Cibercultura y prácticas de los profesores
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Cibercultura y prácticas de los profesores

Entre hermenéutica y educación

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Cibercultura y prácticas de los profesores

Entre hermenéutica y educación

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El texto que ahora se presenta como todos los escritos posee un compás propio, en el que se conjugan diversas armonías y melodías, para pretender llegar a ser algún tipo de obra. Traigo a colación palabras provenientes de la música para recordar una anécdota. En una reunión con profesores de la Universidad de La Salle el vicerrector académico, Fabio Coronado, argumentó: en Colombia hay buenos intérpretes pero pocos compositores, refiriéndose a que en el mundo académico de nuestro país se acostumbra a seguir los pasos y rutas de otros mediante la citación infinita muchas veces dogmática de sus propuestas, pero que salvo raras oportunidades se intenta proponer caminos nuevos que permitan pensar las problemáticas de otra manera. La invitación que siguió al comentario motivaba a crear rutas que por su particularidad generaran otras miradas nacidas en el seno de las colectividades de profesores.

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Información

Año
2013
ISBN
9789588572895
Categoría
Education
1. EL PROFESOR: DE PROFESIÓN ARTESANO*
En un ya clásico texto titulado Universidad sin condición, Derrida (2000) nos recordaba que profesar implica comprometer nuestra responsabilidad por medio de pruebas, es decir, mostrando actuaciones concretas. El llamado del filósofo nos invita a pensar en las profesiones como un asunto relacionado con el profesar algo y comprometerse con cierta clase de actuaciones mediadas por un tipo particular de conocimientos y destrezas. En este sentido, el profesional que practica el saber práctico —phrónesis, de la cual hablaremos más adelante— está más ligado a la ética que a los conocimientos técnicos que provienen de la práctica (Sellman, 2012). Sin embargo, esto parece haberse olvidado en nuestra sociedad, al punto que lo único que parece interesar es el título obtenido en una prestigiosa institución y la reflexión que se hace sobre las prácticas se encamina más al orden técnico, separando lo ético de lo moral.
La profesión y el olvido de sus raíces
En la actualidad, las profesiones se legitiman por el cumplimiento de ciertos estudios y ejercicios de simulación —que suelen llamarse prácticas— que administran las universidades; así, el profesional es reconocido como tal no en función de sus actuaciones, sino en relación con el título que ostenta. Sin embargo, se olvida que al consagrase a una profesión, el profesional se vincula a un oficio que se identifica socialmente por las prácticas que se derivan de este. Por otra parte, la pertinencia, la legitimidad técnica de los procedimientos y los fines de las prácticas de los profesionales intentan ser esclarecidos rigurosamente en el ámbito del conocimiento experto que reside en las universidades; de ahí la autoridad de enseñanza y el reconocimiento legal que permite emitir títulos. En este sentido, la manera como se entienden las profesiones tiene que ver con teorizaciones que provienen del mundo profesional, al punto que toda reflexión está dada, como lo enuncia Carr (2005), por una poiesis orientada por la tejne; es decir, acciones con una clara orientación técnica, pero sin suficiente reflexión ética y moral.
Así las cosas, nuestra sociedad confía en las profesiones, pero a la vez experimenta también una desconfianza creciente en quienes las ejercen. Tal desengaño se enmarca en la duda que emerge respecto a las acciones de los profesionales que reflejan los conocimientos requeridos para desarrollar su profesión, asunto que deriva en el compromiso ético de su ejercicio. En este contexto Donald Schön (1998) afirmará que es importante formar a los profesionales en el ámbito de la reflexión para así diferenciar qué es aquello que se entiende por práctica y cómo esta se encuentra ligada —inseparablemente— a la teoría, superando así las simples técnicas, para reflexionar durante y desde la práctica;1 es en ese espacio de confrontación con lo que acontece en el cual los profesionales pueden poner en ejercicio su saber hacer, no como una abstracción sino como algo concreto sobre lo que se reflexionaría en un sentido ético y moral (Kemmis, 2009). La profesión no trata solamente de la forma como una persona traslada los conocimientos aprendidos en una institución educativa al orden concreto de la realidad social; se emparenta más con el aprendizaje gremial y su vinculación —por reconocimiento social— a dicho colectivo.
En esto términos, aun cuando se busca la profesionalización a toda costa —títulos de mayor categoría, acreditaciones institucionales, investigación profesional—, la manera como se entiende la profesionalización tiene que ver más con la demostración de un conjunto de conocimientos y habilidades que, desde la teoría administrada por las instituciones educativas, puede ayudar a comprender mejor las prácticas que se desarrollan en el seno de estas. Comprendida así la profesión, se cae en una ignorancia sobre aquello que es lo práctico, lo cual se confunde con simples técnicas para dominar el mundo natural y el mundo social.
