Memoria y canon en las historias de la literatura colombiana (1867-1944)
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Uno de los objetivos de este trabajo es profundizar en la observación de la dinámica del canon dentro de las historias de la literatura colombiana escritas entre 1867 y 1944. Se busca dar cuenta de los procesos de exclusión e inclusión, con base en las políticas de archivo, legado y memoria. Con la Historia de la literatura de la Nueva Granada: de la Conquista a la Independencia (15381810), se configuran los cimientos de un canon enraizado en el pensamiento conservador del cual, José María Vergara y Vergara, primer historiador de las letras colombianas, se mostraba como defensor.

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Información

Capítulo III
Historia de la literatura colombiana: el canon como mecanismo de memoria
LA TRANSMISIÓN DEL LEGADO
Antonio Gómez Restrepo (1869-1947) es el heredero más cercano del legado promulgado por José María Vergara y Vergara. Educado por su padre, Gómez Restrepo representa la figura del intelectual autodidacta, formado más por su curiosidad que por las academias existentes en su época. El hecho de haber ocupado varios cargos diplomáticos, entre los que se cuenta el de Secretario de la Embajada de Colombia en Madrid, le dio la oportunidad de recorrer parte de Europa y de conocer en España a quien sería su maestro definitivo, Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912). Asiste a la cátedra sobre Edad Media que el español dictó durante varios años en la Universidad Central de la misma ciudad y con quien mantuvo una nutrida comunicación epistolar entre 1886 y 1909. La figura de Menéndez y Pelayo resultaría capital para el pensamiento de Gómez Restrepo, quien lo describió como el ideal y el paradigma de figura letrada en el «Discurso en elogio de D. Marcelino Menéndez y Pelayo» pronunciado ante la Academia Colombiana el día 30 de julio de 1912 (2001)1:
Cuando contemplamos el retrato de [sic] MENÉNDEZ Y PELAYO, nos parece tener a la vista una efigie de otro siglo; y echamos de menos para su reproducción en el lienzo, no el pincel con que el Greco pintó tipos devorados por la fiebre interior sino el potente y placido con que Holbein trazó sus arrogantes figuras. En aquellos ojos destella la inteligencia; y el amplio rostro sanguíneo aparece iluminado con una sonrisa benévola. (Gómez, 2001, p. 11)
Pero aquel hombre apacible descrito, por su agradecido estudiante, no se quedó en retrato inerte, sino que su recia salud se comparó con la de los conquistadores, aquellos, que de acuerdo con Gómez Restrepo, sacrificaron su vida en aras de traer civilidad al suelo indómito. Menéndez y Pelayo asumió la misma misión desde el espacio de las letras:
No es fácil concebir un Hernán Cortés, un Bolívar, sin la resistencia orgánica suficiente para presidir a la ejecución de sus vastos designios, haciendo frente sin desfallecer, al frío y al calor, al hambre y a las fatigas, a la deficiencia de los propios y al ímpetu de los adversarios […] Y pasando de este campo al de las letras, sólo un hombre dotado de una complexión especial puede ser capaz de escribir cien grandes cuartillas de una tirada, o devorar volúmenes en un día, como lo hacía regularmente MENÉNDEZ Y PELAYO [sic]. (Gómez, 2001, p. 12)
Ese coloso que va formándose a través de las palabras de un fervoroso seguidor, ingenuas y llenas de una admiración sincera, van perfilando la imagen de un intelectual ideal que solo podría devenir de una raza definida. Tanto Menéndez y Pelayo como Hernán Cortés son frutos del suelo español, representantes de la raza que, según los hispanófilos, trajo consigo la civilización al continente americano.
Es aquí en donde el legado de José María Vergara y Vergara encuentra nicho seguro; la idealización de un letrado que representara los valores de una nación en proceso de formación, solo podría asirse sobre la tradición peninsular2. Esta relación resultará definitiva en la idea de un canon como inventario de una tradición heredada. Para que el legado pueda dinamizar su presencia en el sistema temporal, es necesario que emerjan roles definidos: el del poseedor-representante del legado y de su heredero.
