Tradiciones peruanas III
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Tradiciones peruanas III

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Tradiciones peruanas III

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Las Tradiciones peruanas is a fascinating chronicle of the history of Peru, offering a detailed look at the cutlure and landscape. Palma's surprisingly modern and sharp prose gives his work great asthetic value.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2014
ISBN
9788499537641
Edición
1
Categoría
Literatura
Categoría
Clásicos

El Demonio de los Andes (A Ricardo Becerra)

Noticias históricas sobre el maestre de campo Francisco de Carbajal
Arévalo, pequeña ciudad de Castilla la Vieja, dio cuna al soldado que por su indómita bravura, por sus dotes militares, por sus hazañas que rayan en lo fantástico, por su rara fortuna en los combates y por su carácter sarcástico y cruel fue conocido en los primeros tiempos del coloniaje con el nombre de Demonio de los Andes.
¿Quiénes fueron sus padres? ¿Fue hijo de ganancia o fruto de honrado matrimonio? La historia guarda sobre estos puntos profundo silencio, si bien libro hemos leído en que se afirma que fue hijo natural del terrible César Borgia, duque de Valentinois.
Francisco de Carbajal, después de haber militado más de treinta años en Europa, servido a las órdenes del Gran Capitán Gonzalo de Córdova y encontrádose con el grado de alférez en las famosas batallas de Ravena y Pavía, vino al Perú a prestar con su espada poderoso auxilio al marqués don Francisco Pizarro. Grandes mercedes obtuvo de éste, y en breve se halló el aventurero Carbajal poseedor do pingüe fortuna.
Después del trágico fin que tuvo en Lima el audaz conquistador del Perú, Carbajal combatió tenazmente la facción del joven Almagro. En la sangrienta batalla de Chupas y cuando la victoria se pronunciaba por los almagristas, Francisco de Carbajal, que mandaba un tercio de la alebronada infantería real, exclamó arrojando el yelmo y la coraza y adelantándose a sus soldados: «¡Mengua y baldón para el que retroceda! ¡Yo soy un blanco doble mejor que vosotros para el enemigo!». La tropa siguió entusiasmada el ejemplo de su corpulento y obeso capitán, y se apoderó de la artillería de Almagro. Los historiadores convienen en que este acto de heroico arrojo decidió de la batalla.
Vinieron los días en que el apóstol de las Indias, Bartolomé de las Casas, alcanzó de Carlos V las tan combatidas ordenanzas en favor de los indios, y cuya ejecución fue encomendada al hombre menos a propósito para implantar reformas. Nos referimos al primer virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela. Sabido es que la falta de tino del comisionado exaltó los intereses que la reforma hería, dando pábulo a la gran rebelión de Gonzalo Pizarro.
Carbajal, que presentía el desarrollo de los sucesos, se apresuró a realizar su fortuna para regresar a España. La fatalidad hizo que por entonces no hubiese lista nave alguna capaz de emprender tan arriesgada como larga travesía. Las cualidades dominantes en el alma de nuestro héroe eran la gratitud y la lealtad. Muchos vínculos lo unían a los Pizarros, y ellos lo forzaron a representar el segundo papel en las filas rebeldes.
Gonzalo Pizarro, que estimó siempre en mucho el valor y la experiencia del veterano, lo hizo en el acto reconocer del ejército en el carácter de maestre de campo.
Carbajal, que no era tan solo un soldado valeroso, sino hombre conocedor de la política, dio por entonces a Gonzalo el consejo más oportuno para su comprometida situación: «Pues las cosas os suceden prósperamente —le escribió—, apoderaos una vez del gobierno y después se hará lo que convenga. No habiéndonos dado Dios la facultad de adivinar, el verdadero modo de acertar es hacer buen corazón y aparejarse para lo que suceda; que las cosas grandes no se emprenden sin gran peligro. Lo mejor es fiar vuestra justificación a las lanzas y arcabuces, pues habéis ido demasiado lejos para esperar favor de la corona». Pero la educación de Gonzalo y sus hábitos de respeto al soberano ponían coto a su ambición, y nunca osó presentarse en abierta rebeldía contra el rey. Le asustaba el atrevido consejo de Carbajal. El maestre de campo era, políticamente hablando, un hombre que se anticipaba a su época y que presentía aquel evangelio del siglo XIX: «a una revolución vencida se la llama motín; a un motín triunfante se le llama revolución: el éxito dicta el nombre».
No es nuestro propósito historiar esa larga y fatigosa campaña que con la muerte del virrey en la batalla de Iñaquito el 18 de enero de 1546, entregó el país, aunque por poco tiempo, al dominio del muy magnífico señor don Gonzalo Pizarro. Los grandes servicios de Carbajal en esa campaña los compendiamos en las siguientes líneas de un historiador:
«El octogenario guerrero exterminó o aterró a los realistas del Sur. A la edad en que pocos hombres conservan el fuego de las pasiones y el vigor de los órganos, pasó sin descanso seis veces los Andes. De Quito a San Miguel, de Lima a Guamanga, de Guamanga a Lima, de Lucanas al Cuzco, del Callao a Arequipa y de Arequipa a Charcas. Comiendo y durmiendo sobre el caballo, fue insensible a los hielos de la puna, a la ardiente reverberación del Sol en los arenales y a las privaciones y fatigas de las marchas forzadas. El vulgo supersticioso decía que Carbajal y su caballo andaban por los aires. Solo así podían explicarse tan prodigiosa actividad.»
Después de la victoria de Iñaquito, el poder de Gonzalo parecía indestructible. Todo conspiraba para que el victorioso gobernador independizase el Perú. Su tentador Demonio de los Andes lo escribía desde Andahuailas, excitándolo a coronarse: «Debéis declararos rey de esta tierra conquistada por vuestras armas y las de vuestros hermanos. Harto mejores son vuestros títulos que el de los reyes de España. ¿En qué cláusula de su testamento les legó Adán el imperio de los incas? No os intimidéis porque hablillas vulgares os acusen de deslealtad. Ninguno que llegó a ser rey tuvo jamás el nombre de traidor. Los gobiernos que creó la fuerza, el tiempo los hace legítimos. Reinad y seréis honrado. De cualquier modo, rey sois de hecho y debéis morir reinando. Francia y Roma os ampararán si tenéis voluntad y maña para saber captaros su protección. Contad conmigo en vida y en muerte; y cuando todo turbio corra, tan buen palmo de pescuezo tengo yo para la horca como cualquier otro hijo de vecino».
Entre los cuadros que hasta 1860 adornaban las paredes del Museo Nacional, y que posteriormente fueron trasladados al palacio de la Exposición, recordamos haber visto un retrato del Demonio de los Andes, en el cual se leían estos que diz que son versos:
Del Perú la suprema independencia
Carbajal ha tres siglos quería,
Y quererlo costole la existencia.2
Pero estaba escrito que no era Pizarro el escogido por Dios para crear la nacionalidad peruana. Coronándose, habría creado intereses especiales en el país, y los hombres habrían hecho su destino solidario con el del monarca. Por eso, al arribo del licenciado Gasca con amplios poderes de Felipe II para proceder en las cosas de América y prodigar indultos, honores y mercedes, empezó la traición a dar amarguísimos frutos en las filas de Gonzalo. Sus amigos se desbandaban para engrosar el campo del licenciado. Solo la severidad de Carbajal podía mantener a raya a los traidores. Tan grande era el terror que inspiraba el nombre del veterano, que en cierta ocasión dijo Pizarro a Pedro Paniagua, emisario de Gasca:
—Esperad a que venga el maestre de campo, Carbajal y le veréis y conoceréis.
—Eso es, señor, lo que no quiero esperar —contestó el emisario—; que al maestre yo le doy por visto y conocido.
En Lima estaba en ebullición la rebeldía contra Pizarro. El pueblo que en Cabildo abierto lo había aclamado libertador, que lo llamó el muy magnífico y que lo obligó a continuar en el cargo de gobernador, ya que él desdeñaba el trono con que le brindaran, ese mismo pueblo le negaba un año después el contingente de sus simpatías. ¡Triste, tr...

