Reflexiones en torno a una pedagogía para la paz
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Reflexiones en torno a una pedagogía para la paz

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El propósito de esta obra es hacer propuestas para restablecer el equilibrio social desde la práctica educativa, y así generar una nueva cultura de convivencia. Desde la educación se puede lograr un gran avance para desarmar los espíritus violentos y de odio, y advertir las ventajas de vivir en paz. Escenarios como el de la familia, la institución escolar, los medios de comunicación masiva y el ejercicio del poder del Estado en las instituciones públicas pueden servir en esta mentalización y creación de los imaginarios de paz.

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Información

Año
2019
ISBN
9789587822052
Categoría
Sociología

Autonomía y creación de capacidades y emociones en la familia desde la perspectiva de la humanidad y la cultura

FRANCISCO ALONSO CHICA CAÑAS*

Introducción

Este escrito es el resultado de una investigación que se realizó en la Universidad Santo Tomás, en la que se da continuidad al tópico de autonomía relacionado con la creación de capacidades y emociones de la familia en aras de cultivar el humanismo a partir del contexto de la cultura. Se habla de autonomía como una pieza clave para atender los asuntos educativos. Sin embargo, el primer referente de desarrollo se centra en el núcleo familiar, en el cual se gesta el gobierno de sí mismo para abordar relaciones emocionales y racionales, para afrontar el proyecto de vida personal, inmerso en una sociedad caótica y anárquica que socava los intereses de la familia, dejando como único salvavidas el humanismo, que es el medio para transformar prácticas culturales nocivas para la dignidad de la persona.
La familia atraviesa por un tiempo de crisis en el que las costumbres, los comportamientos, las actitudes y los valores han cambiado por el influjo de la ciencia y la tecnología, los medios de comunicación y el internet, la política y la economía, el consumo y la oferta, los mercados y la producción, las tradiciones y las ideologías, las guerras y las religiones, la vida y la muerte, entre otras causas; esta serie de fenómenos sociales impacta de forma decisiva en el hacer y ser del hombre actual. Por tanto, es importante analizar cómo, a partir de la autonomía, se pueden crear capacidades y emociones en la familia, con un enfoque de la humanidad y la cultura basado en el respeto a la dignidad humana y el buen ejercicio de la libertad. Este enfoque daría pie para afrontar los desafíos de una sociedad líquida que experimenta una fuerte revolución cultural, en la que se impone el consumismo y el mundo de la información, y que altera los valores de una ética universal e impone una ética relativa; una sociedad banal que se mueve entre lo contingente y lo inmediato, la violencia y la muerte, la guerra y la destrucción.
Urge pensar y obrar en torno a la creación de capacidades y emociones en la familia, para afrontar con conciencia los retos de un desafío secular que deshumaniza. El propósito es cultivar la humanidad alrededor del diálogo, la escucha, la tolerancia, la libertad y la sensibilidad hacia lo que sucede al otro. Una de las grandes capacidades es el amor, porque se aprende a cuidar, a tolerar, a respetar, a servir, a perdonar, a entregar lo mejor de sí mismo con base en una iniciativa amorosa que persigue el bien común y no el bien particular. La capacidad amorosa permite crear nuevas capacidades cognitivas, emocionales y evaluativas que van a incidir en los hábitos de la familia para que impere el amor filial, el cuidado y la protección de la prole, para que adquiera relevancia el aprendizaje para ser mejores personas y la iniciativa para hacer siempre el bien. Esta capacidad amorosa está a prueba ante una sociedad que se desmorona por su propio ingenio y creatividad, cuyo afán depredador no encuentra límite en la riqueza, el poder, el confort, el utilitarismo, el pragmatismo, el bienestar, en ideales políticos beligerantes y placeres tentadores provenientes del vandalismo, la droga, el dinero fácil, por enumerar algunas de las tantas situaciones problemáticas que se viven actualmente.
Además, la familia tiene que crear capacidades de afiliación emocional para cultivar la humanidad, en las que se aprecie la reciprocidad e interés por la situación que vive la otra persona. Así, la ética del cuidado asume un papel protagónico, porque se debe saber lo que hacen los congéneres dentro y fuera de la casa. Esto significa rodearlos con atención para orientarlos con un sentido ético de la vida, lo que requiere un trabajo solidario y en equipo que deje a un lado el egoísmo y la envidia, para ocuparse de lo que hacen bien o mal las personas con las que se convive. No se puede ser indiferente ante las situaciones críticas que hieren la familia en el ámbito de las virtudes, los valores, las tradiciones, los hábitos y los espacios sociales. Promover la capacidad de afiliación es trabajar en pro de la inteligencia emocional y de la empatía, las cuales conducen a la felicidad del hombre, una felicidad que requiere tolerancia y respeto, como también ayuda recíproca: un yo que es un .
El acceso a las capacidades internas para el desarrollo de la autonomía es importante tanto para la realización de los sueños personales, como para la capacidad de autoestima y de automotivación; la conciencia de sí mismo, para deliberar sobre lo que se hace, para pensar y reflexionar en torno al individuo y la colectividad; el poseer una inteligencia intrapersonal y el amor incondicional permite valorar lo que hace cada miembro de la familia a sabiendas de las imperfecciones y las virtudes, de los anhelos y la desesperanza. Las capacidades internas son el motor que impulsa a abrazar el horizonte de la vida, sea en medio de la pobreza o la opulencia; sin embargo, se requiere una participación activa del Estado, las empresas, las instituciones y la sociedad, para hacer realidad el sueño de miles o de millones de familias que viven privadas de la educación, la salud, la vivienda o el trabajo, por describir algunas de las tantas situaciones complejas que viven las sociedades en América Latina. También, se necesita voluntad política para asumir una conciencia social de leyes y normas que cambien la vida de hombres, mujeres, niños y jóvenes, para participar en proyectos que dignifiquen a la persona y mejoren la calidad de vida.
Por otra parte, para crear capacidades y emociones humanas en la familia, se tienen que incorporar las capacidades secundarias, al tiempo que se atiende la demanda de las capacidades centrales, internas y de afiliación. En otras palabras, hay una pluralidad de deseos, de proyectos y de inversiones de capital cultural, que retumban en la vida de la familia y que implican búsquedas en torno al arte y la estética, el deporte, la música, la recreación y el descanso, el estudio, la política, el trabajo social comunitario, el cuidado del medio ambiente y los recursos naturales, la atención a las personas con discapacidad, y minusválidos, el cooperativismo, el profesionalizarse, por nombrar solo algunos de un sinnúmero de proyectos que embargan a familias paupérrimas, emergentes, ascendentes, disfuncionales o destruidas por la violencia y la muerte. Si se desea transformar el mundo, es necesario que la familia sea el centro de atención de los políticos, de la economía, de la inversión de países con potencial económico, de la religión y la iglesia, la ciencia y la tecnología, los empresarios y los industriales, la cultura y el arte, la escuela y la universidad. Es decir, más que pensar en un proyecto neoliberal y de globalización de carácter económico, se debería pensar en un proyecto de vida para la familia, sin importar raza, sexo, edad y género, para cultivar la humanidad en una época de crisis social.

