Comité editorial de la obra
La Universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias
Gerardo Remolina Vargas, S.J.
Jairo H. Cifuentes Madrid
Arnoldo Aristizábal Hoyos
Nicolás Morales Thomas
Nelson Arango Mozzo
Recopilación de textos
Consuelo Gutiérrez de González
Reservados todos los derechos
© Compañía de Jesús
© Pontificia Universidad Javeriana
Derechos exclusivos de publicación y distribución de la obra
Primera edición: Bogotá, D.C., septiembre de 2008
ISBN de la obra: 978-958-716-121-2
ISBN del tomo: 978-958-716-132-8
Número de ejemplares: 500
Borrero Cabal, Alfonso, S.J., 1923-2007
La Universidad. Estudios sobre sus orígenes, dinámicas y tendencias / Alfonso Borrero Cabal, S.J. -- 1a ed. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2008.
7 v. : ilustraciones, cuadros, diagramas y gráficas; 24 cm.
Incluye referencias bibliográficas.
ISBN: 978-958-716-121-2 (obra completa)
978-958-716-122-9 (v. 1)
978-958-716-130-4 (v. 2)
978-958-716-131-1 (v. 3)
978-958-716-132-8 (v. 4)
978-958-716-133-5 (v. 5)
978-958-716-134-2 (v. 6)
978-958-716-137-3 (v. 7)
Vol. 1. Historia universitaria: la universidad en Europa desde sus orígenes hasta la Revolución Francesa. -- Vol. 2. Historia universitaria: la universidad en Europa desde la Revolución Francesa hasta 1945. -- Vol. 3. Historia universitaria: la universidad en América, Asia y África. -- Vol. 4. Historia universitaria: los movimientos estudiantiles. -- Vol. 5. Enfoques universitarios. -- Vol. 6. Organización universitaria. -- Vol. 7. Administración universitaria.
1. UNIVERSIDADES. 2. UNIVERSIDADES - HISTORIA. 3. MOVIMIENTOS ESTUDIANTILES. 4. ADMINISTRACIÓN UNIVERSITARIA. 5. AUTONOMÍA UNIVERSITARIA. 6. PLANIFICACIÓN UNIVERSITARIA. 7. EDUCACIÓN SUPERIOR - HISTORIA.
CDD 378 ed. 21
Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca General
______________________________________________________________________________
ech. Julio 28 / 2008
LAS CRISIS UNIVERSITARIAS EN LA HISTORIA
El desajuste político causado por la Revolución Francesa y las subsiguientes conquistas napoleónicas devastaron el panorama universitario de Europa, complementado, desde el ocaso del siglo XVIII, con las nacientes instituciones de formación práctica y tecnológica para los entrenamientos militares y las nuevas profesiones exigidas por el auge empresarial, prolífico desde la centuria decimonónica.
En 1789, había en el Viejo Continente ciento cuarenta y tres universidades, de las cuales sólo subsistían ochenta y tres en 1815, pues, en Francia, veinticuatro habían sido abolidas o sustituidas, en doce ciudades, por escuelas especiales o facultades aisladas; en Alemania, dieciocho de sus treinta y cuatro universidades desaparecieron y, en España, sólo diez de las veinticinco universidades preexistentes daban señales de vida. Después de quince nuevas fundaciones, Europa contaba con noventa y ocho universidades hacia mediados del siglo XIX, cuando ya la expansión universitaria cubría casi la redondez del orbe1.
La vigésima centuria, que vivió el agobio de la Primera Guerra Mundial y apenas si dispuso de tiempo para remover escombros y concebir y brillar armas nuevas para la Segunda, encontró cuatrocientas once instituciones de educación superior, con veintiséis en Latinoamérica, más las establecidas por los nuevos Estados del mundo, modeladas al modo de los estilos universitarios nacidos a partir de 1800, insertas en los nuevos escenarios que transformaban la fisonomía cultural, política, científica y económica del universo, y a la vista de una demografía inflada y trashumante.
