de Juan el Bautista (Juan 1:25-40), y luego llamado por Jesús al apostolado (Marcos 1:19). Junto a su hermano Santiago y con Simón Pedro formó parte del círculo íntimo de Jesús, testigos de la resurrección de la hija de Jairo (Marcos 5:37), de la transfiguración sobre el monte Tabor (Marcos 9:2), y de su agonía en el huerto de Getsemaní (Marcos 14:33). A Juan se le conoce en el cuarto evangelio como «el discípulo amado» (Juan 13:23, 19:26, 20:2, 21:7, 20). En la última cena se reclinó sobre el pecho de Jesús (Juan 13:23). A él Jesús le encomendó su madre (Juan 19:27). Juan fue el único apóstol que estuvo junto a la cruz de Jesús (Juan 19:26).
En el año 95 o 96 fue deportado a la isla de Patmos por Domiciano, por la predicación de la «palabra de Dios» y por dar testimonio de Jesucristo (Apocalipsis 1:19). Después regresó a Efeso y murió a una edad muy avanzada.
La isla de Patmos
He visitado la isla de Patmos cinco veces. Es una pequeña isla rocosa situada en el mar Egeo frente a la provincia de Caria, en el suroeste de Asia Menor. Esta isla fue usada por los romanos como lugar de destierro para los criminales. En el día presente, allí existe un monasterio sobre una colina, que según la tradición en su ubicación tiene una caverna que fue donde Juan recibió las revelaciones apocalípticas.
En las circunstancias más terribles y desoladoras para Juan se cumplió ese versículo bíblico: «A los que aman a Dios todas las cosas les obran para bien» (Romanos 8:28). Patmos fue el contexto para el Apocalipsis.
El medio de la revelación
En Apocalipsis 1:1 leemos: «Y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan». A través de todo el Apocalipsis la actividad de los ángeles se hace patente. Por eso es necesario saber algo de su naturaleza, personalidad y obras.
Los ángeles son seres creados por Dios, hechos de la nada por su poder. Fueron creados antes que el hombre, reconociendo que son creación de Dios, no aceptan adoración (Apocalipsis 19:10, 22:8, 9). Tienen cuerpos espirituales, es decir, no tienen cuerpos humanos (Hechos 1:10-11). No mueren, el Señor Jesucristo dijo: «Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles…» (Lucas 20:36). El Señor, mediante la inmortalidad de los ángeles, ilustraba a los saduceos que los que resuciten no han de morir jamás, serán inmortales. El número de ángeles es incontable (Daniel 7:10; Mateo 26:53; Hebreos 12:22).
La personalidad de los ángeles es ejemplar. En el cielo hacen la voluntad de Dios (Mateo 6:10). Son fieles adoradores de Dios (Hebreos 1:6). Su sabiduría es superior a la humana (1.a Pedro 1:12).
Las obras de los ángeles son maravillosas. Son los que ejecutan la voluntad de Dios para cuidado de los creyentes: «¿No son todos espíritus ministradores enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación?» (Hebreos 1:14). Ellos ejecutan los juicios de Dios (Génesis 19:1-32). Entre sus funciones en el Apocalipsis podemos mencionar: siete ángeles poderosos tocarán durante la gran tribulación las siete trompetas de juicios (Apocalipsis 8:2, 6). Siete ángeles arrojarán sobre la tierra siete tazones de juicios (Apocalipsis 16:1 ss.). Un ángel aprisionará a Satanás en el abismo (Apocalipsis 20:1). El arcángel Miguel y sus arcángeles arrojaron del cielo a Satanás y a los ángeles caídos; en los días de la gran tribulación les van a arrojar a la tierra (Apocalipsis 12:7-12). Después los van a confinar al abismo, y por último al lago de fuego y azufre (Apocalipsis 20:10).
Triple bienaventuranza (Apocalipsis 1:13)
Hay una triple bendición de bienaventuranza al leer, oír y guardar las enseñanzas del libro del Apocalipsis. Lee como sigue: «Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de esta profecía y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca».
Este versículo le acerta un golpe certero al tabú que se ha levantado sobre el Apocalipsis. Al contrario, invita a todo el que pueda leer a estudiarlo, a escuchar predicaciones y estudios sobre el mismo, y más que todo, a atesorarlo. Es la voluntad divina que sus siervos sepan lo que Dios va a hacer en relación con este mundo apóstata y blasfemador. En Amós 3:7 leemos: «Porque no hará nada Jehová, el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas».
Saludo a las siete iglesias (Apocalipsis 1:4-8)
«Juan, a las siete iglesias que están en Asia: “Gracia y paz a vosotros del que es y que era y que ha de venir, y de los siete espíritus que están delante de su trono”» (Apocalipsis 1:4).