Reflexión en torno a una cultura de la paz

El tema de la paz se convirtió en prioritario para la agenda del Estado colombiano, lo que implica pensar en la familia como la base de los proyectos venideros para trabajar en el posconflicto. Por tal razón, no se puede hablar de paz si el gobierno de turno, las instituciones y la sociedad, no son capaces de emprender proyectos que posibiliten crear en las familias capacidades relacionadas con la autonomía, para formarse como persona en medio de un entorno adverso y enrarecido por intereses políticos, ideológicos y económicos.
Las familias están marginadas y desechadas por circunstancias como la falta de oportunidades en el mundo laboral, la imposibilidad de acceder a un sistema educativo, por no disponer de los servicios básicos y secundarios, por la pérdida de un horizonte para crecer dignamente, como resultado de una sociedad secularizada, capitalista, neoliberal y deshumanizante. El fenómeno de las familias que forman parte de la sociedad del descarte, en parte obedece a la falta de oportunidades de ascenso; garantizar esas oportunidades contribuiría a resolver el problema del posconflicto y a sentar las bases de una paz duradera, en la que el Estado, las instituciones y la sociedad civil puedan crear capacidades para minimizar los efectos de la desigualdad, a partir del apoyo al núcleo familiar en cuanto a las circunstancias económicas, sociales, culturales y educativas, para una formación integral humanista.
Por otro lado, sin embargo, las ofertas de un mundo líquido arrastran a determinadas familias de estratos altos por el camino de la riqueza y el poder, el sexo, la droga y lo que ofrece una sociedad capitalista a través de los medios de comunicación. Entonces, puede decirse que la familia está en crisis, porque la paz se cultiva en un núcleo familiar que disponga de los recursos económicos para sobrevivir, pero también que experimente el amor y el afecto de los seres queridos para forjar lazos de solidaridad, reciprocidad, sana convivencia, respeto, entrega y servicio al otro. La paz es un proyecto para cultivar el humanismo en el entorno familiar, lo cual es muy complicado en una sociedad que pregona la igualdad en medio de situaciones de desigualdad, que produce un abismo cada vez mayor. La familia está sucumbiendo a los intereses de un mundo secularizado y plagado de tecnología, de modas, de razonamientos instrumentales y de la oferta y la demanda del mercado.
La paz se conquista en el seno de la familia, lo que requiere de un proyecto de bienestar educativo, social, cultural, político y productivo. Todo ello se enmarca en la creación de capacidades de autonomía para amar a los integrantes de la familia, sea en circunstancias de adversidad o prosperidad, fenómeno que en la vida cotidiana se presenta con aristas: pobreza, miseria, prostitución, marginalidad, degradación, entre otros. Estas circunstancias exigen del individuo capacidades de autonomía para motivarse, poseer una alta autoestima, tomar la iniciativa para emprender acciones por sí mismo y por los demás y, sobre todo, tomar conciencia del potencial que posee la familia para convertirse en la piedra angular del cambio, con el que se lograrían las metas del proyecto de vida personal. La negación de la humanidad se combate a través de la humanidad; es decir, se debe partir del ámbito de los valores para luchar contra la alienación y cosificación del ser humano.

