En minga por el Cauca
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En minga por el Cauca

El gobierno del taita Floro Tunubalá, 2001-2003

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En minga por el Cauca

El gobierno del taita Floro Tunubalá, 2001-2003

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La historia de la infancia y de la literatura infantil son historias paralelas. Bajo esta premisa, lo que el presente panorama pretende es mostrar cómo se ha representado la infancia en la literatura infantil colombiana, cómo se ha ido transformando esta representación a medida que cambian las condiciones económicas y sociales y en consecuencia las concepciones pedagógicas y culturales relacionadas con la niñez.

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Capítulo 1
El Cauca y su conflictividad plural: una lectura del contexto

Diego Jaramillo Salgado

El poder de las élites

La historiadora Zamira Díaz (2001) tipificó el inicio de la historia de Popayán, en lo que fue la gobernación en sus orígenes, como la creación de dos repúblicas: de españoles y de indios. Registraba con ello una imagen que luego se reprodujo bajo la forma de una élite aristocrática detentadora del poder político y económico y de una hegemonía cultural, y una base social popular sometida y excluida a través de los diferentes periodos históricos. No solo circunscrita a su capital, sino al conjunto del territorio del departamento que dirigía. Sin embargo, en términos generales, si bien las élites dominantes se acogían a los postulados y formas de vida de la aristocracia española, no es menos cierto que hubo fisuras en su interior que no dejan de ser relevantes para el devenir de su propia historia. De hecho, que Camilo Torres, José Hilario López, José María Obando y Francisco José de Caldas tuvieran su cuna y parte de su ejercicio político en esta ciudad muestra las desarticulaciones del proyecto hegemónico colonizador de la cultura española. La lucha por la independencia de España, la defensa de la liberación de los esclavos, la separación de la Iglesia y el Estado, el desarrollo de las ciencias así lo testimonian, aun si sus postulados se cimentaban en una ideología eurocentrista que no daba cabida a las expresiones propias de la nacionalidad, manifiestas en la pluriculturalidad, ni tampoco a las de “los de abajo”.
De igual manera, los “indios” tampoco eran pertenecientes a un proyecto homogéneo, pues su pluralidad así lo determina; ni eran las únicas etnias excluidas y sometidas en el territorio. Las comunidades afrocolombianas habían sido el sustento de la que Germán Colmenares (1979) denominara sociedad esclavista, es decir, la existencia de una fuerza de trabajo esclavizada por medio de la cual los terratenientes y aristócratas explotaban minas en diferentes lugares de la gran provincia de Popayán. En este caso, predominantemente pertenecientes a población procedente del continente africano.
No obstante ello, fue una hegemonía que se sostuvo al inflingir derrotas a las tendencias liberales, y en especial a las de las sociedades democráticas de mitad del siglo XIX, y a las del liberalismo radical, definido luego como federalista. Consolidada con la Constitución de 1886 y la Guerra de los Mil Días, al iniciar el siglo XX se prolongó como dominante la tendencia aristocrática y conservadora, dentro del predominio de la llamada República Conservadora que gobernó hasta 1930. Sin caer en maniqueísmos, se puede argumentar que el imaginario reproducido en esta ciudad se concentró en núcleos culturales y sociales de los más adversos a la modernidad y a la modernización del país, que se pregonaban como la entrada a la civilización. Su proyecto civilizatorio se anclaba en todas aquellas estructuras que tuvieran que ver con el orden, la tradición, el ejercicio de la autoridad y el proyecto evangelizador de la Iglesia católica. No estaba exento de una mirada racista desde la cual el otro, el indio, el negro, el que desarrollaba trabajos manuales, se situaba distante de las posibilidades de acceso a las cualidades definidas como propias de la razón social que daba reconocimiento dentro de la sociedad.
