La idea de la filosofía y el problema de la concepción del mundo
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¿Cuál es la tarea de la filosofía?, se pregunta el joven Heidegger cuando todavía retumba el eco de los morteros de la I Guerra Mundial. ¿Qué novedades aporta en su diálogo con filósofos de la talla de Dilthey, Rickert, Natorp o Husserl? En otras palabras, ¿qué actitud adopta frente a la hermeneútica, al psicologismo, al neokantismo o a la fenomenología? He ahí algunas de las cuestiones fundamentales que se plantean en estas primeras lecciones de Heidegger, mientras éste inicia su prometedora carrera académica en la Universidad de Friburgo (1919-1923) como asistente de Husserl.

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Información

Año
2012
ISBN
9788425429880
LA IDEA DE LA FILOSOFÍA Y EL PROBLEMA DE LA CONCEPCIÓN DEL MUNDO
Semestre de posguerra de 1919
[3] CONSIDERACIONES PRELIMINARES1
Ciencia y reforma universitaria
El problema que el presente curso pretende delimitar, desarrollar y solucionar parcialmente irá mostrando, de una manera radical y decisiva, lo incongruentes e incluso extrañas que resultan en sí mismas las siguientes observaciones introductorias.
La idea científica que se persigue es de tal naturaleza que, una vez alcanzamos una posición metodológica realmente genuina,2 nos vemos obligados a salir y dar un paso más allá de nosotros mismos para volver metodológicamente sobre aquella esfera que siempre permanece extraña a la problemática más propia de la ciencia que se pretende fundar.
Esta modificación violenta, esta transformación, incluso esta desconexión de la simple conciencia de la vida inmediata no es algo accidental, que dependa de una organización o distribución arbitrarias del material seleccionado para este curso o que se sustente en un llamado «punto de vista» filosófico; más bien, se evidenciará como una necesidad que se funda en la naturaleza objetiva del problema como tal y que responde a la específica constitución de los problemas de la ciencia en general.
De este modo, la idea de la ciencia y cada elemento de su genuina realización irrumpen en la conciencia inmediata de la vida, provocando en la misma algún tipo de transformación; traen consigo una nueva actitud de la conciencia y, con ello, dan pie a una forma específica de actividad de la vida del espíritu.3
Sin embargo, esta irrupción de la idea de ciencia en el contexto de la conciencia natural de la vida sólo se da en un sentido primordial y radical, en el marco de una filosofía entendida en términos de ciencia originaria.4 [4] Pero también se da hasta cierto punto y en un sentido derivado, en cada ciencia genuina en función de su particular finalidad cognitiva y de su constitución metodológica.
A la especificidad de los problemas de una ciencia le corresponde en cada caso una forma típica de organizar la conciencia. Los caracteres esenciales de tal organización pueden llegar a gobernar una conciencia. Y de una forma cada vez más pura, esta conciencia se traduce en un complejo específico de motivaciones. La ciencia se convierte así en un hábito de la existencia personal.
Dentro del particular mundo vital dominante en cada uno, la existencia de toda persona establece en cada uno de sus momentos una relación con el mundo, con los valores motivacionales del entorno inmediato, de las cosas de su horizonte vital, de las otras personas y de la sociedad. Estas relaciones vitales pueden estar impregnadas –de muy diversas maneras– por una forma genuina de actividad y de vida: por ejemplo, la forma científica, religiosa, artística o política.
El hombre científico, por tanto, no se encuentra aislado. Pertenece a una comunidad de esforzados investigadores que, a su vez, establecen una amplia red de relaciones con sus estudiantes. El contexto vital de la conciencia científica se plasma objetivamente en la formación y organización de las academias científicas y de las universidades.
La reforma universitaria de la que tanto se habla anda totalmente errada y desconoce por completo toda auténtica revolución del espíritu, cuando ahora se enzarza en proclamas, asambleas de protesta, programas, órdenes y alianzas: medios contrarios al espíritu, y al servicio de fines efímeros.
Todavía no hemos alcanzado la madurez suficiente para poner en marcha reformas genuinas en el ámbito de la universidad. Alcanzar la madurez para llevar a cabo esas reformas es tarea de toda una generación. La renovación de la universidad implica un renacimiento de la auténtica conciencia científica y de sus lazos con la vida. [5] Ahora bien, las relaciones con la vida sólo se renuevan volviendo a los auténticos orígenes del espíritu. En calidad de fenómenos históricos, estas relaciones precisan de la paz y de la seguridad de una consolidación genética; dicho en otras palabras, precisan de la interna veracidad de una vida cargada de valor y en proceso de construcción. Sólo la vida hace «época» y no el ruido de frenéticos programas culturales. La tentación cultivada por doquier en las ciencias particulares –desde la biología hasta la historia de la literatura y del arte– de armarse de una «concepción del mundo» científica a través de la gramática fraseológica de una filosofía contaminada ejerce una fuerza paralizante, al igual que el «espíritu activo» de los jóvenes que se dedican a la literatura.