Un concepción de la profesión como la que parece imperar hoy separa los medios de los fines; es decir, aleja la ética de la técnicas y la práctica misma, generando empobrecimiento en los sistemas educativos pues se termina replicando modelos que buscan la formación solo para la productividad y el control social. El profesor, como profesional, no es ajeno a esta situación. La excesiva confianza en este tipo de profesionalización irreflexiva lleva a que se vea como lugar seguro las teorizaciones y las técnicas, más que el actuar mismo del maestro: sus prácticas. En consecuencia, el maestro que se entiende como profesional solo en virtud del título que lo acredita como tal, simplemente intenta explicar todo lo que le acontece en su práctica desde la colonización de la teoría: eso que le enseñaron en la universidad o aquello que puede encontrar en los libros, esperando explicar el mundo pedagógico o encontrar fuera de él la respuesta para aplicar técnicas que le permitan desarrollar una buena práctica. En oposición a lo anterior, podríamos argumentar que un profesor profesional estará más vinculado con el saber práctico —phrónesis— que con el técnico (Barragán, 2013a), pues sus actuaciones se sitúan más en campo de la reflexión en y sobre la acción que en la distancia metodológica respecto al hacer.
Pensar la práctica
En el campo la investigación social, la preocupación por los temas provenientes de la práctica ha llegado poderosamente, en especial al buscar la comprensión de aquello que consideramos práctico en el quehacer investigativo y la función concreta del investigador. Por ejemplo, para el danés Bent Flyvbjerg (2001) la investigación social ha derivado en una confianza excesiva en los métodos provenientes de las ciencias naturales, de acuerdo con los cuales la comprobación y la verificación son la única vía de comprensión de lo humano. En estos términos, la teoría coloniza la práctica y la relega al campo de la explicación teórica. Como consecuencia de esta comprensión de la práctica, pensar sobre estos temas no parece tener mayor relevancia ya que todo puede ser explicado desde el dominio teórico. De ahí la necesidad de pensar nuevamente en aquello que es práctico y su diferencia con lo técnico.
Siguiendo esta línea de reflexión, podemos decir que en el lenguaje cotidiano es frecuente decir que aquel conocimiento no es práctico y que este sí; es decir, el segundo llegará a servir para algo y el primero podrá servir, pero no tanto. También es común afirmar que una persona es muy práctica y por ello hace las cosas bien y rápido. Y qué decir del mundo académico, cuando tras una conferencia o un curso se afirma: “¡Muy interesante!, pero fue demasiado teórico, ¡eso no es práctico!”. Estas afirmaciones no son ingenuas y como mostraremos en las líneas siguientes, obedecen más bien a una compresión de lo que se hace dese un orden técnico y no propiamente práctico. La práctica (praxis) parece tener unas connotaciones diferentes a las que hoy asumimos como válidas.
En su obra Tras la virtud, Alasdair MacIntyre (2009) lleva a cabo, entre otras tareas, una crítica al concepto de práctica que se ha difundido en la actualidad. Así afirma, releyendo a Aristóteles, que cualquier práctica no se puede comprender solamente como una compilación de destrezas técnicas. Tal confusión parece tener que ver con la manera como Occidente, desde el giro copernicano, valoró más las destrezas técnicas que fueran controladas de forma rigurosa por un método con miras a la producción de algo concreto que fuera medible y manipulable. En sentido similar, el filósofo Hans-George Gadamer muestra que es imperativo asumir una re-compresión de la praxis, la cual ha sido cargada de una comprensión equívoca que se instauró sistemáticamente por parte de la lógica de la metodología de las ciencias naturales y que ha llevado a su degeneración teórica, puesto que en el ideal de certeza que pregona la ciencia “se ha visto despojado de su legitimidad […] de este modo el concepto de la técnica ha desplazado al de la praxis” (Gadamer, 2001, p. 647).
Desde estas perspectivas, en la actualidad cuando se habla de práctica, de cualquier tipo, parece que se hace referencia al saber específico que se manifiesta en unos procedimientos calculados de antemano, que son mensurables, comprobables, metodológicos, ordenados y que devienen en una acción concreta; es decir, son técnicas. Una comprensión como esta impera en el mundo tecnológico-científico que valora las actuaciones de los individuos desde lo que se hace puntualmente, se produce y se traduce en cosas concretas, llevando a que lo práctico, en el sentido de praxis, pierda valor y se olvide su relación con la phrónesis, φρóνησις: saber práctico.2
Entonces, ¿qué podemos entender por práctica? Definitivamente no podríamos comprender solo lo que se hace de manera específica, esto sería técnica; la práctica en el sentido que estamos escudriñando, es decir, a manera de la phrónesis, se puede comprender como ese acontecer de los individuos en el cual teorizar y ejecutar son complementarios, esto es, que la praxis se sitúa “entre los extremos del saber y del hacer” (Gadamer, 1998, p. 314). Así las cosas, un primer elemento que desmontar del imaginario colectivo es pensar que aquello que se hace es algo práctico solo por el hecho de la acción; no, eso sería algo técnico ya que se desarrollan unos procedimientos concretos guiados por unas orientaciones específicas; en consecuencia, no valdría decir simplemente que lo que hace una persona es más práctico que lo que hace otra, tal vez sea más técnico, pero no más práctico. Veamos un poco más el asunto.
