El sentido de la locura
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El sentido de la locura

La exploración del significado de la esquizofrenia

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El sentido de la locura

La exploración del significado de la esquizofrenia

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Información del libro

La obra que el lector tiene en sus manos analiza esa experiencia que solemos denominar locura, esquizofrenia o psicosis, la cual se halla presente en todas las sociedades y, hasta donde alcanza nuestro conocimiento, en todas las épocas, ya que la tendencia de la mente a desviarse de lo que una sociedad determinada considera «normal» y aceptable, junto con la propensión del resto de los miembros de dicha sociedad a sancionar estas desviaciones, es uno de los aspectos centrales de la naturaleza humana. El sentido de la locura es una lectura esencial para los profesionales de la salud mental, así como para los pacientes y para sus familiares.

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Información

Año
2015
ISBN
9788425428906
1.
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Introducción
Dado que, en muchos sentidos, este es un libro sobre historias, hemos decidido que la mejor manera de comenzarlo era explicando una de ellas. Una historia real.
Una joven madre pasa las noches en casa pensando en su problema. Sus dos hijos, de dos y cinco años, están durmiendo y su marido está trabajando en el turno de noche de una mina de carbón. No regresará hasta la madrugada. Le preocupa el curso reciente de su vida y se da cuenta de que después de poner a dormir a los niños no es capaz de pensar en nada más. Noche tras noche regresa a los mismos problemas de siempre, a las mismas viejas preguntas, y se da cuenta de que su búsqueda de respuestas la lleva a los mismos callejones sin salida.
A medida que pasan las semanas se mantiene el contenido de sus pensamientos, pero la forma de pensar en su situación empieza a cambiar y pasa de un diálogo interno en un diálogo externo. Descubre que en lugar de darle vueltas interminables a sus pensamientos ha pasado a discutirlos con su propia cabeza que, como por milagro, aparece en la esquina del techo de su dormitorio y la mira, hablando con ella y compartiendo ideas y sugerencias sobre formas de enfrentarse a sus circunstancias actuales. Su cabeza se manifiesta casi todas las noches y la joven descubre que las discusiones que mantiene con ella son más provechosas que darle vueltas mentalmente a sus ideas.
Después de varios meses de discusiones nocturnas, la joven madre y su cabeza sin cuerpo dan con una solución. Esta es sencilla: lo único que tiene que hacer es quitarse la vida. Ahora lo tiene muy claro. No obstante, esta solución genera otro problema: ¿qué pasará con los niños? Dejarlos atrás sería cruel. De hecho, dadas las circunstancias le resultaría imposible hacerlo. Encuentra la solución a este dilema después de hablar con su cabeza. De nuevo, la solución es sencilla y obvia. Primero matará a sus dos hijos y luego acabará con su propia vida, asegurando de esta manera la huida de todos ellos y que los niños no tengan que enfrentarse solos a la situación.
Parece muy claro y sencillo, pero la mujer siente que algo no encaja del todo. Por algún motivo la solución no le parece correcta. Decide visitar a su médico de cabecera esperando que él pueda hacer algo para evitar tener que acabar con su vida y con la de sus hijos. Decide no empezar a explicárselo hablando de las discusiones que ha estado manteniendo con su cabeza. En cambio, empieza mencionando otro problema que ha estado experimentando. Está convencida de que su forma de caminar es extraña y de que al andar inclina su cuerpo hacia un lado. Cuando se lo explicó a sus familiares ellos le restaron importancia a su preocupación diciendo que caminaba perfectamente. Ella cree que su familia miente y que, por algún motivo, le ocultan algo. Habla con su médico de ese problema con la forma de caminar y, como era de esperar, él le pide que camine por la consulta. El médico no observa nada destacable y así se lo hace saber. Ella cree que el médico se ha aliado con su familia. El médico nota que la joven está alterada y, dado que nos encontramos