Corbacho
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Corbacho

  1. 180 páginas
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El arcipreste escribió dos hagiografías: una Vida de San Isidoro y una Vida de San Ildefonso, así como la compilación histórica Atalaya de las crónicas y el Corbacho o Reprobación del amor mundano (1438), que se inspira en el Corbaccio de Giovanni Boccaccio. Esta obra, que es la más conocida, consta de cuatro partes. La primera es un tratado contra la lujuria; la segunda, una sátira contra las mujeres de toda condición; las dos últimas partes analizan las complexiones de los hombres y sus diferentes inclinaciones a amar. De esta obra interesan su estilo vivo, coloquial y popular, caracterizado por la constante bimembración o plurimembración, que pinta una imagen sumamente rica y vigorosa del tema que describe, así como sus notas costumbristas; sin embargo, también se utiliza en la parte doctrinal un lenguaje sumamente ampuloso y latinizado por el hipérbaton, los participios de presente y los cultismos. Asimismo, es frecuente el recurso a la similicadencia y la prosa rimada. Es este modelo de lenguaje a la vez popular e hiperculto el que tuvo presente el también manchego Fernando de Rojas para componer su Celestina.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2014
ISBN
9788499530192
Edición
1
Categoría
Literature
Categoría
Classics
Primera parte
Capítulo I. Cómo el que ama locamente desplace a Dios
Primeramente digo tal razón, a la cual persona ninguna no la puede resistir, que ninguno hacer placer a Dios no puede si en mundano amor se quiere trabajar; por cuanto mucho aborreció nuestro Señor Dios en cada uno de los sus testamentos, viejo y nuevo, y los mandó punir a todos aquellos que fornicio cometían o lujuriaban, fuera de ser por ordenado matrimonio según la ley ayuntados; los cuales eran preservados de mortal pecado y de fornicio si debidamente, y según la dicha orden de matrimonio, usasen del tal acto en acrecentamiento del mundo; y mandó punir a cualquier que por desfrenado apetito voluntario tal cosa cometía. Demándote, pues, ¿si tal cosa será dicha buena la que fuere contra la voluntad de Dios hecha? ¡Oh cuánto dolor de corazón, cuánta amargura para las ánimas, de lo que de cada día oímos, sabemos, leemos y vemos por hechos viles, torpes, horribles de lujuria, que de cada día por guisas diversas se cometen, perder la gloria de paraíso por momentáneo cumplimiento de voluntario apetito, vil, sucio y horrible! ¡Oh malaventurado e infame, y aun más que bestia salvaje y, peor aun, debe ser dicho y reputado aquel que por un poquito de delectación carnal deja los gozos perdurables y perpetualmente se quiere condenar a las penas infernales! Piensa, pues, hermano, y con tu sutil ingenio busca cuánta de honra le debe ser hecha a aquel que, menospreciado su Señor y Rey celestial, y aun menospreciando su mandamiento, por una mujercilla miserable o deseo de ella, quiere darse todo al diablo, enemigo de Dios y de la su ley. Pensar puedes, amigo, que si nuestro Señor Dios quisiera que el pecado de la fornicación pudiese ser hecho sin pecado, no hubiera razón de mandar matrimonio celebrar, como cierto sea y manifiesto que mucho más pueblo se podría acrecentar usándose el tal acto de fornicio que no evitándolo. Pues bien puede y debe ser notada la locura de cada uno que por haber un poco de delectación carnal quiera perder la vida perdurable, la cual Jesucristo nuestro salvador por la su propia sangre quiso comprar y de pérdida recobrar. Por ende, te digo que en confusión de su ánima será y vergüenza de su cara, y más, en gran injuria del omnipotente Dios, del cielo y de la tierra criador, si por querer seguir la mezquina de su voluntad y apetito desordenado quiere alguno contra la voluntad de Dios obrar, venir y vivir perdiendo, como dije, lo que te es por Él prometido sin tú merecerlo, y esto por derramamiento de su propia sangre, la cual demandará a Dios padre justicia de ti. ¡Oh juicio cruel, cuanto poco pensado, menos cogitado! Piense, pues, el que pensar pudiere o quisiere, que a solo Dios amar es amor verdadero, pues amando quiso por ti morir, y ¡tú por galardón quieres a otro más servir!