Antecedentes del problema de investigación

La familia ha sufrido una serie de cambios que le impone el mundo cultural, lo que implica comprender las dinámicas por las que esta atraviesa en el siglo XXI. Para ello, Solís (2004) propone conceptualizar la familia en el entorno cultural, teniendo en cuenta los referentes de la Sociología, la antropología y la historia, según los cuales la modernidad y la posmodernidad han impactado en la conducta y el comportamiento, lo que se refleja en una sociedad utilitarista y de consumo. Adicionalmente, plantea que la desintegración de la unidad familiar propicia la soledad del hombre y la mujer, y se pierde el sentido de crear una familia que se preocupe por los hijos. Por otra parte, aborda la permanencia de la tradición en asuntos como el machismo, en comportamientos feudales e irreflexivos que no valoran a los integrantes de la familia, en la medida en que la cultura se convierte en un medio de legalización de prácticas de orden físico y emocional que avalan la hegemonía masculina. Finalmente, afirma que se deben tomar en cuenta los vacíos del saber social para superar viejos paradigmas y recrear unos nuevos que conceptualicen el papel de la familia en el siglo XXI.
Unicef (2003) recopila una serie de investigaciones centradas en las nuevas formas de la familia en el ámbito nacional e internacional, en las que se debate sobre las transformaciones de la familia occidental en el mundo contemporáneo. Se estudia allí cómo la familia nuclear cede a diversas formas de vivencias familiares. Asimismo, se estudia la disolución de las familias y la vinculación de la mujer al campo laboral. Ahora, al lado de la familia nuclear, aparecen otras formas de familias, las monoparentales o las ensambladas. Es necesario resaltar que la desintegración de la familia ha contribuido al fortalecimiento de la ilegalidad a partir de una ética relativa. También, en América Latina las investigaciones sobre la familia son escasas y se rigen por datos que brindan los censos y estadísticas, que no consideran la problemática de la diversidad de la familia. Sin embargo, Uruguay emprendió un proyecto sobre la familia tomando como referente familias monoparentales, que desemboca en consideraciones sobre el desempeño social de la mujer en Montevideo y el área metropolitana. A pesar de la escasa información hay avances al respecto, por ejemplo, en septiembre de 2002, Unicef organizó el seminario denominado “Transformaciones familiares, desempeños sociales y derechos”, que contó con la participación de países como Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Argentina y Brasil.
Por su parte, Rovichaux (2007) introduce la lógica cultural en la que se fortalece la familia nuclear desde la perspectiva europea, y que olvida las diferentes formas sociales de las etnias de América Latina, fenómeno que ha sido presenciado también con las prácticas de los conquistadores y la aculturación fraguada por los dominadores, y ha generado una tendencia homogeneizadora que oculta las formas y concepción de familia propias, genuinas, de las etnias. No obstante, las tradiciones culturales se constituyen en prácticas asumidas por los grupos étnicos de América Latina, quienes establecen las formas de parentesco y de redes respondiendo a una concepción del pensamiento precolombino y caribeño, que muestra la complejidad de sus sistemas familiares. Lo anterior apunta a que existe una morfología estructurante como resultado de productos culturales, hábitos, comportamientos y prácticas aprendidas en las etnias, que riñen con los postulados de la conquista, de la era industrial y del siglo XXI. Es muy importante entender que existe una tradición cultural familiar estructurante y que, con la aparición del mundo secularizado, se introducen formas aculturales que se instalan en la Torre de Babel de la sociedad contemporánea. Esto complejiza el problema de la concepción de familia en un mundo caótico y líquido que adquiere nuevas formas, moldeadas por los medios de comunicación, la cibercultura y el imperativo de cambio basado en una ética relativa o posmoderna.