en los primeros años de la década de 1960, le receta fenobarbitona, un fármaco que ella acaba no tomando. A pesar de estar buscando ayuda desconfía de la medicina desde que, cuando estaba embarazada de su segundo hijo, le ofrecieron talidomida y la rechazó. A continuación el médico, claramente convencido de que la joven tiene un problema mental, le dice que si no deja de pensar de esa manera se verá obligado a enviarla a un hospital mental para que la visite un psiquiatra. La mujer percibe esta afirmación como una amenaza velada, se asusta aún más y decide (podríamos decir que sabiamente) no decir nada acerca de sus problemas. El médico no llega a enterarse de sus conversaciones con la cabeza.
Al final la joven no acaba con su vida ni con la de sus hijos. En cambio, decide abandonar a su marido, algo que no le resulta nada fácil porque cuenta con pocas fuentes de apoyo. Al cabo de un tiempo de haber dejado a su marido descubre que las discusiones con su cabeza han acabado por desaparecer y deja de tener la sensación de que se inclina hacia un lado al caminar.
La historia anterior nos plantea varias cuestiones importantes e ilustra muchos de los temas que esperamos explorar en este libro. ¿Cómo debemos interpretar la experiencia de esta mujer? ¿Está loca? ¿Tiene una enfermedad mental? ¿Necesita ayuda? ¿Qué tipo de ayuda? También podemos preguntarnos por sus hijos. ¿Están seguros? ¿Está ella segura? Además podemos preguntarnos cómo interpreta esta mujer sus problemas, ya que es evidente que la perturban. En este punto el carácter de algunas de estas cuestiones es más bien académico, ya que la situación tuvo lugar en los años sesenta del siglo pasado y la mujer y sus hijos, ya adultos, están bien y protegidos. Ya no tiene experiencias de esa intensidad que hagan que nos preocupemos por su seguridad o la de alguna otra persona. Nunca ha tenido contacto con los servicios de salud mental. Sin embargo, a pesar de que estos acontecimientos sucedieron en un pasado algo lejano, el hecho de valorar las posibles interpretaciones de la historia de esta mujer sigue siendo algo potencialmente fructífero. Aunque es evidente que los detalles que componen su historia son únicos, también tiene elementos comunes con las experiencias de otras personas, por lo que la cuestión de cómo interpretarlas sigue siendo relevante.
Valoremos, en primer lugar, la relación entre la mujer y su médico de cabecera. Ella temía que si le explicaba toda la verdad al médico este pensaría que estaba loca y la trataría de acuerdo con esta idea, probablemente enviándola al «hospital mental». En este sentido no cabe prácticamente ninguna duda de que ella llevaba razón. Su historia puede considerarse desde un punto de vista clínico, contando con un vasto volumen de literatura dirigido a investigar, interpretar y «tratar» este tipo de experiencias. No cabe duda de que desde esa postura que, a efectos de este ejemplo, asumimos que es la que hubiera adoptado su médico, sus experiencias serían consideradas indicios de una enfermedad mental. Si utilizáramos la terminología médica diríamos que estaba sufriendo psicosis: alucinaciones de naturaleza visual y auditiva con ideas delirantes acerca de su manera de caminar y una conspiración de su familia según la cual le ocultaban cosas. Tanto en ese momento de los años sesenta como en la actualidad, lo más probable sería que el hecho de compartir sus experiencias con su médico le hiciera recibir un diagnóstico de esquizofrenia. Dados los aspectos de riesgo aparente, en lo que se refiere a su seguridad y a la de sus hijos, sus temores se hubieran hecho realidad y hubiera sido hospitalizada y, tanto entonces como hoy en día, la medicación hubiera sido la piedra angular del tratamiento que hubiera recibido.
Sin embargo, el punto de vista clínico, personificado e impuesto por su médico, no es el único punto de vista posible ante la experiencia de esta mujer. También podría haber pedido la opinión de su familia y sus amistades. Habría hablado con ellos de su preocupación acerca de su forma de caminar, inclinada hacia un lado, pero les había ocultado aquellas partes de su experiencia que creía que les alarmarían. Cuando mencionaba sus problemas a su familia se sentía rechazada por ella y sospechaba que si tuvieran más información sobre su situación también pensarían que sus experiencias señalaban la existencia de algún problema grave mental. Creía que pensarían que estaba loca y que lo más probable sería que intentaran ingresarla y tratarla con medicamentos. Daba por sentado que habrían sentido que sus experiencias superaban las experiencias suyas y que hubieran buscado la ayuda de profesionales médicos más preparados que ellos para tratarlas.
