Hacerse hombres
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La construcción de masculinidades desde las subjetividades

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La construcción de masculinidades desde las subjetividades

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Los estudios sobre masculinidades son unas de las líneas más recientes dentro de los Estudios de Género. La preocupación por comprender el lugar de opresión que históricamente han vivido las mujeres, ha dejado cierta ausencia en lo que atañe a comprender el lugar y las condiciones de posibilidad a través de las cuales se ejerce el lugar de dominación de los varones. De hecho, esta misma perspectiva que sostiene la existencia de un solo lugar de opresión y un solo lugar de dominación, ha caído en cierto binarismo en la forma en que concibe las relaciones de poder, lo que ha terminado por naturalizar el lugar de los varones, lo cual obstaculiza la comprensión y transformación de estas relaciones. Esto no solo ha afectado el desarrollo de estudios académicos, sino también la orientación de acciones desde los movimientos sociales y del Estado enfocadas hacia la equidad de género, ya que se ha renunciado a vincular directamente a los varones con el proyecto político de unas relaciones de género igualitarias. En el presente libro, el autor se interesa por comprender el proceso de hacerse hombres, ya que se considera necesario analizar a los varones y la masculinidad como productos sociales. Un estudio de este tipo permite también generar una suerte de conciencia en los varones, al plantearles la posibilidad de mirarse en el espejo, lo que se esgrime como un aporte a la creación de otras miradas políticas que generen participación activa en los hombres para la transformación de las desigualdades de género.

