Desaparecieron y asesinaron nuestros muchachos
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Desaparecieron y asesinaron nuestros muchachos

El caso de Soacha: fronteras del sufrimiento, deber de reparación

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Desaparecieron y asesinaron nuestros muchachos

El caso de Soacha: fronteras del sufrimiento, deber de reparación

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Este libro recupera una historia local de dolor y muerte en Soacha. Presenta los relatos de los familiares de las víctimas de los mal llamados "falsos positivos" y construye la memoria de las familias que no solo han sido víctimas, sino también protagonistas de la lucha simbólica y política por los significados de lo ocurrido en favor de la dignidad de sus hijos, hermanos, padres, tíos y esposos. Con este texto se busca no olvidar la barbarie y los horrores de la guerra que, presente en el país, fragmenta y violenta tanto a los jóvenes desaparecidos y asesinados, como a sus familias y a la sociedad colombiana en general. La desaparición y ejecución extrajudicial de jóvenes ocurridas desde el 2008 en este municipio aledaño a Bogotá, su posterior hallazgo como casos presentados por las fuerzas militares como bajas en combate y conocidas por el país como los "falsos positivos", mostró lo siniestro de una práctica estatal que niega la condición y la dignidad humanas. Estos crímenes de lesa humanidad de por lo menos dieciséis jóvenes, junto con los hechos posteriores y el camino que emprendieron sus familiares para acceder a la verdad, a la justicia y a la reparación, configuran una lógica de difícil comprensión para las familias de estas víctimas, para los intervinientes de lo social y para las entidades que las atienden.

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Información

Año
2012
ISBN
9789588844329
Categoría
Social Sciences
Categoría
Sociology

El daño psicosocial en las familias víctimas

El daño psicosocial producido por las diferentes
manifestaciones de violencia represiva tiene
características propias, específicas, que hacen
que no sea homologable a cualquier otra forma
de expresión de trastornos psiquiátricos o
psicológicos. En la base de las características que
lo hacen diferente está la sociogénesis
de este daño, vale decir, el hecho que es producto
de un accionar político. Es un daño que fue
infligido de modo planificado y sistemático
a determinados sectores de la sociedad.
Beatriz Brinkmann
El daño y demás impactos psicosociales de estos crímenes se entiende en dos sentidos: en primer lugar, producto del hecho en sí de la desaparición de los jóvenes y, luego, los impactos asociados con los procesos que de allí se desprenden.
Frente al suceso, Arias (2009) afirma que la desaparición forzada se torna en un hecho violento, estresor y abrupto, que invade y perturba gravemente la vida y la integridad familiar, afectando la dinámica, la estructura y las funciones de la familia. “Las familias y sus integrantes sufren una serie de transformaciones en su vida cotidiana, en sus relaciones, en el papel que desempeñan en la sociedad y en las labores que cumplen, lo cual incide en el mundo emocional como consecuencia del hecho violento”. Para Arias, “estos impactos, que no son uniformes, son reacciones normales frente a la anormalidad de este crimen [de lesa humanidad] que vulnera los derechos de las víctimas de sus familiares y comunidades” (2009: 23).
