Filosofía y literatura
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Más allá de qué corte tiene la razón en el conocido "choque de trenes" entre las altas cortes colombianas, el libro explora qué tipo de fenómeno jurídico se presenta en este choque. La autora argumenta que el caso colombiano es un claro ejemplo de pluralismo jurídico estatal. Este vívido ejemplo de pluralismo debilita el mito del monismo jurídico dentro del Estado. Igualmente, debido a su relación con el pluralismo jurídico estatal, el texto explora con precisión y cuidado conceptos de uso continuo en la teoría del derecho y ciencia política como: autoridad, obediencia, desobediencia y diálogo interinstitucional. Además, la obra ofrece una mirada nueva a las consecuencias de la implantación del modelo de derecho jerárquico propuesto por Kelsen y sus limitaciones para desarrollar una dinámica de diálogo y colaboración armónica dentro del Estado.

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Información

Año
2015
ISBN
9789587386363
Categoría
Philosophy
Categoría
Critical Theory
La novela como “aventura”
En muchos casos, sin proponérselo, el arte y la literatura han sabido dar cuenta de las características y conflictos más representativos del contexto del que emergen, razón por la cual Hegel clasificó el conjunto arte, religión revelada y filosofía como el momento autoconsciente y último de la evolución del espíritu absoluto. Para Zuleta esto es uno de los logros más importantes del sistema hegeliano; así que para precisar en qué sentido para él la literatura constituye efectivamente una manifestación autoconsciente de la historia, o en el orden de ideas que venimos desarrollando desde Foucault, un testimonio privilegiado de la ontología del presente, veamos la forma en que distintos momentos y problemas de la modernidad son revelados en detalle con las obras de Cervantes, Kafka y Thomas Mann.
“Aventura”: don Quijote y su “salida” en busca del sentido
En Las palabras y las cosas, Foucault ve en Don Quijote la primera obra moderna porque, en primer lugar, ilustra cómo el Renacimiento dio el primer paso hacia la “época de la significación” o del “ser vivo del lenguaje” cuya exigencia, propiamente moderna, fue la interpretación activa de los signos, contraria a la soberanía de la semejanza de épocas precedentes, y cuya mejor imagen la brinda la metáfora de la naturaleza como un libro abierto (Cf. Foucault, Las palabras 50-52). En segundo lugar, la modernidad de Don Quijote reside, para Foucault, en que además de haber transformado la realidad en signo, al someterla a la interpretación, su novedad radica en que “Don Quijote lee el mundo para demostrar los libros” (Foucault, Las palabras 54), lo que se evidencia en el culto del protagonista hacia las antiguas historias de caballería o en su nostalgia por la época en que mundo y palabra se correspondían de forma directa. De aquí que para Foucault sea tan significativo que en la segunda parte de la novela el mismo don Quijote sea quien lee el libro en busca de su propio ser, es decir, más allá de la interpretación premoderna y más acá de la significación renacentista y contemporánea (Cf. Foucault, Las palabras 55).
A pesar de que Zuleta concuerda con Foucault en que, como lo ilustran ejemplarmente las aventuras de don Quijote, la modernidad consistirá en conferirle significado a la existencia, el pensador colombiano va mucho más allá en un doble sentido: primero, porque define la modernidad como el resultado de una crisis que obliga al hombre a que todas sus producciones y acciones se justifiquen desde sí mismas y no, como otrora, desde la autoridad religiosa o dogmática; segundo, porque la literatura, y el arte en general posterior a Cervantes, tiene como rasgo esencial narrar la crisis de su tiempo y como propósito conferir el sentido que ya no se atribuye desde el prejuicio y el dogma. Analicemos estos dos puntos con detalle.
En cuanto a lo primero, el título que escoge para su estudio sobre Don QuijoteEl Quijote, un nuevo sentido de la aventura— no tiene otro propósito que afirmar cómo la novela de Cervantes, al igual que los grandes acontecimientos de la época (reforma protestante, revolución copernicana, descubrimiento del Nuevo Mundo), cumple con la divisa que según Foucault Kant le asigna a la modernidad y gracias a la cual se posibilita la crítica del presente: “Ten el valor de pensar por ti mismo” (Cf. Foucault, “Qué es la Ilustración” 338 y 339), o lo que es equivalente: “aventúrate a salir de la minoría de edad”, diría el propio Kant. En palabras de Zuleta: “La salida es, sin duda, una salida de la vida cotidiana y de un mundo sin sentido que conduce a nada, al mundo de la aventura y a la búsqueda de conferirle una significación nueva al mundo” (El Quijote 122).
