La soledad de Macondo o la salvación por la memoria
eBook - ePub

La soledad de Macondo o la salvación por la memoria

  1. Spanish
  2. ePUB (apto para móviles)
  3. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

La soledad de Macondo o la salvación por la memoria

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

-Estamos ante un estudio riguroso y creativo de una obra mayor del siglo XX. No sólo se adentra en los entresijos de la escritura del novelista colombiano Gabriel García Márquez, sino que extrae de ella penetrantes iluminaciones para el presente. Su autor

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a La soledad de Macondo o la salvación por la memoria de Ana Cristina, Benavides en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Literatura y Crítica literaria latinoamericana y caribeña. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Capítulo VI
LA SOLEDAD DEL APESTADO: LA SALVACIÓN POR EL AMOR
Macondo se constituye en el universo simbólico de los apestados de la modernidad. Por él pasan todas las pestes, plagas y catástrofes que metaforizan su imposibilidad de permanecer y proyectarse en el tiempo, por el desencuentro histórico de todas las fuerzas y relatos que confluyen en él. El macondino se encuentra encerrado en sus fronteras, incapaz de controlar su destino, pues no posee el pasado, raptado por un pacto de olvido que lo condena a la repetición de lo mismo, ni el futuro, que se le anuncia en la forma de un apocalipsis. La peste ancestral de soledad, que en Cien años de soledad porta la estirpe de los Buendía cuando funda Macondo, es olvidada por la peste del olvido, que los asola tan pronto se instalan en el lugar, y permanecerá como impronta, de manera que los fundadores se vinculan al Nuevo Mundo ya disminuidos en sus cualidades humanas, reducción que avanza paulatinamente hacia la bestia: un hombre solo es un animal. Los nombres propios de quien origina la estirpe, Úrsula Iguarán, y de quien la extiende, Pilar Ternera, están motivados semánticamente para indicar esta reducción, que también afecta a los demás miembros: el coronel termina convertido en un animal viejo; el patriarca, en un animal amarrado; José Arcadio Segundo, en un animal encerrado, y el último de la estirpe, Aureliano Babilonia, al que se comen las hormigas, en un híbrido entre cerdo y hombre. Todos ellos serán incapaces de amar, porque el amor es una cualidad que solo se puede sentir, dar y manifestar entre seres completos como humanos. La imposibilidad de romper este laberinto de soledad, porque no está en sus manos, impide que los sujetos logren asumirse como tales: sus intentos los condenan a muertes olvidadas y nunca registradas; la ausencia de memoria los cosifica y animaliza; el resentimiento y la nostalgia los hacen presas fáciles de cualquier manifestación primaria; el afecto y el amor se reducen a manifestaciones instintivas y quienes practican “los amores tristes” o el amor sin amor, a la vez que se reducen a sí mismos reducen al otro, generándose así las condiciones de su desintegración social.
1. EL ESTIGMA DE LA SOLEDAD
En la obra de García Márquez, la soledad puede estar presente como un rasgo caracterológico de un personaje, como en “Eva está dentro de su gato” y “La tercera resignación”, donde los protagonistas, enfrentados en soledad a su condición de muertos, descubren que esta es la peor forma de soledad por su separación del resto de los mortales y por el olvido de estos; o como una atmósfera que impregna a todo un grupo, como en Crónica de una muerte anunciada, donde la incomunicación, hostilidad y soledad de los personajes es la condición sine cuan non para que nadie pueda impedir el asesinato de Santiago Nasar, anunciado por los victimarios, que “hicieron mucho más de lo que era imaginable para que alguien les impidiera matarlo” (52).
