Condiciones básicas para hablar de política en Colombia
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Condiciones básicas para hablar de política en Colombia

Dedicado a estudiantes de…lo que sea

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Condiciones básicas para hablar de política en Colombia

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Este texto es una reflexión que surge a partir del diálogo directo con los estudiantes, con sus preocupaciones, sus inquietudes, sus dudas, su desconocimiento, desconfianza y anhelos frente a los escenarios políticos que reconocen. El lector hallará aquí los siguientes capítulos: 1) "O blanco o negro": el problema de hablar de política en Colombia. 2) Corrupción y violencia: la frustración política en Colombia. 3) Diferencia entre hacer política, hablar de política y escribir pendejadas en las redes sociales. 4) ¿Derecha o izquierda?: breves similitudes y diferencias para tener en cuenta. 5) La falsa objetividad: el verdadero problema de los medios informativos. Y otros dos capítulos más.

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Información

Año
2017
ISBN
9789587820102
Categoría
Filosofía

Capítulo I

“O blanco o negro”: el problema de hablar de política en Colombia

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La gente cree que el problema de Colombia es la guerra. Otros tantos, con el criterio tomado de alguna charla de auto superación emprendedora al mejor estilo norteamericano, creen que el problema de Colombia son los pobres. Para algunos pocos, Colombia no tiene problemas y para otro tanto de la población, el peor problema que tiene Colombia es la corrupción. ¿Cómo asegurar quién o quiénes tienen la razón si, por ejemplo, cualquier ciudadano promedio no sabe que Panamá no fue robada por ningunos “gringos”, ni que se independizó por azar, sino que fue vendida por un grupo de hacendados y políticos colombianos? ¿Cómo dar la razón a unos y otros, si de lo poco que logra convencer esta democracia contemporánea es de votar por slogans y rostros, pero jamás por ideas políticas? ¿Cómo asegurar que la solución es la izquierda parlamentaria, cuando en Colombia sus miembros, como los de la derecha parlamentaria, parece que tienen los mismos carnés de socios, en los mismos recintos de esparcimiento?
El propósito de este capítulo es lograr argumentar una tesis muy particular: en Colombia, el poder político se ha ejercido bajo el modelo de la exclusión. Al parecer, es el modelo de una auténtica dicotomía contradictoria, en esencia discursiva, pero manifiesta en violencia para los menos entendidos (es decir, la mayoría) que cree que se es un partidario más fiel de una idea política, matando al vecino, echándole un “madrazo” o violentándolo según cuanta categoría de violencia hayan determinado los sociólogos.
Es necesario, para la comprensión de lo que serán los capítulos siguientes, hablar un poco de historia, pues en ella se resguarda un mundo gigante de secretos, de afirmaciones, de negaciones, de pequeñas verdades, de grandes mentiras. Entonces, se puede afirmar que es en el conocimiento de nuestra historia donde yace la primera condición básica para hablar de política en Colombia.
Ahora bien, si me refiero al conocimiento de nuestra historia no hago referencia a que absolutamente todo colombiano debe ser experto en historia o tan siquiera guardar una buena relación entre línea de tiempo, paradigmas y conceptos, que sería lo mínimo para decir “sé historia”. Tampoco hago referencia a que sin saber historia entonces una opinión política no valga; en realidad, la gente puede opinar lo que desee; sin embargo, como mencionaba en la introducción, existe indudablemente una complejidad absoluta a la hora de hablar sobre política en este país y una de tantas razones es porque solo opinamos sin conocer; como aseguraba Bourdieu, se gesta la ingenuidad democrática más grande cuando creemos que todo el mundo tiene una opinión acertada de los temas, impulsando así, debates desprovistos de sentido (Bourdieu, 1972); por supuesto, hablar sin sentido es otro de los males en Colombia: en muchas ocasiones, hablamos de política sin un mínimo fundamento. ¿De dónde tomar el fundamento? Bien, la historia es mi propuesta inicial.
Al ser sociólogo, y no historiador, corro el riesgo de que se me escapen miles de detalles; no obstante, como la intención es dar sustento a las condiciones básicas para hablar de política en Colombia, la remisión histórica que comentaré en este capítulo la asumiré a partir de generalidades indudables que pueden orientar al lector a hacerse una idea de más o menos cuándo se profundizó la problemática social de origen político.
Desafortunadamente, debo iniciar escribiendo que Colombia, previa y posteriormente al proceso independentista, logró a dura penas, establecer una revolución administrativa, algo muy pero muy lejos de lo que ese ideal moderno y liberal argumentaba, o lo que algunos elocuentemente llaman aún una revolución social y política.
