Enemigos públicos
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Enemigos públicos

Contexto intelectual y sociabilidad literaria del movimiento nadaísta, 1958-1971

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Contexto intelectual y sociabilidad literaria del movimiento nadaísta, 1958-1971

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Enemigos públicos plantea una relectura del nadaísmo a partir de documentación que hasta ahora no había sido explorada, para señalar su incidencia tanto en los debates literarios y en la legitimación de una nueva poética, como en las repercusiones culturales de su permanente exteriorización. En primer lugar, se analiza la importancia de la correspondencia para aglutinar a un grupo de escritores noveles en un movimiento, su conformación, y cómo el nadaísmo, a pesar de presentarse como una ruptura intelectual, logró condensar una nueva forma de sociabilidad en la juventud de la época. En segundo lugar, se abordan las particularidades del contexto intelectual colombiano en los años sesenta y se demuestra que el nadaísmo tuvo validez como manifestación poética en cuanto participó de una red de comunicación alternativa en América Latina. En tercer lugar, se proporciona un acercamiento a las relaciones editoriales de los jóvenes poetas debido a la necesidad de exponer una producción impresa más allá de las consignas y los manifiestos. Por último, se hace énfasis en la nueva concepción del cuerpo y en cómo el escándalo, si bien fue una forma de agredir la pasividad de la sociedad colombiana, se convirtió en un mecanismo más o menos consciente en la renovación cultural y espiritual jalonada en dicha época.