En sentido estricto, la mayor parte de los relatos de García Márquez se desarrollan en esta atmósfera de soledad, para la cual se hacen solidarios todos los elementos sintácticos y semánticos: el clima extremo, como el intenso calor en “Un día después del sábado” y “La siesta del martes”; o las lluvias torrenciales en “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo” y “Un hombre viene bajo la lluvia”; una geografía inaccesible, como el desierto de La Guajira en la historia de Eréndira; el acantilado, en los tres relatos del pueblo marino; un puerto al que solo parece poder accederse por lancha, en los relatos del puerto; o la ciénaga, que solo parece comunicarse con el resto del Caribe; interdiscursos mitológicos y religiosos relacionados con lo “inevitable”: el fatum, el Apocalipsis, el diluvio, las pestes, las plagas, el relato gitano y judío, etc.; un discurso tautológico respecto a la soledad, con iteración de palabras con las que comparte el mismo campo asociativo: desolación, amargura, dolor, tristeza; metáforas de soledad, como la animalidad o la bestia; e intromisiones ideológicas del narrador. Como bien señala el autor en su conversación con González Bermejo “En realidad uno no escribe sino un libro [...] El libro que yo estoy escribiendo no es el libro de Macondo, sino el libro de la soledad” (González Bermejo, 1981: 242). En estos relatos, Macondo no es el marco de la acción, sino un topos, una combinación prefijada de espacio y tiempo, por lo que, en palabras de Bal, es un espacio tematizado (1978:103) pues “lo que sucede (la acción) es la soledad”. Este topos marca a los personajes, les proporciona un aura que los hace reconocibles como parte del mismo.
A través de esta atmósfera, el lector puede reconocer a los personajes aquejados de soledad. En Cien años de soledad, donde mayor se fusiona el espacio con el tema —y por tanto hay una mayor semiotización de todos los elementos narrativos respecto al ideologema soledad, desde su título—, también hay un mayor aura de soledad en los personajes, lo que permite más fácilmente su reconocimiento. Con la peste del olvido que contraen tan pronto se instalan en Macondo, se hace más sólida como marca e impronta en sus descendientes esta condición de apestados de soledad y olvido que ya portan desde su salida de La Guajira, y de la que huyen, para poder ser reconocidos ahí donde estén y separados del resto de los mortales por el contagio; así, Pilar Ternera, cuando había cumplido los 145 años, es capaz de distinguir al último Aureliano como miembro de la estirpe porque estaba “marcado para siempre y desde el principio del mundo por la viruela de la soledad” (532) y Úrsula puede afirmar de los José Arcadios que “estaban marcados por un signo trágico” (292). A medida que pasa el tiempo, aumenta o se hace más tangible esta marca, de manera que del “aire de soledad”, la menos tangible y que distingue a Meme, que “no revelaba todavía el sino solitario de la familia” (379), de los primeros diez hijos del coronel, que llegan “todos varones, y todos con un aire de soledad que no permitía poner en duda el parentesco” (256-257), y de los diecisiete hijos del coronel, que tenían “un aire solitario que habría bastado para identificarlos en cualquier lugar de la tierra” (331), pasamos a una más tangible, la cruz de ceniza en la frente que portan los diecisiete hijos del coronel, y que lleva a Úrsula a afirmar: “«Así van mejor» […] «De ahora en adelante nadie podrá confundirlos»”, y que da cuenta no solo del desamor con que fueron procreados: “Las incontables mujeres que conoció [el coronel] en el desierto del amor, y que dispersaron su simiente en todo el litoral, no habían dejado rastro alguno en sus sentimientos” (282),1 sino del prejuicio racista que lo sustentó y que redujo al coronel a un animal semental: la costumbre de las madres de enviar “a sus hijas al dormitorio de los guerreros más notables, según ellas mismas decían, para mejorar la raza” (227), como diría Úrsula, “como se les soltaban gallinas a los gallos finos” (256), que el coronel de El coronel no tiene quien le escriba vuelve a mencionar en este relato: “Es lo mismo que hacían en los pueblos con el coronel Aureliano Buendía. Le llevaban muchachitas para enrazar” (61).2 Otra marca está en “Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles”, este debe llevar hasta su muerte la “áspera cicatriz marcada en la frente” (147) de la herradura que le había dejado la patada de un caballo, estigma de su condición de apestado.
