República, violencia y género en la novela de crímenes
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República, violencia y género en la novela de crímenes

Memorias del secuestro en Antioquia

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República, violencia y género en la novela de crímenes

Memorias del secuestro en Antioquia

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Información del libro

Este texto recoge los trabajos del Congreso Internacional de Literatura Medellín Negro del 2018 y de colaboradores invitados para resolver preguntas como: ¿cuáles son las representaciones de la república o la democracia en las novelas contemporáneas? ¿cuáles son los casos de violencia en estos modelos de organización social?, ¿cuál es el papel de la mujer en el mundo social de la novela de crímenes contemporánea?. Principios como: el imperio de la ley y la soberanía nacional sirven para entender los mecanismos de violencia y discriminación contra las mujeres, minorías étnicas, trabajadores o intelectuales. La novela de crímenes es un espejo útil para comprender estas situaciones.

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Información

Año
2019
ISBN
9789586655835
Categoría
Social Sciences
Categoría
Sociology
Segunda parte
VIOLENCIA, ESTADO Y ANOMIA EN LAS NOVELAS DE CRÍMENES

SOBRE LA VIOLENCIA DISCURSIVA

Marta Sanz
El objetivo que persigue este artículo es problematizar el concepto de violencia discursiva presentándolo desde una doble, la faceta política y literaria. Para ello, se establece una diferencia conceptual entre el discurso de la violencia y la violencia discursiva, y se caracteriza y valora dicha conducta retórica en los géneros de ficción y no ficción. Entre los géneros ficción, destacan las reflexiones sobre la narrativa negro-policial, como género que enriquece el acervo del discurso de la violencia. Este, a su vez, se concreta a través de distintas modulaciones y variantes de una violencia discursiva, más o menos honesta y coherente desde el punto de vista estilístico, pero siempre ideológicamente significativa en el seno de las sociedades liberales con distintos grados de anomia1, corrupción y malestar. La aproximación metodológica de este artículo es interdisciplinar y en él se intersecan nociones de áreas tan diversas como la teoría y la historia literaria, la lingüística del texto, la política, la economía, la filosofía y la estética.

EL DISCURSO DE LA VIOLENCIA Y LA VIOLENCIA DEL DISCURSO

Estamos rodeados de textos que construyen el discurso de la violencia2. En las novelas policiacas se habla de violencia, en las crónicas basadas en hechos reales, en los telediarios y en los documentales, en las secciones de sucesos de los grandes periódicos. Nos hablan de crímenes, asesinatos, secuestros, despellejamientos, decapitaciones, guerras. Nos hablan de injusticia social, de trabajadores y trabajadoras pobres, de carne humana esclavizada, de trata de blancas, de humillación, despidos, precariedad, dolor y muerte. El discurso de o sobre la violencia recoge y cataloga la serie de acontecimientos brutales que a menudo son el efecto de una causa mayor, la depredación como tentáculo de un sistema económico y social definido por la ausencia de justicia y el imperio de la ley del más fuerte o la ley de la selva, la falta de perspectiva sobre el bien común, la creencia espuria en la regla económica del goteo hacia abajo3, los reinos de taifa de la corrupción, el tráfico de armas, la explotación, los intereses de las compañías multinacionales por encima de la salud, el bienestar y la alegría de los individuos.
Ese discurso de o sobre la violencia normaliza la brutalidad y se normaliza como discurso –deja de ser sobrecogedor, se convierte en música de ascensor, ideología invisible, mal necesario– a través de procedimientos retóricos y estrategias estilísticas que a priori parecerían inofensivas. En el discurso sobre la violencia, se lleva a cabo un retrato que puede optar por distintas soluciones formales en sí mismas ideológicas; el efecto que produce en los receptores el visionado de una película de Quentin ­­Tarantino no es el mismo que el de la contemplación de un cuadro de Francis Bacon. Los dos artistas parten de imágenes o peripecias violentas, pero en sus aproximaciones formales al “tema”, en sus fórmulas para construirlo y expresarlo, están adoptando posicionamientos ideológicos distintos que generan en los receptores emociones, ideas y actitudes también diferentes. En relación con esas formas diferentes de codificación estética, la violencia del discurso produce una deformación mediante la cual el vínculo entre el texto y sus receptores se enrarece; ese enrarecimiento puede perseguir una finalidad crítica o domesticadora.
Por otro lado, es necesario aclarar desde este preciso instante que la violencia discursiva no se aplica solo para retratar una realidad violenta, sino que puede ejercerse al escribir una historia de amor, un cuento infantil o una noticia no necesariamente truculenta. Puede producirse discurso sobre la violencia sin violencia discursiva y, a su vez, puede producirse otro tipo de discurso –amoroso, económico, familiar– a través de un desarrollo violento con ciertas variantes retóricas.

