Parques, rutas y murallas mentales
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Parques, rutas y murallas mentales

Narrativas epistemológicas de una conciencia afectada

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Parques, rutas y murallas mentales

Narrativas epistemológicas de una conciencia afectada

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Los seres humanos operamos en la realidad desde las diferentes concepciones que tenemos de ella. Las hipótesis y teorias (narrativas) que vamos construyendo en nuestro interior sobre la realidad van determinando cómo entendemos o explicamos el sentido o el funcionamiento de lo que hay fuera de nosotros. El presente trabajo trata de conocer un poco más el porqué de lo que decimos, hacemos y pensamos. Es una apuesta al tiempo rigurosa y actual, de comprender en nuestras narrativas personales los factores biológicos, psicológicos y sociales que han fundado el conocimiento que tenemos sobre nuestra realidad.

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Información

Año
2018
ISBN
9789587821505

Capítulo 1

Una evolución abierta a todos los horizontes

image
I’m ahead, I’m a man
I’m the first mammal to wear pants, yeah
I’m at peace with my lust
I can kill cause in God I trust, yeah
It's evolution, baby.
PEARL JAM
Nómbralo: ya salió, ya ni modo,
con todos sus genes a cuestas,
portando, por Dios, portando todo lo que somos,
hierba mala nunca muere: semillita, semillonaria:
—La culpa de todo la tienen los genes —dijo
el tío Fernando Benítez.
FUENTES
Somos aprendices del tiempo y de la naturaleza. Como una especie más entre cientos de miles, la naturaleza nos ha dotado con una capacidad enorme de flexibilidad cerebral para adaptarnos a las transformaciones del medio en que vivimos. Aunque esta habilidad no es única de las especies humanas, en el hombre moderno u Homo sapiens se constituyó en toda una apertura a horizontes posibles para seguir habitando el planeta Tierra. Siempre estamos aprendiendo, nuestra plasticidad cerebral nos da la oportunidad de establecer nuevas conexiones y ponernos de pie frente a los embates de las constantes y fluctuantes situaciones que se nos presentan.
En línea con lo anterior, cabe preguntarnos: ¿qué permitió que nuestro cerebro fuera tan flexible?, ¿qué hizo de nuestro cerebro una fortaleza?, ¿qué ventajas tiene esta flexibilidad? La neurociencia, la antropología y la psicología cognitiva actuales arrojan sendos resultados en sus investigaciones que nos acercan poco a poco a una mayor comprensión de los procesos evolutivos que condujeron al funcionamiento actual de nuestro cerebro.
En ese marco de ideas, en el presente capítulo describiré una primera ruta, con sus respectivas murallas, que nos lleve a una comprensión de nuestra flexibilidad cerebral desde el marco de lo biológico hasta lo neuropsicológico. En otras palabras, se esbozarán algunas líneas para esclarecer el argumento de que, según mi criterio, la evolución nos dotó de una inigualable plasticidad cerebral, lo cual en términos prácticos nos da la posibilidad de adaptarnos y circunscribirnos a cualquier medio y situación física y mental en que nos encontremos.
Para llegar allí será necesario revisar a grandes rasgos la forma como las diferencias del tamaño del cerebro entre las distintas especies humanas fue uno de los factores decisivos para que la evolución optara por nosotros, los Homo sapiens, y no por otros. También es importante destacar que el cerebro es el resultado de la necesidad de movernos y predecir, lo cual constituyó una ventaja sobre otras especies vivas.
Otro aspecto relevante es la manera como funciona, a nivel celular (neuronal), nuestro cerebro, pues ello permite identificar las conexiones y especializaciones que realiza para que podamos asumir nuevas actividades y aprendizajes. Por último, presentaré algunas ideas sobre la unión entre el cerebro y la conciencia, y cómo tal visión nos hace pensar en un cerebro-conciencia, fruto de los procesos evolutivos en el contexto de cambios y dinámicas propias del medioambiente.

¡El tamaño sí importa!