La manera en que se expresan y afrontan los efectos psicosociales de la desaparición forzada está relacionada tanto con los factores de vulnerabilidad como con los recursos ya presentes en las familias. Tal como se presenta en el municipio, algunos de los hogares de las víctimas están constituidos por familias numerosas con jefatura femenina que llevan viviendo en Soacha entre cuatro y diez años; la conformación de esta modalidad de organización familiar ocurre, entre otras razones, por decisión de la madre de separarse o huir de una relación de pareja conflictiva en donde era objeto de agresión física y psicológica, como amenazas y humillaciones; en los lugares de partida asumía extenuantes jornadas de trabajo en el campo, inclusive algunas madres de las víctimas refirieron experiencias de trabajo infantil. En una de las familias uno de los hijos mayores lo habían asesinado hacía cerca de diez años los paramilitares.{9} Huyendo del dolor se instalaron en Soacha, en Ducales, en Compartir, en Santo Domingo u otro barrio del municipio, con la esperanza de un futuro “prometedor”: tener una “casita”, “estar cerca a la capital”, contar con un “trabajo mejor” o, como dice una de las madres: “Como era un municipio creímos que era lo más seguro para nosotros y más tranquilo para vivir con nuestros hijos”. Soacha no ofrece todo lo que promete. Las demandas familiares se acumulan y las familias experimentan dinámicas que:
a. Dan cuenta de uniones sucesivas con quiebres de las figuras de identidad, los lazos de confianza, la seguridad y la protección, pero, sobre todo, que se expresa en los precarios e inestables ingresos y la distribución limitada de gastos.
b. El apartamiento real o simbólico del padre y, por ende, jefaturas femeninas que implican para las mujeres asumir la doble exigencia de la producción y reproducción de la familia: mujeres trabajadoras y encargadas también del trabajo doméstico, del cuidado y crianza de los hijos, con sus agotamientos, ausencias, y efectos negativos en la identidad, autoestima y la posibilidad de pensarse como mujeres participantes de la vida pública.
c. Los empleos inestables, informales o por días, que privan de condiciones adecuadas de vida, salud, educación para mujeres, niños y jóvenes.
d. Las presiones emocionales y afectivas ante la sobrecarga de funciones (nuevos embarazos, etcétera) y la reproducción de relaciones de poder en las cuales se gestan condiciones de opresión o inequidad hacia algunos miembros.
Refiriéndose a estas tensiones familiares previas, una madre comenta: “[...] éramos una familia muy humilde, fuimos creciendo [...] en esa época se veía el maltrato hacia las mujeres, ese tipo de violencia, como un machismo” (testimonio 1). El hecho violento se adiciona, se instala abruptamente en estas familias que ya acumulan demandas propias de contextos de exclusión y privación, presentes en algunos hogares.