En los días de Juan, estas siete iglesias eran siete congregaciones que existían en lo que se conocía como el Asia Menor (no el continente). La historia de la Iglesia, desde que comenzó en Pentecostés hasta la revelación de Jesucristo, se resume en estas siete iglesias.
La expresión «del que es y que era y que ha de venir» presenta algunas enseñanzas. Primero, «del que es», eternidad. Segundo, «y que era», inmutabilidad. Tercero, «y que ha de venir», retorno a la tierra. En Hebreos 13:8 leemos: «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos». Él, siendo inmutable, hace que sus promesas tampoco cambien. Él «ha de venir en secreto para su Iglesia» (1.a Tesalonicenses 4:16-17); a esta venida se la conoce como el rapto o traslación. Jesús vendrá públicamente para el mundo en su revelación (Apocalipsis 1:7).
La plenitud del Espíritu Santo se prefigura en la declaración «y de los siete espíritus que están delante de su trono». El Espíritu Santo es pleno, total y abarcador.
En el versículo 5 se describen tres oficios del Señor: profeta, sacerdote y rey. Lee el texto así: «Y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos y el soberano de los reyes de la tierra…». El profeta Isaías dijo: «He aquí yo lo di por testigo a los pueblos, por jefe y por maestro a las naciones» (Isaías 55:4). Como profeta, Jesús se hizo «el testigo fiel». Como «el primogénito de los muertos», Él hizo su labor sacerdotal muriendo como cordero y presentándose al Padre como sacerdote, luego resucitó, como primicias garantizando la resurrección a todos los creyentes (1.a Corintios 15:20-24). En su revelación, Jesús afirmará su señorío como «el soberano de los reyes de la tierra».
A través de Cristo somos hechos «reyes y gobernadores para Dios» (Apocalipsis 1:6). Reyes porque en el milenio gobernaremos con Él. Sacerdotes porque podemos interceder ante la misma presencia de Dios cuando oramos.
La visión de Patmos (Apocalipsis 1:9-18)
La frase «en el día del Señor» (Apocalipsis 1:10) se escribe en griego kuriakos, y se ha traducido erróneamente «domingo». Aunque lo cierto es que «el día del Señor» parece referirse a este día en particular. Jesús resucitó en domingo, se manifestó a sus discípulos en días de domingo, y envió el Espíritu Santo en domingo, pero hay quienes entienden que se refiere al día (o tiempo) de su venida.
Juan «estaba en el Espíritu». Por esto debemos entender un estado espiritual producido por el mismo Espíritu Santo. Ese día, él nos dice «y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta». Esa voz es la del Señor Jesús, que le habló a Juan estando este de espaldas.
Jesús le dijo: «Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea» (Apocalipsis 1:11). El alfa y la omega son la primera y la última letras del alfabeto griego, como la A y la Z lo son del castellano. El Señor es principio y fin de todo. En Él las cosas comienzan y en Él terminan. El apóstol recibió la orden de escribir lo que veía. No era un analfabeto.
Juan, inquieto por aquella voz, decide volverse de su posición. Dice él: «Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo, y vuelto vi siete candeleros de oro» (Apocalipsis 1:12). Los siete candeleros simbolizan las siete iglesias (Apocalipsis 1:20).
La visión de Jesús
«Y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre» (Apocalipsis 1:13). Para el apóstol no fue ningún problema el identificar al personaje de esta visión. Jesús, «en medio de los siete candeleros» indica que el Señor se pasea y está en medio de sus iglesias, no importando su tamaño o ubicación geográfica o estado económico. «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre», dijo Jesús, «allí estoy yo en medio de ellos» (Mateo 18:20).
«Vestido de una ropa que llegaba hasta los pies» (Apocalipsis 1:13). Estas vestiduras señalan la labor sacerdotal de Cristo. En Hebreos 9:11 leemos: «Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación».
«Ceñido por el pecho con un cinto de oro» (Apocalipsis 1:13). Entre las vestiduras que usaba el sumo sacerdote en el Antiguo Testamento se puede mencionar: el efod de oro hecho de lino torcido y teñido de azul, púrpura y carmesí. Era una obra esmerada. Se sujetaba por un cinturón o cinto fabricado de los mismos materiales (Éxodo 28:8-9). El efod tenía dos hombreras, y sobre ellas tenía dos piedras de ónice, grabadas con los nombres de los hijos de Israel. Todo esto era un recordatorio al sumo sacerdote de que estaba ministrando a favor del pueblo (Éxodo 28:9, 12).
El cinto de oro que ceñía a Cristo simboliza su obra y ministerio intercesorio en favor de los creyentes, recordándose siempre que Él tiene que abogar por ellos (1.a Juan 2:1; Isaías 11:5, 42:1-4; Filipenses 2:5-8). «Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve» (Apocalipsis 1:14). El color blanco simboliza pureza, gloria, santidad y, sobre todo, representa la justicia y el perdón d...

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