EL ARTE DE CULTIVAR LA VERDADERA AMISTAD
1
El augur Quinto Mucio Escévola solía entretener a sus amigos con recuerdos de su suegro Cayo Lelio, al que sin dudar apodaba «el Sabio». En cuanto a mí, al entrar en la adolescencia, mi padre me puso bajo el cuidado de Escévola y me recomendó, en la medida de lo posible y sin faltar al respeto, no apartarme de su lado. Deseoso de aprender de él, me esforcé en memorizar los doctos razonamientos y provechosos aforismos que intercalaba en la conversación. Después de su muerte, frecuenté a su sobrino, el pontífice Escévola, el hombre más íntegro y capaz de toda Roma. Pero de este ya hablaré en otra ocasión. De momento prefiero centrarme en Escévola el augur.
2
Nunca olvidaré sus enseñanzas, pero hay una conversación en particular que se me ha quedado grabada en la memoria. Un día, como era su costumbre, nos reunió a unos cuantos íntimos en el hemiciclo de su casa, y al cabo de un rato abordó un tema que corría por entonces de boca en boca.
Ático, en aquella época eras muy amigo de Publio Sulpicio y estoy seguro de que no habrás olvidado que, cuando era tribuno de la plebe, se enemistó con Quinto Pompeyo, que por su parte ostentaba el cargo de cónsul, a pesar de haber sido amigos íntimos durante años. Los amargos reproches que se lanzaban, después de la admiración que hasta entonces se habían profesado, extrañaban a todo el mundo.
3
Cuando comentábamos el caso, Escévola mencionó una conversación sobre la amistad que Lelio había tenido con él y con su otro yerno, Cayo Fannio, hijo de Marco Fannio, pocos días después de la muerte de Escipión el Africano. Guardé en la memoria las ideas principales de sus razonamientos y ahora las pongo por escrito en forma de diálogo para no estar constantemente repitiendo dije yo y dijo él y que así parezca que estamos presentes en la conversación y que los participantes se hallan ante nuestros ojos.
4
A menudo, Ático, me has animado a escribir sobre la amistad. Sin duda es un tema de interés general y además resulta particularmente adecuado para ti y para mí, dado que somos amigos íntimos. Por tanto, siguiendo de buen grado tu consejo, voy a escribir sobre esta materia tan importante para la sociedad. Utilizaré el mismo estilo que en El arte de envejecer, obra dedicada a ti en la que puse de protagonista a un Catón ya anciano, pues nadie mejor para hablar del tema que alguien que vivió tanto y que además floreció en la vejez. Cayo Lelio y Publio Cornelio Escipión, como sabemos por nuestros mayores, fueron grandes amigos, así que me ha parecido adecuado poner en boca de Lelio las ideas sobre la amistad que Escévola decía haber aprendido de él. Además, por algún motivo que se me escapa, la relevancia de este tipo de conversaciones aumenta cuando los protagonistas son personas ilustres del pasado. Te confieso que, a veces, me conmuevo tanto cuando releo El arte de envejecer que llego a pensar que no soy yo quien habla sino el propio Catón.
5
Igual que en aquel libro fui un anciano que escribía a otro anciano acerca de la vejez, ahora seré un amigo que escribe sobre la amistad a su mejor amigo. Allí, el protagonista fue Catón, pues nadie en su época fue tan anciano y tan sabio como él. Aquí, será Lelio quien hable sobre la amistad, pues todo el mundo dice que era el mejor y más sabio de los amigos. Te pido que durante la lectura no pienses en mí como autor de estas páginas y te imagines que es Lelio en persona quien te habla. Cayo Fannio y Quinto Mucio Escévola llegan de visita a casa de su suegro poco después de la muerte de Escipión el Africano. Cuando sacan el tema de la amistad, Lelio les expone sus ideas con todo detalle. No me cabe duda de que te reconocerás a ti mismo en estas páginas.
6
Fannio: Tienes toda la razón, Lelio. No ha habido hombre tan distinguido e ilustre como Escipión. Sin embargo, ten en cuenta que los ojos de los romanos están ahora puestos en ti. Te califican de sabio y están convencidos de que lo eres. No hace mucho pensaban lo mismo de Marco Catón, y nuestros padres, por su parte, dieron ese apelativo a Lucio Acilio, si bien por diferentes motivos. A Acilio por su dominio del derecho civil y a Catón por sus conocimientos en los ámbitos más variados. Mucho se ha hablado de las innumerables muestras de prudencia, firmeza y visión de futuro que dio tanto en el Senado como en el Foro y de la agudeza de sus respuestas en los debates. Al final de su vida, el sobrenombre de Sabio era ya prácticamente su apellido.