Con don Quijote, entonces la cultura entera se ve enfrentada por primera vez al desafío de interpretar directamente la realidad, “sale”1 y se encuentra con la incertidumbre de un mundo no prestablecido por dogmas o principios incontrovertidos. Ante tan inmenso panorama, el hombre del Renacimiento desde entonces, como don Quijote, se debatirá entre la desmedida significación que es la locura y el rigor crítico —siempre propenso a la censura dogmática—, condición fundamental para construir su propia identidad al margen de las contrarreformistas ideologías que por doquier luchan por sustituir el orden y los valores perdidos.
Desde la redacción de ese testimonio vivencial que es Don Quijote, en vez de rechazar o huir de los conflictos del presente, el pensamiento crítico y la literatura, a la manera de una sublimación psicoanalítica, los “elaborará” sucumbiendo voluntariamente en sus violentos entresijos para someter a prueba la identidad de la cultura desde lo que aparentemente se le oponía: la crisis, la locura, el desarraigo; en síntesis: la pérdida de identidad. De modo que el pensamiento crítico moderno no desestima o rechaza lo que atenta contra su autonomía sin antes reconstruirlo, resignificarlo, reconocerlo, para luego sí significarlo o “elaborarlo”.
En segundo lugar, lo propiamente moderno que identifica Zuleta de la novela de Cervantes va más allá, decíamos, de como lo presenta Foucault en Las palabras y las cosas, porque no solo ve en la actitud aventurera de don Quijote el ethos moderno, sino que, como también decíamos, encuentra allí la característica esencial de toda la narrativa moderna. Por eso asegura: “La aventura, en el sentido fundamental que le confiere la novela —en la medida precisamente en que la novela surge con el Quijote— es la posibilidad de una significación nueva. Así toda la novelística se puede leer como historias de aventuras, pero dándole ese alcance al concepto de aventura” (Zuleta, El Quijote 196).
La razón por la cual Zuleta somete al conjunto de la novela moderna a dicha condición tiene que ver principalmente con el valor que para él tiene el ejercicio artístico, al que concibe siempre guiado por un inconformismo crítico frente a lo establecido. Dicho inconformismo se expresa en una práctica artística cuyo principal propósito es ofrecer una nueva interpretación de los hechos o, lo que resulta equivalente, conferirle sentido al mundo de la vida; pero no a la manera de las fábulas infantiles y sus moralejas morales,2 sino fundamentalmente porque con el lenguaje y el arte, como de modo contundente precisó Heidegger, el hombre dota de sentido o significa la existencia (Cf. Heidegger, “¿Y para qué?” 231). Esta idea la solía ilustrar Zuleta al repetir de forma constante estos versos de Hölderlin: “Lleno está de méritos el hombre, mas no por ellos sino por la poesía, hace de esta tierra su morada [sic]” (Zuleta, Arte 59).
Esto también lo supone Foucault en la distinción que hace un momento mencionamos entre la época de la semejanza —entre las palabras y las cosas— y la ruptura que implicaría el Renacimiento mediante su exigencia de interpretación como única alternativa luego del divorcio entre los signos y las cosas. La forma en que Foucault presenta esto no es en nada ajena a la relación que establecimos entre significación, literatura y sublimación:
Don Quijote […] debe de colmar de realidad los signos sin contenido del relato. Su aventura será un desciframiento del mundo: un recorrido minucioso por destacar, sobre toda la superficie de la tierra, las figuras que muestran que los libros dicen la verdad. La hazaña tiene que ser comprobada: no consiste en un triunfo real —por ello la victoria carece, en el fondo, de importancia—, sino de transformar la realidad en signo. En signo de que los signos del lenguaje se conforman con las cosas mismas. (Foucault, Las palabras 54)
Sin reparar puntualmente en el enfoque desde el que Foucault aborda aquí El Quijote dentro de la semiología, la afinidad que nos interesa establecer entre Foucault, Heidegger y Zuleta tiene que ver con las razones por las cuales don Quijote, y en general el arte, debería conferirle significado a la realidad y en qué sentido esto se identifica como una “aventura” o “desciframiento”, no solo de signos, sino del mundo. Es decir, las preguntas que se requieren despejar son de la siguiente naturaleza: ¿por qué en ese preciso momento de la historia fue necesario (re)significar el mundo?, ¿qué acontecimientos dejaron sin significado el entorno del hombre moderno?