Las clases de Humanidades se caracterizan en muchas ocasiones por sorprender maravillosamente más al docente que al estudiante. La apertura mental de algunos de estos adultos, que acompañan a las nuevas generaciones, permite que los chicos brillen y muestren mediante su candidez esas otras ópticas que no solemos ver.
En una ocasión, solicitamos a los estudiantes de la cátedra de Antropología que elaboraran un árbol genealógico, dentro del cual tenían la oportunidad de representar mediante listones de colores los niveles de cercanía que poseían con las personas agregadas: rojo para lejano, azul para medio y verde para los más cercanos (íntimos). Sus presentaciones revelaron algo interesante: algunos habían incluido a sus parejas, mascotas y a una que otra amistad; también, curiosamente, otros no habían tenido en cuenta a algún primo, hermano, tío o padre. ¿Por qué lo hicieron? Quizá agregaron a las personas y seres fuera de su línea de consanguinidad porque consideraron que el núcleo familiar iba más allá de los lazos genéticos; y sacaron de sus árboles y redes a los que suponían, a pesar de su parentesco sanguíneo, lejanos, no propios, no familiares, tal vez indeseados.
En ocasiones ocultamos o sacamos de nuestro álbum familiar a aquellas personas que son indeseadas o que no comparten nuestros intereses. De la misma manera, parece que como miembros de la especie Homo Sapiens dejamos de lado a nuestros primos lejanos; los soslayamos de nuestro árbol genealógico, quizá porque continuamente nos avergüenzan con sus disparates e irracionalidades.
Desde hace más de seis millones de años compartimos una abuela común entre las diversas especies humanas y los chimpancés. Cuatro millones de años después, caminando por la llanura africana, encontramos diversos grupos de humanos, cada uno consolidado, con madres, ancianos, jóvenes, machos dominantes y crías. “Estos humanos arcaicos amaban, jugaban, formaban amistades íntimas y competían por el rango social y el poder” (Harari, 2015, p. 16). Sin embargo, ello no era su característica distintiva, otros animales también lo hacían.
Antes de que apareciera el Homo sapiens, la especie a la que pertenecemos, hubo muchas otras. Estas vivían en comunidades que se defendían de otras especies; eran cazadores y recolectores geniales, que aprendieron a controlar el fuego hace unos trescientos mil años y a elaborar rudimentarias herramientas.
No podemos considerar que somos los únicos y que nuestros antecesores fueron malos prototipos que devinieron en nosotros. De algunas de estas especies somos descendientes directos, con otras solo compartimos o luchamos por el territorio y las presas de caza. Al parecer, desde hace dos millones de años atrás y hasta hace unos diez mil, nuestra especie se cruzó con otras dos, el Homo neanderthalensis (hombre del valle de Neander) y el Homo floresiensis (hombre de la isla de Flores). Este último fue una especie muy pequeña, medía alrededor de un metro y se extinguió debido a la escasez de alimentos en su hábitat.
El hombre de Neander es un caso particularmente especial, con él compartimos algo más que el interés por las presas y la ubicación. Su organización social distribuía el trabajo entre machos y hembras, los unos se dedicaban a la caza y las otras al curtido de pieles, cuidado de las crías y recolección de plantas y semillas; además, se preocupaban por la atención de los heridos y por enterrar a sus muertos, práctica que al parecer hacía parte de rituales, pues en sus tumbas se han encontrado restos de animales, instrumentos pigmentados y cristales de roca (Cano-Herrera, Chapa-Brunet, Delibes de Castro, Querol y Santonja-Gómez, 1987).
Si bien en Eurasia hubo constantes luchas entre los Homo sapiens y los Homo neanderthalensis, ello no parece una hipótesis crucial para explicar su desaparición de la faz de la Tierra. Existen diversas teorías que van desde las erupciones volcánicas (Golovanova, Doronichev, Cleghorn, Koulkova, Sapelko y Shackley, 2010), pasando por la superioridad en la domesticación de otras especies (Shipman, 2010), el entrecruzamiento y dilución genéticos de las dos especies (Barton, Riel-Salvatore, Anderies y Popescu, 2011) y el cambio climático (Finlayson, 2010), hasta la idea de que sería la llegada del Homo sapiens (Mellars y French, 2011).
