La Regenta II
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La Regenta II

  1. 424 páginas
  2. Spanish
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La Regenta II

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Índice
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Información del libro

La Regenta was published in two volumes in 1884 and 1885 and, in the words of its author, "was written as single individual pieces that I was writing as I was sending" to the editor. It is one of the best Spanish novels of the 19th century due to the psychological complexity of the characters and their social and personal conflicts. Though its central theme is adultery, this conflict is contrary to the customs, history, and values of Vetusta, an imaginary city. This is the second volume.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2014
ISBN
9788498979725
Edición
1
Categoría
Literature
XXX
—Y ahora mucho cuidado; mira lo que vas a hacer.
—¿Tú no entras?
—No, no... Tengo prisa, tengo que hacer.
—¡Me dejas solo ahora!
—Volveré si quieres... pero... mejor te acostabas pronto. Mañana vendré temprano.
—Te advierto que no te he dicho que sí.
—Bueno, bueno... adiós.
—Espera, espera... no me dejes solo... todavía. No te he dicho que sí; tal vez... lo piense más y... me decida por seguir el camino opuesto.
—Pero por de pronto, Víctor, prudencia, disimulo... Es decir, si no quieres exponerte a una desgracia. Ya lo sabes...
—¡Sí, sí! Benítez cree que un gran susto, una impresión fuerte...
—Eso; puede matarla.
—¡Está enferma!
—Sí, más de lo que tú crees.
—¡Está enferma! Y un susto, un susto grande... puede matarla.
—Eso, así como suena.
—Y yo debo subir, y guardar para mí todos estos rencores, toda esta hiel tragármela... y disimular, y hablar con ella para que no sospeche y no se asuste... y no se me muera de repente...
—Sí, Víctor, sí; todo eso debes hacer.
—Pero confiesa, Tomás, que todo eso se dice mejor que se hace; y comprende que ese aldabón me inspire miedo, explícate la razón que tengo para tenerle el mismo asco que si fuera de hierro líquido...
Calló a esto Frígilis.
Llegaban de la estación; estaban en el portal del caserón de los Ozores, que apenas alumbraba a pedazos el farol dorado pendiente del techo.
Quintanar no tenía valor para subir a su casa. No quería llamar. «Iban a abrirle, iba a salir ella, Ana, a su encuentro, se atrevería a sonreír como siempre, tal vez a ponerle la frente cerca de los labios para que la besara... Y él tendría que sonreír, y besar y callar... y acostarse tan sereno como todas las noches... Tomás debía comprender que aquello era demasiado...».
Y además, las revelaciones de Frígilis respecto a la salud de Ana le habían caído al pobre ex-regente como una maza sobre la cabeza. «Aquella alegría, aquella exaltación que la habían llevado... al crimen, a la infamia de una traición... eran una enfermedad; Ana podía morir de repente cualquier día; una impresión extraordinaria lo mismo de dolor que de alegría, mejor si era dolorosa, podía matarla en pocas horas...». Esto había contestado Frígilis a la historia de su amigo. A Mesía fusilémosle, había dicho, si eso te consuela; pero hay que esperar, hay que evitar el escándalo, y sobre todo hay que evitar el susto, el espanto que sobrecogería a tu mujer si tú entraras en su alcoba como los maridos de teatro... Ana, culpable según las leyes divinas y humanas, no lo era tanto en concepto de Frígilis que mereciera la muerte.
—¿Quién quiere matarla? ¡Yo no quiero eso! —había interrumpido don Víctor al oír esto.
Pero Frígilis había replicado:
—Sí quieres tal, si le dices que lo sabes todo. Lo que hay que hacer hay que pensarlo; yo no digo que la perdones, que esa sea la única solución; pero confiesa que el perdonar es una solución también.
—Perdonarla es transigir con la deshonra...
—Eso ya lo veríamos. ¿Tú eres cristiano?
—Sí, de todo corazón, más cada día... Como que ya no veo más refugio para mi alma que la religión...