El personaje emblemático de la soledad, en Cien años de soledad, es el coronel Aureliano Buendía, en quien el estigma se hace más evidente a medida que aumenta su poder como guerrero; así, ya la adolescencia, “le había quitado la dulzura de la voz y lo había vuelto silencioso y definitivamente solitario” (128); después de su matrimonio con Remedios, “el sedentarismo […] endureció en sus labios la línea recta de la meditación solitaria y la decisión implacable” (184); en su primer regreso a Macondo, después de haberse marchado a la guerra, “el bigote denso de puntas retorcidas acentuaba la angulosidad de sus pómulos. A Úrsula le pareció que estaba más pálido que cuando se fue, un poco más alto y más solitario que nunca” (225-226); y en su tercer regreso: “Su rostro […] había adquirido una dureza metálica […] Era más alto que cuando se fue, más pálido y óseo, y manifestaba los primeros síntomas de resistencia a la nostalgia” (263); y en El otoño del patriarca, el tímido y joven coronel a quien recibe el patriarca estaba “aturdido por la soberbia y señalado desde siempre por el estigma de la soledad” (99). En este mismo relato, el patriarca, que también ha olvidado su origen de apestado3 y sufre, como el coronel, una paulatina reducción humana en la misma medida en que aumenta su poder, tiene que sentir “[como] se iba convirtiendo en el hombre más solitario de la tierra” (28), hasta terminar convertido en un “tigre acostumbrado a la soledad” (176) en esa “larguísima vida de déspota solitario”.4
En el campo asociativo que instaura “la soledad”, el sentimiento que más se relaciona con esta es la tristeza, al punto de que el aura triste y lúgubre es intercambiable con el aura de soledad. Como esta, la tristeza se hace cuerpo en las personas o los pueblos y permanece fija como un estado definitivo que los termina y limita. Así, en “La siesta del martes”, Macondo se distingue de los demás pueblos “iguales, con casas de madera pintadas de colores vivos” en que era “más grande pero más triste que los anteriores” (10,11); en “Muerte constante más allá del amor”, el pueblo de papel con que el senador Enésimo Sánchez decora su espectáculo proselitista era “tan pobre y polvoriento y triste como el Rosal del Virrey” (56) donde se encuentra; y en la historia de Eréndira, la abuela “observó con incredulidad las calles miserables y solitarias de un pueblo un poco más grande, pero más triste como el que habían abandonado” (96). En Cien años de soledad, Melquíades es “un hombre lúgubre envuelto en un aura triste” (85); después de su recorrido por el mundo, José Arcadio, el protomacho, llega con “el cuerpo curtido por la sal y la intemperie, el pelo corto […] las mandíbulas férreas y la mirada triste” (186), y José Arcadio Segundo es poseedor de “una tristeza de sarraceno, y un resplandor lúgubre en el rostro color de otoño” (381); en El otoño del patriarca, Manuela Sánchez no puede evitar la congoja que le produce la imagen del patriarca cuando lo ve por primera vez: “Dios mío, qué hombre tan triste, pensé asustada” (74); y en Crónica de una muerte anunciada Bayardo San Román es, según el cronista, “un hombre serio y de una tensión recóndita. […] Pero sobre todo, me pareció un hombre muy triste” (31).5
El otro sentimiento que hace parte de este campo de la soledad, que también se materializa como halito o aura en los pueblos y las personas, es la desolación, con la que comparte muchos rasgos semánticos; así, en “El ahogado más hermoso del mundo”, cuando los habitantes del pueblo marino desfilan con el féretro, “hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios” (50). También comparte el mismo campo asociativo “la pesadumbre”, que en El otoño del patriarca se convierte en un epíteto recurrente para definir el imperio del patriarca: “su vasto reino de pesadumbre”, “desmesurado reino de pesadumbre”, “desguarnecido reino de pesadumbre” del Caribe.
