Economía para el ser humano
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Sentido y alma del capital

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Sentido y alma del capital

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-Es posible una economía que respete la dignidad humana? -Cómo funciona el mundo del dinero y del capital? ¿Cómo incide el carácter instrumental del capital en las personas que lo manejan? El autor analiza aquí, en forma dinámica y novedosa la significaci

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Información

Año
2016
ISBN
9789586653763
Categoría
Economía
CAPÍTULO VIII. LA VISIÓN: UNA ECONOMÍA DIGNA DE LOS SERES HUMANOS EN UNA SOCIEDAD CIVIL GLOBAL
Crisis y excesos, especulación y comportamientos cínicos, falta de escrúpulos y explotación, seguirán formando parte de la historia humana y de la vida económica, sin importar lo que tenga que ver con el sistema. Porque las leyes no pueden prever todas las formas de mal comportamiento, ni todos los abusos podrán ser descubiertos. Decisiones erróneas con resultados trágicos, malos entendidos y otras fallas estarán siempre presentes en el orden del día.
Podemos entonces preguntar: ¿hay alguna esperanza?
Esta pregunta sencilla toca directamente y de manera profunda la imagen que nos hacemos de la realidad. Observemos primero una perspectiva más pesimista: no hay esperanza alguna, sino más bien una interminable historia de destrucción y deshumanización, violencia y enriquecimiento a cualquier precio, cuando pesan más las razones para concebir a los seres humanos como belicosos y conflictivos, siguiendo a Thomas Hobbes (1588-1679), y hay muy poca esperanza, cuando creemos que es posible aprender de los errores, pero que esto sucede muy pocas veces. Una vida social pacífica vendría a ser una situación muy afortunada, pero se da únicamente como una excepción en la historia.
Ahora bien, quien considera, por el contrario, como peculiar de los seres humanos también su descollante capacidad de cooperación, no compartirá esa forma pesimista de pensar. Sin embargo, no se trata de un optimismo antropológico demasiado ingenuo que considere, como Jean Jacques Rousseau (1712-1778), que la bondad originaria de los seres humanos viene a corromperse mediante el proceso de civilización.
En realidad, los seres humanos pueden percibir y experimentar en su propia imagen y en la imagen que tienen del mundo una fuerte tensión entre la “competencia” y la “cooperación”, entre “querer diferenciarse” y “querer participar” (cf. U. Hemel 2010, 293-301; más a fondo: U. Hemel 2006, 92-115).
Podemos saber y constatar que la cooperación en el campo de la economía muchas veces no existe, lo cual conduce a tensiones y conflictos; sin embargo, si se establecen reglas de juego, pueden lograrse espacios para un comportamiento aceptable, marcado por valores y normas que, incluso, puede llegar a enriquecernos desde una perspectiva humana y “humanística”.
Con ello no queremos decir que la esperanza en una economía digna de los seres humanos pretenda ser capaz de impedir todas las formas de comportamiento incorrecto. Porque seguirá habiendo injusticias siempre que los seres humanos tengan que ver unos con otros. Pero, a la vez, vale la pena seguir trabajando por alcanzar, en la medida de lo posible, la erradicación de la injusticia y la explotación. Al fin de cuentas, la esperanza de poder mejorar las condiciones de vida constituye, en todos los lugares y en todos los países del mundo, una fuerza que impulsa cambios significativos.
Nadie sabe dónde se halla el límite entre una esperanza realista y una utopía inalcanzable. Sin embargo, hoy mismo contamos con nuevas formas de estrecha convivencia interactiva en el mundo entero, aunque se produzcan frecuentes reveses. No me refiero tanto a la globalización como un fenómeno actual de fuerzas y poderes transnacionales, de carácter anónimo y difícil de interpretar, sino a la configuración de una sociedad civil realmente global.
1. TAREAS Y DESAFÍOS DE UNA SOCIEDAD CIVIL GLOBAL
¿Qué se quiere expresar propiamente con el concepto de sociedad civil global? ¿Cómo podemos determinar con precisión lo que es una sociedad civil global?
Desde Georg Wilhelm Friedrich Hegel nos hemos habituado a diferenciar el Estado y la sociedad como actores autónomos, y como sectores separados y distintos. Y no es difícil entender que un funcionario estatal represente en la mañana al Estado, con sus leyes, reglas y normas, mientras que en la tarde asuma sus funciones civiles en el seno de su familia o en el círculo de sus amigos y conocidos.
Ahora bien, la distinción entre el Estado y la sociedad civil se mantuvo mucho tiempo, por decirlo así, en el nivel de los Estados nacionales. Sin embargo, los presupuestos económicos y técnicos del siglo XXI ya no se adaptan más a esa delimitación. Y esto es así, por el hecho de que muchas personas ya no confían en que los Estados, con sus formas institucionales de operar, sean capaces de resolver los problemas de carácter mundial que han venido surgiendo. No lo logran ni las cumbres del G8 o del G20,19 ni las Declaraciones de la ONU, ni encuentros mundiales sobre el comercio o el clima. Todos ellos tienen, es cierto, su justificación, y logran ofrecer aportes para resolver los problemas, pero no son suficientes.
