Capítulo 1
Cuerpos residuales: Exceso y vacío
Uno no necesita ninguna autorización para hacer cine negro. El film justifica los medios. Crimen organizado. Policía corrupta. Caos político. Prohibición de sustancias. Ajustes de cuentas. Terrorismo. Masacres. Paranoia. Impunidad total. Todos los colombianos conocemos esa historia. Vivimos todos los días una película de cine negro. Así como en Estados Unidos existió la Prohibición, en Colombia tuvimos la tolerancia a las drogas. Desde que Pablo Escobar nos maleducó al enseñarnos las primeras líneas, los colombianos perdimos todas las aspiraciones. Y los políticos, como de costumbre, aspiraron a más; ellos, con su olfato para el negocio (y el negociado), se metieron en el negocio del olfato. No vieron más allá de sus narices, por más que digan que todo se hizo a sus espaldas. Y nosotros, inocentes mortales, tuvimos que levantar la nariz y poner la cara, aunque se nos cayera de la vergüenza.
LUIS OSPINA, “Mi último soplo: ¿Qué es un soplo de vida?”
Uno de los momentos históricos clave del siglo XX en Colombia es el asesinato del candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948 —crimen que se cometió a plena luz del día y en el corazón de la capital—. Testigos oculares agarraron al asesino, lo lincharon y, ya sin vida, su cuerpo fue colgado en los alrededores del palacio presidencial. Gaitán se encontraba en plena campaña presidencial durante la IX Conferencia Panamericana y se perfilaba como el ganador de las elecciones de 1950. Aunque Gaitán se adhirió al Partido Liberal, no pertenecía a la oligarquía dominante, por lo que rompía con los esquemas de parentesco de los candidatos y los presidentes anteriores.
Tal como el historiador Forrest Hylton afirma:
Perhaps the simplest way of grasping the extraordinary character of the oligarchy is to list the kinship ties of its modern presidents. Mariano Ospina Rodríguez (1857-61) was the first self-declared Conservative President of Colombia […]; his son Pedro Nel Ospina held the same office in that of Baldwin (1922-26); his grandson Mariano Ospina Perez, in that of Attlee (1946-50). Alfonso López Pumarejo, the most significant Liberal President of modern times, was a contemporary of Roosevelt (1934-38 and again 1942-45); his son Alfonso López Michelsen, was president (1974-78) in the time of Ford and Carter. Alberto Lleras Camargo, another Liberal, was President in the days of the Alliance for Progress (1958-62); his cousin Carlos Lleras Restrepo during the Vietnam War (1966-70). The Conservative Misael Pastrana succeeded him (1970-74): twenty years later his son Andres Pastrana took up the reigns of power (1998-2002). If Presidential candidates as well as winners were included, the list would be yet longer (An Evil Hour: Uribe’s Colombia in Historical Perspective 53-54).12
De esta forma, el gobierno colombiano desde fines del siglo XIX se plantea como el funcionamiento de una empresa familiar donde los cargos van pasando de generación en generación por líneas de parentesco.
Al 9 de abril de 1948 se le conoce con el nombre del Bogotazo. Al diseminarse la noticia de la muerte de Gaitán la multitud enardecida se tomó las calles de la ciudad destruyendo numerosos edificios públicos y residenciales. Ni el gobierno, ni la policía pudieron controlar el caos. Este suceso produjo un cambio irreversible en la estructura urbana de la ciudad y en las relaciones entre los ciudadanos. El mismo término Bogotazo alude a un golpe, a una fractura y fue, en muchos sentidos, uno de esos momentos donde el vacío del poder habría podido permitir que lo inesperado surgiera y se subvirtiera el régimen de los antiguos sistemas. La violencia que se diseminó a lo largo y ancho del país encuentra un reflejo en la gramática que se generó para representar este golpe violento.