2. LA ESTIRPE DE LA SOLEDAD: EL BALANCE AFECTIVO
En Cien años de soledad, la obra total de la soledad de Macondo, la estirpe de los Buendía necesita seis generaciones para traer al presente su origen borrado y hacerse con su memoria raptada por los sucesivos pactos de olvido. El éxodo desde Riohacha de José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, con veintiún familias más, que culmina en la fundación de Macondo, tiene como fin huir del incesto y de la aniquilación que les deparaba su encierro y soledad ancestral, y empezar de nuevo en un Nuevo Mundo, libre de este pasado. Una vez instalados en Macondo, realizan un pacto de olvido —la peste del insomnio, que a los pocos días se transforma en la peste del olvido— que les hace olvidar la razón de su éxodo, su peste ancestral de soledad y su pasado de exclusión, para abrirse al futuro sin esta carga. Encerrados en este lugar, instauran la estirpe de la soledad, pues cada generación olvida el momento anterior, viéndose obligada a empezar de nuevo, hasta el desgaste de las mismas.
Cada género cumplirá un papel específico en esta desintegración de Macondo y de la estirpe: la organicidad de Macondo, en el plano político, de la que se encargan el patriarca y sus descendientes varones, culmina en la desintegración del pueblo; y la preservación de la estirpe, en el plano biológico, de la que se encarga Úrsula, que trata de proteger a la estirpe del incesto, culmina en el animal mitológico, mitad hombre, mitad cerdo. Serán los hombres los encargados de perpetuar la especie —las mujeres, Amaranta y Rebeca, no lo hacen— por la rama de los José Arcadios, pues, por parte de los Aurelianos, solo tienen descendencia el coronel Aureliano Buendía, pero su hijo Aureliano José, con Pilar Ternera, de la tercera generación, muere joven sin descendencia, al igual que los diecisiete hijos de la guerra; y Aureliano Segundo, padre de Renata Remedios y Aureliano Babilonia, es en realidad José Arcadio Segundo, pues su nombre fue trocado con el de su hermano gemelo. De estos dos tipos, que se repiten en cada generación, los Arcadios se caracterizarán por su monumentalidad y masculinidad, como la de José Arcadio Buendía, el protomacho, de la segunda generación, y los Aurelianos por su mayor hermetismo y soledad, por ello serán quienes centrarán el relato. Sus rasgos distintivos serán los mismos: delgados, lineales, cetrinos, solemnes, óseos, de pómulos tártaros y todos con un “aire solitario”, y José Arcadio Segundo (en realidad Aureliano Segundo) tiene además un “estar pensativo, y una tristeza de sarraceno, y un resplandor lúgubre en el rostro color de otoño” (381), y una misteriosa solemnidad. Aureliano Babilonia, el que llega a recomponer la historia de la estirpe y de Macondo, reunirá por ello las características de ambos tipos: de los Aurelianos tiene el aire solitario, pero es “fino, estirado, de una curiosidad que sacaba de quicio” y una mirada de asombro, y “con una nube de misterio que el tiempo iba haciendo más densa” (518); y de los José Arcadios tiene una masculinidad inconcebible y es una “portentosa criatura” (545). Úrsula resume estas semejanzas así: “Mientras los Aurelianos eran retraídos, pero de mentalidad lúcida, los José Arcadios eran impulsivos y emprendedores, pero estaban marcados por un signo trágico” (292).
Úrsula, en su tarea de vigilar la estirpe para evitar el incesto, se convierte en la fuerza centrífuga que los atrapa para evitar su dispersión, sin conseguirlo, pues José Arcadio Segundo “andaba al garete, sin afectos, sin ambiciones, como una estrella errante en el sistema planetario de Úrsula” (381), de lo que se da cuenta a través del balance afectivo que hará sobre sus descendientes, ayudada por su larga edad; así, sobre el coronel Aureliano Buendía concluye:
Vislumbró que no había hecho tantas guerras por idealismo […] sino que había ganado y perdido por el mismo motivo, por pura y pecaminosa soberbia. Llegó a la conclusión de que aquel hijo por quien ella habría dado la vida, era simplemente un hombre incapacitado para el amor (367).
