Memorias de una cinefilia
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Memorias de una cinefilia

(Andrés Caicedo, Carlos Mayolo, Luis Ospina)

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Memorias de una cinefilia

(Andrés Caicedo, Carlos Mayolo, Luis Ospina)

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Información del libro

Andrés Caicedo, Carlos Mayolo y Luis Ospina fueron los protagonistas de toda una generación obsesionada por el cine en la ciudad de Cali - Colombia. Víctimas del llamado -mal de la cinesífilis-, consiguieron construir una obra en la que bailaban, con el mismo ritmo, el horror con el rock, la salsa con la política y el suicidio con los excesos. Entre 1971 y 1991, un buen número de jóvenes caleños se unieron a la caravana de estos tres creadores y ayudaron a consolidar una tradición audiovisual en un país desenfocado. Sandro Romero Rey, compañero de andanzas e impulsor desde la retaguardia, reúne aquí varios textos donde da cuenta de lo sucedido en la capital del Valle del Cauca.

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Información

Año
2015
ISBN
9789586653695
1. LA NADA (DESPUÉS)
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Luis Ospina, con fotografía de Andrés Caicedo al fondo. Fotografía: Karen Lamassonne. La imagen de Andrés Caicedo es original de Eduardo Carvajal.
El 4 de marzo de 1977, Andrés Caicedo Estela se quedó dormido para siempre sobre su máquina de escribir. Se había tomado una sobredosis de somníferos, y ponía fin a sus días tras una discusión definitiva con su amiga Patricia Restrepo. Treinta años después, el 3 de febrero de 2007, el director de cine Carlos Mayolo, con quien Andrés había dirigido la película inacabada Angelita y Miguel Ángel, moría de un infarto en su apartamento en Bogotá. La muerte abre y cierra los ciclos. Inaugura y acaba generaciones, inicia y concluye capítulos. Los que quedamos, los testigos, tratamos de darle una razón y una explicación a lo inevitable. Pero la muerte termina triunfando. El reloj se detiene y no queda más remedio que el lamento. Cuando era niño, le tenía terror a la evidencia de la muerte. Primero, no soportaba la idea de la desaparición de mis padres. Tanto, que comencé a reprocharles el hecho de haberme traído al mundo, tan solo para ser testigo de sus huidas. Luego, descubrí el horror de mi propia muerte a los 10, 11 años, y ya no pude volver a ser el mismo. En un país como Colombia, donde la muerte perdió su dimensión metafísica, no se concibe que alguien deje de gozar porque la parca pueda pisarle los talones. Pero sí. En mi caso, la idea de mi muerte siempre ha sido exclusiva, porque es la mía y es única, y la muerte, por más que se quiera, nunca será colectiva. Sin embargo, creo que la desaparición de otro que más me ha desbordado fue la de Andrés Caicedo. Todavía me afecta. Me afecta como un símbolo, como el ejemplo de la insoportable evidencia de la vida como simple antesala de la muerte. Mientras pasan los años, me doy cuenta de que he hecho de todo para preservar la memoria de Caicedo. Obras de teatro, recopilaciones, conferencias, videos, programas de radio, fiestas. A comienzos del 2007, decidí ­organizar en un solo volumen todos los textos que tenía regados por ahí sobre él, para dejar testimonio de mi viaje submarino por su desolado inframundo. Y cuando esto se forjaba, Luis Ospina, el otro protagonista de esta saga, me llamó por teléfono para darme la noticia: Carlos Mayolo estaba muerto. De alguna manera, la historia de la vida y muerte de Andrés Caicedo está ligada a la historia de la vida y muerte de Carlos Mayolo. Ambos fueron jóvenes creadores, ambos fueron obsesivos, ambos fueron cinéfilos, ambos amaron a Patricia Restrepo, ambos tuvieron que ver con las drogas, ambos eran caleños, ambos eran autodestructivos, ambos tienen la muerte encima de sus respectivas historias. He juntado mis textos consagrados a Andrés Caicedo con los escritos que he ido garrapateando, a lo largo de mis insomnios, acerca de mi complicidad con Carlos Mayolo. Cuatro años después, el director de cine Luis Ospina decidió filmar la historia de nuestra