UNA MIRADA A LA GUÍA DE LAS ESCUELAS
para la nueva evangelización desde el uso de tecnologías
JAIRO ALBERTO GALINDO C1.
En una de las escenas de una película colombiana que se estrenó recientemente en cartelera2, vemos cómo un explorador europeo se niega a dejar su brújula en manos de un jefe nativo de las selvas del Putumayo (Amazonía). En un cruce de expresiones que permiten entrever la preocupación del explorador por recuperar su valioso instrumento y del jefe indígena por no perder el plateado dispositivo, parece que nos encontramos con el acto egoísta de un turista que no quiere perder una joya o abandonar un aparato vital para los recorridos que le esperan. En tiempos en los que el GPS o el teléfono inteligente no han hecho su aparición, la curiosidad del nativo se encuentra con la impotencia del explorador: quién quisiera perder su instrumento de viaje por la intriga y el capricho que un nuevo objeto genera en una comunidad. En el contexto de la película, es casi obvio que los naturales de la selva no dominan la tecnología de la brújula, y es aún más cierto que para quien permanece en movimiento en terreno desconocido sin el conocimiento de las estrellas y la noche le es imprescindible conocer su norte. La brújula supone una tecnología que pone en disputa el acceso al conocimiento de unos y otros en quince segundos de comunicación. Como espectadores, entramos en un momento de inquietud.
Pero el explorador no está preocupado por perder su brújula; le preocupa que los nativos perderán el conocimiento de las estrellas y la forma de navegar en su entorno si aprenden a manejar un aparato que no requiere más que de un mecanismo invisible que ellos no tienen que conocer. La posesión de la brújula no suponía tanto una pérdida para el viajero como el desastre para los nativos, pero ellos no lo supieron. Desde que llegó la tecnología (de la brújula) perdimos probablemente mucho más conocimiento del que poseíamos antes de llegar a manejarla.
La Guía de las Escuelas nos llega a mostrar cómo sin las actuales tecnologías somos capaces de dominar la pedagogía quizás de mejor forma que con mucha sofisticación y atención por la innovación en dispositivos. Organizada claramente como una herramienta para aprender a aprender en tiempos en los que la formación docente no es una disciplina institucionalizada, una de las joyas que le dan mayor valor al tesoro que encierra la Guía se sustenta en lo perenne de sus indicaciones. Aún en nuestros días, cada una de sus observaciones constituye una apuesta por lo que se debe tener en cuenta al asumir la tarea de formar y educar. Visto en perspectiva o en retrospectiva, ningún sujeto interesado por la labor educativa puede dejar de sentirse afectado, reflejado o interrogado por lo que la comunidad de los Hermanos propone. Y esto sucede tanto si se ve el bosque de directrices que se articulan en la Guía, como si se atiende con una ojeada superficial a algunos de sus árboles, de tanta fruición para la formación lasallista que le sostuvo y permitió llegar a nuestros días.
Entre las muchas miradas que se le pueden hacer al bosque de la Guía, podemos destacar un vistazo a las ramas en las que se encuentran las tecnologías de las que se valen los Hermanos de las Escuelas de La Salle para promover ambientes de formación. De la presencia de estas ramas, de la disposición y uso de dispositivos tecnológicos, se desentraña una discusión que tiene tanto matices pedagógicos como del orden de la evolución y transformación de medios y mediaciones para la enseñanza.
Por disposición y uso de dispositivos tecnológicos no estamos desentrañando la existencia o presencia de computadores, pantallas o teléfonos con software de última generación en la Guía de las Escuelas, redactada varias veces y publicada a finales del siglo XVI; no estamos alucinando. La tecnología de la que se valen los Hermanos en sus descripciones es mucho más sencilla y a la vez mucho más compleja que toda aquella que poseemos y podemos conocer en nuestros días. Para acercarnos, haremos un breve recorrido por el campo semántico que nos lleva a comprender este tipo de evangelización.
La ruta sugerida parte de un breve reconocimiento de las tecnologías presentes en la descripción e indicaciones de la Guía de las Escuelas, así como de la presencia que ellas tienen en la evangelización didáctica que tuvo y tiene lugar en la transformación de la educación promovida por La Salle.