[I]n actuality, what happened was a nationwide outburst, with scenes of violence repeated not only in other large cities but also in small towns of heavy Liberal majority. The Puerto Tejadazo is illustrative. In Puerto Tejada, on the Cauca River south of Cali, enraged Liberals murdered some leading Conservatives, decapitated them, and then played soccer in the main plaza with the severed heads.13 (Bushnell 202)
El Bogotazo fue el suceso urbano más violento en la historia de Colombia del siglo XX.14 Jorge Eliécer Gaitán se enfrentó a la oligarquía desde una posición populista en momentos donde la democratización del poder no llegaba a sus niveles más radicales. Según el economista e historiador Salomón Kalmanovitz, “Gaitán desarrolla entonces una lucha por las aspiraciones popular-democráticas, en forma antagónica con respecto a la ideología y el poder dominantes” (400) y además intenta consolidar un partido independiente, pero su fracaso lo lleva a adherirse al Partido Liberal.
En términos políticos, el Bogotazo llevó a legitimar el bipartidismo en Colombia con lo que más adelante se conocería como el Frente Nacional —alternancia de los conservadores y los liberales en el poder—, excluyendo otros partidos políticos y, al mismo tiempo, conservando —o administrando— lo que otrora se designó como las hegemonías liberales y conservadoras que se habían visto desde 1898 hasta 1958.15 Este bipartidismo —o como diría Forrest Hylton, esta diarquía— ha perpetuado la exclusión de las demandas populares, sobreviviendo por más de cien años:
[W]hereas elsewhere mass mobilizations have created new parties, forced changes in policy, or overthrown governments, in Colombia neither urban populism nor social democracy has ever been allowed to emerge as a national force. Yet this is no dictatorship. With presidential elections held like clockwork every four years, Colombia’s constitutional democracy can boast the longest running two-party system in Latin America; despite the fact that the two factions have often shed each other’s blood, the classic political paradigm -structured, along Iberian lines, by an oligarchic division between Conservatives and Liberals-persists to this day.16 (An Evil Hour: Uribe’s Colombia in Historical Perspective 53)
El periodo del Frente Nacional establece la restricción explícita de cualquier otra fuerza política y la regencia de los periodos presidenciales entre el Liberalismo y Conservatismo.
Muchas de las teorías sobre lo que pasó ese nefasto 9 de abril se encuentran representadas en las novelas de la Violencia.17 María Mercedes Andrade afirma que, en Colombia, dichas novelas son narrativas urbanas y comienzan con un acercamiento a la rebelión popular que surge con el asesinato de Gaitán (3-4). Las narrativas que se aproximan al Bogotazo plantean diferentes hipótesis sobre lo que se esconde —o no— detrás de Juan Roa Sierra, el autor material del asesinato de Gaitán. Dentro de estas narrativas hay algunas que se adhieren a la historia oficial, otras aluden a un complot internacional o a un plan fraguado por el candidato conservador Laureano Gómez.
Además de plantear hipótesis sobre lo ocurrido, estos textos traen consigo los mismos problemas de la desarticulación social nacional, de la carencia de imaginario nacional colectivo del siglo XIX. Es decir, señalan el fracaso del proyecto político bipartidista colombiano y su fractura representativa. De esta manera, y de acuerdo con Andrade, las novelas que tienen como fondo histórico el 9 de abril narran el fracaso de los proyectos políticos de unificación nacional.