LA VIOLENCIA DISCURSIVA EN LOS GÉNEROS DE NO FICCIÓN

Como se ha señalado, a menudo los textos que constatan, catalogan o pretenden encontrar una explicación sociológica, psicológica, antropológica o política a las violencias íntimas y públicas se concretan por medio de estrategias discursivas que son además violentas. En este caso, es imprescindible considerar si el pacto que se establece con los receptores pasa por el compromiso de intentar reflejar fielmente la realidad o por la reconstrucción imaginativa de la misma. Creo que la violencia discursiva es especialmente perniciosa cuando se supone que el emisor trata de comunicar lo que efectivamente –¿objetivamente?, ¿verdaderamente?– está sucediendo más allá de los filtros idiosincrásicos de la estética. En el periodismo, este compromiso de veracidad es relevante y el lenguaje se yergue en herramienta brutal cuando la crónica de sucesos se transforma en una suerte de relato atractivo que “engancha” a sus destinatarios. En España, casos de la crónica negra como el del asesinato de la niña Asunta4 a manos de sus padres adoptivos o la desaparición de Marta del Castillo5 se aderezan con detalles, tramas secundarias, hipótesis y efectos misteriosos que acaban rebajando –¿o ascendiendo?– la realidad a la categoría de ficción. La realidad se estrecha y se metaboliza en un proceso de estilización. La muerte y el salvajismo sistémico se potabilizan con la seducción del arte.
De este modo, la crónica negra periodística de cada país se puede interpretar desde una doble perspectiva: si bien, por un lado, subraya una maldad “atávica” que se multiplica en condiciones de desgracia política, económica y social; por el otro, la crónica de sucesos a veces actúa como distractor, tupido velo, intriga o exageración colorista –“¡Más sangre!” o “¿Será ketchup?”– para aliviar o difuminar las causas que derivan en efectos devastadores. La retórica del sensacionalismo es una modalidad de violencia discursiva tendente a la espectacularización de lo real en su construcción del discurso de la violencia y cuando la realidad muta en espectáculo, de algún modo, se distancia de nosotros; las personas se transforman en personajes y, desde el otro lado del ojo de la cerradura, los observamos con curiosidad y reserva. En el extremo opuesto de la interpretación del fenómeno, El caso, semanario español de sucesos, publicado en Madrid entre 1952 y 1987, es valorado por cierta crítica especializada como el paradigma de una resistencia más o menos soterrada a la dictadura. El caso presentaba el retrato poco fotogénico de un país en el que ciertas cosas no podían pasar: crímenes pasionales, robos, venganzas de familia, el cronicón de una España negra que no se correspondía con el supuesto orden, modernidad y limpieza de la dictadura. La violencia encerrada entre cuatro paredes –la punta del iceberg– representaba la gran violencia, el silencio, la represión y la asfixia impuestos por el régimen franquista y sus adeptos.
Otro ejemplo estremecedor de violencia discursiva, que de algún modo avala ese eufemismo de la mentira y la manipulación que hoy llamamos posverdad, lo constituyen ciertos modos de representación periodística de la primera Guerra de Irak (1990-1991). El potencial destructor de la guerra y la desigualdad de los “contendientes” fueron dulcificados, impersonalizados, enajenados por medio de la utilización de técnicas del videojuego. La ciudadanía se convirtió en público, en auditorio y cada objetivo militar devino en target destruido desde una perspectiva cenital. Mil puntos. Efectos lumínicos y sonoros que, aunque lo pareciesen, no formaban parte de la seductora tramoya de aquellos primeros espectáculos teatrales que en España fueron prohibidos en el siglo XVIII por la sospecha de que algo se estaba desvirtuando en el vínculo entre texto y público, que las ramas no dejaban ver el bosque, que el divertimento idiota o la credulidad y la superchería estaban sustituyendo en los espectáculos públicos a la inteligencia, la educación y la felicidad6. Los juegos de luces nocturnas camuflaban las tripas reventadas de los civiles. La ficción y el juego atenuaron el dramatismo del dolor de las víctimas y una campaña de violencia discursiva, identificada en esta ocasión con un registro épico, capaz de incorporar todas las mentiras que nos quisimos creer –armas de destrucción masiva, letales venenos, la salvación del mundo libre–, alivió nuestra responsabilidad, nuestra culpa. Cómo poder dormir sin estas caricias, sin estas ficciones, sin estos relajantes musculares. Cómo digerir lo que sucede cada día en el mundo sin pensar que nada es blanco o negro, sin pensar que, si aquí somos mezquinos, allá lo serían aún más. Las coartadas éticas constituyen una de las fórmulas más socorridas y letales de la violencia discursiva. Lo contó Joseph Conrad en El corazón de las tinieblas (1899) y lo ha contado hace no mucho tiempo la escritora india Arhundati Roy en un urticante artículo sobre las ONG (2018).