—Bueno, pues si eres cristiano ya veremos si debes perdonar o no. Pero no se trata de esto todavía; se trata de no cortar el camino al perdón, antes de ver si conviene, dando a tu mujer esa puñalada mortal al entrar en su cuarto y gritar: «¡Muera la esposa infiel!» para que ella conteste: «¡Jesús mil veces!» y caiga redonda. Yo no sé si diría «Jesús mil veces» pero de que caería estoy seguro. Y ya ves, antes de matarla hay que ver si tenemos derecho para ello.
—No, yo no le tengo; me lo dice la conciencia...
—Y dice perfectamente. Ni yo tengo derecho para aconsejarte nada trágico. Cuando te casé con ella, porque yo te casé, Víctor, bien te acordarás, creí hacer la felicidad de ambos...
—Y no parecía que te habías equivocado. La mía la habías hecho. La de ella... durante más de diez años pareció que también.
—Sí, pareció; pero la procesión andaba por dentro... Diez años fue buena: la vida es corta... No fue tan poco.
—Mira, Frígilis, tu filosofía no es para consolar a un marido en mi situación... Ya sé yo todo lo que tú puedes decirme, y mucho más... Eso no es consolarme...
—Ni yo creo que tu situación admita consuelos más que el del tiempo y la reflexión lenta y larga... Pero ahora no se trata de ti, se trata de ella. ¿Te empeñas en coser el cuerpo con un florete o con una espada a Mesía? Sea; pero hay que ver cuándo y cómo. Hay que tener calma. Después de lo que sabes de la enfermedad de Ana, secreto que Benítez me impuso y que rompo por lo apurado del caso, después de saber que puede sucumbir ante una revelación semejante...
—¿Pero no es peor hacer lo que hace, que saber que yo lo sé? ¿Quién te asegura a ti que no me despreciará, que no procurará huir con el otro?
—¡Víctor, no seas majadero! El otro... es un zascandil. No hizo más que esperar que cayera el fruto de maduro... Ella no está enamorada de Mesía... En cuanto vea que es un cobarde y que la abandona antes que pelear por ella... le despreciará, le maldecirá... y en cambio los remordimientos la volverán a ti, a quien siempre quiso.
—¡Que quiso!
—Sí, más que a un padre. ¿Qué mejor prueba quieres que todo lo pasado? ¿Por qué se hizo mística?... Y la pobre... también tuvo que sufrir ataques... creo yo, de otro lado... de... pero en fin, de esto no hablemos. ¿Por qué luchó, como luchó sin duda? Porque te quería... porque te quiere... te quiere mucho...
—¡Y me vende!
—¡Te vende! ¡te vende!... En fin, no hablemos de eso... ya has dicho que no quieres mis filosofías. Ello es, que si armas arriba una escena de honor ultrajado, en seguida hay otra de entierro.
—¡Hombre dices las cosas de un modo!...
—La verdad. Un drama completo. Pero en último caso, si tan irritado estás, si tan ciego te ves, si no puedes atender a razones, ni a tu conciencia que bien claro te habla; llama, sube, alborota, quema la casa... O no hagas tanto, que bastará con que la espantes con tu noticia para que Ana caiga de espaldas y le estalle dentro una de esas cosas en que tú no crees, pero que son para la vida como los alambres para el telégrafo. Si estás furioso, si no puedes contenerte, también tú tendrás disculpa hagas lo que hagas. (Pausa.) Pero si no, Quintanar, no tienes perdón de Dios.
Esto último lo dijo Crespo con voz solemne, grave, vibrante que hizo a su amigo estremecerse.
Después de este diálogo, parte del cual mantuvieron por el camino de la estación a casa, y parte dentro del portal, fue cuando Quintanar se acercó a la puerta para coger el aldabón, y cuando Frígilis exclamó:
—Y ahora mucho cuidado; mira lo que vas a hacer.
Frígilis tenía prisa, quería dejar a don Víctor cuanto antes para correr en busca de don Álvaro y advertirle de que Quintanar sabía su traición, para que se abstuviera de asaltar el parque aquella noche y acudir a la cita, si la tenía como era de suponer. Pensaba Crespo que a Víctor no se le había ocurrido, como no se le ocurrieron otras tantas cosas, que aquella noche se repetiría la escena de la anterior, que debía de ser ya antigua costumbre; podía don Álvaro, que no había visto a su víctima cuando le acechaba en el parque, volver a las andadas, sorprenderle Quintanar...

Índice

  1. Créditos
  2. Presentación
  3. Tomo II
  4. XVI
  5. XVII
  6. XVIII
  7. XIX
  8. XX
  9. XXI
  10. XXII
  11. XXIII
  12. XXIV
  13. XXV
  14. XXVI
  15. XXVII
  16. XXVIII
  17. XXIX
  18. XXX
  19. Libros a la carta