Volviendo nuevamente a MacIntyre (2009), podemos decir que una práctica es una actividad humana estructurada de forma compleja y coherente que posee un carácter cooperativo, que al establecerse socialmente busca realizarse mediante unos modelos de excelencia. Esta propuesta invita a pensar en que la práctica intenta alcanzar un arquetipo instaurado previamente. Hasta aquí nada tendría de diferente con la acción técnica, pero el autor sigue diciendo que, adicionalmente, estos modelos de excelencia “le son apropiados a esa forma de actividad y la definen parcialmente, con el resultado de que la capacidad humana de lograr la excelencia y los conceptos humanos de los fines y bienes que conlleva se extienden sistemáticamente” (p. 233); es decir, que la auténtica práctica busca la excelencia en la acción misma (técnica), pero de cara a unos fines y bienes que tienen que ver con lo humano, más que el producto o la acción concreta que se desarrolla, por ello se replica en lo social. Y agrega: “[las prácticas] se transforman y enriquecen mediante esas extensiones de las fuerzas humanas y por esa atención a sus propios bienes internos que definen parcialmente cada práctica concreta” (p. 237).
Desde este horizonte, entonces, algo práctico no es una hacer simplemente cosas, ya lo hemos dicho. Hacer un puente, clavar una puntilla, desarrollar destrezas para operar a un paciente, jugar al fútbol o actuar en una obra de teatro puede realizarse solo como acciones técnicas, ya que no necesariamente se piensa en las intencionalidades de lo que se hace. Lo práctico implica la técnica pero también la reflexión, es decir, necesita la teorización, no solamente sobre los procedimientos y los métodos (técnica, ciencia), sino también sobre los fines humanos de estas acciones. Como se empieza a advertir, lo práctico tiene que ver con la ética,
o lo que es lo mismo, pensar en los alcance de las acciones concretas (técnicas, método) en términos de lo que, nunca estable, ha establecido una sociedad por bueno o malo, desde un horizonte de legalidad: “las normas aparecen como el elemento distintivo de la comprensión ética del ser humano; en ese espacio, la acción práctica cobra validez. Las normas poseen un componente objetivo (que ha sido alcanzado y se transforma en las relaciones de validación de la cultura y la sociedad) y un espacio de imputabilidad subjetivo en que el individuo debe asumirse como artífice de sus propios actos” (Barragán, 2009, p. 140). Algo práctico es intencional, en el sentido epistemológico, pragmático, ético, moral y político. Así, entonces se emparenta con la phrónesis, es decir, con el saber práctico, que no es otra cosa que hacer las cosas con miras a un bien: “phrónesis es el nombre de Aristóteles para la sabiduría y la experiencia” (Flyvbjerg, 1991).
¿De los oficios específicos que realizan el músico, el arquitecto, el teólogo, el programador informático, el administrador, el albañil, el instru-
mentador quirúrgico, el pedagogo, el político, el ingeniero, el veterinario, el policía, el cocinero, el trabajador de fábrica o el chofer de taxi, podría-
mos decir quién realiza acciones más prácticas? La lógica de la ciencia nos parece llevar a inclinarlos por aquellas personas que tienen un producto o un servicio concreto al final, o que durante el proceso de ejecución de sus acciones pueden dar cuenta de los pasos seguidos a fin de ser replicables en mayor o menor medida. Lo que podemos decir sobre ello es que no es necesariamente cierto, pero sí afirmar que esos profesionales pueden ser, tal vez, mas técnicos; sus procedimientos son más eficaces al reproducir un sistema conceptual y metodológico que los lleva a tener algo que mostrar. Desde la perspectiva que nos hemos impuesto, parece entonces que lo práctico de estos profesionales no sería la destreza técnica, sino la capacidad de reflexionar sobre sus acciones y actuar de acuerdo con sus conocimientos teóricos, o el perfeccionar sus destrezas técnicas no por la simple repetición, sino por la repetición mejorada por la teorización con miras a un fin humano que se enmarca dentro de lo ético, con independencia del nivel de escolaridad en el que se encuentre la persona que desarrolla las acciones.
Este es el punto crucial. Se es arquitecto, albañil, profesor, veterinario, sacerdote, cocinero, etc., no solamente —como lo promulga el mundo de hoy— por las actividades desarrolladas en las que se evidencian habilidades de índole técnico, sino que a la vez es necesario decir que sus destrezas técnicas deberían estar alimentadas por su opción fundamental de asumir lo que hace de manera concreta desde sus horizontes existencial...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Prólogo
  5. Introducción
  6. 1. El profesor: de profesión artesano
  7. 2. El profesor: de vocación esperanzador
  8. 3. El profesor: su saber práctico (phrónesis)
  9. 4. Un reto educativo: el futuro
  10. 5. Cibercultura: algunas rutas de comprensión
  11. 6. Hipermedia e identidades
  12. 7. Multimedia: una caracterización
  13. 8. Humanismo digital y prácticas morales
  14. 9. Ciberdidáctica: el maestro artesano
  15. Bibliografía
  16. Notas