Democracia al borde del caos
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Democracia al borde del caos

Ensayo contra la autoflagelación

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Democracia al borde del caos

Ensayo contra la autoflagelación

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La autoflagelación es la mala conciencia de la pasividad, y no es fácil superarla en un contexto en el que la pasividad es impuesta. Sin embargo, el reconocimiento pleno de la fuerza avasalladora de las circunstancias no puede paralizar la lucha por la búsqueda de alternativas dignas. Se pretende mostrar, a lo largo del libro, que ese imaginario de Europa corresponde cada vez menos a la realidad; que los partidarios de gobierno nacional -de derecha y de izquierda- y las instancias de gobierno europeo se dejaron capturar por la voracidad del neoliberalismo y de su arma de destrucción masiva, el capital financiero, la forma de capital más hostil a la voluntad democrática.

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Información

Año
2011
ISBN
9789586652896
Categoría
Sociología
Parte I
ENSAYO CONTRA LA AUTOFLAGELACIÓN1
Capítulo 1
LAS IDENTIDADES DE LAS CRISIS
El modo como se defina una crisis y se identifiquen los factores que la causan tiene un papel decisivo en la elección de las medidas que la superen y en la distribución de los costos sociales que estas puedan causar. La lucha por la definición de la crisis es, así, un acto político, y para aclarar su naturaleza es necesario cierto esfuerzo analítico. Ante todo, hay que hacer algunas distinciones. La primera se refiere a los horizontes temporales de definición y de solución de la crisis. Portugal vive una crisis financiera de corto plazo, una crisis económica de mediano plazo y una crisis político-cultural de largo plazo. En el plano financiero, es la urgencia del financiamiento del Estado. En el plano económico, se trata de la falta de competitividad internacional de la economía portuguesa debido a la cualidad de su especialización (no es lo mismo vender zapatos que vender aviones) y al hecho de estar integrada en un bloque económico dotado de una moneda excesivamente fuerte que favorece a las economías más desarrolladas del mismo. En el plano político-cultural, se trata de un déficit histórico en la formación de las élites políticas, económicas y sociales, causado por un ciclo colonial excesivamente largo, que permitió durante demasiado tiempo encontrar soluciones fáciles para problemas difíciles y salidas ilusorias para bloqueos reales. Como los tres tiempos están imbricados, y con ellos las crisis que les corresponden, darle atención exclusiva a una de las crisis puede hacer más difícil la solución de las otras. Eso es lo que ocurre actualmente: la solución de la crisis financiera agravará la crisis económica (imposibilidad de inversión y crecimiento) y prolongará la crisis político-cultural (la facilidad que nuestras élites tuvieron en tanto élites colonizadoras se reproduce ahora en la facilidad con la que asumen la condición de élites colonizadas por la Europa desarrollada).
Las crisis también tienen diferentes horizontes espaciales o escalas para su definición y para su superación: escalas nacionales, regionales y globales. El caso portugués ilustra ejemplarmente el modo como una crisis nacional, que aparentemente se está resolviendo a nivel regional (europeo), puede, de hecho, estar agravando una crisis regional que, por su parte, solo será solucionable a nivel global. En la medida en que las crisis financieras se extiendan a más países europeos será claro que la crisis es europea y que deriva en buena parte de un sistema financiero desregulado, controlado por los intereses del capital financiero norteamericano. Solo una regulación global, regional y nacional puede poner fin a una depredación financiera tan masiva y a una distribución de sus costos tan injusta.
Si tomamos el mundo como unidad de análisis, constatamos que las crisis están globalmente relacionadas, aunque presenten diferentes facetas e intensidades en diferentes países. Las facetas son tal vez más numerosas hoy que antes —crisis financiera, económica, política, ambiental, energética, alimentaria, civilizacional— y se presentan de modo distinto en las diversas regiones del mundo. Por ejemplo, Japón vive hoy una grave crisis energética y ambiental, tan profunda que apunta a convertirse en una crisis civilizacional que lo supera en mucho, mientras en África se vive intensamente la crisis ambiental y alimentaria, y una crisis política estremece profundamente a Túnez, Egipto y Libia. Dentro de cada país las crisis son vividas de modo distinto por las diferentes clases o grupos sociales. En África, en India y en América Latina los campesinos están viviendo una nueva dimensión de la crisis causada por el nuevo interés del capitalismo global en la compra de tierras. Se trata de la adquisición masiva de tierras por parte de empresas multinacionales, agentes financieros e incluso Estados extranjeros que hacen tabula rasa de los derechos ancestrales de los campesinos y los expulsan de su mundo rural. Por su parte, los pueblos indígenas de América Latina han contribuido decisivamente en las dos últimas décadas a darle visibilidad a la dimensión civilizacional de la crisis, o sea, a la concepción de la crisis global del capitalismo, no solo como crisis de un modo de producción sino, sobre todo, como crisis de un modo de vida, de convivencia y de relación con la naturaleza. También debemos tener presente que la eclosión o la intensificación de una cierta faceta de la crisis puede producir el ocultamiento de otras facetas. Por ejemplo, en la última década, Europa fue la parte del mundo desarrollado que más atención le dio a la crisis ambiental; en el momento en que estalló la crisis financiera nunca más se habló de crisis ambiental, y las propuestas de crecimiento económico que se hacen hoy contradicen lo que hace pocos años parecía evidente: que este tipo de crecimiento conduce a corto plazo (según la ONU, 2015) a un calentamiento global irreversible.