Capítulo II. Cómo amando mujer ajena ofende a Dios, a sí mismo, y a su prójimo
Muy más, por ende, te demostraré otra razón, que será por orden la segunda, por qué los amadores de mujeres y del mundo deben del amor tal huir, por cuanto por el tal desordenado amor no puede ser que el tu prójimo ofendido no sea, queriendo por falso amor su mujer, hija, hermana, sobrina o prima haber deshonestamente. Y esto haciendo tú, como a ti cierto es que no lo amas —que lo que no querrías para ti no deberías para el tu prójimo querer— donde tres males haces: vienes primeramente contra el mandamiento de Dios; lo segundo, contra tu prójimo cometes omecillo; lo tercero, pierdes y destruyes tu cuerpo y condenas tu ánima; y aun lo cuarto haces perder la cuitada que tu loco amor cree, que pierde el cuerpo, si sentido le es, que la mata su marido por justicia, o súbitamente a deshora o con ponzoñas; o el padre a la hija, o el hermano a la hermana, o el primo a la prima, según de cada día ejemplo muestra. Que si doncella es perdida la virginidad, cuando debe casar, vía buscar locuras para hacer lo que nunca pudo ni puede ser: de corrupta hacer virgen, donde se hacen muchos males; y aun de aquí se siguen a las veces hacer hechizos porque no pueda su marido haber cópula carnal con ella. Y si por ventura la tal doncella del tal loco amador se empreña, vía buscar con qué lance la criatura muerta. ¡Oh cuántos males de estos se siguen, así en doncellas como en viudas, monjas y aun casadas, cuando los maridos son ausentes: las casadas por miedo, y las viudas y monjas por la deshonor, las doncellas por gran dolor, pues que, sabido, pierden casamiento y honor! Pero esta es la verdad: que la mejor y la más peor tanto pierde dándose a loco amor, que el morir le será vida, hora se sepa hora no se sepa. Sé empero cierto, que de no saberse sería imposible. Por ende, lo que contece de esta materia escribir no se podría. Mira, pues, el desordenado amor cuántos y cuáles daños procura y trae, mayormente que es expreso mandamiento y ley divinal de ello. Y más te digo, aunque divinal ley no lo mandase, por provecho y utilidad de el tu prójimo —la cual cada cual debe guardar— te debías refrenar de no querer lo que no querrías que quisiese él para ti, por cuanto sin amor de prójimo poco tiempo podría hombre vivir en este miserable mundo.
Capítulo III. Cómo por amor se siguen muertes, omecillos, y guerras
La tercera manera y razón manda y veda que ninguno no debe usar ni querer de mujeres amor, por cuanto del tal amor cada día por experiencia vemos que unos con otros han desamistades: amigo con amigo, hermano con hermano, padre con hijo; por ende, vemos levantarse enemistades capitales, y demás muchas muertes y otros infinitos males que del tal amor se siguen. Lee los pasados y considera los que hoy viven y pues considera bien que no es hoy hombre vivo por muy mucho que tu especial amigo sea, que te ame de cordial dilección, y más, aunque tu pariente propincuo sea —y de esta regla no fallecerá aunque tu primo, sobrino, hermano, y aun más te digo, aunque tu padre sea— que si siente que tú te enamores y bienquerencia demuestres, o amor tomares con la cosa suya, o que él ama y bien quiere, que luego en ese punto en su corazón no se engendre una mortal malquerencia, odio y rencor contra ti, y de allí te piensa ya malquerer y hacer obras malas, y dañarte en lo que pudiere públicamente o escondidamente, según el estado de la persona lo requiere, que atal comete hombre en público al igual suyo que al mayor que sí no se atreve sino escondidamente. Donde se levantan muchas traiciones, y tratos, muertes y lesiones, y cosas que explicar sería muy prolijo. Pues malaventurado sea el hombre que por una breve delectación de la carne y por un desordenado amor de mujer inconstante quiere deshonrar su amigo y de él hacer enemigo perpetuamente mientra viviere, y perderlo para siempre. Por ende, de este tal, así como de bruto animal o contrario a la humana naturaleza, deben todas personas, donde juicio hay, huir y apartarse como de bestia venenosa y de perro rabioso, que mordiendo ponzoña todos los que muerde y comunican con él. Y ¿qué cosa es al hombre más útil y provechosa y aun necesaria como haber fieles amigos en que se fíe? Que según un dicho de Cícero romano: «agua, fuego ni dinero no es al hombre tan necesario como amigo fiel, leal y verdadero»; el cual, si uno entre mil hallado fuere, sobre todo tesoro es de guardar, al cual conveniente comparación no es, ni hallada ser puede. Empero muy muchos son amigos llamados que los hechos y el nombre en ellos es sobrepuesto y careciente de verdad, por cuanto su amistad en el tiempo