generación en un ajuste de cuentas titulado Todo comenzó por el fin (2015). Una frase que ya habíamos usado en el guion de un largometraje (El pobre Lara o las exigencias del delirio), el cual nunca se rodó. La frase aparece también, por ahí escondida, en una de mis obras de teatro. Durante la realización del documental, Ospina cayó gravemente enfermo y se decidió que, en caso de que desapareciese, el director, Rubén Mendoza, y el que firma este libro terminarían su largometraje. Por fortuna santa Verónica, la santa del cine, no permitió que Ospina se fuera tan pronto y toda su tragedia terminó formando parte de su extenso documental de 208 minutos. En el fondo, este libro terminó siendo una suerte de apéndice de dicho documental. Un largometraje que, para todos nosotros, los caleños de otrora, resulta más que sobrecogedor. Por consiguiente, este libro ha ido evolucionando. Lo que antes se llamó Andrés Caicedo o la muerte sin sosiego (Norma, 2007) desapareció de las estanterías y finalmente fue descatalogado. Ahora, cuando la historia parece continuar, esta ave fénix generacional regresa de sus propias cenizas con el título que el lector tiene entre manos, parafraseando un subtítulo cinéfilo del autor de ¡Que viva la música! Es una vuelta al pasado, porque Caicedo sigue siendo protagonista y las preguntas sobre su gesta aun están abiertas. Por otro lado, porque no ha habido sosiego para este drama que, en última instancia, es el recuento de nuestras propias vidas. La cinefilia, por su parte, ha sido el secreto denominador común de las líneas que siguen.
Este libro se ha armado a partir de muchos textos escritos a lo largo de los años, siguiendo la idea de las “colecciones” que tanto le entusiasmaban al escritor cubano Guillermo Cabrera Infante. Está dividido en cuatro grandes bloques con dos hilos conductores: la ciudad de Cali y la cinefilia de una generación. Como introito, hay cuatro apartados en los que se hace un recorrido por la historia del “séptimo arte” (¿todavía sigue siendo el cine el séptimo arte?) en la capital del Valle del Cauca, donde el autor mira su ciudad natal desde la distancia y, en dos textos coyunturales, se muestran las polémicas acerca de la crisis de la cultura en Cali y, en ese contexto, el nacimiento y consolidación de su Festival Internacional de Cine.
En el capítulo más extenso, a lo largo de diez apartados recogidos bajo el título “Andrés Caicedo o la muerte sin sosiego”,3 he organizado los principales textos que he escrito, de 1984 hasta el 2014, sobre el creador de los Angelitos empantanados: desde versiones de los textos escritos a cuatro manos con Luis Ospina (los respectivos estudios preliminares para los libros Destinitos fatales y Ojo al cine) hasta textos que revelan las costuras secretas de ¡Que viva la música! y El atravesado. Así mismo, se consignan aquí sendas reflexiones acerca del teatro de Caicedo, sobre los audiovisuales realizados alrededor de su obra y sobre la repercusión internacional de su trabajo.
Finalmente, en el capítulo 4, se reúnen dos textos consagrados a Carlos Mayolo y otros dos sobre Luis Ospina. Los textos sobre Mayolo siguen, el primero, el recorrido de toda su aventura audiovisual y el segundo pretende ser una crónica sobre los acontecimientos alrededor de su muerte. En cuanto a Ospina, hay una versión del prólogo que escribí para su libro Palabras al viento (mis sobras completas) y un texto inédito, especial para el presente volumen, a raíz de mi primera visión de Todo comenzó por el fin (2015).
Por último, en el capítulo 5, hay exhaustivas bibliografías y filmografías de los tres personajes que atraviesan el libro. A raíz de la publicación de uno de los Cuadernos de Cine Colombiano que lanzó la Cinemateca Distrital de Bogotá y del libro editado por el Ficunam de México, me entusiasmé con la idea de colaborar en la escritura de una cronología exhaustiva de Carlos Mayolo. Siguiendo con el ejercicio, lo continué con la obra de y sobre Caicedo. En cuanto a Ospina, me he apoyado en su cuidadoso sitio en internet para dar cuenta de la evolución de su trabajo.