Lo cierto es que estos otros seres humanos, a pesar de sus intrincadas estructuras sociales, gran flexibilidad adaptativa a las condiciones del medio y robusta envergadura corporal, fueron solapados por una mayor organización, un grupo con mayor número de individuos y con destrezas para la elaboración de herramientas. Más corpulentos que nosotros, debimos vencerlos con técnica, táctica, número y adaptabilidad a las constantes e imprevistas fluctuaciones del medio. Esto hizo que, poco a poco, perdieran las oportunidades de caza. Los llevamos hasta la esquina, en el ring de la evolución, y gracias a nuestra flexibilidad cerebral asestamos el nocaut definitivo para su extinción.
Tal situación no es ajena a nuestro tiempo, al parecer estamos llevando al extremo de la desaparición a muchos de nuestros congéneres debido, precisamente, a nuestra racionalidad, a las malas políticas socioeconómicas locales y mundiales, las constantes guerras internas y entre naciones. Esta situación ha obligado a cientos de miles a experimentar una hambruna extrema —como sucede en Sudán del Sur, Siria y Sierra Leona, entre otros—, cuando no los ha llevado a la muerte a manos de algunos de los actores, ello sin contar con el desplazamiento y la precaria condición de migrantes que muchos deben experimentar en otros países, agudizando la desconfianza mundial. Lo más grave de esta crisis es que, como lo ha denunciado Eugene Owusu, coordinador humanitario de Naciones Unidas para Sudán del Sur, “se trata de un problema causado por el hombre” (Una hambruna causada por el hombre, 2017).
Retomando, un cerebro grande parece que es nuestra mejor herramienta. Cuando les preguntamos a los estudiantes qué es lo que nos diferencia de los animales que tienen garras fuertes, extremidades ágiles, olfato o visión impresionante, contestan con orgullo: “Profe, la capacidad de razonar”. No en vano y sin ningún signo de modestia nos hemos autodenominado como especie Homo sapiens, hombres sabios. Sin embargo, esta gran capacidad, este gran cerebro significó para la evolución un arduo trabajo en el que se sacrificó el tamaño corporal y la fuerza por la capacidad de predecir.
Este gran tamaño cerebral demandó la pérdida de masa muscular; un 25 % de la energía que consumimos es destinada, cuando estamos en reposo, al funcionamiento de nuestro cerebro. Además, implicó que dedicáramos más tiempo a buscar alimento; se requiere una cantidad considerable de proteínas y almidones como combustible energético, transportar este gran cráneo y su contenido cuesta. Al respecto Yuval Harari ha dicho: “Igual que un gobierno reduce el presupuesto de defensa para aumentar el de la educación, los humanos desviaron energía desde los bíceps a las neuronas” (2015, p. 21).
Para Sarah-Jayne Blakemore y Uta Frith (2011), el cerebro de los recién nacidos experimenta un fenómeno denominado sinaptogénesis, el cual consiste en la creación multitudinaria de conexiones neuronales —como las plantas en primavera—, debido a un intenso bombardeo de estímulos al que se ve enfrentado. Sin embargo, después de un año este fenómeno biológico va disminuyendo, es susceptible a una especie de proceso de poda de acuerdo con las necesidades y prácticas a las que es expuesto (pp. 37-61). Si este último proceso no se diera, el cerebro seguiría creando sinapsis y, por ende, creciendo.
Lo anterior es lo que, al parecer, sucede con los cerebros de las personas autistas, son más grandes y pesados que el de los demás (Blakemore y Frith, 2011, p. 155). Esto implica que quizá no haya un proceso de poda sináptica. Aunque las personas con autismo padecen ciertos desordenes —como en la comunicación e interacción social—, está comprobado que suelen ser más diestras para algunas actividades, como el dibujo, el cálculo y la memorización de información (pp. 146-148). Desarrollan otras conexiones, quizá un mayor número, y logran ser más eficientes.
En este sentido tal vez podamos elucubrar en torno al tamaño del cerebro de los Homo sapiens y su capacidad de subsistencia en el pasado: en relación con los cerebros de otras especies humanas el nuestro es bastante grande, incluso en proporción cuerpo-tamaño cerebral1; esto debido a una mayor cantidad de sinapsis, pues estábamos frente a experiencias y estímulos más amplios, y a su vez nuestro lánguido cuerpo demandó, frente a las fortalezas de las otras especies humanas y demás depredadores, establecer mecanismos que nos hicieran más aptos para sobrevivir. Debimos crear herramientas mentales y físicas.
Esto último, llevó a que nuestras manos, libres del andar cuadrúpedo, desarrollaran nervios y músculos que nos permitieron realizar actividades complejas (Harari, 2015, p. 22). A futuro, quizá las nuevas prácticas, necesidades y entornos a los que nos vemos enfrentados harán que desarrollemos más y nuevas conexiones. Tal vez nuestro cerebro siga creciendo.