Dicho binomio garantiza no solo la pervivencia de este legado, sino que configura una relación pragmática con él, una aplicación axiológica de los valores que las obras inmersas en el corpus deben representar. Fina Birulés describiría dicha transmisión como un modo de trascendencia propia de los conjuntos de identidades hegemónicas que participaron en la construcción de un cuerpo letrado y nacional a lo largo del tiempo:
Al construir nuevas narraciones de lo acontecido, al hacer el gesto de recordar lo olvidado o no transmitido, emerge la propia identidad, pero en nuestras sociedades postradicionales, es decir sin el peso ni la guía de la tradición, las diversas llamémoslas, tradiciones culturales que exigen respeto y que se perfilan como dotadoras o subvertidoras de identidades sólo pueden ser continuadas a través de un modo reflexivo de apropiación, esto es, hay que hacer el gesto de tratar de salvar e interpretar huellas del pasado. (Birulés, 2007, p. 145)
Gómez Restrepo enuncia su lugar de heredero tanto de Vergara y Vergara de quien toma la antorcha de la historia literaria, como de Menéndez y Pelayo a quien escribe por primera vez en 1886 cuando contaba con diecisiete años de edad. En esta carta, el joven escritor hace el inventario personal de su postura religiosa y política, conjunto que cifra la entrada a aquello que pretende heredar: «amante como el que más de su Religión y de la Lengua, Historia y Literatura castellanas» (2001, p. 41).
El heredero debe demostrar que es un reflejo tácito del elegido maestro, ganarse las llaves del reino, ser capaz de descifrar la clave de entrada. Gómez Restrepo logra la aceptación de su maestro y se hace acreedor del legado, el cual preservará con presentaciones de obras latinas y españolas, traducciones de Horacio, y por supuesto la Historia de la literatura colombiana, su obra cumbre (1938), al igual que algunos ensayos críticos3. El heredero reafirma constantemente su carácter subalterno de estudiante eterno y de habitante de una de las colonias españolas; reconocerse como aprendiz de las enseñanzas de Menéndez y Pelayo lo obliga a subordinarse a las condiciones de producción de conocimiento en:
Una refutación de Valbuena hecha por un americano que jamás ha salido de un rincón de los Andes, tiene que adolecer forzosamente de muchos errores y presentar grandes deficiencias; pero la buena intención con que ha sido escrita ¿no podrá servirle de pase ante los académicos españoles? Así lo espero. (Gómez, 2001, p. 46)
De este modo y siguiendo la relación que comienza a establecerse entre maestro y heredero, no solo se reafirma la jerarquía de cada uno en el sistema social e histórico, sino que se conforma un proceso genealógico de familia entre padre e hijo, entre colonia y Madre Patria. Los «lazos familiares» se instauran en tres zonas concretas: legado, exclusión y alteridad. El legado marca el inicio de la relación entre los sujetos que se cifran como poseedores, herederos y guardianes de este; la exclusión se establece como el cierre de una cofradía para aquellos que no pueden cifrarse como parte de la familia.
Finalmente, la alteridad marca la absoluta identificación entre maestro, estudiante, padre e hijo, garantizando que en los propósitos del heredero pervivirán los principios enseñados por el guía. Quien hereda debe defender de todos los peligros la supervivencia del legado, es decir, construir una memoria que sea capaz de proteger las tradiciones de las osadías del presente.
Así, este presente se convierte en punto de partida de la misión del heredero, mientras el pasado lo rodea y protege. Esta labor puede entenderse mejor por medio de una instrumentalización de la memoria que convierte al pasado en un tiempo-ahora y que reafirma el continuum de la historia para decodificarlo en el presente (Calveiro, 2004)4.
Esta tradición se materializa en la colectivización del sistema axiológico que contenía; es así como Gómez Restrepo se llama a sí mismo «un americano» perdido en un rincón oscuro de los Andes, en medio de un territorio inhóspito necesitado de la guía del pensador español. La bendición que recibía el heredero, es en realidad una bendición para toda la nación: «Es cosa que verdaderamente me pasma y maravilla la atención con que Uds. los americanos siguen el movimiento de la imprenta española. No hay folleto ni artículo de periódico que se les escape» (Epistolario, 2001, p. 47).
El trabajo sobre Antonio de Valbuena (1891), que recibe la aprobación de Menéndez y Pelayo, está defendiendo la lengua del peligro ante cualquier crítica que socave la labor de sus vigías, por ejemplo, la Academia5. La erudición de los americanos resulta suficientemente representada en la figura de Gómez Restrepo. Por esta razón, asume otra de las tareas del heredero; la de homogenizar esa práctica conectiva entre el pasado y el presente; encontrar un elemento que no solo permita la pervivencia de la herencia, sino que además, unifique a todos los sujetos que conforman a la comunidad receptora, al hermano menor.