Después del Bogotazo, el Partido Liberal se fractura y las elecciones de 1950 las ganan los conservadores con Laureano Gómez, “máximo ideólogo de la derecha fascista-falangista en [Colombia]” (Iriarte 3). De 1950 a 1953 el país sufre continuas oleadas violentas que se pueden leer como réplicas sísmicas del Bogotazo. El constante estado de sitio abarcó casi todo el periodo entre 1949 y 1958. A estas réplicas se les suma el golpe de estado del general Gustavo Rojas Pinilla en 1953, avalado por los tradicionales partidos políticos del país.18 Así, la única dictadura en Colombia durante el siglo XX fue la de Rojas Pinilla (1953-1957).19
Para Kalmanovitz, el periodo del Frente Nacional (1957-1974) significa la legitimación de la democracia restringida y al respecto afirma lo siguiente:
el Frente Nacional significó, en su aspecto más general, la recomposición del bloque de poder, pero también la puesta en práctica de mecanismos y reglas de juego que frenaban la hegemonía de cualquiera de sus fracciones, con un proyecto político y económico acatado por dominantes y dominados […] Liberales y conservadores se resignaban a acordar, por medio de consensos, las políticas económicas y sociales y a repartirse milimétricamente la burocracia del gobierno. No había allí iniciativas audaces ni una línea política definida que pudiera ser desarrollada por los cuadros o mandos medios de una determinada fracción política. Varios observadores han llamado al Frente Nacional un régimen de “democracia restringida” pues sus dos socios ejercían el monopolio del poder, excluyendo por norma constitucional el surgimiento de partidos adicionales o la competencia de partidos ya existentes, como el comunista […] y la democracia cristiana. (424)
En última instancia, el Bogotazo sirvió como pretexto para instaurar un régimen político restringido repartiendo el poder entre las tradicionales oligarquías liberales y conservadoras. Con este trasfondo político no es sorprendente que en Colombia la reorganización de algunos liberales radicales, excluidos de la arena política, se haya dado a través de las guerrillas otrora designadas como autodefensas campesinas.20 La definición del gobierno colombiano como una democracia restringida excluye todas las agrupaciones que no lograban entrar dentro del modelo ultra limitado. Esta es entonces la excepción que más adelante se consolidaría como la contraparte del sistema. A partir de 1964 las autodefensas campesinas se transforman en guerrillas móviles, pasando de una política defensiva a una ofensiva en respuesta a la persecución militar conocida como el “Plan Laso”:
[l]a operación era una aplicación de manual de la doctrina de la contrainsurgencia que Estados Unidos empezaba a experimentar en Vietnam. Después de sobrevivir el cerco y la embestida, las autodefensas formaron el Bloque Sur y en 1966 se constituyeron formalmente en las FARC. Por un largo trecho quedaron bajo la tutela del partido comunista que avanzó todavía más en su línea del IX Congreso de 1961 de “combinar todas las formas de lucha”. (Palacios, Safford, 647)
Debido a la represión, los campesinos que luchaban por la tierra y por la colonización autónoma, terminaron por consolidarse en el papel de antagonistas respecto al gobierno frentenacionalista. Este papel antagónico es el que libera a estas agrupaciones de lo que podría considerarse un residuo social en la medida en que se institucionaliza su existencia, sus modos de operación y su organización representativa.
La configuración de las guerrillas colombianas como aparatos militares, con una clara estructura organizada y constituida, no puede ser considerada dentro del campo de lo residual; no porque sean paraestatales, ni porque hoy en día Colombia, Estados Unidos y la Unión Europea, entre otros, oficialmente clasifiquen a algunas de estas agrupaciones como terroristas, sino por su propia estructura interna. Es decir, las guerrillas tienen un orden y lo residual se caracteriza por una serie de carencias, entre ellas, la carencia del orden que implica una estructura militar. Sin embargo, lo residual puede emerger del enfrentamiento entre las guerrillas y su contraparte (el Estado): como resto, excedente o desecho que se produce y resulta de dicho enfrentamiento.
De esta manera, la organización política colombiana aparece con dos sistemas antagónicos —por un lado, el propio Estado unido a los paramilitares y por otro, las guerrillas— que trabajan como máquinas de producción y reproducción residual, gobernadas por el funcionamiento del mercado. El residuo radical de este enfrentamiento tenderá a ser aniquilado en la medida que ninguno de los sistemas lo pueda captar. En este sentido, una de las características del residuo es la capacidad de resistir la apropiación por parte de cualquier sistema.
A nivel político, Marco Palacios afirma que “las metrópolis y la mayoría de las ciudades colombianas serían islas de legitimidad, mientras que el sur guerrillero y el norte paramilitar serían nichos de poderes fácticos. Quedaría [entonces] un tercer país, acaso el fiel de la balanza”. (352)
Ante este esquemático recuento de la ordenación del país cabe entonces preguntarnos, ¿dónde q...