La desaparición de los jóvenes: "Ahí empezó nuestra pesadilla"

La efectividad de estos crímenes arranca con la desaparición de los jóvenes, con el terror y la incertidumbre que allí se genera y que, por un lado, “no nos tocan” hasta cuando se instalan en nuestra puerta, invaden nuestros hogares, se llevan nuestros muchachos. No llama nuestra atención hasta que sus mecanismos nos paralizan, nos quitan el sueño y la vida, solo allí nos decidimos a dejar de ser renuentes y a escuchar aquello que acontece a nuestro alrededor, a aquellos con quienes vivimos.
[...] los primeros casos se dieron cuando desapareció Julio César y Jonathan —el hijo de Doña Mélida—, escuché de Julio César, porque a él le tenían el apodo de Medio Polvo, escuché el comentario de que se desapareció Julio César. yo le pregunte ¿qué cuál? y me dijo “un man que se llama Julio César”, le dije “ni idea quién sea ese tipo” y paso así, entonces pasaron los días que fue cuando se desapareció Julián{10} (testimonio 2).
[...] él nunca dijo ni que se iba a ir, porque primero él no viajaba solo para ninguna parte, además una persona que tenga tantos planes en la cabeza como él, no puede tener planes de irse para ninguna parte; trabajo no estaba buscando porque él no necesitaba trabajar, estaba era estudiando, ya iba a terminar y para eso él tenía a su papá y su mamá. Él nunca habló de que se iba a ir a ninguna parte, para nosotros fue una sorpresa; es más, yo hasta las 7:00 de la noche juraba que él estaba en la casa de la novia que tenía en Bosa, pues él permanecía más Bosa que acá en el barrio, él estaba muy enamorado por eso yo siempre lo dije que él no se iba (testimonio 3).
"Lo sacaron a las malas"
Esta frase parece encerrar los modos que fueron utilizados por los reclutadores para llevarse a los jóvenes por la fuerza, “a las malas”, apartados de sus familias, de sus novias, de sus amigos, de su vida. Una de las madres afirma:
[...] ellos me decían: “¿Qué cree usted que paso con él, usted cree que a Jonathan le ofrecieron eso alguna vez?”, le dije: “Yo pienso que sí, pero pienso también que él dijo que no”. “¿Entonces qué pudo haber pasado?”, le dije: “Que a él lo sacaron a las malas de acá”. “¿Y usted segura de lo que dice?”, “yo estoy completamente segura” y no me equivoqué, no me equivoqué porque hace cuatro meses salieron los dictámenes de él y a ellos los drogaron para sacarlos de acá a Julio César y a él (testimonio 3).
En los relatos, familiares refieren que algunos jóvenes recibieron llamadas a sus casas, en otras, una mujer sirvió como “anzuelo” para engancharlos, en el barrio, en la esquina, en el bar; con mentiras salieron, y jamás volvieron a regresar. Para los familiares los jóvenes no salieron por su voluntad, fueron seducidos o forzados, inclusive, como en el relato anterior, una de las madres sostiene que su hijo “debió ser drogado, pues de lo contrario él por su voluntad no se hubiera ido”. No todos estaban buscando trabajo, varios sí, algunos estudiaban y tenían las mínimas condiciones vida satisfechas por sus familias, no necesitaban “irse”.
Al respecto, en el informe especial elaborado por la Fundación para la Educación y el Desarrollo (Fedes) (2010), se habla de una concertación del hecho por parte de los autores, al afirmar que este fenómeno tiene que ver con la existencia de una empresa criminal de la cual participaban particulares (como reclutadores) junto con servidores públicos pertenecientes a las Fuerzas Armadas (encargados de recibir a las víctimas y posteriormente darles muerte bajo la figura de muertos en combate con grupos al margen de la ley).
"Yo no traje hijos al mundo para que el Ejército me los mate"
Según los relatos, al parecer, por lo menos dos de los jóvenes víctimas fueron torturados o golpeados, pues sus cuerpos presentaban rastros de contusiones: “[...] nos dijeron que antes de que a ellos los mataran los torturaron demasiado, les dieron muy duro; porque a Diego lo encontraron moreteado, bueno, en fin, y mi hermano estaba también como muy ‘toteado’ Entonces, lo que supuestamente pasó es que los muchachos se dieron cuenta de lo que les querían hacer e intentaron escapar, y por eso los torturaron” (testimonio 9).
En estos casos, la desaparición forzada de estos jóvenes se constituye como una afrenta a la dignidad; con esta no solamente se viola el derecho a la libertad o la seguridad individual, sino que también se viola o se facilita la violación del derecho a no ser sometido a tortura o tratos crueles, inhumanos o degradantes (Defensoría del Pueblo, 2001).