Es importante, en primer término, aclarar que se trata de una interpretación que pretende motivar el diálogo (y) generar preguntas como ¿cuál es el lugar de la pedagogía cuando las tecnologías se transforman y transforman el contexto? Muchos didactas hablan del apocalipsis y la redención que pueden venir con el uso de la tecnología… ¿en qué lugar se encuentra nuestro estudio de esta cuestión desde la omnipresencia de las tecnologías digitales? ¿Cómo aporta la presencia de la tecnología a los fines de la misión y la visión lasallista de la educación?
Comencemos pues analizando los diversos entronques que se suscitan en términos de lugar y espacios, instrumentos, tiempo y escritura, todo alrededor de la disposición y uso de tecnología con intención pedagógica.
La tecnología, su lugar y la educación: no solo GPS3, más brújulas
En la cotidianidad nos encontramos con decenas de mecanismos que ofrecen un apoyo para regular nuestra condición de ser humanos, facilitan nuestra comunicación, apoyan tareas de aseo, acompañan —por no decir, permiten— las labores de locomoción y muchas más. Es importante advertir cómo esos mecanismos y la manera en la que se implican (o implicamos) en nuestra cotidianidad permean formas de ser, saber y hacer en el mundo: nos puede despertar una alarma, nos orienta un mapa, una señal nos informa de una llamada, un medio nos acerca a otros por vía auditiva o visual. Y cada uno de esos mecanismos, diferenciando acceso y uso, nos da ciertas libertades para identificarnos como sujetos que logran cierta disciplina, dependencia o interdependencia con otros individuos.
Para perfilar esta reflexión prestemos atención a los dispositivos que median en esas tareas: la alarma puede estar en el mismo aparato que nos orienta (GPS), nos acerca a otros (teléfono) y descarta aquella ave acompañante de nuestros abuelos a quienes anunciaba el alba (el gallo despertador). Si no tuviéramos la alarma a la mano, así como el mapa y el teléfono, con seguridad nuestros hábitos y formas de relacionarnos serían tangencialmente distintas. Ya no necesitamos quién nos oriente en la llegada a un lugar: un par de toques del dedo (ya no clics) en una pantalla con la ayuda de un GPS nos facilitan el camino; no es necesario ponernos de acuerdo con días de anticipación para una cita en un lugar determinado, agendamos vía internet, y si no llegamos, llamamos o colocamos, ponemos o mandamos un mensaje (no por paloma ni avión) pidiendo explicación por lo que antes era reprochable culturalmente.
No cabe duda que los medios que nos permiten interactuar con otros, con nosotros mismos y que a la larga nos conforman como sujetos de una sociedad, son parte de nuestra (de)formación como miembros de una cultura. Usamos los medios, la tecnología, para formarnos, para formar a otros y para regular hábitos. Los hábitos se revierten sociales e individuales por instrumentos, dispositivos, herramientas y aparatos que nos señalan, informan y orientan acerca de alguna actividad o dato que apunta a algún lugar en el tiempo y en el espacio del día a día. Esos elementos son creados y adaptados por nosotros mismos, y nos conceden la posibilidad de adaptarnos al medio y satisfacer necesidades esenciales o deseos propios de cada uno de nosotros4.
Los conocimientos, así como el estudio necesario para desarrollar esos elementos —no tanto para usarlos—, hacen parte de lo que llamamos tecnología: estudio de las destrezas vinculadas al arte, las técnicas y los oficios, además de los aparatos, los procedimientos para construirlos y sus funciones estéticas, simbólicas y técnicas5.
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Retomando el escenario de nuestro explorador en la selva, estos objetos y los hábitos que permearon de forma previa o posterior son promovidos directa o indirectamente por la sociedad a la que correspondemos y los roles que en ella queremos (o nos quieren hacer) desempeñar. Si nos encontramos en un contexto no-urbano, es probable que la tecnología que usemos para despertarnos sea un olor, un sonido o una actividad distinta a la que lograría hacerlo si nos halláramos en un contexto completamente urbanizado: en uno podría s...