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1. El género no es solo de mujeres, los hombres también tienen género: opciones teóricas para el estudio de las masculinidades
El género ha sido una categoría de análisis recurrente e imprescindible para la investigación social en América Latina desde hace algunas décadas. La categoría género proviene de las ciencias médicas de los años cuarenta, en el contexto anglo parlante –gender–, desarrollada por científicos como Jhon Money y, posteriormente, Robert Stoller, para intentar separar la diferencia sexual corporal de la adquisición de la identidad psíquica.1 A partir de estos trabajos se desarrollaron dos conceptos: sexo, para designar las diferencias anatómicas y biológicas, y género, para señalar los atributos sociales y culturales que, a partir de esas diferencias biológicas, se configuran.2
Estas nociones impactaron el feminismo de finales de los años sesenta y principios de los años setenta, y fue apropiado en importantes trabajos de gran circulación, como la Política sexual de Kate Millett,3 o el ya clásico “tráfico de mujeres”, de Gayle Rubin.4 Estas categorías eran pertinentes, pues la lucha del pensamiento feminista, desde su momento de emergencia en el siglo XVIII, era lograr separar la naturaleza como orden presocial, estático y casi inmodificable de la cultura, y con ello de que se construye en el devenir social y, por lo tanto, se transforma, se cambia y es políticamente susceptible de modificaciones.5 Esta separación era central para el feminismo, ya que lo que pretendía demostrar era que la opresión de las mujeres no estribaba en la naturaleza humana, sino que había sido una construcción socio-cultural históricamente comprensible.
A partir de esta base, Rubin propuso la noción de sistema sexo-género como “El conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas”.6
Con esta definición proponía varias cosas. En primera instancia, que el sistema sexo-género era una dimensión central y fundante de las relaciones sociales, lo que ya distanciaba esta propuesta de las perspectivas marxistas que consideraban la dominación económica como el centro de las relaciones sociales y las relaciones entre hombres y mujeres como una cuestión aplazable y secundaria. Segundo, esta propuesta permitía pensar que los sistemas sexo-género son históricos y geográficamente ubicables, esto como crítica a la noción de patriarcado que fue usada para describir un sistema ahistórico y universal, con el que Rubin no podía estar de acuerdo porque terminaría naturalizando la opresión de las mujeres. Esto nos permite, por ejemplo, ubicar el problema que nos ocupa en este trabajo en un contexto con un sistema sexo-género concreto, la ciudad de Medellín, en Colombia, que, si bien hace parte de una región como América Latina, también ha configurado unas particularidades producto de su historia en las últimas décadas, como por ejemplo el impacto de la violencia y el narcotráfico en la construcción de la masculinidad de los hombres de la ciudad.
La última idea que quisiera rescatar de Gayle Rubin es que, si bien su lugar de enunciación fue el feminismo, y con ello hizo una pregunta por la liberación de las mujeres, en su texto ella demuestra que los sistemas sexo-género no solamente construyen la identidad de las mujeres, sino que también despliegan una serie de dispositivos sobre los varones para garantizar su lugar en el sistema, idea que desnaturaliza las identidades masculinas.
Así, con la apropiación y la popularización de la categoría género, sobre todo en los años ochenta, se dio un desplazamiento de los Estudios de las Mujeres a los Estudios de Género. Los Estudios de las Mujeres habían nacido en los departamentos de Estudios de Política, Filosofía y Ciencias Humanas, y habían poco a poco sistematizado en el campo académico las investigaciones y denuncias realizadas por las mujeres sobre sus condiciones de vida opresiva, y su exclusión y discriminación del campo social, político y económico. Diversos autores han intentado señalar ciertas periodizaciones sobre la producción de conocimiento en torno a las mujeres. Fue en el contexto del proyecto moderno, y especialmente a partir de la Revolución Francesa y la Ilustración (siglos XVII y XVIII), cuando aparecieron con énfasis en Europa, y más adelante en Estados Unidos, los valores de la modernidad, explicitados en los términos Igualdad, Libertad y Fraternidad, apropiados y reinterpretados por autoras como Mary Wollstonecraft y Olympe de Gouges. Esta última pasada por la guillotina por los líderes de la Revolución, al solicitar la ampliación de los Derechos del Hombre y del Ciudadano respecto a las mujeres.7
Desde ellas se creó una tradición de pensamiento y movilizaciones, donde las mujeres comenzaron a reclamar sus derechos como ciudadanas con variada suerte, ya que durante el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX tales principios se les revelan esquivos, especialmente a partir del imperio de la rígida moral victoriana predominante y del conservadurismo político y social del periodo de Guerras Mundiales, y de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial.8
En esta época de posguerra e inconformidad con los gobiernos conservadores de la época transcurre la denominada segunda ola del feminismo, que cumplió un papel central, evidenciando la desigualdad de las mujeres como sujetas de derechos. A las luchas iniciadas por los derechos de las mujeres se incorpora el derecho de las mujeres a controlar su cuerpo –derecho al placer sexual, derecho a la anticoncepción, derecho al aborto, derecho a no ser discriminada por su orientación sexual–, luchas estas que se sustentaban en uno de los principios éticos del feminismo, que afirma “la experiencia personal es política”, colocando en el debate público aquello que hasta entonces parecía ser solo del orden de lo personal y lo íntimo, momento que marcó una tendencia trascendental en el significado político que se le daba a esta lucha.