Recogida la primera gran cosecha de la Revolución Industrial, cifras aproximadas a unos cuarenta millones de emigrantes europeos, y de chinos unos nueve quizás, dejaron sus continentes para cruzar los mares. Aquéllos, a América y a Australasia. Los amarillos, en parte, hacia los mismos destinos o a intentar fortuna en la orla tropical y la Rusia asiática.
¿Cuántas de estas y otras migraciones retornaron?, imposible calcularlo. Los muchos más permanecieron porque con tal propósito habían emigrado y contribuyeron a poblar la periferia del globo. Antes de la aviación comercial, otro vuelco de los medios de transporte y comunicación avecindaba las relaciones intercontinentales. Se abulta el intercambio de productos en masa.
La industria pulula. Entretejió y compactó mercados. Apretó las ciudades. Pero la pujanza productiva demostraba mayor fuerza, y fuerza mayor en la Europa noroccidental donde tan magno incremento había nacido. Luego, en los Estados Unidos y en el polo opuesto de Japón, que anunciaba las primicias precursoras de su despampanante desarrollo2.
El auge incipiente de las comunicaciones, hijo de la industria, acercó las culturas, pero sin unirlas. Les redujo distancias pero les interpuso lejanías espirituales. Ortega y Gasset describe las causas y efectos de la barahúnda cultural a la manera de bocanadas y montones de hombres proyectados sobre la historia con premura acelerada. Si no era fácil saturarlos de la cultura hallada en tierras desconocidas, menos aún podrían mantenerse asidos a las raíces de la tradición, dejadas en el albergue lejano de sus mayores.
Las universidades crecían y aumentaban. Aparecen los montajes postsecundarios y de la educación permanente. Hubo anticipos de una inminente crisis educativa. Dominio de las ansias industriales y comerciales interesadas en instruir las masas en las técnicas de la vida moderna, sin lograr educarlas3.
Todo esto se sentía en el orto del siglo. El progreso industrial congestionaba las ciudades y transformaba los regímenes de la vida humana. El enorme progreso material se dejó venir combinado con el empobrecimiento y la confusión de la cultura.
Otra pincelada significativa parte de los días previos a la Primera Guerra, y se alarga y acentúa cuando el segundo conflicto bélico termina. En la primera posguerra, la humanidad recogió los fragmentos de una cultura desarticulada. Junto a las presiones actuantes a lo largo de la guerra, hubo fuerzas no menos poderosas en cada nación, corrosivas de la unidad cultural del mundo y la integridad intelectual. Hermann Goering, designado primer ministro de Prusia en 1933, diría echar mano al revólver cuando oyera la palabra cultura.
A partir de 1920, afirma David Thomson, se dio “el divorcio entre el artista creador y su público, advertido en 1914”. El desarrollo artístico develó la manía de formar agrupaciones e intentar experiencias esotéricas, torturando esfuerzos de autoexpresión, sólo apreciables por quienes se situaban por fuera del resto de la humanidad. En la poesía y las bellas artes, los artistas de nueva generación consideraron inadecuadas las líneas suaves para expresar la ansiedad incierta de la posguerra, y prefirieron la expresividad del verso libre, la disonancia y el surrealismo. En pintura y en poesía, el gusto cubista discurrirá del dadaísmo hacia el surrealismo, proclamando en el trayecto los elementos del absurdo en el arte y la identidad de los contrarios.
Los rasgos principales de la actividad cultural en Europa sumaron el resultado de los conflictos internos, ya existentes en 1914, exagerados por las relaciones contra el nacionalismo posbélico. Digo nacionalismo, pues no obstante su fuerza centrípeta, las nuevas tendencias culturales y artísticas viajaron por el mundo en alas de los nuevos medios de la comunicación.
