El sujeto crítico
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El sujeto crítico

Una lectura desde Hannah Arendt

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El sujeto crítico

Una lectura desde Hannah Arendt

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Hannah Arendt es, sin lugar a dudas, una de las pensadoras paradigmáticas del siglo XX. Su comprensión de la condición humana en el contexto más oscuro de la modernidad, la II Guerra Mundial, suscitó apasionantes debates tanto en el mundo de la academia como en el ambiente de lo que algunos denominan la Realpolitk. El presente texto quiere aprovechar la potencia de su obra, estableciendo algunas discusiones que oscilan entre lo moral – el origen del mal -, lo político – la responsabilidad política que cabe a las sociedades modernas – y lo cognitivo – relacionado con la emergencia de subjetividades críticas o acríticas -. Para ello recuperaremos a Arendt en diálogo con otros dos pensadores eminentemente modernos, como lo son Kant y Weber, que más que dar origen a su pensamiento, permiten historizar su reflexión en un sentido más pleno.

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Información

Año
2015
ISBN
9789588844985
1

Del mal radical a la banalidad del mal

Kant y el mal radical

En el contexto de la modernidad el pensamiento progresista y evolucionista se estableció como hegemónico. Tal situación hizo poco propicia la aceptación o acogida de explicaciones mítico-religiosas para las realidades humanas. Pero no significó necesariamente el abandono de las cuestiones que estas se planteaban. Tal es el caso del origen del mal moral. Así, nos encontramos con la clásica discusión entre Hobbes —que culpabiliza a lo natural y ve la salvación en la sociedad— y Rousseau —para quien el estado natural debe ser exaltado y atribuye su deterioro a la relación social—. Kant, como hijo privilegiado de su tiempo, se nutre de esta discusión, y si bien explicita la influencia de Rousseau en su pensamiento, curiosamente abraza una postura mucho más cercana a Hobbes: “El hombre es por naturaleza malo”, llegará a afirmar en la primera parte de La religión dentro de los límites de la mera razón. No obstante, su tesis es mucho más matizada que la de Hobbes: “en el corazón humano hay una inclinación a la maldad —Hang xum Bösen— pero también una disposición al bien”.1 Y va aún más lejos al afirmar que esta última es más originaria y, en caso de perderse, puede ser restaurada. Tal restauración, que es siempre un nuevo nacimiento, sería tarea de toda religión.
Ahora bien, ¿cuál es el meollo de la propuesta kantiana? De acuerdo con Gómez, si lo que perseguimos es ubicar el origen primero o la raíz —de allí lo radical— “de donde surgen las acciones moralmente malas presentes en la historia empírica del género humano en Kant, dados su presupuestos criticistas, es necesario reconocer y diferenciar dos enfoques que se sobreponen: a) hay que remontarse de los individuos al género y b) hay que remontarse desde el fenómeno empírico hasta lo puramente inteligible —noúmeno—, esto es, hay que realizar una abstracción”.2 Con esta aclaración metodológica se entiende por qué cuando Kant habla en su reflexión ética sobre la autonomía, con la que la voluntad humana libre se da el imperativo moral, pertenece a este nivel inteligible y noumenal, mientras que las actuaciones históricas malas forman parte del fenoménico.
Es precisamente en este último enfoque en el que tendríamos que detenernos. Kant no había especificado cómo y en qué sentido pueden las acciones malas ser libres:
La libertad —Freiheit— en que había insistido no es más que la misma voluntad —Wille— que dicta el imperativo; no se ve cómo podría originar actos contrarios. Resuelve entonces el problema apelando a otra noción de libertad, el albedrío —Willkür—. De él provienen las acciones empíricas, buenas y malas. Es, obviamente, algo propio de cada individuo humano. Pero se vislumbra que no puede ser en sí algo empírico sino noumenal.3
Vemos entonces cómo su argumentación construye implícitamente un sujeto humano real e individual, que en pleno uso de sus facultades puede derivar en actuaciones buenas o malas. Este individuo es a quien va dirigido el imperativo categórico.
Acto seguido, Kant se pregunta por el acto inteligible en sí mismo —Tath— anterior a su concreción empírica. Lo denomina intención o actitud —Gessinnung—. En esa intención el albedrío decide a cuál máxima suprema se atendrá para sus actuaciones: “Actuará éticamente bien, y será bueno éticamente, si decide anteponer a todo el imperativo. Actuará mal y será malo en caso contrario”.4 De esta forma se entiende por qué para Kant el mal es el resultado de una perversión de la propia conciencia, la imposición de nuestra inclinación a nuestra disposición.
Retomemos ahora el primer enfoque. Aclarar la universalidad histórica de las actuaciones humanas malas exige remontarse desde los individuos hasta el género. Es en este contexto en el cual Kant propone el mal radicalradicale Böse—. Así, lo universal de la maldad provendría de una intención —Gesinnung— contraria al imperativo moral. Con esto logra sintetizar lo nuclear de los dos enfoques: la actitud es la raíz de las actuaciones, pero no es suficiente, porque esta varía en cada individuo, así que se apela a hablar de una raíz del mal moral en el género humano, tal como lo permite el segundo enfoque.
Queda entonces preguntarnos, ¿de qué sujeto estamos hablando? Si bien Kant rechaza convenientemente una transmisión histórica o hereditaria de la culpa moral, apela a un concepto que denomina “culpa innata” —angeborene Schuld—. Tal culpa es natural, en el sentido de preceder a toda actuación y aun a toda actitud, mientras las condiciona. Pero, agrega, para tener ese influjo sobre la conciencia moral no puede ser considerada como perteneciente a la naturaleza, sino que “tiene que haber surgido de la libertad humana y por ello puede ser imputada”.5 Tal paso, en la lectura particular de Gómez, no deja de resultar chocante, puesto que “la sustitución de algo histórico heredado por algo innato hace muy impugnable y frágil toda la reflexión sobre el mal radical”.6 Acto seguido, recupera el razonamiento kantiano apelando a lo que el autor alemán denominó fundamento: “[…] tiene que ser siempre él mismo un acto de libertad […] el fundamento del mal no puede residir en ningún objeto que determine el albedrío mediante una inclinación, en ningún impulso natural, sino solo en una regla que el albedrío se hace él mismo para el uso de su libertad, esto es, en una máxima”.7 De tal manera, se advierte que solo es moral lo que no es determinado sino aquello que se toma como decisión libre.
Digamos entonces que en síntesis Kant está pensando el mal radical como una perversión de esa esencial tendencia que es el “amor a sí mismo” —Selbstliebe— y que cada sujeto posee; pero no halla culpable dicha tendencia per se, sino subordinar a ella —en un acto libre y consciente— el mismo imperativo moral. De tal manera, podemos incluso observar en Kant un esfuerzo por recuperar no la raíz del mal, sino la radical condición de libertad de los seres humanos, como condición previa a la misma maldad. No somos radicalmente malos, sino radicalmente libres.