Cabe resaltar que en este contexto de inconformidad no solo levantaron la voz las mujeres, sino que estuvo caracterizado por la enunciación de las diferencias sociales, políticas y étnicas, que se estructuraron en torno a la aparición y al desarrollo de movimientos sociales, académicos y políticos de alto impacto. Entre otros, se podrían mencionar como significativos y vanguardistas, en su lucha por buscar y demostrar emancipación y diferencia, los movimientos más tempranos, como los estudiantiles de Mayo del 68 o los latinoamericanos, que desembocaron en procesos como la Masacre de Tlatelolco, los movimientos de mujeres, el movimiento afrodescendiente en los Estados Unidos, los movimientos de indígenas en América Latina, el movimiento gay y lésbico y el movimiento hippie.
Desde estas trayectorias, ya hacia los años 70, académicas feministas introducían en la producción del conocimiento la condición de la mujer como aspecto especifico de sus estudios. Se articulaba entonces un movimiento social y académico al servicio de las mujeres, con el propósito de darles voz para hablar de sí mismas.
Surgen así los Estudios de la Mujer como campo interdisciplinario de investigación y producción de nuevos conocimientos, utilizando herramientas teóricas y metodológicas heterogéneas, centradas en criticar la concepción antropocéntrica y falocéntrica de las formas hegemónicas de la producción de conocimiento científico, con el fin de generar puntos de vista desde los cuales construir conocimientos nuevos que permitieran mostrar la situación de las mujeres en diferentes ámbitos. Es a partir de estas discusiones que los estudios sobre las mujeres adquieren relevancia en el ámbito de las Ciencias Sociales, es decir, los estudios sobre las mujeres pasan de ser exclusivamente una práctica política a tener un reconocimiento científico.
Así, todo este conocimiento que se había afincado en los institutos de Estudios de las Mujeres, sirvió de base para la formación de los ahora llamados Estudios de Género. En ese sentido, Burin y Meler plantean que:
Hacia la década del 80, ciertas corrientes de los Estudios de la mujer, en sociedades industrializadas, demostraron tener limitaciones inherentes a la perspectiva unidireccional con que encaraban su objeto de estudio. Una de estas limitaciones consistía en que, al enfocar exclusivamente el problema de las mujeres, se pierde la visión de conjunto, ya que el Otro no es pensado, significado ni deconstruido. Si bien esta situación produjo movimientos críticos, igualmente se reconocen entre sus logros: haber hecho visible lo que no se veía en la sociedad, poniendo en descubierto la marginación social de las mujeres; desmontar la pretendida naturalización de la división sexual del trabajo, revisando la exclusión de las mujeres del ámbito público y su sujeción en lo privado, entre otros.9
Esta transformación en los años ochenta se produjo por varias razones, de las cuales me gustaría resaltar algunas:
  1. La noción de género se volvió de uso frecuente en contextos relevantes como la cooperación internacional, las políticas públicas y las instituciones académicas, pues zanjaba un poco las distancias que se habían tejido entre los movimientos sociales feministas y de mujeres y el Estado, y se convirtió en una plataforma importante para el acceso a recursos para investigación y producción de conocimiento en el contexto de las políticas desarrollistas de los gobiernos de los ochenta y noventa, especialmente en países latinoamericanos, enfocados al tema de intervención, pues se asumía que estos proyectos financiados debían tener efectos en la transformación de las condiciones de vida de las mujeres.
  2. La categoría género buscaba una reflexión más teórica y explicativa que los Estudios de las Mujeres, los cuales se habían centrado, principalmente, en la descripción del lugar de las mujeres, e incluso de los varones en determinados contextos sociales, pero sin lograr un nivel alto de explicación. Esos análisis descriptivos estaban orientados a la comprensión de las formas de división sexual del trabajo o del funcionamiento de los roles de género. Sin embargo, frente a la necesidad de impactar las estructuras mismas de las disciplinas y el conocimiento científico, estos análisis se quedaban cortos, por lo cual la categoría género aparece como una noción más “abarcadora”, que permitiría pasar del análisis descriptivo a las explicaciones de cómo se configura tal o cual orden de género.
  3. La capacidad de la categoría género para realizar explicaciones más estructurales que permitieran ir más allá de la descripción, estribaba precisamente en el carácter relacional de esta categoría. A partir de esta perspectiva de análisis, se proponía que no era posible la comprensión del mundo de las mujeres, de la separación de las esferas pública y privada –la primera para los hombres y la segunda para las mujeres– y, en ese sentido, de sus condiciones de opresión, sin comprender y deconstruir el mundo, espacio o esfera de los hombres, pues la relación entre unos y otros es históricamente dialéctica. Este desplazamiento es central, porque es el que abre la puerta a la necesidad de desneutralizar el lugar masculino para demostrar también no solo su construcción, sino también sus conflictividades, fisuras, quiebres y transformaciones.10
En ese sentido, como ya ha sido varias veces planteado, el género, más que una categoría de análisis de valor descriptivo, se ha convertido e...

Índice

  1. Portada
  2. Título
  3. Derechos de autor
  4. Introducción
  5. Agradecimientos
  6. 1. El género no es solo de mujeres, los hombres también tienen género: opciones teóricas para el estudio de las masculinidades
  7. 2. Huellas del hacerse hombres: los relatos de vida como camino para la comprensión de las masculinidades
  8. 3. “¿Usted no es pues un hombre?”: modelos de ser varón y representaciones hegemónicas de la masculinidad en Medellín
  9. 4. “Usted no es una niña, compórtese como un varón”: agentes de socialización, dispositivos de género y prácticas instituyentes de la masculinidad
  10. 5. Voces que retumban hacia adentro: subjetividades y experiencias del hacerse hombre en la sociedad contemporánea
  11. Reflexiones finales
  12. Bibliografía