Escribir sobre los cómplices de tu generación es un difícil ejercicio de distancia pero, al mismo tiempo, es una manera de comprometerse con lo mejor que la vida te ha brindado. El resto es fondo musical.
_________________________
3 “La muerte sin sosiego” fue el título de uno de los capítulos de la serie de televisión Cuentos de espanto, que el autor de este libro escribió para Carlos Mayolo. Era, a su vez, un juego que parodiaba la traducción al español de The Unquiet Grave de Cyril Connolly (La tumba sin sosiego), libro que tanto le entusiasmaba al autor de ¡Que viva la música!
2. INTRODUCCIÓN.
CALIWOOD CON SECUENCIAS
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Luis Ospina y Carlos Mayolo durante el rodaje de Cali de película (1973).
CALIWOOD: UN CHISTE LARGO
En 1972, los jóvenes directores de cine Luis Ospina y Carlos Mayolo realizaron un cortometraje titulado Cali de película, en el que se anunciaba que en la capital del Valle del Cauca habían puesto tres cruces sobre uno de sus cerros para no dejar entrar al diablo. “Pero el diablo estaba adentro y no ha podido salir”, concluía la voz, con un eco siniestro. No sabemos muy bien a cuál diablo se estaban refiriendo. Lo que sí es cierto es que el diablo del cinematógrafo, el invento de los hermanos Lumière que hace rato cumplió más de un siglo, apareció y se consolidó en Colombia gracias a los esfuerzos de los habitantes de Cali. Según cuenta el desaparecido crítico de cine Hernando Salcedo Silva en sus Crónicas del cine colombiano, es posible afirmar que, al parecer, la primera filmación realizada en el país se efectuó en 1899, en Cali. A partir de ese momento, podemos seguirle la pista a los acontecimientos fundacionales del llamado “séptimo arte” y nos daremos cuenta de que en Cali han sucedido buena parte de los hechos emblemáticos en la accidentada historia del cine colombiano. Entre 1921 y 1922 se filmó el primer largometraje de ficción en el país. Se trataba de la película María, realizada por los directores Máximo Calvo y Alfredo del Diestro,4 a partir de la novela homónima de Jorge Isaacs. De la película solo se conservan, hoy por hoy, escasos segundos. Sin embargo, gracias al entusiasmo de Jorge Nieto y Luis Ospina, podemos conocer la historia de su realización a través del cortometraje titulado En busca de “María”, de 1985. En dicha película, acompañado de buena parte de los cómplices cinéfilos de la época, el que estas líneas escribe actuó representando el doble rol del actor Hernando Sinisterra, quien a su vez fuese el desafortunado Efraín de la novela. De nuevo, estamos ante una realización vallecaucana. A partir de este momento notaremos que los acontecimientos definitivos de nuestro cine en el pasado se realizaron a tumbos. Grandes saltos que evidencian la irregularidad de una aventura signada por la ilusión y, a veces, por el desencanto. Una vez más, hubo un gran vacío entre las últimas realizaciones del período mudo, hacia 1926; hasta que, en 1927, se realizó la primera película “antimperialista”, titulada Garras de oro y firmada por un tal P.P. Jambrina.5 Muchos años después, los realizadores locales Óscar Campo y Ramiro Arbeláez, revelarían el misterio de esta extraña película. Catorce años más adelante, el director Máximo Calvo, el mismo de María, se lanzó a la realización del primer film parlante colombiano titulado, cómo no, Flores del Valle.
Cerca de quince años pasarían hasta que el director Guillermo Ribón Alba y el productor Tito Mario Sandoval fundasen la Dawn Bowyer Films de Colombia, para la realización del primer largometraje en colores de nuestro país, conocido como La gran obsesión, el cual ha sido debidamente restaurado.6 Una vez más, los paisajes de Cali y del Valle del Cauca son los protagonistas de las imágenes en movimiento capturadas por las cámaras nacionales. Según estas cuentas, la historia del cine colombiano tiene que pasar por el occidente del país. Cali, con casi tres millones de habitantes en el nuevo milenio, ha sido un necesario referente cultural en Colombia. Allí se han gestado grandes acontecimientos a nivel de la pintura, la música, el teatro, la literatura y la danza. Y el cine nunca ha querido ser una excepción.