A ello se suma que, en cada país, la solución de la crisis para unos puede significar su agudización para otros. Debido a que la crisis es causada por el capital financiero, la transparencia en la distribución de los costos y de los beneficios de una solución determinada se hace particularmente evidente. Por ejemplo, el día siguiente al del pedido de ayuda financiera externa por parte del gobierno portugués, las cotizaciones de la bolsa de los bancos portugueses subieron, y con ellas las expectativas de ganancias del sector bancario. Esto ocurrió en el preciso momento en que se decretó el empobrecimiento de la gran mayoría de los portugueses.
La diversidad de las experiencias de crisis y de las soluciones propuestas se combina hoy con el hecho de que estamos viviendo en un mundo mucho más transparente para sí mismo. La revolución de las tecnologías de la información y de la comunicación hace posible un nivel de interconocimiento global que permite comparar experiencias y mostrar la relatividad de las soluciones adoptadas para resolver las crisis. Así, las soluciones que se presentan como pretendidamente únicas en un país o en una región pueden ser puestas en duda por soluciones opuestas que, para crisis afines, son propuestas en otro país o región, y algunas veces igualmente presentadas como únicas. Un ejemplo: mientras en el Brasil de hoy los gastos en políticas sociales (educación, salud, protección social) son considerados como una inversión que propicia el crecimiento,2 en Europa tales gastos son sentidos como un costo que impide el crecimiento, y como tal deben ser reducidos a lo mínimo. Frente a esta paradoja podemos preguntarnos si estamos ante dos mundos diferentes o si la social-democracia desertó de Europa y emigró a Brasil. ¿Quién está equivocado? ¿Pueden los dos estar en lo cierto? Pero, en ese caso, ¿por qué no escoger la solución que crea bienestar para las grandes mayorías en lugar de la que crea malestar?
Esta diversidad muestra que todas las soluciones tienen alternativas y que toda ausencia de alternativa es producto de una decisión política. Además, la misma relatividad de las soluciones se evidencia si, en vez de ensanchar el espacio de análisis, alargamos el tiempo de análisis. Ejemplo: a partir de la década de 1930, el Estado aumentó exponencialmente su intervención en la economía para garantizar la eficiencia y la estabilidad que los mercados por sí mismos no lograban garantizar, como quedó demostrado en la Gran Depresión de 1929. Cincuenta años después, con el surgimiento del neoliberalismo, pasó a fortalecerse, con el mismo grado de evidencia, la ortodoxia opuesta de que son los mercados los que garantizan la eficiencia y la estabilidad y es el Estado el que las impide. ¿El Estado y los mercados pueden ser simultáneamente los causantes de las crisis y de sus soluciones? A fin de cuentas, ¿crisis de qué y de quién, soluciones para qué y para quién?
Estas mismas precisiones analíticas se deben hacer con respecto a las soluciones de las crisis. Las escalas y los tiempos de las crisis determinan las escalas y los tiempos de las soluciones, pero la determinación es compleja. Por ejemplo, la crisis ambiental, que es global y de largo plazo, es vivida a nivel local; y es a ese nivel que van surgiendo soluciones innovadoras para resolverla, aunque sepamos que acabarán por ser ineficaces si entre tanto no se toman medidas de ámbito global. Por otro lado, la crisis ambiental, una crisis de largo plazo, que apunta a transformaciones civilizacionales, hoy es vivida con un carácter de urgencia cuya solución implica medidas inmediatas, como son las que reducen las emisiones de dióxido de carbono.
Cuando eclosiona una crisis, ni el momento ni los términos de la crisis son fortuitos. En las sociedades capitalistas contemporáneas, atravesadas por profundas asimetrías y contradicciones, quien causa una crisis dada tiene normalmente poder para definir sus términos y consecuentemente para identificar, como únicas posibles, las soluciones que le permitan sobrevivir a la crisis y perpetuar su poder. Fue esto lo que sucedió cuando en 2008 explotó la crisis financiera en Estados Unidos, cuyas repercusiones continuamos viviendo. Al contrario de los que vieron en la crisis el fin del neoliberalismo y de la supremacía del capital financiero sobre el capital productivo, esta ha venido a ser “resuelta” por el mismo capital financiero que la provocó, y su motor principal, Wall Street, es hoy más fuerte y arrogante que antes. La lucha política de los próximos años será una lucha por la redefinición de los términos de la crisis, y solo en la medida en que esta ocurra será posible castigar, en vez de recompensar, a quien la provocó, y encontrar soluciones que efectivamente la superen. Se trata de una lucha de contornos imprevisibles; cuando mucho, es posible identificar sus horizontes de posibilidades y sus condiciones. Tal lucha ocurrirá en dos niveles: en la definición de los contenidos e implicaciones sociales de las soluciones y en la definición de las dinámicas e instrumentos de intervención que serán movilizados.