7
Tú en cambio eres sabio no solo por tu carácter y tus habilidades innatas, sino por tu erudición y sed de conocimiento. No eres sabio en el sentido que el vulgo le da a la palabra, sino en el que le dan los eruditos. Excepto cierto ateniense al que el oráculo de Apolo en persona calificó de sapientísimo, ese tipo de sabiduría a la que me refiero no la ha tenido nadie en toda Grecia, pues los especialistas en la materia ni siquiera consideran como tales a esos que llaman Los Siete Sabios.
La gente cree que hay en ti tanta sabiduría que consideras que tus mayores tesoros están en tu interior y que la virtud tiene más valor que la caprichosa fortuna.
Por eso nos preguntan a Escévola y a mí qué tal llevas la muerte de tu amigo Escipión, sobre todo porque el mes pasado no asististe a la habitual reunión de augures en la finca de Décimo Bruto. Tu ausencia fue muy patente, pues nunca has faltado a la cita ni a las obligaciones de tu cargo.
8
Escévola: Así es, Cayo Lelio, todo el mundo pregunta por ti. Yo les cuento lo que he visto con mis propios ojos: que soportas con entereza el dolor por la pérdida de un gran hombre y un íntimo amigo. Comento que, naturalmente, su muerte te ha afectado profundamente, como no podía ser menos en alguien de tan buen corazón, y que si faltaste a la reunión del mes pasado fue por enfermedad, no por aflicción.
Lelio: Tienes razón, Escévola, y lo que les dices es verdad. Nunca he permitido que una desgracia personal me aparte del cumplimiento de mis obligaciones. Si alguna vez las he descuidado, ha sido a causa de una enfermedad. Me parece inconcebible que las personas responsables no cumplan con su deber.
9
Por eso, Fannio, te agradezco que me cuentes los cumplidos que la gente me dedica, pero la verdad es que ni los busco ni los merezco. En lo tocante a Catón, creo que no lo valoras correctamente, pues te aseguro que si alguna vez ha existido un hombre sabio, ese fue Catón. Valga como ejemplo la entereza con la que aceptó la muerte de su hijo. Otros como Paulo y Galo también han perdido hijos, pero estaban aún en la infancia, mientras que el hijo de Catón era ya un adulto en la flor de la vida.
10
Así que por encima de Catón no pongáis ni a Sócrates, por mucho que el mismo Apolo lo considerara el más sabio de los hombres, ya que, después de todo, a Catón lo alabaron siempre por sus actos y a Sócrates solo por sus palabras.
En lo que a mí respecta, voy a deciros una cosa y os ruego que me creáis. Si dijera que la muerte de Escipión no me ha entristecido, los jueces de mis palabras me acusarían de mentir y con razón, pues me ha afectado mucho perder al mejor amigo que tendré jamás, o al menos al mejor que he tenido. No obstante, dispongo de un pequeño remedio. Me consuela, y no es poco consuelo, no haber caído en el engaño que atormenta a la mayoría de las personas cuando se les muere un ser querido. Y es que no creo que a Escipión le haya sucedido nada malo. El que ha sufrido una pérdida he sido yo, no él. Además, quien se deja dominar por la tristeza no manifiesta el amor que siente por su amigo, sino el que siente por sí mismo.
11
La vida siempre sonrió a Escipión. A falta de vivir eternamente, algo a lo que os aseguro que no aspiraba, logró todo cuanto un hombre puede desear. Desde joven superó con creces las expectativas que sus compatriotas habían puesto en él. Aunque nunca buscó que lo eligieran cónsul, desempeñó el cargo en dos ocasiones: la primera, antes de cumplir la edad legal, y la segunda, a su debido tiempo, pero cuando era ya demasiado tarde para la República. Conquistó las dos ciudades que más amenazaban nuestro país, acabando así con las guerras presentes y futuras. Y no olvidemos sus elegantes modales, la devoción por su madre, la generosidad con sus hermanas, la gentileza con sus parientes y la ecuanimidad con los demás. Ambos conocéis bien sus virtudes. Las muestras de consternación de las que fuimos testigos en su funeral son buena prueba del amor que el pueblo sentía por él. Unos pocos años más de vida no habrían significado gran cosa. A pesar de que, como nos recordaba Catón a Escipión y a mí un año antes de su muerte, la vejez no tiene por qué ser una carga, sí es cierto que nos arrebata esa frescura que Escipión nunca perdió.
12
Ya veis que en lo tocante a gloria y fortuna poco más pudo haber deseado. Además, su muerte ha sido tan rápida que ni la ha sentido. No se sabe exactamente cómo ha muerto. Ambos estáis al tanto de los rumores. Pero os aseguro que de los muchos días de júbilo y celebración que disfrutó en su vida, el día previo a su muerte fue el mejor. Después de la d...