De la misma manera, eran satanizados los proyectos políticos sociales y culturales que se intentaban implantar en Colombia, como propios de las transformaciones que vivía el país y como copia de los logros de las luchas sociales en Europa y Estados Unidos (Jaramillo 2007), pues los identificaban como expresión de fuerzas telúricas propiciadas por Satán para destruir el orden civilizatorio que había sido consagrado por Dios. Por eso no es extraño encontrar, aun en la década de los ochenta de finales del siglo XX, una resistencia a aceptar procesos de desarrollo económico que condujeran a su industrialización y a la activación de su comercio. Un discurso sobre el trabajo como algo denigrante para las élites y atribuible solo a sectores populares estaba a la base de esta elaboración. Podría pensarse también que le fue concomitante la consideración de que la modernización no haría más que introducir en la vida cotidiana las prácticas pecaminosas que durante toda su vida se obstinaron en condenar. El énfasis en la educación católica y en la aceptación de que el Estado no podía prescindir de sus mandatos, se imponía a lo largo y ancho del territorio; incluso se acudía a la violencia si ello era necesario. No solo así se hizo con comunidades indígenas y afrodescendientes; lo fue también con todos aquellos que se distanciaran de los códigos normativos y religiosos que se imponía desde el Estado, la Iglesia y sus instituciones.
De ahí que los intentos de introducir proyectos liberales y socialistas solo fueron posibles hasta después de aprobarse el Frente Nacional. Partidos como el Socialista Revolucionario (1926-1930) y el Comunista, fundado en 1930, fueron generalmente marginales. La elección de Álvaro Pío Valencia como miembro del concejo municipal de Popayán, en 1944, a nombre del Partido Socialista Democrático, denominación que tuvo durante un corto periodo el Partido Comunista, se produjo más por el significado de su condición de hijo del poeta modernista Guillermo Valencia que por las ideas y el desarrollo político de la organización. Bastaría no más con hacer un seguimiento a la prensa de ese tiempo para encontrar la polémica desatada desde la catedral y los púlpitos de las iglesias por el tamaño del “mal” que se le ocasionaba a la benemérita ciudad. Ese mismo personaje fue nombrado en 1947 decano de la Facultad de Derecho de la Universidad del Cauca, y la presión de la élite aristocrática, conservadora y religiosa, solo le permitió durar una semana en el puesto. También fue marginal que allí estuviera José Vasconcelos, de México; que Antonio García Nossa, reconocido economista y sociólogo, dirigiera la revista de la Universidad del Cauca en 1932 y fuera egresado de esa institución (Castrillón 1989: 107), o que Gilberto Vieira fuera delegado por el Partido Comunista, en 1933, para lograr una ampliación de la base social que apoyaba su organización.
El Cauca no fue un departamento ajeno al largo proceso de la violencia, iniciado en la década de los treinta. Los múltiples asesinatos que se producían en el país en diferentes municipios, antes y después de cada periodo electoral, en la llamada República Liberal, se efectuaron también en varias zonas de esta región. Lo mismo que en el periodo de su acentuación con el asesinato de Gaitán, en 1948. Tanto en Popayán como en Santander de Quilichao y Puerto Tejada hubo reacciones violentas a partir de su muerte. En el oriente fue más crítico en los municipios de Inzá y Belalcázar. En el Norte, en los municipios enunciados, y en Corinto, Jambaló y Caloto, que tenían una significativa tradición de movilización de grupos armados ya desde la década de los treinta. En el centro y occidente, la capital y el municipio de El Tambo se vieron más afectados. Cabe recordar que la existencia de la vía Panamericana como el principal medio de comunicación terrestre del suroccidente del país la convertía en espacio de flujo de sujetos que pertenecían a los bandos en contienda entre liberales y conservadores. Ello hacía imposible que sus territorios y municipios fueran ajenos a los conflictos que se derivaban de esta confrontación. Sin ir muy lejos, es en sus límites con Tolima y Huila, donde se encuentran grupos armados liberales y comunistas que luego darían pie a la formación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) (Molano 1994: 81).