Su temor a las posibles interpretaciones y respuestas de la medicina y sus familiares y amistades ante los aspectos más inusuales de sus experiencias hicieron que la joven optara por no compartirlas. En cierto modo, esa decisión multiplicó su malestar, haciendo que se sintiera mucho más sola con el conjunto de su situación y más insegura sobre la manera de interpretarla. Evidentemente podríamos decir que, en efecto, el hecho de no compartir su historia con esas personas significativas evitó que su familia o la medicina pudieran ofrecerle cualquier tipo de ayuda. También debemos reconocer que, en realidad, la mujer no preguntó a sus familiares cuál era su opinión acerca de su experiencia de hablar con su cabeza sino que dio por sentado cuáles serían sus pensamientos basándose en lo que sabía de ellos y en sus respuestas frente a sus otras dificultades. Es posible que estuviera equivocada. Sin embargo, independientemente de que sus presunciones sobre la reacción de los demás fueran o no correctas (y sospechamos que lo eran), su historia sirve de ejemplo para ilustrar los diferentes puntos de vista que pueden adoptarse ante este tipo de experiencia.
Es evidente que cuando nos preguntamos cómo interpretar la historia de esta mujer, tanto la opinión clínica profesional de su médico como la visión lega de sus familiares y amistades tienen importancia. Estos elementos aportan mucha información sobre cómo interpretar tales experiencias desde esos diversos puntos de vista y nos dan algunas ideas sobre posibles respuestas para la persona que sufre esas experiencias. En esta situación se produjo un solapamiento notable entre el punto de vista médico y el de la familia, algo que no siempre se da, como veremos más adelante (capítulo 4). También es importante darse cuenta de que los puntos de vista que se expresan en estas historias son ejemplos concretos de la forma de entender estas experiencias que tienen los clínicos y la gente lega en la materia. Cada uno de estos grandes marcos (el profesional y el lego) abarca un amplio abanico de maneras de entender el tipo de locura experimentado por la joven. También más adelante exploraremos en mayor profundidad el rango y la diversidad de formas de comprender la locura que descubrimos en la literatura profesional (capítulo 5) y en la investigación dedicada al estudio de los miembros de la familia y de otras formas de entender la psicosis desde el punto de vista de la gente lega en la materia (capítulo 4).
A pesar de ser muy ilustrativos, no cabe duda de que los puntos de vista profesionales y los que no lo son no son exhaustivos en términos de la diversidad de posturas desde las que se pueden entender las experiencias de este tipo. Otro punto de vista importante que en numerosas ocasiones se pasa por alto en el estudio de la esquizofrenia y la psicosis es el de la propia persona que vive las experiencias, o sea, la mujer joven en el caso que nos ocupa. ¿Es posible que ella misma pudiera arrojar algo de luz sobre estas experiencias tan inusuales y angustiosas? Tal vez deberíamos tener en cuenta el consejo del gran psicólogo americano George Kelly (195, pág. 322) que, no sin cierta ironía, sugirió: «Si no sabes cuál es el problema de una persona, pregúntaselo: tal vez te lo diga». Kelly se refiere a la insensatez que su-pone dar por sentado que solo los «expertos» están capacitados para hacer observaciones inteligentes sobre las experiencias subjetivas de los pacientes; una insensatez que, desgraciadamente, se sigue observando en buena parte de la literatura científica actual sobre los problemas de salud mental y los enfoques clínicos adoptados para ofrecer ayuda a los individuos que sufren tales experiencias.