De este modo, el heredero ganará la confianza del vigía principal; cualquier actividad que emprenda gozará del reconocimiento necesario para cimentarse en la tradición. Si Gómez Restrepo hizo un trabajo de rastreo de fuentes que el mismo Menéndez consideraba oscuras, esto significa que su manejo del archivo es idóneo, es decir, puede preparar los documentos que conforman la memoria perdida con una fuerte proyección hacia el futuro; rastrear todo aquello que pueda alimentar la memoria escrita garantiza que el sistema axiológico promulgado por el legado sobrepase los límites del tiempo y construya un futuro, hijo directo del pasado impuesto.
El heredero advenedizo debe situar su propio inventario personal; solitario trabajo de archivo, en cuatro estaciones fundamentales que evidencian una suerte de viaje iniciático. La primera estación corresponde al paradigma del archivo axiológico, al centro patriarcal de la familia que como acabamos de ver equivale a la relación de parentesco entre Gómez Restrepo y Menéndez y Pelayo, nutrida por la comunicación epistolar.
En segunda instancia, aparece la misión de transmisión que debe llegar al seno de su familia sanguínea y dispersar la enseñanza a lo largo y ancho de la geografía; pero esto no significa que este legado no sufra cambios en su viaje hacia el centro de la comunidad. Aquí la reminiscencia es el arma protectora de la vigencia del legado, es decir, recordar para volver a vivir, al tiempo que abre las compuertas que permiten transitar entre el pasado y el presente.
Por último, la función reflexiva que orienta una evaluación crítica de pasado, después de transmitir y revivir, hace necesario el regreso, menos inocente por cierto, al núcleo del tiempo que se consideró paradigmático, especialmente y es este el caso de Gómez Restrepo, al modo como fue narrado y ordenado.
Este capítulo es la bitácora del viaje emprendido por Gómez Restrepo, donde reconstruye vigilante su entrada al mundo de la academia con su trabajo de revisión crítica de la historiografía colombiana, puntualmente la de José María Vergara y Vergara. Dicha consideración renueva las claves axiológicas y estéticas que garantizarían no solo la pervivencia del legado hispanófilo presentado por Vergara, sino las políticas de estabilidad de un canon literario que al ser rehistoriado, vuelve a responder a un sistema profundamente conservador.
En el caso de Gómez Restrepo, reclamar su posición de heredero trae consigo la posibilidad de demandar los derechos de una memoria que trata de trascender la naturaleza fundacional de la propuesta en la Historia de la Literatura de la Nueva Granada (1867), con base en un paradigma cifrado sobre una memoria intelectual6. Si bien Vergara estableció las bases del camino que la memoria nacional debía seguir, Gómez Restrepo va generando una especie de geografía de la misma, dividida en distintos pensadores que han alimentado la «evolución» cultural de un territorio perdido en los Andes.
La memoria intelectual se convierte en matriz de la propuesta historiográfica de Gómez Restrepo al ser situada en los intervalos de anterioridad y posteridad; los pensadores deben ser capaces de convertir el punto cero, cifrado en pasado específico, en un Illo tempore que sobreviva a los avatares del tiempo y que siga gozando de una actualidad necesitada de su legado. No en vano su trabajo La literatura colombiana (1918) establece como punto de partida de las letras nacionales la misma figura que propone Vergara como fundador de la literatura nacional: Gonzalo Jiménez de Quesada7.
DEL MONUMENTO AL DOCUMENTO
La preponderancia de una memoria intelectual sobre una fundacional se evidencia desde el principio en la obra de Gómez Restrepo La literatura colombiana. Como se enunció en el primer capítulo, la figura de Gonzalo Jiménez de Quesada como piedra angular de la historia literaria nacional, tiene el objetivo de instaurar las bases axiológicas que deben guiar la nación. Por esta razón, resulta más importante para Vergara dejar claro el papel de conquistador, fundador de ciudades y paradigma civilizatorio, lazo irrompible con España, que su producción escrita. Es así y como se explicó anteriormente, que Jiménez de Quesada debe ser presentado como un monumento incorruptible por el tiempo.