de la necesidad no parece, antes perece y no es hallada. El que es amigo verdadero en el tiempo de la necesidad se prueba y hállase más fiel y amigable a su amigo, según dice el antiguo proverbio: «Mientra que rico fueres, ¡oh cuántos puedes contar de amigos!; empero si los tiempos se mudan y anublan, ¡ay, que tan solo te hallarás!». Lo que puede y vale el buen amigo, Tulio, en el libro suyo De la amicicia, te lo demuestra; por ende en la amistad puedes conocer a tu amigo cual y quien sea. Por cierto bien debe carecer de nombre de amigo, y en estima muy poca ser tenido, el que por cumplir un poco de vano apetito pierde a Dios y a su amigo; tal no debería entre los hombres parecer ni ser nacido. Y como los otros pecados de su naturaleza maten el alma, este, empero, mata el cuerpo y condena el ánima; por do el su cuerpo lujuriando padece en todos sus naturales cinco sentidos: primeramente hace la vista perder, y menguar el olor de las narices natural, que el hombre apenas huele como solía; el gusto de la boca pierde y aun el comer del todo; casi el oír fallece que parécele como que oye abejones en el oreja; las manos y todo el cuerpo pierden todo su ejercicio que tenían y comienzan de temblar. Pues las potencias del ánima tres todas son turbadas, que apenas tiene entendimiento, memoria ni reminiscencia, antes, lo que hace hoy no se acuerda mañana; pierde el seso y juicio natural. De las siete virtudes no puede usar: fe, esperanza, caridad, prudencia, templanza, fortaleza, justicia, así que es hecho como bestia irracional; y lo peor que el acto vil lujurioso hace al cuitado del hombre adormir en los pecados, así en aquel como en los otros por concomitancia, y en ellos por gran tiempo envejecer. Por do muchos son hallados dañados que mueren súbitamente cuando no piensan, o más seguros están, diciendo: «Hoy, mañana me enmendare, de tal vicio me quitare». Así que de cras en cras vase el triste a Satanás, y, lo peor, que el decir es por demás. Por tanto, no a sinrazón da voces la divina autoridad diciendo: «No es crimen hallado más grave que la fornicación, digna de traer al hombre a perdición».
Capítulo IV. De cómo el que ama es en su amar de todo temeroso
Hay más otra razón que debería a los entendidos dar causa de no locamente amar, porque aquel que ama, él mismo se ata y se mata, y se hace de señor siervo, en tanto que todos cuantos ve se piensa que le usurpan su amor, y con muy poca superstición todo el su corazón se perturba y se le revuelve de dentro; toda habla, todo andar y conversación de otro teme. Porque amor así es en sí tanto delicado que es todo lleno de miedo y de temor, pensando que aquel o aquella que ama no se altere o mude de su amor contra otro, en tanto que el cuitado pierde comer y beber y dormir, y todos placeres y gasajados, y no es su pensamiento otro sino que vive engañado con aquella que él más ama por amar y no ser amado. Y si con ella alguno ve hablar, luego, aunque sea su hermano, presume que se la sonsaca o se la desvía o engaña o la quiere para sí. Y luego es la ira en el corazón presta, y lidia consigo mismo, mayormente cuando hay algunas así placeras que a todos vientos sus ojos vuelven y a todos les place hacer buen semblante, por ser de muchos quista, amada y preciada, dando de sí hazaña como la viña de Dios: que quien no quiere no vendimia, a quien no place no entra en ella. Y el cuitado vive, y viviendo muere, y muriendo vive cada día. Y piensa que otra riqueza al mundo no tiene, ni precia ni estima tiene de nada, sino la que ama; que ciertamente si el que ama padeciese mal en bienes y personas, solo en gozo de su amor dice ser bienaventurado, y nunca piensa que cosa alguna le puede empecer. Y si en su amor no se halla firme o constante, todas las cosas le parece que le vienen contrarias, y buen hecho, ni buena cara ninguno del alcanzar puede como hombre alterado o en otra especie trasmudado. ¿Quién es tan loco y fuera de seso que quiere su poderío dar a otro y su libertad someter a quien no debe, y querer ser siervo de una mujer que alcanza muy corto juicio, y demás atarse de pies y de manos, en manera que no es de sí mismo, contra el dicho del sabio, que dice: «Quien pudiere ser suyo, no sea enajenado, que libertad y franqueza no es por oro comprado»? Y un ejemplo antiguo es, el cual puso el Arcipreste de Hita en su tratado. Bien debe el tal ser en escarnio retraído del pueblo, como aquel que se vendió a quien sabe cierto que es su enemigo y le ha de matar o finalmente burlar. Como en amor de mujeres hallar firmeza no sea seguro ninguno por galán más que él sea, pues comedir y pensar en ello le es por demás, y el porfiar es pasatiempo.