Los impactos (daños) derivados de los procesos de búsqueda

En cuanto al segundo tipo de impactos psicosociales, estos son referidos a los producidos a partir de la búsqueda, el reconocimiento, de los diversos intentos de acceder a la justicia y de conocer la verdad. De manera particular, este segundo tipo de impactos están relacionados directamente con el daño presente en la relación entre las familias y los operadores judiciales, en la cual hay un riesgo permanente-potencial de favorecer formas de revictimización que lesionan el bienestar emocional de las familias; en últimas, limitan el acceso de estas a la justicia.
Al respecto, desde la perspectiva del acompañamiento psicosocial, es fundamental explorar la manera en que los procesos judiciales de búsqueda de la verdad, de sanción a los responsables y obtención de reparación, no vulneren los derechos de estas familias, dados los altos costos emocionales que esto les significa. Esto supone aportar en el establecimiento de más adecuadas y justas relaciones entre el Estado y las víctimas.
"¿Qué tiene Ocaña que todos los muchachos van a morir allá?"
Una de las madres entrevistadas{11} se pregunta: “¿Qué tiene Ocaña que todos los muchachos van a morir allá?”. Más adelante ella misma responde:
Porque todo era un misterio: ¿por qué los mataban en Ocaña?, nadie podía entender en ese momento por qué a ellos los mataban en Ocaña. Hablé con la directora de Medicina Legal y yo dije: “Ustedes no han hecho nada por investigar qué pasa en Ocaña que todos los muchachos van a morir allá”. Ella me contestó que estaban investigando todos esos casos, porque hasta ahora estaban iniciando investigaciones, porque hasta ahora estaban mandando fotos de allá para mirar y para que reconocieran los que estaban denunciados acá en Bogotá por desaparición (testimonio 3).
Según Ospina (2009), estos crímenes se vienen ejecutando en doce departamentos del país, donde se han efectuado supuestos combates entre el Ejército y la guerrilla. Su planeación la realizan los miembros de inteligencia del batallón denominados G2, B2 o S2; asimismo, afirma el autor que según las investigaciones adelantadas por la Fiscalía, los jóvenes reclutados para ser víctimas eran movilizados a otros departamentos diferentes a los de residencia habitual;{12} esto también aparece en los testimonios de las víctimas: en uno de ellos se afirma: “[...] fue en Soacha, porque ni siquiera al mago más mago se le hubiera ocurrido sacarlos de un extremo tan lejos [de Soacha, centro del país] a otro extremo a matarlos, ¿a quién se le hubiera ocurrido eso?, solamente a ellos que son máquinas, de muerte, ¿a qué familia, se le hubiera ocurrido que a su hijo se lo iban a matar en Ocaña?” (testimonio 3).
En otro de los relatos también encontramos: “[... ] básicamente los hechos se dieron porque nosotros estábamos averiguando y averiguado, cuando fuimos nos enteramos de que Daniel{13} estaba allá, en Ocaña. Él salió de acá de Soacha el 6 de febrero, y después cuando lo encontramos fue cuando dijeron que él había muerto el 8; él salió un miércoles y el viernes lo mataron” (testimonio 13).
El dolor y el costo emocional: "Si ella no ve estas fotos, ella nunca va a relacionar que eso sucedió y es peor [...]"
En los relatos de los familiares aparecen constantemente el dolor, la tristeza y el desgaste emocional al que son expuestos en los momentos en que deben reconocer los cuerpos de sus familiares:
[...] me dijo que me veía muy mal y que no me podía mostrar la foto, entonces yo le dije: “A mí me da mucha pena con usted, a mí me muestra la foto de mi hijo porque yo tengo que salir de esta duda, yo tengo que saber que mi hijo es vivo o muerto”. Entonces me dijo que sí pero que me tenía que tranquilizar, me trajeron un vaso de agua y yo les dije que me iba a tranquilizar pero que me mostraran la foto de mi hijo, y al final lo que me mostraron fue la foto del brazo, él tenía el brazo bien velludo, yo lo primero que le vi fue su bracito, entonces Yubeli me apretó fuerte el brazo y me dijo: “Ay mami, este es Julián”. Luego me mostraron la cara y fue cuando me di cuenta [de] que Julián era muerto, ese fue el día más triste de mi vida. Y eso fue el proceso que yo tuve todo el tiempo para saber de mi hijo, dónde estaba y cómo estaba (testimonio 2).
Sin embargo, pese a negarse a imaginar a su muchacho muerto, al sufrimiento intenso que con solo pensarlo esto le genera a la familia, este es un momento vital en medio de la muerte es, a la vez, la necesidad de salir de la incertidumbre, y significa el derecho a encontrar la verdad, a hallar a su muchacho, aún si no está vivo.
Algunos familiares viajaron a Ocaña y presenciaron las exhumaciones de sus hijos o hermanos. Hablar de esto fue uno de los momentos de mayor silencio y llanto para las familias; fue un momento difícil: ...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Agradecimientos
  5. Introducción
  6. El proceso de investigación y acompañamiento: enfoque y metodología
  7. Estado de la discusión
  8. El contexto de los crímenes de los "falsos positivos" y la Política de Seguridad Democrática
  9. El daño psicosocial en las familias víctimas
  10. Mecanismos para afrontar la verdad, la justicia y la reparación
  11. Conclusiones
  12. Bibliografía