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1. “Un movimiento de atorrantes desesperados”: configuración del nadaísmo
El nadaísmo no se conformó bajo ninguna ideología, no determinó lineamientos artísticos; antes que nada se encargó de aglomerar diversos inconformismos en una sola manifestación estética. La renovación cultural y espiritual planteada en el “Primer manifiesto nadaísta” de 1958 no propendía un ejercicio académico de la literatura, sino que buscaba transgredir el sistema de valores imperante por medio de expresiones de vitalidad desenfrenada. De acuerdo con la primera declaración pública, el movimiento era “un estado del espíritu revolucionario”, pero esa revolución no estaba relacionada con los aspectos racionales de la política, sino con la libertad que otorgaba la inanidad de la poesía.1 La acción emprendida por los nadaístas se sintetizó en la creación poética, en el rescate de la belleza de lo cotidiano, en la exaltación de la vacuidad de la existencia. La poesía significó “protesta y desobediencia”, enfatizando el carácter combativo de su experimentación artística y su inclinación hacia una nueva conciencia.2 El compromiso con la rebelión social estaba en el desprecio de los valores burgueses mediante una exacerbada defensa de la dignidad humana, por lo que jóvenes irreverentes e inconformes con su tradicional forma de vivir fueron invitados a que se reunieran en torno al nuevo movimiento.
Con el transcurso de los años hubo un pulular de personas que se adhirieron o compartieron los postulados del movimiento, pero los integrantes que se perfilaron como escritores nadaístas fueron Gonzalo Arango, Elmo Valencia, Eduardo Escobar, Jotamario Arbeláez, Darío Lemos, Jaime Jaramillo Escobar, Amílcar Osorio, Humberto Navarro y Mario Rivero. A lo largo de esta investigación cuestiono la figura preponderante que ha ocupado el fundador del movimiento para resaltar la participación de los demás nadaístas que de una forma consistente confrontaron al establecimiento. Que Medellín haya dejado pronto de ser el foco del grupo para desplazarse a Cali y, en menor medida, a Pereira y Barranquilla, corrobora la relevancia de esos otros integrantes que se encargaron de revaluar el nadaísmo. Así pues, en este capítulo abordo cómo se formó el movimiento y la importancia de la comunicación epistolar en la articulación de un grupo de escritores y poetas noveles. Por eso, ofrezco una descripción de las principales actividades que realizaron los nadaístas en su periodo inicial y cómo a través de cada expresión se iban integrando y desvinculando individuos, ilusionados o decepcionados con lo que se presentaba como nadaísmo. Por último, proporciono una relectura sobre las influencias literarias y la temática urbana de ese “otro” movimiento, que a pesar de apropiarse del escándalo como mecanismo de renovación cultural, también optó por la creación poética.
1.1. Nadaísmo por correspondencia
Desde que parte de la correspondencia nadaísta comenzó a hacerse pública en 1980 se ha resaltado la versatilidad y la profundidad de su escritura, junto al rumor de que los originales de las cartas más bellas se extraviaron luego de que se frustrara el primer intento por compendiarlas a mediados de la década de los sesenta.3 Más allá de su innegable valor estético, la relevancia del intercambio epistolar reside en que a través de él los nadaístas se identificaron como una comunidad ajena al resto de la sociedad colombiana: “Me reconfortan las cartas que ustedes me envían, pues me hacen olvidar que, exceptuando nosotros, el resto del mundo es la estupidez en pasta”, aseguraba Álvaro Barrios en 1966.4 Esos vestigios de la comunicación privada —que ahora componen el archivo del movimiento— son los materiales que representan a cabalidad al nadaísmo ya que permiten apreciar los proyectos comunes, la elaboración de manifiestos, las afinidades intelectuales, las aspiraciones literarias y los momentos de crisis. También posibilitan entrever la cotidianidad de sus integrantes, el interés por lo inmediato —expresado sistemáticamente en papeles sin fechas ni lugares— y la agobiante precariedad económica: “Cómo puede ganar un hombre 2.000 pesos? Contesta ya. Estoy dispuesto a comer tres veces diarias. Y a tener casa propia. Y corbata, si fuera necesario”.5
A los nadaístas los unió una gran amistad, ese “amor en grupo” como lo denominó Humberto Navarro, por lo que en algunas misivas solo compartían reflexiones personales o expresaban estados de ánimo. Frente a las cavilaciones de Eduardo Escobar, Gonzalo Arango respondió: “Me alegro que me elijas para descargarme tu furia, tu tedio, tu máquina de escribir sobre mi cabeza. [...] Tus cartas me gustan sobre todo porque llegan frescas, dolorosamente desgarradas, y porque te salen de la piel, de los más vivos silencios. Si no las escribieras, la otra alternativa sería ahorcarse”.6 Lo anterior no debe presuponer que entre todos los integrantes había una asidua comunicación escrita, como queda en evidencia en la primera carta que Jaime Jaramillo Escobar dirigió a Eduardo Escobar el 20 de febrero de 1966: “Tú has sido siempre un mito en el nadaísmo. [...] Nunca te había escrito porque —lo confieso— me daba miedo tu fama de ángel”.7 Pero esto atendió al funcionamiento del nadaísmo, ya que en la programación de recitales poéticos y demás actividades existían referentes claramente definidos según la ciudad en que se presentaran: Jotamario Arbeláez y Elmo Valencia coordinaron las acciones del grupo de Cali, Gonzalo Arango se convirtió en el gestor del movimiento en Bogotá desde 1961, Eduardo Escobar fue el vínculo entre Medellín y Pereira, mientras que Álvaro Barrios y Jaime Jaramillo Escobar lo fueron en Barranquilla.
Esta correspondencia continua solo se consolidó una vez que los nadaístas, como grupo, lograron establecer lazos en torno a su concepción sobre la vida y la literatura. Las cartas fueron fundamentales en el diálogo con los escritores que compartían una sensibilidad diferente con respecto a la polarización del debate cultural en la época de la Guerra Fría, para debatir sobre la posición del artista y, sobre todo, para poner en circulación sus textos y poemas. De ahí que solo a partir de 1962 se empezaran a forjar conexiones con otras manifestaciones de América Latina. A lo largo de la década, la red de sociabilidad funcionó por medio de Sergio Mondragón, Ernesto Cardenal y Raquel Jodorowsky en torno a El corno emplumado de México; Juan Liscano, Ludovico Silva y Edmundo Aray en Venezuela; y Miguel Grinberg, Alejandro Vignati y Ariel Canzani en Argentina.
La correspondencia fue el medio por el cual los nadaístas leían sus textos y la oportunidad para actuar como “críticos” entre ellos mismos. Ante las recomendaciones de Jotamario Arbeláez, Jaime Jaramillo Escobar sostuvo: “Me extraña que no te haya gustado el último verso de mi poema. Lamento que no me entiendas. Antes te reías de mis versos. Ahora te pones a explorar como cualquier académico. [...] No te pongas trascendente”.8 De igual modo, traía consigo todo el aspecto funcional del movimien...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Derechos de autor
  4. Agradecimientos
  5. Introducción
  6. 1. “Un movimiento de atorrantes desesperados”: configuración del nadaísmo
  7. 2. “Parroquia intelectual”: contexto literario en la época de los años sesenta
  8. 3. Relaciones editoriales de una vanguardia inédita
  9. 4. “Geniales, locos y peligrosos”: la exteriorización nadaísta
  10. Conclusión
  11. Fuentes y bibliografía
  12. Listado de figuras y tablas