Al primer vuelo
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Al primer vuelo

  1. 260 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
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Índice
Citas

Información del libro

José María de Pereda was a writer who loved his native region. His work is based on contemplation and accurate description of a provincial world, filled with colorful characters and their small, everyday passions. Al primer vuelo encapsulates these themes.

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Información

Editorial
Linkgua
Año
2014
ISBN
9788499530017
Edición
1
Categoría
Literature
Categoría
Classics

VI. ENTRE BUENOS AMIGOS

Señor don Claudio! No podía usted llegar más a tiempo ni en mejor ocasión...
¡Catana!... ¡Catana!... ¿Café? ¿chocolate? ¿cosa de tenedor?... Con franqueza, don Claudio: lo que más apetezca y mejor le siente a estas horas... ¡Catana!...
—Pero, señor don Alejandro, ¡si yo no acostumbro a desayunarme hasta más tarde! Cabalmente he venido tan de madrugada, por averiguar de sus sirvientes, mientras ustedes descansaban, qué era lo que habían echado más en falta anoche, para disponer con tiempo el remedio. ¡Cómo había de sospechar yo que después de las fatigas del viaje?...
—Pues ahí verá usted. ¿Y si le digo que hace ya más de una hora que andamos de ronda por toda la casa, de pieza en pieza y de balcón en balcón, mira aquí y asómbrate allá?...
—¡Es posible?...
—Y ¿por qué no ha de serlo?
—En usted, pase, porque está más avezado, es de aquí y lo tiene ley; pero esta señorita...
—¡A buena parte va usted! Cuando me levanté yo, ya estaba ella de vuelta, como quien dice. ¿No es verdad, Nieves? Hay que advertir también que antes de acostarnos anoche habíamos pactado cierto compromiso... Pero que diga ella si le ha pesado la madrugada...
—¿De manera que la ha gustado la situación de Peleches?
—¡Oh, muchísimo!
—Vaya, pues lo celebro infinito; porque temía yo lo contrario.
—¿Por qué, recanástoles?
—Hombre, acostumbrada a la hermosura y la animación de una ciudad como Sevilla, nada de particular tendría que al verse de pronto en una soledad como ésta...
—¿De modo que donde hay soledad, no cabe belleza ni?... ¿Se quiere usted callar, alma de cántaro? No le hagas caso, Nieves... ¡Pues, hombre, me hace gracia la ocurrencia! Desde aquí al cielo, señor don Claudio... Y no me replique, para taparme la boca, que poco he demostrado mi entusiasmo por las maravillas de Peleches volviéndoles la espalda durante tantos años; porque bien dicho lo tengo por qué ha sido y cuánto lo he deplorado... ¿Está usted?
Pues ahora díganos qué va a tomar, porque está Catana deseando saberlo para servirle en el aire...
—¡Ea! pues ya que ha de ser... lo mismo que ustedes tomen.
—Ya lo oyes, Catana: lo mismo que nosotros... Y respondiendo ahora a cierta indirecta pregunta que usted nos ha hecho, le digo que lejos de echar en falta cosa alguna en esta casa para nuestra comodidad, todo lo hemos hallado en su punto y lleno de motivos de agradecimiento y de aplauso a la previsión, al acierto... en fin, que ha hecho usted milagros... ¿No es así, Nieves?
—De toda verdad, don Claudio... Nada se echa de menos aquí.
—Repare usted, señorita, que yo no he hecho más que cumplir las órdenes de su papá lo mejor que he podido... De todas maneras, me felicito de no haberme equivocado... Pero ¿de veras le gusta a usted esto, Nieves?
—De veras, don Claudio: se lo juro a usted... Y ¿por qué no había de gustarme?
—Por lo que antes dije a usted. ¡Es esto tan diferente de aquello!
—Pues por esa diferencia me gusta a mí esto.
—¡Ajá!... Tómate esa y vuelve por otra...
—¿De manera que usted está satisfecha?...
—Satisfechísima.
—¿Y dispuesta a sacar partido de?...
—De todo, don Claudio. Y si no lo estuviera, ¿para qué venir aquí?
—¡En los mismos rubios, señor Fuertes!... y vaya usted contando. A usted se le ha figurado que Nieves era una niña dengosa que se nutría de huevo hilado y alfeñique, y le faltaba la respiración en cuanto se la sacaba de la estufa... ¡A buena parte va usted con la suposición!
—No suponía tanto, señor don Alejandro; pero entre los dos extremos... Y en fin, yo celebro en el alma que la señorita Nieves sea como es; y excuso decirles a ustedes que no solo por deber, sino con muchísimo gusto mío, me pongo a sus órdenes desde ahora para servirla, para acompañarla...
—Ya nos habíamos permitido nosotros contar con ese factor en los cálculos que hemos venido haciendo por el camino; pero, inocente de Dios, ¿sabe usted con quién trata? ¿conoce usted los ánimos, los bríos y los propósitos que hay en ese cuerpecito que se abarca por la cintura con la llave de la mano? ¡Ay, amigo don Claudio! usted y yo, para sopas y buen vino.
—Poco a poco sobre eso, mi señor don Alejandro. Usted sabrá a qué paso le anda la vida por sus adentros; pero no el que lleva la mía por los míos.
—Pues, hombre, ya que me la echa usted de plancheta, le diré que allá saldrán las dos en andadura, como salimos en años uno y otro.
—No es regla esa, don Alejandro.
—Sobre todo, cuando se saca en la cuenta el pico gordo que me saca usted a mí.
—¡Yo a usted?
—¡Toma, y se admira, canástoles!
—¡Yo lo creo!
—Pues mal creído...
—¿Cuántos años tiene usted, entonces, o, mejor dicho, cuántos cree tener?
—Ni tampoco cincuenta y ocho...
—Lo menos sesenta y dos...
—¡Ave María Purísima!... ¡No le hagas caso, Nieves!
—De todas maneras, igual le dé, porque ya no ha de echarse usted a pretender jovenzuelas; pero ésta es una cuenta que se saca en el aire y por los dedos.
—Pues ya está usted sacándola.
—Cuando yo vine a Villavieja por primera vez...
—¡Cómo! ¿No es usted de aquí, don Claudio?
—No, señora. ¿Usted no lo sabía?
—Lo habrá olvidado, porque yo creo habérselo dicho.
—No lo recuerdo.
—Yo soy de Astorga.
—¡De Astorga?
—Sí, señora: de don...