Así pues, volvamos a la historia de nuestra mujer joven y veamos si, desde su punto de vista singular basado en una experiencia vivida, es capaz de ayudarnos a dar algo de sentido a la situación que estaba atravesando cuando empezó a hablar con su propia cabeza y a diseñar su plan para acabar con su vida y la de sus hijos. Al recordar aquella época la mujer, que ya tiene más de sesenta años, comenta:
El peligro que corría mi vida era muy real. Más o menos a diario, cuando volvía de trabajar, mi marido me daba unas palizas enormes. Esas palizas eran tan terribles que estoy convencida de que si no hubiera huido de aquella situación hubiera acabado matándome. Me sentía avergonzada, como si las palizas fueran culpa mía, y no había nadie a quien poder acudir. Mis amigos y mi familia me rehuían y o bien no veían, o fingían no ver, los moratones que me provocaban las palizas. Me sentía atrapada por la situación y no era capaz de ver ninguna salida. Hablar con mi cabeza al menos me proporcionaba una vía de escape para parte de mi sufrimiento y me permitía valorar mis opciones desde puntos de vista diferentes. Acabar con mi vida y con la de mis hijos era mejor que ser asesinados por él. Me llevó un tiempo comprender que existían otras alternativas y que, aunque fuera difícil, podía abandonarlo, como hice al final, y seguir vi-viendo con mis hijos. Era la década de 1960 y, en aquella época, las mujeres maltratadas no disponían de demasiadas fuentes de apoyo. En cuanto al motivo por el cual creía que caminaba de lado... bueno, ¿eso es raro, no?
Por lo tanto, aquí encontramos otra interpretación de las experiencias inusuales de la mujer. Podemos pensar que esas vivencias, o al menos algunas de ellas, tienen una relación importante con las experiencias que vivió. Lo que ella sugiere, concretamente, es que es posible comprender su locura en el contexto de las circunstancias que rodeaban su vida en aquella época. A pesar de el comentario citado se realizó retrospectivamente, la mujer dejaba claro que creía que incluso en el momento de sufrir su episodio sus experiencias estaban estrechamente relacionadas con la naturaleza abusiva de su matrimonio y la escasez de alternativas que le permitieran escapar de él. El hecho de que su experiencia de hablar con su cabeza, y sus ideas de acabar con su vida y la de sus hijos terminaran después de abandonar a su marido demuestra que la suya era una interpretación útil de la situación que le permitió resolver sus problemas de forma efectiva. Podríamos plantearnos el posible resultado si hubiera optado por explicarle toda la verdad a su médico y este la hubiera ingresado en un hospital mental. Uno de los puntos que se desprende de esta historia que deseamos recalcar es la idea, aparentemente simple, de que la persona que vive esas experiencias tan angustiosas y confusas puede contribuir de forma importante a dar una posible explicación de aquellas, como sugirió George Kelly. Se podría pensar que es evidente que esta postura no admite réplica pero, en realidad (como veremos en el capítulo 2), la mayor parte de la gente afectada por la locura ha sido mantenida al margen de las discusiones sobre cómo entender la experiencia y cómo ayudar a los afectados por esas experiencias.
La historia que hemos explicado ilustra muchos de los temas que abordaremos en este libro. En primer lugar, la historia sirve de ejemplo del tipo de experiencias inusuales, además de extravagantes y a menudo perturbadoras en las que se centran estas páginas. Suponemos que mantener una discusión con nuestra propia cabeza, despegada del cuerpo, sobre la posibilidad de acabar con la vida de nuestros hijos no es una experiencia habitual. Del mismo modo, creer en una conspiración de nuestra propia familia en nuestra contra con el objetivo de ocultarnos nuestra poco convencional manera de caminar parece una creencia poco común, especial...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. Índice
  6. Índice de figuras y tablas
  7. Abreviaturas
  8. Autores
  9. Agradecimientos
  10. PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA. INTENTANDO ENTENDER LA «LOCURA»
  11. CAPÍTULO 1
  12. CAPÍTULO 2
  13. CAPÍTULO 3
  14. CAPÍTULO 4
  15. CAPÍTULO 5
  16. CAPÍTULO 6
  17. CAPÍTULO 7
  18. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
  19. ÍNDICE ONOMÁSTICO Y TEMÁTICO
  20. Información adicional