En principio, se puede afirmar que sí fue una revolución política, ya que sacar a los españoles no solo significó una lucha armada contra un ejército imperial, sino que la cosmovisión monárquica, fue evidentemente reemplazada por una de tipo republicano al menos en el papel.
Empero, de allí a hablar de una revolución social, hay un largo camino que hoy conduce a preguntarnos sobre la degeneración de la aristocracia gobernante (criollos), educada para gobernar y su metamorfosis en una oligarquía criticada, así como la conversión final de la gran mayoría de sus integrantes en gerentes plutocráticos, sin visión humanista alguna. En ese camino, tendríamos que preguntarnos hoy por la inequitativa tenencia de la tierra que pervive con proporciones porcentuales descomunales y absurdas, manteniendo aún, según el Departamento Nacional de Estadística (DANE, 2015) una tasa de pobreza en el campo del 44,7 %.
Recapitulando, dicho proceso independentista se apartó política y socialmente de los propósitos autóctonos que por ejemplo emergieron años antes en la movilización de los comuneros, grupos de hombres y mujeres, trabajadoras, comerciantes y campesinos que desafiaron tiempito antes que los franceses a una corona europea. De forma macabra, las piernas, brazos y cabeza de José Antonio Galán (líder comunero) quedaron colgadas en las entradas y plazas de pueblos neogranadinos como advertencia española contra un levantamiento que, a diferencia de la aristocracia local independentista, nunca buscó derrocar al rey, sino, según las proclamas, acabar con el mal gobierno.
La anterior es una connotación fundamental para argumentar por qué posterior a la Independencia, los criollos, los hacendados y santanderistas vencedores de la revolución política, enemigos de ese tal Bolívar, del loco de Nariño (unos “dictadores y demasiado soñadores”) terminaron envueltos en un sin número de guerras civiles, acuñación de monedas propias, constitución de ejércitos propios, de modelos hacendistas que negaron el desarrollo esencial de una república.
“Los intereses confabulados contra Bolívar no tenían otra ambición que destruir su prestigio para poner término a todas las empresas destinadas a dar la revolución con lineamientos continentales, algo poco grato a los hombres solo capaces de progresar en el fácil juego de las intrigas de provincia” (Liévano, 2013, p. 201).
Esta contradicción inicial, que aparece como histórica, a mi juicio la representa muy bien, Libertador, esa composición cinematográfica del director venezolano Alberto Arvelo que muestra de una manera tácita y simbólica, cómo el interés continental de Bolívar, por ejemplo, se oponía al interés provincial de Francisco de Paula Santander.
Santander fue un defensor indirecto del antiguo statu quo, puesto que él como muchos criollos, una vez estuvo desterrado ese viejo sistema monárquico español, que les había otorgado títulos, haciendas y demás propiedades para consolidar una clase noble, fiel y dócil, ahora con el cambio político, dichas propiedades ya no serían protegidas por la gracia del rey y mucho menos redistribuidas o rechazadas con odio por parte de esos criollos (como debió haber sido), sino que ahora en el nombre de la ley, que yo le llamaría más acertadamente legalismo, el sistema de privilegios español nunca se desarticuló, sino que se afianzó, dejando el camino trazado para problemas de tierras que aún hoy no culminan en Colombia.
Es que el sin sabor es muy grande; lo más obvio era que aquellos hacendados, que precisamente tenían la condición de hacendados gracias a la corona española y que a la vez se levantaron contra ella, luego de la Independencia y el cambio de poder, reorganizaran lo más elemental para hablar de una república: la tenencia de la tierra, la titulación o el control al monopolio, como sí lo hicieron por ejemplo en los Estados Unidos luego de la independencia.
No, eso aquí nunca ocurrió porque el juego de intereses personales consolidó la clase terrateniente y los problemas internos aumentaron ante el fracaso de la configuración de un Estado-nación que no llegó más allá de unos papeles firmados.
Prosiguiendo con esta breve mención histórica, que de seguro, ya unos estarán tildando de atentado contra la historia, llegamos entonces a un momento determinante y es una bifurcación trascendental que vivió Colombia en términos políticos: me refiero, pues, a la aparición de los partidos conservador y liberal. Si bien desde antes de su respectiva fundación, estos partidos ya poseían fuertes partidarios a consolidar sus líneas, en un principio y sin entrar en el detalle del trasfondo económico que tiene la cuestión, se podría asegurar que esta contradicción que dividió la política colombiana en conservadores y liberales tiene raíces en intereses de terratenientes, de aquellos que no querían que se perdiera la tradición colonial, de aquella burguesía emergente en las ciudades, de la Iglesia, de los militares, que en conjunto seguían siendo esos mismos criollos, quienes teniendo fuera a los españoles, no llegaron a consolidar un gobierno donde las ideas pervivieran. Ha de saberse que mucho antes de la fundación de los partidos, la Guerra de Los Supremos (1839-1841) ya se había presentado, tal vez como un penoso preámbulo de lo que llegaría a ser la absurda manera de entender la política colombiana en principio no “blanca o negra” sino “roja o azul”.