Índice

  1. Créditos
  2. Presentación
  3. I
  4. II. LA TESIS DE DON ALEJANDRO
  5. III. EL OJO DE BERMÚDEZ PELECHES
  6. IV. DE LO QUE ESCRIBIÓ DESDE VILLAVIEJA DON CLAUDIO FUERTES Y LEÓN, A DON ALEJANDRO BERMÚDEZ PELECHES
  7. V. QUINCE Días DESPUÉS
  8. VI. ENTRE BUENOS AMIGOS
  9. VII. VISITAS
  10. VIII. EN EL CASINO
  11. IX. LA FAMILIA DEL BOTICARIO
  12. X. DE TIROS LARGOS
  13. XI. EL «FLASH»
  14. XII. DESPUÉS DEL PASEO
  15. XIII. LAS PRIMERAS SEMANAS
  16. XIV. CRÓNICA DE UN DÍA
  17. XV. CARTAS CANTAN
  18. XVI. GACETILLA
  19. XVII. MAR AFUERA
  20. XVIII. BAJO EL TAMBUCHO
  21. XIX. EN LA VILLA
  22. XX. EN PELECHES
  23. XXI. AL DÍA SIGUIENTE
  24. XXII. UN INCIDENTE GRAVE
  25. XXIII. LA TRIBULACIÓN DEL BOTICARIO
  26. XXIV. «EL FÉNIX VILLAVEJANO»
  27. XXV. EN EL QUE TODOS QUEDAN SATISFECHOS MENOS EL LECTOR
  28. Libros a la carta