Es cierto que desde la década de los sesenta del siglo XX, el Partido Liberal fue ascendiendo en el respaldo político de sus conciudadanos en la región. Sin embargo, ello no quiere decir que su práctica política y su acción en el departamento se correspondieran con los idearios clásicos que acreditan al liberalismo. Sabemos que con el Frente Nacional se perdieron gran parte de las diferencias entre los dos partidos tradicionales, Liberal y Conservador. De esta manera, la disputa por el control y dirección del Estado solamente se producía en relación con la Presidencia de la República y con el Congreso y las entidades corporativas, como las asambleas y los concejos. Así se fueron formando los caciques que garantizaban el control de sus feudos electorales. En el caso del liberalismo, el control lo ejerció Víctor Mosquera Chaux. Respaldado en relaciones de parentesco, aceptó ser padrino de muchos hijos de familias campesinas y de sectores populares. Fue concejal de muchos municipios, cuando ello era permitido por la legislación electoral. Logró la investidura de designado de la república, representación que se aproximaba a la del vicepresidente actual. Sin embargo, su figuración poco representó para el departamento. Su actuación se correspondía más con la forma nobiliaria, aristocrática, que con un liderazgo que buscara incorporar su región a los procesos de desarrollo que vivía el país. Un sector del liberalismo intentó hacer casa aparte, con un proyecto de izquierda liberal, y rápidamente fue absorbido por el aparato clientelar de liberales y conservadores.16 Aunque no se puede menospreciar, puesto que era un punto de fragmentación de la hegemonía que abría otros caminos en el espectro político.
Lo máximo a que habían llegado diferentes organizaciones de izquierda y de oposición en la región, hasta antes de elegir a Floro Tunubalá para la gobernación, había sido acceder a algunas alcaldías, obtener una minoría de diputados en la asamblea y uno que otro concejal en algunos de los municipios del departamento. Lo mismo podría decirse de su participación en organismos burocráticos del estado. El Partido Comunista, acostumbrado a hacer alianzas con los partidos tradicionales o con sectores que se desprenden de ellos, tuvo puestos de menor relevancia dentro de la administración departamental o de las municipales. La Alianza Democrática M-19, que se formó después de la desmovilización del grupo guerrillero en 1989, siguió el mismo camino de la organización comunista y accedió también solo a mandos medios, después de haber logrado la alcaldía del municipio de Bolívar, en la década de los noventa. Ambas organizaciones persisten en la actualidad en ese tipo de alianzas. Contradictoriamente, el Polo Democrático Independiente (PDI) que devino de la AD-M19 no respaldó la candidatura de Floro Tunubalá y sí la de su adversario. El Partido Comunista tampoco lo hizo orgánicamente, pues consideraba que no era un proyecto ganador, ni tampoco inscrito dentro de su lógica política.
Planteado de esta forma, es claro que la opción institucional y legal de acceso a las direcciones regional y local de la estructura del Estado se presentaba como un imposible. El control económico de una clase social terrateniente, aristocrática y racista a todo lo largo de la República hasta la década de los ochenta del siglo XX, aunado a la de sectores comerciales y de algunos pequeños y grandes industriales, mantuvo una hegemonía que dificulta la consolidación de cualquier proceso alternativo. La hegemonía cultural y religiosa, predominantemente católica, se impone sobre el conjunto de la sociedad y se convierte en una barrera, a veces infranqueable, para que se abra paso otro proyecto. En fin, la institucionalidad y el ejercicio de las élites y clases dominantes que las controlan ejercen una hegemonía que sigue reproduciendo, aun hoy día, muchas de las herencias simbólicas y discursivas de la memoria histórica atribuidas solo a procesos anteriores al siglo XX.