Muchos ciudadanos ya no se sienten plenamente representados por sus Estados; por ejemplo, en cuanto a las políticas referidas al medio ambiente y al cambio climático. Gracias a los nuevos medios de comunicación, sobre todo la Internet y los teléfonos móviles, las personas logran sobrepasar las fronteras mediante formas rápidas de comunicación, de manera que la interconexión mundial ha escalado a una nueva cantidad, en la forma de corrientes de datos, y a una nueva calidad, en la forma de nuevos medios, como, por ejemplo, el Skype.
Vista así, la sociedad civil global abarca a todos los actores y a todas las formas de organización de los seres humanos que viven en el mundo. Se exceptúan los Estados y sus formas de operar, así como el crimen organizado. Esto nos lleva a la siguiente definición: “La sociedad civil global se compone de todos los seres humanos que viven en el mundo, en un determinado momento, en la medida en que no representen a un Estado o a una forma organizada de criminalidad”.
Con ello se establece un criterio de inclusión y otro de exclusión. Porque quien se adhiere al crimen organizado no debe ser considerado, durante ese tiempo, como parte de la sociedad civil global. Y quien representa a un Estado opera, con buenas razones, siguiendo una lógica estatal, ante la cual las expectativas de la sociedad civil pasan más bien a segundo plano. Como en la distinción entre “Estado y sociedad civil”, ello no excluye que el ministro X se encuentre con sus amigos, por la tarde, en un concierto, y pase, por decirlo así, directamente de su papel como funcionario estatal a un espacio propio de la sociedad civil; porque él, por ejemplo, se presenta entonces, no como ministro, sino como “uno de los asistentes al concierto”.
En cuanto a su contenido, la sociedad civil global puede precisarse mejor mediante una serie de observaciones específicas:
• Muchas familias tienen miembros con pasaportes muy diferentes. Se presentan como familias, pero pertenecen a Estados distintos. A esas familias les resulta muy útil comprender lo que significa la pertenencia a una sociedad civil global.
• Esto viene a valer, en primer lugar, para las grandes corrientes migratorias, de las que forman parte cerca de 150 millones de personas en el mundo. Trabajan en un país donde no nacieron, o, por las condiciones insoportables de su país, han huido a otro, donde, más que ser recibidos, se los tolera (cf. J. Manemann, W. Schreer 2012).
• Muchas empresas operan en diferentes países del mundo, pero siguen una estrategia única, con reglas definidas de comportamiento social y ecológico. Considerar a estas empresas transnacionales como actores de la sociedad civil global corresponde más adecuadamente a su situación que cualquier otra descripción.
• Fenómenos como el cambio climático no se detienen ante las fronteras nacionales. Se trata de problemas que no pueden ser resueltos por un Estado en particular, pero tampoco mediante una cooperación internacional entre Estados. Lo que hace falta es, más bien, un movimiento de la sociedad civil en el nivel global, como el que ha surgido en muchos países, por ejemplo, como crítica a la producción de energía atómica con el nombre de “Movimiento antinuclear”.
• La Internet, la telefonía móvil, la posibilidad de viajes internacionales y los medios de transporte fortalecen las redes de comunicación entre los seres humanos que viven hoy sobre la faz de la tierra. Quien viaja hoy al extranjero se conecta fácilmente con una fotografía en su teléfono móvil, y se comunica por Facebook con un amigo casi en tiempo real.
• Acontecimientos como los juegos olímpicos, el campeonato mundial de fútbol, la elección del papa, así como el matrimonio o el entierro de un miembro de la realeza o de personajes famosos, son vistos por miles de millones de personas simultáneamente en todo el mundo. Experiencias de esta naturaleza estrechan los lazos, al establecer puntos de referencia para narraciones o conversaciones, pero también abren espacios de experiencia colectiva más allá de los límites nacionales.
En febrero del 2009 fundé, en Laichingen, Jena y Berlín, el Instituto para la Estrategia Social,20 dedicado, con medios muy precarios, a la investigación sobre la sociedad civil global. El trasfondo era sobre todo el énfasis para superar la creciente economización y monetarización de nuestro mundo. Todo ser humano, pero también toda empresa, toda organización social, así como nuestro mundo social y cultural, viven en relaciones que no se expresan únicamente mediante el dinero, sino que se hallan marcadas por el estado actual de las tecnologías, de los conocimientos científicos, de las convicciones religiosas, de los sentimientos personales, pero también por la búsqueda del sentido y la pertenencia en la vida.