Sobre Arcadio, de la tercera generación, concluye que “había perdido a Arcadio, no desde que vistió el uniforme de militar, sino desde siempre” (211); sobre Aureliano José: “al igual que Arcadio en otra época, había dejado de pertenecerle” (258); y sobre José Arcadio Segundo: “se sorprendía de la distancia insalvable que lo separaba de la familia” (381); “no tardó en darse cuenta que él era tan insensible a sus súplicas, como hubiera podido serlo el coronel, y que estaban acorazados por la misma impermeabilidad a los afectos” (382). Por todo lo anterior, es también ella la encargada de descubrir las claves de la soledad de su estirpe; así, se da cuenta que la mayor manifestación de la soledad es la incapacidad para amar, de manera que “la lucidez de la decrepitud le permitió ver […] que el llanto de los niños en el vientre de la madre no es una señal de ventriloquía ni de facultad adivinatoria, sino una señal inequívoca de incapacidad para el amor” (367). La estirpe de la soledad tendrá que pasar del desconocimiento de la peste de soledad que portan, de su incapacidad para amar y de la causa de su sometimiento a las obsesiones que gobiernan su vida a un reconocimiento de los mismos en el momento previo a la muerte, cuando realizan su balance afectivo. De manera que el coronel Aureliano Buendía, emblema de todas las formas de soledad, poco antes de morir, “le vio otra vez la cara a su soledad miserable cuando todo acabó de pasar” (387); y Arcadio, de la tercera generación, frente al pelotón de fusilamiento: “Pensaba en su gente sin sentimentalismos, en un severo ajuste de cuentas con la vida, empezando a comprender cuánto quería en realidad a las personas que más había odiado” (220), acto con el que inicia su proceso de humanización.
3. LA INCAPACIDAD DE AMAR DE LOS APESTADOS DE SOLEDAD
El personaje de la soledad está disminuido o mutilado en sus cualidades humanas y sin esta realización es “incapaz de amar”, frase hecha utilizada en los relatos no solo para resumir el comportamiento afectivo de los personajes sino para mover la empatía del lector hacia ellos. En su balance afectivo, Úrsula resume a su estirpe como incapacitada para el amor y descubre que todos las empresas delirantes, u obsesiones de su esposo, hijos y descendientes —como la obsesión del patriarca de introducir en Macondo lo mejor de la civilización; las guerras eternas del coronel por introducir las ideas liberales; la guerra sindicalista de José Arcadio Segundo por conseguir el trato de trabajador de la compañía bananera; los amores desenfrenados, etc.— son manifestaciones de esta incapacidad. La ausencia de amor que funda todas las relaciones entre hombres y mujeres, incluyendo la del patriarca y Úrsula, es recalcada por el narrador, cuando resume que el hijo de Aureliano Babilonia y Renata Remedios, el último de la estirpe, era “el único en un siglo que había sido engendrado con amor” (552), por lo que estaba “predispuesto para empezar la estirpe otra vez por el principio y purificarla de sus vicios perniciosos y su vocación solitaria” (552); así, el siglo de la soledad de Macondo será también el siglo de “la ausencia de amor” o de “la incapacidad de amar” de la estirpe.
El amor...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Derechos de autor
  4. Prólogo Reyes Mate
  5. Prefacio María del Carmen Bobes Naves
  6. Introducción. La pregunta por la soledad de Macondo: hacia una filosofía desde los apestados de la historia
  7. Capítulo I. EL UNIVERSO DE MACONDO
  8. Capítulo II. La desintegración de Macondo
  9. Capítulo III. LA REPETICIÓN DE LO MISMO EN MACONDO
  10. Capítulo IV LOS MECANISMOS DE LA DESINTEGRACIÓN
  11. Capítulo V. EL DESENCUENTRO HISTÓRICO DE MACONDO
  12. Capítulo VI. LA SOLEDAD DEL APESTADO: LA SALVACIÓN POR EL AMOR
  13. Capítulo VII. LA DIGNIDAD DEL APESTADO
  14. Capítulo VIII. MACONDO: UN DESTINO CIFRADO EN LA TRAGEDIA GRIEGA
  15. Capítulo IX. MEMORIA PASSIONIS: LA SALVACIÓN POR LA MEMORIA
  16. Bibliografía