¡Muévete! Tienes cerebro

El cerebro humano es la muestra más especial de la evolución de la vida en nuestro planeta. Alojado en la cavidad craneal, estos casi dos mil gramos de materia implican un sinnúmero de conexiones axiales que lo constituyen en el promotor de grandes viajes, maravillosos descubrimientos científicos, hermosas obras de arte o piezas musicales. También, estas conexiones nos permiten elevarnos y dejarnos llevar de la mano de Morfeo a idílicas ensoñaciones, sentir una suave y cálida brisa de verano en nuestro rostro o alertarnos frente a una amenaza inminente debido a un peligro cercano.
El cerebro es lo que somos. Quizá en este momento estemos un poco más cerca de responder a la gran pregunta de los clásicos: ¿quién soy yo? Para hacerlo hemos de conocer más nuestro interior, nuestra gran máquina cerebral.
Considerada una de las creaciones naturales más grandes de la evolución, implica, por el hecho de ser nosotros mismos, una dificultad para comprenderla y, por ende, definirla en su totalidad. Es una realidad problemática en la medida en que es más que un órgano en nuestro interior, es un órgano que somos nosotros mismos. Las cosas se vuelven brumosas cuando están cerca, muy cerca de nosotros, cuando son cotidianas, cuando se vuelven agua para el pez, para tomar la metáfora de David Foster (2009); o debido a que uno repara en las cosas y las somete “a la contemplación y a un cuidadoso examen solo cuando se desvanecen, se van al traste o comienzan a comportarse de una manera extraña o, si no, cuando le decepcionan a uno” (Bauman, 2010, p. 42).
Empecemos por decir dos cosas fundamentales del cerebro humano: por un lado, que es producto de la evolución frente a la necesidad de movernos y predecir; y que la evolución se tomó muy en serio la idea de crear un gran sistema. Según Rodolfo Llinás (2002; 2010), el cerebro surge como un producto de la evolución frente a la necesidad de que los seres vivos se muevan; la predicción es el principio por el cual se desplaza esta adaptación en los seres vivos. Para Llinás es claro, un animalito, en el mar no muy profundo —dice—, es un porífero, una esponja que:
No tiene sistema nervioso ni digestivo, vive en el fondo del mar y tiene una entrada de agua por un lado y una salida por el otro. Vive porque tiene un filtro en el que va cayendo alimento, que digiere a nivel celular, y se reproduce generando unos renacuajitos pequeñitos. C...

Índice

  1. CUBIERTA
  2. PORTADILLA
  3. PÁGINA LEGAL
  4. DEDICACIÓN
  5. CONTENIDO
  6. PRÓLOGO: MARÍA FERNANDA GALINDO MARTÍNEZ
  7. PARQUES Y RUTAS MENTALES SE CONSTRUYEN TODOS LOS DÍAS
  8. CAPÍTULO 1: UNA EVOLUCIÓN ABIERTA A TODOS LOS HORIZONTES
  9. CAPÍTULO 2: CONCIENCIA AFECTADA, OPERAR-HABITAR LA REALIDAD
  10. CAPÍTULO 3: FÁBRICA DE IDENTIDADES E IDENTIDADES TRANSNACIONALES
  11. CAPÍTULO 4: NARRATIVAS, APROPIACIÓN SIGNIFICATIVA DE LA REALIDAD
  12. CAPÍTULO 5: MUCHAS DECISIONES, MUCHOS MUNDOS
  13. REFERENCIAS
  14. CUBIERTA POSTERIOR