Adelantándome unos cuantos años más, lograré argumentar por qué ver todo bajo la lógica “blanco o negro” sigue significando un gran problema a la hora de hablar de política en Colombia. Agregando que la memoria histórica está aún con vida y muchos de nuestros abuelos, aquellas personas, que nacieron en los años 1920 o 1930, siguen en pie contando la locura vivida durante el siglo XX. Con ese relato vivo, es posible afirmar que la división más absurda entre colombianos y colombianas, fue imbuida por una clase dirigente bipartidista que promovió la guerra fratricida en el periodo conocido como La violencia, por allá en los años 1940 y 1950.
Una niña en la plaza, salió con moños rojos en las trenzas. Era día de mercado, había mucha gente, pero con eso tuvieron las familias para pelearse y agarrarse a tiros. Yo no sé cuántos murieron, pero sí recuerdo el llanto de la gente y las groserías entre rojos y azules. (Entrevista a Myriam, mujer presente en una balacera producto del bipartidismo en Chiquinquirá)
Para nadie es un secreto que el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán (1948) ha quedado establecido cronológicamente como el momento del estallido más impresionante de la violencia en Colombia. Simplemente, los intereses liberales y conservadores no compaginaban; además, siendo francos a la memoria y a los discursos de Gaitán, muchos de los cuales se pueden encontrar hasta en YouTube, el gaitanismo develó esa antigua costumbre de entender la política como “blanco o negro”, liberal o conservador, “godo” o “cachiporro”, y la condenó afirmando que esa era una disputa de élites impuesta a la gente, habló con vehemencia contra la conformación de una oligarquía, un grupo que lo componían pocas familias que mediaban o se disputaban el poder entre sí.
La muerte de Gaitán trajo consigo un boicot popular, porque hasta los menos letrados, supieron que aquel tipo hablaba en la plaza y hablaba contra rojos y azules. Era una tercera opción, no tan difícil de asimilar como las propuestas del comunismo o el socialismo, que atraían a muchas personas, pero las ubicaban en una lucha de carácter cultural, en razón de las raíces católicas de la sociedad colombiana.
Se dio comienzo entonces a un triste marco de masacres en los campos a manos de los “pájaros” y los “chulos” (escuadrones de la muerte). Podemos definir a los “pájaros”, como “aquel matón movido de fuera, aquella fuerza oscura y tenebrosa que era movilizada para amedrentar, presionar y asesinar, que luego de actuar desaparecía bajo el espeso manto de humo tendido por directorios conservadores, autoridades y funcionarios públicos” (Quintero, 2008, p. 250). Pájaros y chulos, organizados por lugartenientes regionales y financiados por el directorio del partido conservador, avanzaban en los campos a la vez que se levantaba la inminente respuesta campesina con la organización de guerrillas liberales con fuerte impacto en el Tolima y en los Llanos Orientales, así como también, gente que inducida por la violencia inicial, respondió con más violencia consolidando el bandolerismo. A partir de ese momento, Colombia ofrecía el panorama más contradictorio, doloroso, pero cierto de la humanidad: una guerra civil.
Una guerra civil que no la habían vivido a esa escala los viejos dirigentes de ambos partidos. Si bien antes ya habían combatido en diferentes ocasiones, este momento tuvo rasgos particulares porque el gaitanismo fue la comprensión de que la política en Colombia estaba viciada por una cosmovisión que le era ajena, ese “blanco o negro” que dividió sin criterio comprensivo o medianamente racional a la sociedad del común.
Los niveles de violencia hicieron insostenible el ejercicio del poder político, así que el gobierno dimitió y luego de una cena en la Escuela General Santander al sur de Bogotá, se sacaron un par de tanques del Cantón Norte, y sin resistencia alguna, una dictadura militar al mando de Rojas Pinilla (1953) entró de manera tranquila al Palacio de Nariño (Atehortúa, 2010).