Pero de la misma manera que el temor reverencial del hombre religioso deja a éste en silencio ante su misterio último, de la misma manera que el verdadero artista sólo vive para su obra y detesta toda la palabrería artística, el hombre científico sólo resulta productivo cuando se deja llevar por la fuerza de una investigación genuina.
El despertar y la intensificación del contexto vital de la conciencia científica no es objeto de un examen de carácter teorético, sino vida que se da de manera previa y ejemplar [respecto a la actitud teorética] –no es objeto de una reglamentación práctica, sino el efecto originariamente motivado por el ser personal e impersonal. Sólo así se construyen el tipo de vida y el mundo de la vida propios de la ciencia. En este contexto, la ciencia se desarrolla de dos formas: [por un lado,] es una forma de vida genuina y fundamental (es decir, responde al tipo de investigador que vive absolutamente entregado al tema y a la búsqueda de explicaciones de su problemática); [por otro lado,] se convierte en un elemento habitual que, junto a otros, domina los mundos de la vida no científicos (el tipo de profesional con una formación científica de carácter práctico, para quien la ciencia conserva un significado propio e indeleble). He ahí dos formas de conciencia científica que sólo se realizan verdadera y plenamente cuando surgen de una llamada interior. «¡Hombre, sé esencial!» (Angelus Silesius).«Quien pueda entender, que entienda» (Mt 19, 12).
[6] La idea de ciencia exige implícitamente un desarrollo metodológico de los problemas y nos plantea la tarea de una explicación preliminar del verdadero problema [que nos ocupa].
Esta tarea incluye un análisis que borre todas aquellas preconcepciones ingenuas y todos aquellos toscos malentendidos que constantemente distorsionan el tema [de la investigación]. De esta manera, el pensamiento conquista la dirección que determina esencialmente nuestro tratamiento del problema en cuestión; los diferentes pasos del pensamiento y las fases del análisis del problema se hacen visibles en su teleología metodológica.
[7] INTRODUCCIÓN
§ 1. Filosofía y concepción del mundo
a) La concepción del mundo como tarea inmanente de la filosofía5
A primera vista, el intento de comprender el sentido del tema [que estamos tratando] puede sorprender a más de uno por su trivialidad, excusándolo como un material adecuado para uno de aquellos cursos de formación general impartidos de tiempo en tiempo y que tanto agradan a los asistentes. Todos tenemos una idea más o menos clara de la filosofía, especialmente en la actualidad, en la que el hablar y el escribir sobre filosofía casi forma parte de las buenas maneras. Hoy en día, la concepción del mundo es un asunto espiritual que incumbe a cualquiera: el labriego en la Selva Negra tiene su concepción del mundo, que coincide con el contenido doctrinal de su confesión; el obrero de la fábrica tiene su concepción del mundo, cuya esencia consiste probablemente en considerar y valorar toda religión como algo pasado de moda; evidentemente, el llamado hombre culto también tiene su concepción del mundo; los partidos políticos tienen su concepción del mundo. Actualmente se habla del antagonismo existente entre la concepción del mundo anglo-americana y la alemana.
Ahora bien, cuando uno se esfuerza por desarrollar una concepción del mundo más elevada, autónoma y propia, cuando uno cultiva un pensamiento libre de dogmas religiosos o de cualquier otro tipo de dogmas, entonces se puede decir que filosofa. Los filósofos ostentan el título honorífico de «grandes pensadores» en un sentido eminente. Se les considera «grandes» no sólo por la agudeza y coherencia de su pensamiento, sino todavía más por su amplitud de miras y por su profundidad. Los filósofos experimentan y escrutan el mundo con una acrecentada vitalidad interior, penetrando en su sentido último o, incluso, llegando hasta su origen; asimismo, contemplan la naturaleza como un cosmos gobernado por las leyes últimas del movimiento y [8] de la energía. De acuerdo con su vasto conocimiento de las ciencias particulares, del arte y de la literatura, de la política y de la sociedad alcanzan una comprensión última de estos mundos espirituales. Algunos [filósofos] resuelven los problemas últimos permaneciendo anclados en el dualismo de naturaleza y espíritu, otros reconducen estos dos mundos a un origen común –Dios– que, a su vez, es concebido extra mundum o bien es identificado con la totalidad del ser. Algunos interpretan todo aquello que es espiritual como algo natural, mecánico o energético; y, a la inversa, hay otros que interpretan toda la naturaleza en términos de espíritu.
En el marco de estas concepciones fundamentales del mundo y con ayuda de las mismas, el hombre da con las «explicaciones» e interpretaciones de su vida individual y social; se descubren el sentido y la finalidad de la existencia humana y de la actividad cultural del hombre.
Dicho de otro modo, los esfuerzos de los grandes filósofos se dirigen a algo que en cualquier sentido es último, general y universalmente válido. La lucha interna con los enigmas de la vida y del mundo busca llegar a la calma estableciendo la naturaleza última de ambas realidades. Expresado en términos objetivos: toda gran filosofía se consuma en una concepción del mundo, toda filosofía –en la que se expresan sin restricciones sus tendencias más íntimas– es metafísica.
La formulación de nuestro tema adquiere un s...

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