En lo que respecta a los contenidos y significados políticos, las crisis pueden ser resueltas mediante correctivos eficaces que, sin poner en duda la lógica del sistema que provocó la crisis, consiguen minimizar los ritmos y los costos sociales de esta; o por vía de transformaciones profundas que pretenden cambiar la lógica del sistema y crear un nuevo paradigma de organización social y política. A partir de la obra fundamental de Marx y de las contribuciones, tan diversas entre sí, de Schumpeter (1942) y de Karl Polanyi (1944), hoy es consensual entre los economistas y sociólogos políticos que el capitalismo necesita adversarios creíbles que actúen como correctivos de su tendencia a la irracionalidad y a la autodestrucción, la cual le adviene de la pulsión para instrumentalizar o destruir todo lo que puede interponerse en su inexorable camino hacia la acumulación infinita de riqueza, por más antisociales e injustas que sean las consecuencias. Durante el siglo XX, ese correctivo fue la amenaza del comunismo, y fue a partir de ella que en Europa se construyó la socialdemocracia (el modelo social europeo, el Estado de Bienestar y el derecho laboral). Curiosamente, la corrección del capitalismo fue posible debido a la existencia, en el horizonte de posibilidades, de un paradigma alternativo de sociedad, el del comunismo y el socialismo. La amenaza creíble de que aquel pudiese venir a suplantar al capitalismo obligó a mantener algún nivel de racionalidad, sobre todo en el centro del sistema mundial. Extinguida esa amenaza, no ha sido posible hasta hoy construir otro adversario creíble a nivel global. En Europa, la socialdemocracia comenzó a desmoronarse el día en que cayó el Muro de Berlín.
En los últimos treinta años, el FMI, el Banco Mundial, las agencias de rating y la desregulación de los mercados financieros han sido las manifestaciones más agresivas de la pulsión irracional del capitalismo. Han surgido adversarios creíbles a nivel nacional (en muchos países de América Latina) y, siempre que eso ocurre, el capitalismo retrocede, recupera alguna racionalidad y reorienta su pulsión irracional hacia otros espacios. En Europa, la llamada Tercera Vía3 fue un acto de rendición al neoliberalismo y una renuncia a buscar correctivos eficaces contra la pulsión destructiva del capitalismo. Esto explica en parte que los gobiernos socialistas de tres de los países en crisis en Europa (Grecia, Portugal y España) no tuvieran ninguna defensa contra los ataques del capitalismo financiero de los que fueron blanco sus economías, ni nada qué proponer más allá de la lógica depredadora que les subyace. Además, el fin de la Tercera Vía es uno de los significados más subrayados de la actual crisis de Europa. Fracasada la tentativa de civilizar el capitalismo, vuelve a abrirse la opción de una transformación civilizacional, que englobe por igual la crítica al socialismo y al comunismo, tal como los conocemos.
En lo que respecta a las dinámicas e instrumentos de intervención, hay que distinguir entre soluciones institucionales y soluciones extrainstitucionales. Las primeras son las que tienen lugar en el ámbito del sistema político vigente y de las instituciones administrativas del Estado sin alterar su normal funcionamiento. Las segundas desafían el marco institucional existente, operan por fuera de él con el objetivo de transformarlo profundamente o apenas de forzarlo a tomar medidas que de otro modo no tomaría. En este último caso, las soluciones extrainstitucionales son un híbrido entre lo institucional y lo no-institucional y tal vez fuera mejor llamarlas parainstitucionales. Mientras las soluciones institucionales operan en el interior de las instituciones y siguiendo las lógicas procedimentales que las caracterizan, las soluciones extrainstitucionales operan en el espacio público, en la calle, aun cuando su objetivo sea apenas presionar y no cambiar profundamente el marco institucional vigente. Las soluciones extrainstitucionales son socialmente más dramáticas y políticamente más turbulentas, y se recurre a ellas, en general, después de que las soluciones institucionales han fracasado. Las periferias de Europa ilustran hoy el recurso a los diferentes tipos de soluciones. Hablo de periferias en plural porque históricamente Europa tiene dos periferias, unidas por el Mediterráneo: la periferia interna, que va de Grecia a Irlanda, pasando por Italia, Portugal y España; y la periferia externa, que va de Marruecos a Egipto, pasando por Argelia, Túnez y Libia. Ambas periferias atraviesan hoy periodos de gran crisis. En este momento, la periferia intern...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Derechos de autor
  4. PREFACIO A LA EDICIÓN COLOMBIANA
  5. PREFACIO A LA SEGUNDA EDICIÓN PORTUGUESA
  6. PREFACIO A LA PRIMERA EDICIÓN PORTUGUESA
  7. PREFACIO DE LA EDICIÓN BRASILEÑA
  8. Parte I ENSAYO CONTRA LA AUTOFLAGELACIÓN
  9. Parte II DIARIO DE LA CRISIS
  10. Parte III POLITIZAR LA POLÍTICA Y DEMOCRATIZAR LA DEMOCRACIA
  11. Parte IV ONCE CARTAS A LAS IZQUIERDAS