Capítulo V. Cómo el que ama aborrece padre y madre, parientes, amigos
Otra razón te digo: yo quiero que el amor tuyo se extienda en amar otra mujer que no sea de tu amigo, antes sea no conocida, y demás te digo, que aun extraña sea. Digo que el amigo no puede conocer otro que sea su amigo hasta que él vea que el amor de su amigo tanto le tiene enseñoreado, que por cosa del mundo no le faltaría su amigo; y por todo esto alcanzar conviene el hombre mucho guardar. Empero también se sigue daño de cualquier otra amar que no sea de su conociente o amigo; que el que la mujer ama, sea quien quiera, nunca se estudia sino en qué la podrá servir y complacer, y, dejado amor de padre y madre, parientes y amigos, que de tal amor le repten, toma a todos por enemigos solo por complacer la su coamante. Pero la seguridad que de ella tiene es que, cuando otro vea que bien le parezca, deje a él en el aire. Y no pienses en este paso hallarás tu más firmeza que los sabios antiguos hallaron expertos en tal ciencia, o locura mejor dicha. Lee bien cómo fue Adán, Sansón, David, Goliat, Salomón, Virgilio, Aristóteles y otros dignos de memoria en saber y natural juicio, e infinitos otros mancebos pasados de esta presenta vida y aun hoy vivientes. Por ende esperar firmeza en amor de mujer es querer agotar río caudal con cesta o espuerta o con muy ralo harnero. Pues si el que por ejemplo de otros de sí mayores y más sabios no toma castigo, ni por verdadera experiencia que ve no castiga, ¡cuánto es digno de ser de los hombres y amigos suyos aborrecido y del todo baldonado, diciéndole: «Bestia desenfrenada, sueltas son las riendas, corre por do quisieres hasta que caigas donde no te levantes, que los briosos y fervientes amadores siempre corren a suelta rienda, y por ende, de ligero caen en tierra»!
Capítulo VI. Cómo por amar vienen a menos ser preciados los amadores
Otra razón te quiero más aun asignar, la cual mucho contraria y enemiga es de amor, por cuanto vemos que de amor procede mucha mengua, donde muchos por loco amor vinieron y vienen a gran pobreza, que, dando francamente y mala diligencia poniendo en sus hechos y haciendas, muchos fueron y hoy son abatidos y venidos a menos de su estado. Y muchas veces vemos los amadores sus bienes disipar por querer hacer larguezas, por demostrar a las coamantes mucha franqueza; pero en su casa u otro lugar, ¡Dios sabe cómo apretan la mano! Dan adonde no deben y no dan adonde conviene: por tanto es dicho pródigo y no largo ni franco. Esto procede de amor. Y aun contece que por dar hombre a la mujer lo que no tiene, por haberlo y alcanzar de Dios y de sus santos, de buena o mala ganancia, conviene hacer cosas no debidas y ponerse a peligros tales que el amor loco sería bueno si cesase. ¿Quién puede pensar si un rico hombre su sustancia en tal amor consumase y de que su amiga pobre le sintiese, no dándole como solía, y lo baldonase, como vemos algunos de cada día? ¿Qué te parece? ¡Qué dolor, qué tribulación debe sentir quien tal ve, cómo todo el mundo se le debe tornar oscuro, y lo verde blanco, y lo bermejo negro, y lo cárdeno amarillo! Y creo que este tal no dudará de cometer toda maldad como desesperado por ver si recobrar al menos pudiese el haber suyo mal despendido, no haciendo entonces mención de su coamante, que ya más le dolerá lo perdido de su hacienda que no de la loca lozana. ¡Ay Dios! Sí hay casados que dan mala vida a sus mujeres y casa, y consuman su sustancia con otras amantes, y de que no tienen que darles, las baldonan y tórnanse a su casa y propia mujer, tremiendo y aun renegando, con sus orejas colgadas; y allí es el dolor, perdido amor y bienes, vía llorar y dar ruido en casa, y a las veces como desesperados irse