Aunque la exposición que hace Gómez Restrepo del conquistador español conserva muchos de los rasgos que destaca Vergara, le suma características que no habían sido tenidas en cuenta por la Historia de la Literatura de la Nueva Granada. Una de ellas, tal vez la más sobresaliente, es la naturaleza de letrado que se antepone a la de conquistador y soldado. Es desde la categoría de hombre de letras como Gómez Restrepo construye el modelo que debe transitar por el sistema temporal:
Los rasgos típicos de la figura de Quesada parecen haberse impreso en el carácter del pueblo del que fue conquistador, pues en Colombia ha sido muy frecuente el tipo de militar-civil, valiente hasta el heroísmo, cuando la ocasión lo requiere, pero nada propenso al caudillismo. (1926, p. 6)8
Jiménez de Quesada no funge solo como fundador sino como encarnación de un legado que se ha dinamizado en el presente; en la herencia vivida aquí y ahora que requiere de una voz recordando constantemente dicha sucesión. De esta manera, es como Gómez Restrepo emprende su misión de heredero nuevo y revitalizado, aprobado por la academia española en pleno; su función no se limita a la tarea del arqueólogo que busca joyas debajo de la tierra, sino que se lanza a la labor de activar la imagen de una pasado relegado al monumento estático, en un presente que necesita ser movilizado por aquello que se hereda.
Si bien la mano de Vergara esculpió el monumento, Gómez Restrepo se convierte en aquel que transforma la estatua dormida en una quietud tranquila, en un documento que vive en el presente. De acuerdo con Jacques Le Goff (1991), la conformación de un discurso histórico se basa en dos principios fundamentales: los monumentos y los documentos. Los primeros tiene la función de ser un gesto cerrado del pasado, de perpetuar el recuerdo de modo exacto e impávido frente al tiempo, de convertir las figuras en «sujetos dignos del bronce que los proteja de los avatares tenebrosos del tiempo» (Vergara, 1867, p. 45).
Desde otra perspectiva, la idea de monumento se enlaza con la misión conme-morativa que, según Le Goff, se relaciona más con la presencia de un ideario político, religioso y ético que debe ser vivido en el recuerdo. Los héroes dignos del mármol, como lo refiere Vergara, cumplen el papel de situar el presente en el pasado, de retroceder el tiempo hasta el arquetipo original del héroe-escritor.
El documento, por su parte, concierne desde su raíz etimológica con la misión de aleccionar, de traer el pasado al presente y vivificarlo desde una suerte de pedagogía nacional, alentado en un tiempo del ahora que caracteriza el espíritu heroico del colombiano que habita el siglo XX9. Si bien para Vergara el monumento sirve de ejemplo para las generaciones venideras, germen de los grandes hombres que protagonizarán el futuro, no deja de ser una acumulación monolítica de un sistema de valores inmanente y a priori. Aunque podría pensarse que en el caso de Gómez Restrepo, la propuesta es similar, en cuanto el legado del centro modélico es transmitida y se moviliza en una suerte de movimiento evolutivo que se transforma de acuerdo con la época que la reciba. Así lo deja ver Gómez Restrepo al describir el legado de Jiménez de Quesada como motivo principal de la poesía de Juan de Castellanos:
El héroe [Jiménez de Quesada] que, a modo de César, se ocupó en hacer el relato de sus hazañas, tuvo su poeta en Juan de Castellanos, si bien las palabras de conquistador no tuvieron fuerza necesaria, la encuentran en las obras de Castellanos, allí parecen terminar su viaje. Cura de Tunja, cuya patriarcal figura tiene algo de la rústica majestad de los poetas primitivos. (Gómez, 1926, p. 7)
Esto quiere decir que la obra de Juan de Castellanos no solo es una evolución de las letras de Quesada, sino el culmen de las mismas. De esta manera, se convierte en documento que atestigua y dinamiza el legado de Quesada, objetivo y palpable para el futuro: «El documento posee una objetividad que se contrapone a l...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Derechos de autor
  4. Presentación
  5. Introducción
  6. Capítulo I Historia de la literatura de la Nueva Granada: cimientos del canon
  7. Capítulo II La Novela en Colombia: la promesa del progreso
  8. Capítulo III Historia de la literatura colombiana: el canon como mecanismo de memoria
  9. Capítulo IV Letras colombianas. Principios de la promesa moderna
  10. Conclusiones
  11. Bibliografía citada y consultada