Índice

  1. Créditos
  2. Presentación
  3. El divorcio de la condesita
  4. El que espera desespera
  5. La laguna del diablo
  6. ¡Al rincón! ¡Quita calzón! (A Monseñor Manuel Tovar)
  7. Creo que hay infierno
  8. Una hostia sin consagrar (A Benjamín Vicuña Mackenna)
  9. El primer toro
  10. Juana la Marimacho
  11. Una sentencia primorosa (A don Manuel Ricardo Trelles)
  12. Un drama íntimo (A don Adolfo E. Dávila)
  13. Una astucia de Abascal
  14. Un tenorio americano (A don Alberto Navarro Viola)
  15. La viudita
  16. El gran mariscal don Antonio G. de La-Fuente
  17. ¡Que repiquen en Yauli! Origen histórico de esta frase
  18. David y Goliat
  19. Seis por seis son treinta y seis
  20. El sombrero del padre Abregú
  21. El canónigo del taco
  22. Hilachas
  23. Entrada de virrey
  24. Los plañideros del siglo pasado
  25. Sinfonía a toda orquesta
  26. El Demonio de los Andes (A Ricardo Becerra)
  27. Mírense en este espejo
  28. La excomunión de los alcaldes de Lima
  29. El chocolate de los jesuitas
  30. Las brujas de Ica
  31. Un caballero de industria
  32. De cómo a un intendente le pusieron la ceniza en la frente (A Manuel Aurelio Fuentes)
  33. De esta capa, nadie escapa
  34. Los dos Sebastianes
  35. La catedral del Cuzco
  36. La Virgen del sombrerito y el chapín del Niño
  37. El obispo Chicheñó
  38. ¡Ahí viene el Cuco!
  39. Resurrecciones
  40. Agua mansa
  41. Una chanza de inocentes
  42. A muerto me huele el godo
  43. Origen de una industria
  44. Una aventura amorosa del padre Chuecas
  45. Entre libertador y dictador (A Julio S. Hernández)
  46. Cosas tiene el rey cristiano que parecen de pagano
  47. La venganza de un cura
  48. Los escrúpulos de Halicarnaso
  49. Los veinte mil godos del obispo
  50. La soga arrastra
  51. Las balas del Niño Dios (Al señor general don Juan Buendía)
  52. Libros a la carta