Sobre la conformación del mal radical

Hasta aquí hemos expuesto la lógica argumentativa que Kant presenta para hablar del mal radical. Lo que quizás no se ha desarrollado con la suficiente extensión sea su implicación social o global y el proceso para que se dé tal perversión. Esta idea es sugerente toda vez que las maldades de la historia humana podrían insinuarnos que existe una raíz que supera la realidad y libertad de los individuos, y sin embargo con la que tendrían que contar, en el caso de que decidieran —colectivamente— ser buenos. Como sujetos políticos, tienen que ser conscientes de que acoger en su actitud como máxima suprema el imperativo de “tomarse siempre como fin, nunca solo como medio” les implica vencer la fuerza —aunque quizás suena más kantiano decir la inclinación— con la que el amor a sí mismos —egoísmos e intereses particulares— tiende a erigirse en ellos como la máxima suprema.
Ahora bien: ¿qué ha hecho posible esta desviación? Gómez cree que el amor a sí mismo por sí solo no da razón a esta inversión:
Son decisivas circunstancias externas en combinación con la dinámica del deseo. El deseo se exacerba con la escasez que rodea la vida humana […] Pesan factores como la fuerza de afectos particularistas (familiares, étnicos) y la búsqueda de seguridades; pero aún más, el desvío del deseo hacia metas superfluas; y al consolidarse las rivalidades, el placer del poder. Y como es obvio, habría también que prestar atención a factores más particulares; y entre ellos, a patologías,8 individuales y sociales.9
Así las cosas, una descripción del mal radical debería incluir los siguientes rasgos: a) aceptación de la misma paradójica condición natural (inculpable) de unos seres individuales limitados y autocéntricos que no pueden dejar de amarse a sí mismos y desear su bien, a la vez que se sienten llamados a la grandeza de lo universal —amor solidario—; b) sujetos que, para acertar con su bien, han de someter las llamadas de estímulos inmediatos a la austera guía de la razón; c) el agravante subsiguiente de la escasez en que se desarrolla su vida y que genera inevitablemente tensiones y conflictos, y d) la aparición de la prácticamente inversión universal de la actitud individual, que acepta anteponer lo particular a lo universal, de la que se sigue el despliegue histórico de la maldad humana.
Centrémonos ahora en el proceso que conduce al mal. Ya hemos manifestado que Kant evidencia una gran confianza en el hombre y en su capacidad racional de hacerse cargo de sí mismo. De este modo, sostiene que el mal moral no puede derivar de las disposiciones originales del hombre a la animalidad, la humanidad y la personalidad, pues estas son disposiciones al bien, aunque algunas de ellas puedan dar origen a vicios. Marrades sugiere que Kant
Más bien inhiere en una propensión contingente del libre albedrío a determinarse por motivos diferentes al solo respeto a la ley. Tal propensión es natural e inextirpable, aunque ha de ser posible prevalecer sobre ella, pues es compatible en el hombre con una voluntad en general […] [Lo que] Kant llama mal radical no es una disposición a querer contrariar la ley moral, sino a desentenderse de la pureza de la intención y a subordinar el seguimiento de la ley a motivos no morales.10
Así pues, el mal radical pasaría a ser una suerte de autoenajenación, en la medida que se convertiría en la tendencia a engañarse a sí mismo acerca de las intenciones buenas o malas, y “con tal que las acciones no tengan por consecuencia el mal que conforme a sus máximas sí podrían tener, no inquietarse por la intención propia, sino más bien tenerse por justificado ante la ley.11 De aquí procede la tranquilidad de conciencia de tantos hombres”.12 Y puesto que el mismo Kant reconoce la tendencia que existe en el corazón del hombre de anteponer los motivos sensibles a los racionales, entonces también se ve en la necesidad de explicar esa misma tendencia en conexión con la necesidad de justificar la propia acción. En consecuencia, caracteriza la tendencia al mal en función de una proclividad a separar la preocupación por la intenció...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Contenido
  5. INTRODUCCIÓN: SOBRE EL ORIGEN DEL MAL MORAL
  6. 1. DEL MAL RADICAL A LA BANALIDAD DEL MAL
  7. 2. MODERNIDAD DICOTÓMICA: DE LA EFICACIA RACIONAL Y EL SILENCIO MORAL
  8. 3. HACIA UNA RECONSTRUCCIÓN DEL SUJETO REFLEXIONANTE: DE KANT A ARENDT
  9. CONCLUSIONES
  10. BIBLIOGRAFÍA