Forma parte del mundo de nuestros días el que todos podamos sentirnos —como lo hemos dicho anteriormente— contemporáneos de todos los seres humanos que habitan la Tierra. Ahora bien, lo que hoy se ha llamado globalización parece que se ha desconectado, en su aspecto emocional, de necesidades humanas fundamentales como la búsqueda de sentido y de pertenencia.
Para muchas personas, la palabra “globalización” se halla asociada con los capitales que vagan por el mundo sin ninguna consideración social, y con la competencia sin restricciones. “Globalización” se conecta sin más con el temor a perder los puestos de trabajo o con la disminución en la calidad de vida. Para muchos oídos, “globalización” suena como un eufemismo técnico para referirse a la constante degradación de la vida social.
Esto ayuda poco, cuando los políticos y los economistas se remiten al núcleo racional de la globalización, que lisa y llanamente se refiere al intercambio mundial de bienes, servicios e ideas. Vista así, la globalización mejora mundialmente el nivel de bienestar promedio. Solo que tenemos que volver una y otra vez a nuestro punto de vista, porque no nos queda más remedio que medir los conceptos con nuestra propia experiencia.
En efecto, a la experiencia concreta de la globalización pertenecen también los viajes dentro de Europa y fuera de ella, la variedad gastronómica a través de las culturas, los productos de los más diversos países y la simultaneidad global de los adelantos tecnológicos.
El crecimiento del mundo en su conjunto que se logra con ello tiene ciertamente que ver con la globalización económica y política, pero va mucho más allá. Aunque tengamos plena conciencia de pertenecer a una cierta lengua y cultura regionales determinadas, sin embargo, precisamente ahora —a comienzos del siglo XXI— se presenta algo nuevo que va más allá de los Estados y de las coaliciones estatales como la Unión Europea o Estados Unidos.
A eso nuevo lo llamo la sociedad civil global o globalizada. Los adjetivos “global” y “globalizada” establecen aquí acentos diferentes. “Global”, en el sentido de “universal”, “que abarca al mundo”, hace ver que existen elementos comunes que definen a la sociedad civil en su conjunto. Mientras que el adjetivo “globalizada” acentúa precisamente el aspecto histórico del crecimiento común de una sociedad civil en sí misma diferenciada, en conexión con el proceso de globalización. Utilizaré ambos términos. Sin embargo, queda pendiente la tarea de encontrar una definición más precisa para lo que se quiere expresar fundamentalmente con el término “sociedad civil”.
Resulta claro, sin embargo, que el concepto de civil —del latín civilis— es, en principio, una traducción del griego politikós (cf. P. Jehle 2004, 1357), es decir, etimológicamente hace referencia al ámbito de lo político. Pero lo político es interpretado de diferentes maneras. En pocas palabras: en el marco de la política de los partidos, en la esfera de lo estatal, pero también en el campo muy amplio de las acciones que se interesan por el bienestar social dentro de una determinada sociedad.
Se puede muy bien discutir sobre quién goza del privilegio para definir el “bienestar social”. Sin duda que los actores, tanto de los partidos como del Estado, elevarían la voz para señalar la importancia de su respectiva labor en beneficio del bienestar social.
Si tomamos en serio tales reivindicaciones, lo perteneciente a la sociedad civil sería aquel ámbito que, a partir de su propia autocomprensión, participa del bienestar social, pero no es concebido de manera inmediata como estatal o partidista. En esa medida, con el concepto de sociedad civil van incluidas, en muchos casos, aspiraciones de emancipación, de escepticismo frente al Estado y de democracia participativa. Sin embargo, aquí no vamos a intentar seguirle el rastro a la discusión tanto histórica como filosófica que ha recibido valiosos impulsos por parte, entre otros, de Ralf Dahrendorf, Jürgen Habermas y Michael Walzer (cf. M. Walzer 1995). Para nuestro propósito, basta con referirnos a la distinción introducida por Hegel entre Estado y sociedad civil.
Si se quiere darle contenido al concepto de sociedad civil global, basta con observar nuestra vida cotidiana que está marcada por lo local, lo regional y lo global. Esto se ve, por ejemplo, en la toma de posesión del presidente de Estados Unidos (2009) o del Papa (2013). Para el caso, no tiene importancia si con ello se sobrevalora el influjo de una persona singular. El hecho es que la sociedad civil global, en prácticamente todos los países del mundo, muestra un gran interés por esos acontecimientos. Y es también un hecho que las primeras elecciones de Barack Obama (2008) vinieron a ...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Derechos de autor
  4. Agradecimientos
  5. Introducción
  6. Capítulo I. Sueño y mundo social
  7. Capítulo II. Capital simbólico: el capital del capital
  8. Capítulo III. El lado luminoso del capital
  9. Capítulo IV. El lado oscuro del capital
  10. Capítulo V. La lógica de la ambivalencia
  11. Capítulo VI. El capital a la luz de la reflexión teológica
  12. Capítulo VII. El sentido del capital y la lógica de la historia
  13. Capítulo VIII. La visión: una economía digna de los seres humanos en una sociedad civil global