La nueva cultura fue de las masas. A raíz de estos hechos, prosigue Thomson, “el consumo de la cultura en los tiempos modernos superó su producción, y la historia cultural en los años entre las dos guerras no puede apreciarse sólo a la vista de sus nuevos escritores y artistas. Los medios de difusión de la cultura se desarrollaron mucho más de lo logrado hasta entonces”, y quizás más que la cultura misma. La nueva cultura se internacionalizaba, pese a los esfuerzos por nacionalizarla. Esfuerzos hubo para hacerla más doméstica e interna, y espiritualizarla. Pero aun el arte ruso, imán de tantas novedades, fracasó en su doble propósito. También sucumbieron los propósitos de sistemas fascistas de Italia, Alemania y España, durante el estrecho espacio de aparente paz.
Por las fronteras del saber, la producción y el consumo de nuevas ideas se superaron más en las ciencias que en las artes. Los países occidentales –;afirma Thomson–; concederán medios mayores al servicio de la educación científica y tecnológica, los gobiernos dedicarán cuantiosas sumas para la investigación científica e industrial. La ciencia develó su rostro escondido: la tecnología. En muchos aspectos, la Primera Guerra Mundial fomentará el acopio de conocimientos científicos útiles. Los medios y el saber médicos se amplían en casi todos los países.
Las ciencias matemáticas y físicas progresaron y retuvieron su índole internacional, y en los años treinta se toparon con crecientes obstáculos por parte de los celosos Estados de partido único, mientras en los democráticos el saber científico se acumulaba y circulaba con amplia libertad. Después de 1945 los hombres de ciencia tendrán motivos para preocuparse por el conflicto entre las exigencias nacionalistas y sus deberes humanitarios y por la búsqueda objetiva de la verdad, conflicto que tanto había atosigado, dos decenios atrás, a los hombres de letras.
Entretanto, lo político, visto en conjunto el escenario mundial de 1914, muestra como rasgo sobresaliente el impacto de las potencias expansionistas sobre las de corte más antiguo y poco elásticas, y el efecto sobre las relaciones entre las potencias expansionistas. Tal era el esquema de la situación. Rusia, Japón, Gran Bretaña, Alemania y Francia chocaban en China, y Rusia, Italia, Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos, en el Imperio Otomano. Los impactos estimularon la revolución nacionalista, seguida de otras rebeliones nacionales, algunas separatistas en el seno de esos antiguos imperios.
Así era la situación de Europa tras un semi-internacionalismo que organizó las naciones en dos grupos, sin ofrecerles vínculos de amistad. Apenas si pueden concebirse condiciones más desfavorables para la paz y la guerra. El equilibrio era tan delicado, que un soplo podría destruirlo, y las enormes fuerzas de ambos lados estaban tan equiparadas, que una lucha entre ellas sería arrolladora. En ese sentido, el éxito mismo del equilibrio de poder fue su némesis.
La ruptura del equilibrio hacia la guerra aconteció el 28 de junio de 1914. Por la acción magnicida de un estudiante, el archiduque Francisco Fernando, heredero al trono de Austria, y su esposa cayeron asesinados en Sarajevo. Lewis Feuer señala algo por lo general dejado en el olvido: el asesinato de Sarajevo fue también consecuencia del conflicto generacional y de la imposición de rasgos psicológicos del movimiento estudiantil al proceso de cambio político.
A comienzos del siglo XX germinó en Bosnia una nueva clase estudiantil, producto de las becas y subsidios otorgados por el gobierno servio a las sociedades de beneficencia. Hijos de campesinos bosnios fueron a las universidades de Belgrado, Zagreb y Viena. Allí los compenetró la literatura revolucionaria de Bakunin, Ibsen, Kropotkin. Aprendieron a odiar la mentalidad campesina y sumisa de sus padres, mientras se asqueaban de los austrohúngaros opresores. En 1913 el gobierno austríaco introdujo algunas revisiones reformistas de corte liberal.
Todo en vano. Los jóvenes, impacientes, miraban con desdén esta situación medieval del parlamento. Para ellos, los partidos políticos existentes, voceros de la burguesía, recurrían de modo exclusivo a procedimientos legales, y eran sólo el reflejo de una vieja generación condescendiente. La nueva generación, la joven...