Como Richard Popkin, Eugenio Garin y Rodolfo Mondolfo evidenciaron, el paso del Medioevo a la Modernidad estuvo determinado por violentos acontecimientos que minaron y terminaron destruyendo algunos de los más importantes fundamentos de la cultura europea. Entre esos acontecimientos, el paulatino deterioro del régimen feudal acaecido mientras crecían las ciudades, la reforma protestante, el “descubrimiento” (mejor valdría decir invasión) de América y los aportes a la ciencia de Galileo y Copérnico trajeron como consecuencia una profunda crisis cultural sobre la cual el mundo moderno se levantó. Por esto Garin denomina el periodo de inicio de la crisis como una conjunción, y con ello da a entender que los conflictivos tiempos del Renacimiento representan algo así como el umbral entre la oscuridad medieval y la autoproclamada iluminación renacentista, donde la hegemonía de la Iglesia y de los grandes imperios fue lentamente desplazada por la exigencia de la ciencia racional o demostrativa (Cf. Garin 40). En ese sentido, los discursos de la época pueden verse de forma general como respuesta a dicha crisis.3
De hecho, la urgencia de una reconstrucción del ethos premoderno y de los valores que lo representaron obedeció a que el orden cultural establecido por discursos como el feudalismo o el cristianismo se vino abajo y arrastró consigo la seguridad que a las personas le ofrecían esos dogmas e ideologías. Por esto, y a pesar del optimismo de Kant, la característica principal de la actitud moderna en este conflictivo entorno no es en primer lugar la autonomía del pensamiento, sino, antes bien, el desarraigo y cierto escepticismo producto de la mencionada crisis (Cf. Popkin “Introducción”).
Estas son, pues, las razones históricas que permiten entender la concepción del arte y la literatura moderna que desde Foucault, Heidegger y Zuleta nos habla de conferirle sentido a una existencia aturdida, enajenada y confusa. De allí la caracterización que Zuleta hace de la novela moderna en relación con la historia de don Quijote:
La novela es la presentación de un individuo problemático, en la que se expresan diversas perspectivas, diversos enfoques y formas de concebir el mundo, en juego y en contraste unos con otros. Una misma cosa se puede describir según quién la mire, en el cruce de diferentes perspectivas. La novela es la aventura en su sentido fundamental. Para que haya novela es necesario que el sentido de la vida de un personaje no esté designado de antemano. No se sabe cuál es el desenlace de la aventura de un héroe, así sea un pobre hidalgo arruinado y enloquecido, o una nueva figura que irrumpe en la historia. (Zuleta, El Quijote 38).
La naturaleza problemática e inacabada del personaje de la novela moderna emula, entonces, la angustia, la incertidumbre y el temor del hombre en ese crítico intersticio de la salida de la oscuridad o de la minoría de edad a la que nos invita Kant con la divisa “¡ten valor!”. A la misma salida Foucault y Zuleta se refieren mediante la idea de la aventura para describir la modernidad en términos de una experiencia exploratoria, es decir, un proyecto que carece de fundamentos estables o significados sólidos, prestablecidos e incuestionables. La aventura moderna trata de la experiencia del presente de Copérnico, Erasmo y, particularmente, de don Quijote, porque en su novela Cervantes recrea el desorientado espíritu de la época, que si la comparamos, por ejemplo, con el héroe griego y su incesante lucha contra las Moiras, se puede notar una importante diferencia pese a que las circunstancias de ambos personajes son igualmente críticas o dramáticas. Así, mientras la grandeza del héroe clásico se consigue gracias al auxilio de las deidades, o se debe a las condiciones de origen del personaje —Ulises se define tanto por Ítaca, Penélope y Telémaco como por el amparo de Palas Atenea, esto es, por su imperio, en el mismo sentido que Edipo encarna a Tebas y su destino—; contrariamente, para el caso del personaje central de la novela moderna el carácter que lo define está dado por el abandono de toda fortuna y la imposibilidad de recobrarla del todo; es decir, en el relato moderno el protagonista ya no será un héroe sino, estrictamente hablando, un antihéroe.4
En alguna ocasión, Zuleta abordaba esta diferencia mostrando cómo la congestionada ciudad moderna, a diferencia de la polis griega, gesta en sus elementos constitutivos la crisis de identidad, desarraigo y apatridad comunes al habitante de la gran ciudad y al héroe moderno. Valiéndose de esta consideración, restringe del siguiente modo la idea de aventura que venimos tratando para terminar de precisar su esencial relación con la novela moderna:
Los modernos hacen novelas porque la novela es aventura; pero no en un sentido cualquiera, sino como una aventura fundamental. El personaje de la novela es alguien que no sabe quién es, ni quién puede llegar a ser […] En este sentido hay que tener en cu...

Índice

  1. Introducción
  2. La “experiencia” personal
  3. La “ontología del presente”: Modernidad y ethos crítico
  4. La novela como “aventura”
  5. La experiencia estética como praxis
  6. Conclusión
  7. Bibliografía
  8. Autor