En la década del setenta, un grupo de jóvenes entusiastas, afectados por el virus de la cinefilia, fundaron el llamado Cine Club de Cali, bajo la batuta del escritor Andrés Caicedo. Caicedo es una leyenda imprescindible en la historia de la cultura colombiana. Nacido en 1951 y muerto a los 25 años, podemos decir que se trata de una figura que representa la inteligencia y el desencanto, el juego y el riesgo que las nuevas generaciones de colombianos encuentran a través de su obra, permanentemente vital e iconoclasta. Pero Caicedo no solo dejó una inmensa producción literaria, con libros como El atravesado, ¡Que viva la música! o Destinitos fatales. También se encargó de impulsar la pasión por el cine, como lo demuestra en su colección de textos recopilados bajo el título de Ojo al cine. Alrededor de Caicedo y sus amigos (Luis Ospina, Carlos Mayolo, Ramiro Arbeláez, Óscar Campo, Eduardo Carvajal, Hernando Guerrero, entre otros) se formó una nueva generación de impulsores del trabajo cinematográfico. Entre 1970 y 1978 se hicieron películas fundamentales, como Oiga vea, Angelita y Miguel Ángel o, la más importante de todas, Agarrando pueblo, mezcla de argumental y ficción, que denuncia con perverso humor la utilización de la miseria con fines comerciales.
Después del suicidio de Andrés Caicedo, Cali continuó aventurándose por los caminos del cine. Primero, a través de un director llamado Pascual Guerrero (no confundirlo con el estadio de fútbol de la ciudad), quien, bajo el seudónimo de Inti Pascual, realizaría dos largometrajes titulados El lado oscuro del nevado y Tacones, los cuales ayudaron a aglutinar a una nueva generación de técnicos y actores que mantendría viva la llama de la pasión por las imágenes. Gracias al estímulo de la Compañía de Fomento Cinematográfico (Focine), comenzó a incentivarse la producción de largometrajes con préstamos a los productores. Es así como, en 1982, se estrena la primera película colombiana con presupuesto estatal titulada Pura sangre, sobre la leyenda del Monstruo de los Mangones, un asesino en serie, cómo no, caleño. A lo largo de la década del ochenta se consolida el grupo de alegres cineastas locales que se conocería con el apelativo de Caliwood. Carne de tu carne, La mansión de Araucaíma, Aquel 19, Cali, cálido, calidoscopio, A la salida nos vemos y El día que me quieras, entre otros, son algunos de los títulos realizados y estrenados en aquella época de gran explosión creativa.
Los años han pasado y el cine caleño se transforma. Gracias a los beneficios del video, nuevos lenguajes y nuevos nombres se instalan en el panteón caliwoodense. El caso más destacado es, de nuevo, el de Luis Ospina quien, con documentales como Andrés Caicedo: unos pocos buenos amigos, Ojo y vista: peligra la vida del artista y, sobre todo, el inmenso fresco titulado Cali: ayer, hoy y mañana, se ha convertido en uno de los bastiones de la cultura audiovisual vallecaucana. En el año 2007 moriría Carlos Mayolo, su compañero de aventuras cinéfilas, y con su desaparición, de alguna manera, concluye l’âge d’or de la leyenda de Caliwood. Pero el cine sigue su curso. En el nuevo milenio, una nueva generación de directores y creadores se han encargado de consolidar el nombre de la capital del Valle como el epicentro del acontecer cinematográfico colombiano. Los nombres se han multiplicado: desde Óscar Campo, pasando por Antonio Dorado, Carlos Moreno, Andrés Báiz, Jorge Navas, William Vega u Óscar Ruiz, entre otros, el cine caleño ha seguido su ascenso y demuestra, una vez más, que el diablo de la cinefilia no ha podido escaparse de sus límites, no solo por la presencia de las tres cruces, sino simplemente porque sus habitantes no quieren que se vaya nunca.
ELEGÍA EN PRIMERA PERSONA
Debe ser porque ya atravesé la barrera de los cincu...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Derechos de autor
  4. PRESENTACIÓN: Ramiro Arbeláez
  5. 1. La nada (después)
  6. 2. Introducción. Caliwood con secuencias
  7. 3. Andrés Caicedo o la muerte sin sosiego
  8. 4. Ospina: Oiga / Mayolo: vea
  9. 5. Personajes, Bibliografía y videofilmografía