Pachón (2007) se expresa acerca de la sacralización que se hace de la familia, viendo en ella una imagen ideal que no se contamina de los conflictos; sin embargo, por la diversidad geográfica y cultural, aparecen múltiples conceptos estructurantes de la familia en Colombia que pasan por la etapa prehispánica, colonial, republicana y del siglo XX, afectando las prácticas cotidianas y el funcionamiento personal y grupal. Entonces, según los resultados de los investigadores, la familia de principios de siglo se caracteriza como “familia patriarcal, extensa y prolífica […], mientras que en los sectores populares predominaba la familia nuclear, esta familia extensa y patriarcal era común en los estratos medios y altos, tanto urbanos como rurales” (p. 147), especialmente en aquellos lugares en los que se instaló la religión católica. Ahora, el modelo ideal de familia se comparaba con la Sagrada Familia, que planteaba un determinado estilo de comportamiento. A principios del siglo XX surgió el problema de ilegitimidad de los niños nacidos fuera del sistema religioso (que alcanzó cifras alarmantes en Bogotá y la Costa Atlántica); los hijos naturales fueron rechazados por algunos sectores educativos, por el Ejército y, en los seminarios, estaban vetados para ejercer el sacerdocio. A pesar de la resistencia respecto a las nuevas formas culturales de la familia, estas se impusieron en la clase media y alta. Apareció entonces el uso de anticonceptivos, que no se dio igual en las familias de estratos bajos, que mantenían altas tasas de natalidad. Esto conllevó que en el país se abriera el debate sobre el rol de la mujer, el bienestar de los hijos, los problemas conyugales, la satisfacción de las necesidades de los padres y su búsqueda de la felicidad, la posición de la Iglesia frente a los nuevos retos de la familia, la inestabilidad en las familias proletarias, la incidencia del alcohol y demás implicaciones de las relaciones familiares.
Calvo (1995) realizó una investigación sobre la familia en Colombia, un estado del arte entre 1980-1984 publicado por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Allí se analizan los problemas de la familia en el país, y se compilan evidencias que provienen de las facultades de sociología, psicología, enfermería y antropología, entre otras entidades. En esta investigación se caracterizan las familias por regiones culturales (urbana o rural), según las creencias, prácticas de crianza, estilos de vida de las familias nucleares y extensas. También estudia las familias con problemas de “alcoholismo, la violencia carnal, la histeria, la drogadicción, la farmacodependencia, la sordera, la delincuencia juvenil y la reclusión en centros carcelarios” (p. 38), y su actitud para enfrentarlos. Igualmente, se estudia la vinculación de la mujer al mundo laboral respecto a la crisis que genera en la familia. Por lo demás, el análisis trata sobre la desintegración familiar, las nuevas formas de familia, las relaciones entre madre, padre e hijo. Por tanto, la investigación proporciona información valiosa para que se conciba una familia que pueda atender las demandas de sus integrantes, específicamente aquellas relacionadas con el papel de la mujer en el mundo contemporáneo. Esto insta a que se formulen programas educativos dirigidos al hombre y, en especial, a la mujer.
De lo anterior, se evidencia la necesidad de seguir investigando sobre la familia, no tanto para realizar diagnósticos acerca de las diversas aristas del problema, sino para crear capacidades y emociones entre sus integrantes en el aspecto humanista y cultural. Ello implica ver el problema de investigación desde el papel que desempeña la autonomía en la familia, para propiciar emociones que cuenten con una base sólida en el humanismo y la cultura, ya sea como limitante, o detonante de acciones que involucran a la persona, la sociedad, las instituciones y el Estado. Con esta base se podrán crear capacidades y lineamientos en el campo de la política y la economía, con el ánimo de mejorar la calidad de vida de las familias colombianas, con un sentido del potencial que posee el hombre para hacer cosas y llegar a ser mejor persona en el ámbito de la dignidad.
El desarrollo de la autonomía en la familia es el germen de la creatividad, de la indagación, la exploración, en el proceso de formación del espíritu científico, y es la clave para una cultura de identidad cuya referencia sea el cultivo de la humanidad. Sin embargo, lo que se aprecia es una total heteronomía en los miembros de la familia, una sociedad secularizada, bombardeada por los medios de comunicación, por el auge de la violenci...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Página legal
  4. Contenido
  5. Presentación
  6. La memoria crítica para una pedagogía dialógica en una cultura de la paz: Luis Alfonso Ramírez Peña
  7. Pedagogía de la memoria desde las voces de los agentes: José Arlés Gómez Arévalo
  8. Verdad y pensamiento crítico en la educación para la paz: Manuel Alejandro Amado
  9. Autonomía y creación de capacidades y emociones en la familia desde la perspectiva de la humanidad y la cultura: Francisco Alonso Chica Cañas
  10. La educación democrática en la construcción de cultura de paz en colombia: José Aladier Salinas Herrera
  11. Cubierta Posterior