EL ROBO DE LAS PALABRAS, LA DESREALIZACIÓN, EL SENTIMENTALISMO Y LAS TRAMAS COMO FÓRMULAS DE VIOLENCIA DISCURSIVA

No perdamos de vista las reflexiones de Arhundati Roy porque uno de los vectores de violencia más reconocibles en el ámbito discursivo tiene que ver con el robo de las palabras: la usurpación de la palabra “libertad” por parte de una ideología liberal que identifica el concepto con el individualismo, la publicidad y la compra-venta; la palabra “democracia” confundida, dentro de ese mismo imaginario liberal, con los hábitos económicos y las costumbres del capitalismo; y todas esas palabras sobre las que ya no nos hacemos preguntas porque forman parte de esa gran ideología invisible que se asimila con el sentido común. Arhundati Roy aborda críticamente una de las usurpaciones semánticas más representativas de nuestro tiempo; la confusión entre la beneficencia y la acción política, y cómo esa confusión semántica calcifica en instituciones –las organizaciones y la confusión semántica, la realidad y el lenguaje, se solapan– que con sus buenas obras –dolorosamente imprescindibles– ayudan a la perpetuación de los mecanismos de los que nace la misma desigualdad e injusticia que buscan combatir y erradicar. Escribe Roy:
La mayoría de las grandes ONGs son financiadas y apadrinadas por agencias de ayuda y desarrollo, que a su vez reciben fondos de los gobiernos de occidente, del Banco Mundial, de la ONU y de algunas corporaciones multinacionales. Aunque puede que no sean lo mismo que estas instituciones, son ciertamente parte de la misma formación política amorfa que supervisa el proyecto neoliberal y aboga, primero que nada, por drásticos recortes en los gastos del gobierno. (2018, párr. 3)
¿Por qué estas agencias le dan dinero a las ONGs? ¿Podría ser sólo ese viejo entusiasmo misionero? ¿Sentimiento de culpa? Es un poco más que eso. Las ONGs dan la impresión de que están llenando el vacío creado po...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Página legal
  4. ÍNDICE
  5. INTRODUCCIÓN
  6. Primera parte REPÚBLICAS O DEMOCRACIAS, UNA VISIÓN POLÍTICA DE LA LITERATURA
  7. Segunda parte VIOLENCIA, ESTADO Y ANOMIA EN LAS NOVELAS DE CRÍMENES
  8. Tercera parte CUESTIÓN DE GÉNERO, UNA APROXIMACIÓN FEMENINA A LA NOVELA DE CRÍMENES
  9. LOS AUTORES