a tierras extrañas, y dejar hijos y mujer con pobreza; y allí conviene ser perdida la mujer, y ser mala por mantenerse a sí y a sus hijos. Y si el marido presente estuviere, que no se va ni la deja, conviene ver y callar y soportar, o que haga ojo de pez y se aparte y dé lugar. Y esto causa el amor loco y desordenado, y no hay en el mundo enamorado que eso mismo no desee tener y mucho alcanzar de buen justo o malo, por donde su amor pueda mantener y a la loca complacer y contentar; y no solamente a ella, mas a ella y a la encubridera, y a la mensajera, y al alcahueta, y a la que les da casa donde hagan tal locura y pecado, y a la moza de la moza de su cocinera; y en otras muchas y diversas partes le conviene dar sin medida, según el lugar es, y la conversación y manera y personas. Estime el que amare que no solamente a su coamante de dar tiene, mas a otras ciento ha de contentar; y aun a los vecinos conviene dar y por ellos trabajar, y eso mismo a las vecinas, porque si ven que no vean, y si oyen que cierren sus orejas. ¡Oh cuántas tribulaciones están al triste que ama aparejadas, sin los peligros infinitos a que le conviene de noche y de día ponerse, que escribirlos sería imposible, como sean muchos y diversos! Y a la fin, ¿por qué?, si considerado fuere por tan poca cosa; y aun porque ¿quién da o dará poco por él? —cuando no pensare— pues, ¿en qué reputación debe ser tenido del pueblo el que a los susodichos peligros y daños y males ponerse quiere por tal amor, poco durable y variable, no queriendo ejemplo tomar de otros perdidos por semejante, y mas entendidos, mayores y para más que él?
Capítulo VII. De cómo muchos enloquecen por amores
Otra razón es muy fuerte contra el amor y amantes, que amor su naturaleza es penar el cuerpo en la vida y procurar tormento al ánima después de la muerte. ¿Cuántos, di, amigo, viste u oíste decir que en este mundo amaron, que su vida fue dolor y enojo, pensamientos, suspiros y congojas, no dormir, mucho velar, no comer, mucho pensar? Y, lo peor, mueren muchos de tal mal y otros son privados de su buen entendimiento; y si muere va su ánima donde penas crueles le son aparejadas por siempre jamás, no que son las tales penas y tormentos por dos, tres o veinte años. Pues ¿que le aprovechó al triste su amar o a la triste si su amor cumpliere, y aun el universo mundo por suyo ganare, que la su pobre de ánima por ello después en la otra vida perdurable detrimento o tormento padezca? Por ende, amigo, te digo que maldito sea el que a otra ama más que a sí, y por breve delectación quiere haber dañación, como suso en muchos lugares dicho es; y más, que fue sabedor de esto que dicho es, y avisado, y quiso su propia voluntad seguir diciendo: «Mata, que el Rey perdona».
Capítulo VIII. De cómo honestad y continencia son nobles virtudes en las criaturas
Otra razón se demuestra por donde amor debe ser evitado, por cuanto honestidad y continencia no es duda ser muy grandes y escogidas virtudes, y por contrario, lujuria y delectación de carne son dos contrarios vicios muy feos y abominables. Uno de los bienes que en este mundo el hombre debe haber sí es buena fama y renombre, y ser entre los virtuosos notado y no puesto con los viciosos en fama denigrados. Y fama buena ni corona de virtudes no puede el hombre o la mujer haber si de estas virtudes no es acompañado: continencia y honestidad, las cuales son mucho placenteras a Dios. Y sepas que en uno no pueden virtudes estar y vicios, por su contrariedad; que el bueno no es malo, ni el malo no es bueno, bien que lo malo puede tor...

Índice

  1. Créditos
  2. Presentación
  3. [Prólogo]
  4. Primera parte
  5. Segunda parte
  6. Tercera parte
  7. Cuarta parte
  8. Libros a la carta