Movimientos sociales y étnicos

La consolidación de esta hegemonía no estuvo exenta de diferentes expresiones de resistencia en su devenir. El hecho de ser uno de los departamentos con mayor población indígena del país, y de predominio del latifundio y del carácter aristocrático de sus élites, hizo que fueran sus grupos étnicos los que irrumpieran en el juego de las relaciones de poder. La memoria histórica se remonta hasta las figuras de la Gaitana, en el siglo XVI, y Juan Tama, en el siglo XVIII, como símbolos emblemáticos de su confrontación con la hegemonía y dominación imperantes (Rappaport 2000). Sin embargo, para los fines de este trabajo interesa resaltar lo que se produjo en el siglo XX.
En particular, el pensamiento y las acciones de Manuel Quintín Lame, y su trabajo con las comunidades indígenas del suroccidente del país, en las décadas comprendidas entre 1910 y 1940 de ese siglo (Castrillón 1973; Rappaport 2000; Romero 2006). Las luchas por la tierra, la abolición del terraje y la superación de la sumisión en que se encontraban los indígenas, lo condujo a una confrontación que se volvió épica tanto para las regiones de Tolima y Cauca, escenario principal de sus actividades, como para las diferentes comunidades indígenas del país que encontraron en sus movilizaciones y en su liderazgo una especie de redención. No solo porque posibilitaba la construcción de principios básicos que podrían conducir a la formación de su identidad, y de reivindicaciones que los sacaran del estado de sumisión, exclusión, sometimiento y degradación humana, sino también porque dicha movilización se producía en un departamento cuya capital era considerada una de las cunas de la aristocracia y de la tradición en Colombia. Quintín Lame, expuesto al público en 1916, atadas las manos y con una soga al cuello, por las calles de Popayán para escarmiento de sus seguidores, así lo confirma (Castrillón 1973: 191). El respaldo de gran parte de la élite aristocrática y política a la ejecución de esa acción deja escrita para la historia una página de su poder avasallador, que aún hoy en pleno siglo XXI no se le ha podido dar vuelta. Los cambios en la práctica de este líder y su retiro del liderazgo, del cual había sido protagónico, dejaron en la memoria histórica sus acciones de las primeras décadas del siglo XX y se transformaron en un símbolo que sería retomado en las posteriores luchas indígenas dirigidas por el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), desde 1971.
A partir del surgimiento en el país de organizaciones socialistas y marxistas, las reivindicaciones indígenas fueron homologadas a las de los campesinos.17 La aceptación de la lucha de clases como el motor de la historia, tal como fue planteado por las organizaciones socialistas y marxistas desde su formación, condujeron a que las luchas de resistencia de las comunidades indígenas fueran inscritas como acciones campesinas para la revolución. Supeditadas, por lo tanto, a la dirección de un proletariado que, así fuera exiguo hasta la década de los setenta, se le atribuía esta función por el papel que Marx le había encontrado en la sociedad capitalista. En esa dirección registramos las acciones del Partido Comunista. Ya a finales de 1934, su periódico El Bolchevique da cuenta de una liga campesina en Jambaló (Findji y Rojas 1985: 100). Luego se produce la realización, el 10 de mayo de 1937, de la Conferencia Regional Indígena y Campesina del Oriente del Cauca. De allí se desprendió la fundación de la Federación Regional Indígena y Campesina del oriente del Cauca, que se inscribía dentro de la tesis marxista d...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Agradecimientos
  5. Introducción Enfrentando la otra Colombia
  6. Capítulo 1 El Cauca y su conflictividad plural: una lectura del contexto
  7. Capítulo 2 Planes de desarrollo alternativos
  8. Capítulo 3 Violencia política, inclusión y gobernabilidad
  9. Capítulo 4 La práctica de gobernar y la cuestión del gobierno
  10. Capítulo 5 Principio y práctica: la lucha para mejorar las políticas sociales
  11. Capítulo 6 La participación: una práctica entre el ejercicio de la ciudadanía y la acción comunitaria y social
  12. Capítulo 7 El arte de negociar
  13. Conclusión Gobernador de todos los caucanos
  14. Bibliografía