Por su parte, al mejor estilo de lo que se podría denominar un Michel de Nôtre-Dame (Nostradamus) criollo, Gaitán lo promulgó, pero no vivió para ver el resultado de la unificación definitiva de esa oligarquía a la que tanto atacó y que desde España (un país en dictadura para el año 1956) anunció la unidad por la democracia y contra la dictadura de Rojas Pinilla firmando el Pacto de Benidorm que consiguientemente daría origen al Frente Nacional (FN), una alternación del poder, para no pelear más jamás, para no dejar que por estar peleando, un militar o una fuerza diferente a los dos partidos ocuparan las riendas del poder nacional.
¿Cuál fue el problema con Rojas Pinilla? ¿Fue realmente una dictadura criminal que se dedicó a exterminar gente? ¿O fueron unos años en que sin liberales ni conservadores el país tuvo un desarrollo estructural que no se ha visto jamás en Colombia? Es difícil dar una respuesta que no esté sesgada, pero algo importante que se debería reconocer es que la prolongada concentración de poder, sea en una persona, en un grupo de familias, en un grupo económico regional o en dos partidos políticos, no trae nada bueno para las mayorías.
Luego de que Rojas Pinilla fue desplazado del poder político, de la misma forma en que llegó, es decir, a través de golpes constantes de opinión desde los periódicos El Tiempo (liberal), El Colombiano (conservador), El Espectador (liberal) y El Siglo (conservador), el Frente Nacional (1958-1974) se vislumbró aparentemente como un pacto democrático que había vivido el país, pero marcó un regreso autoritario del bipartidismo.
A todas estas ¿dónde habían quedado los gaitanistas? Sin duda alguna, el problema del caudillismo es que, muerto el caudillo, acabado el movimiento; es una triste lógica que se desprende de esa resistencia que tiene el individuo a convertirse en un sujeto y pensar por sí mismo, no solo para sí mismo, sino en función ambivalente: propia y colectiva. Los gaitanistas se esparcieron: unos entre las promesas del Frente Nacional, otros entre los liberales más radicales, otros dejaron de creer y unos, bastante significativos, dejaron de ser guerrillas liberales o autodefensas campesinas, y se configuraron poco a poco en la ideología socialista y comunista.
Por supuesto, en Colombia, para la época, al igual que en muchos países inequitativos y excluyentes del mundo, muchos vieron con emoción y ejemplo el triunfo de la Revolución Cubana (1959), otros la sintieron como una amenaza, y previendo la posibilidad de ver en Colombia una segunda Cuba, varios gobiernos abrazaron la oferta del plan de seguridad de Estados Unidos que desarrollaba una guerra a todo nivel contra la otra súper potencia de la época, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Es decir, de cara a lo anterior, esa manera de entender la política en Colombia, esa vergonzosa manera que nos había hundido en un absurdo “blanco o negro” durante la disputa bipartidista, ahora tomaba otro tinte ideológico, una nueva oposición de frentes políticos que con un fresco grupo unificado de liberales y conservadores, harían frente concreto a la amenaza roja que desde los campos y los sucesos de Marquetalia, consolidaron el pensamiento revolucionario consecuente a una época, a un orden mundial, que dividió al mundo en dos polos de influencia: capitalistas versus comunistas, demócratas versus socialistas, gente de bien versus rojos terroristas, honorables representantes versus gente de izquierda.
Cuando finalmente los efectos expansivos de la Guerra Fría llegaron a América Latina, Estados Unidos ya tenía delineada toda una serie de políticas y estrategias de contención del comunismo, que primariamente, parecían resultar efectivas en la región. Debido a la inflexibilidad de la retórica ideológica que mantuvo al conflicto rusonorteamericano vigente durante tanto tiempo, Estados Unidos interpretó cualquier signo de cambio político, social y/o económico que no respondiera a los parámetros de un Occidente capitalista y democrático, como una infiltración del comunismo internacional, y por ende peligroso a los intereses norteamericanos. (Lourdes, 2006, p.19)
Sí, la guerra fría influyó en lo que significaba hablar de política en Colombia. Si hablabas de política para esa época, te metías en algo serio, pues eras consciente de la corrupción, ya Gaitán había enseñado que la oligarquía estaba adueñada del país. Eras co...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Página legal
  4. Agradecimientos
  5. Contenido
  6. PREFACIO
  7. INTRODUCCIÓN
  8. CAPÍTULO 1. “O BLANCO O NEGRO”: EL PROBLEMA DE HABLAR DE POLÍTICA EN COLOMBIA
  9. CAPÍTULO 2. CORRUPCIÓN Y VIOLENCIA: LA FRUSTRACIÓN POLÍTICA EN COLOMBIA
  10. CAPÍTULO 3. DIFERENCIA ENTRE HACER POLÍTICA, HABLAR DE POLÍTICA Y ESCRIBIR PENDEJADAS EN LAS REDES SOCIALES
  11. CAPÍTULO 4. ¿DERECHA O IZQUIERDA?: BREVES SIMILITUDES Y DIFERENCIAS PARA TENER EN CUENTA
  12. CAPÍTULO 5 LA FALSA OBJETIVIDAD: EL VERDADERO PROBLEMA DE LOS MEDIOS INFORMATIVOS
  13. CAPÍTULO 6 COLOMBIA: ENTRE EL FETICHE DE LA DEMOCRACIA Y EL NEUROLIBERALISMO
  14. CAPÍTULO 7 DEL INDIVIDUO AL SUJETO CRÍTICO, Y LUEGO, AL SUJETO POLÍTICO
  15. EPÍLOGO
  16. BIBLIOGRAFÍA
  17. Cubierta posterior