El Dios de la perplejidad
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El Dios de la perplejidad

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Dos creyentes, uno musulmán y otro cristiano, ambos amantes de la palabra esencial y por tanto poetas, entran en diálogo y exponen sus conclusiones en estas noventa y nueve meditaciones. En ellas comparten su convicción de que cuando se pretende acceder a Dios por el camino de la razón conquistadora, Él desaparece. Pero cuando la razón sabe descalzarse y es capaz de entregarse, se va desvelando el Misterio.

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Información

Año
2013
ISBN
9788425430374
Categoría
Religion
EL DIOS DE LA PERPLEJIDAD
1Existe lo que es nombrado. Pero el silencio es una forma distinta de nombrar las cosas. Hablamos del silencio como tiempo abierto en el que las cosas no están completas. Un silencio real sólo puede decirse de lo que todavía no es. Hay un magma de sentido en el silencio. El silencio no es una argucia de Dios. Nos escandaliza su silencio. Pero gracias al silencio te mantienes en la existencia imperceptible. El modo de estar de Dios se transforma en nuestro horizonte. Y luego se nos convierte en coraza. No reaccionamos al ruido, sino que actuamos desde el silencio. Satán es el ruido.
2Dios nos dice de sí mismo: Ana ad-dahr, «Yo soy el tiempo». Efectivamente, ¿qué si no Dios, qué si no el tiempo, es el aniquilador de todo aquello que quiere endiosarse? Y, precisamente porque el tiempo es Dios, es real; no una convención ni un sueño. El tiempo es real porque permite todos los instantes del puro presente. En ese puro presente se pone en juego todo lo que hasta entonces ha sido. ¿De qué podríamos estar hablando, entonces, si no de Dios? Dios, en cuanto tiempo, se muestra plenamente en el instante. Desde el momento en que Dios se muestra como tiempo (dahr), Dios se convierte en instante (waqt). El signo supremo del sentido es que el instante sea capaz de revelar lo Absoluto. Éste es el misterio de la existencia para el ser humano: el ahora mismo. Misterio, porque ¿cómo puede ser que nos encontremos con Dios justamente en lo efímero? ¿Cómo se concentra la inmensidad de Dios en el instante que no dura? La razón comienza a dar vueltas alrededor del eje inconcebible de que esa infinitud que hemos denominado «Dios» sea el soporte de cada uno de nuestros momentos. En realidad no sabemos nada de Dios. Pensamos que Dios debe ser Absoluto, Inmenso o Infinito, aunque ignoramos qué decimos con esas palabras. Damos carácter de realidad a los conceptos a pesar de que ellos han demostrado no saber respetar la realidad…
3Constatamos que en nuestra experiencia de las cosas todo es prescindible, salvo lo que hay en el instante, que tiene la cualidad de Dios. De cada cosa sólo su presente es su parte en Dios. El ser humano debería limitarse a dejar a las cosas vivir su instante. También a ti se te permite repetir indefinidamente tu instante para hacerte posible. Se trata de cerrar el círculo que eres. El Todo saboreado como tu instante es tu eternidad. La eternidad propia del ser humano está en el amor a lo efímero.
4Con la Creación del mundo, Dios pasa a ser el tiempo de la Creación. Pero no el tiempo en que la vida sucede sino el tiempo que la vida produce. Nuestras acciones producen tiempo. Éste es el milagro de nuestra existencia, eso que nos hace imprescindibles para Dios. Eso que te permite decir: «Yo también soy un tiempo de Dios».
5Cuando se entiende el tiempo como una realidad aparte de lo divino, Dios se vuelve un ser pétreo, inmóvil, una cosa en algún lugar remoto. El tiempo real no es lo que va de la existencia a la nada, certificación —por tanto— de una caducidad, sino lo que va de la nada a la existencia. El tiempo es la forma mediante la cual la conciencia indica que hay algo que se está generando. Cualquier pretensión de aislar el tiempo y alejarlo de la divinidad lo transforma en una cárcel en la que queda encerrada la vida humana. Experimentamos que el tiempo desde nosotros deteriora las cosas, mientras que vivido desde Dios es aquello que posibilita cosas. Considerar el tiempo como una realidad que te circunda, sin más, te somete a la tristeza de que lo real sea la muerte constante de todo a tu alrededor. Que el tiempo es fugaz es algo que se siente desde la mera materialidad de las cosas, no desde el sentido de lo material.
6Tenemos que pensar la materia como una circunstancia que sucede en Dios. La materia es la forma de la fractura dentro de lo real que nos permite crear la unidad. Se nos obliga a experimentar la fractura que existe en lo real para darnos la posibilidad de su restauración. Hemos de morir antes de morir. El amor será la única posibilidad de superación de la fractura. Ama sólo quien ha resucitado. Pero para la existencia del amor debe haber una materia y un tiempo. No puedes amar lo que no está separado ni puedes unificar la realidad sin un tiempo en que realizar la unificación.
7El tiempo no es algo dado. Se está creando cuando unificamos la existencia. El tiempo no es una realidad impuesta, sino algo que se cumple en nuestra acción. Las cosas no suceden dentro del tiempo, sino que el tiempo es la dimensión del suceder de las cosas. No es que el tiempo sea un espacio en blanco en el que se desenvuelve la acción humana, en el que tiene lugar la relacionalidad, sino que sólo hay tiempo cuando se crean y consolidan vínculos entre las criaturas.
8Es Dios mismo el que inaugura la historia del ser humano cuando se aviene a acompañarlo en el tiempo. Dios no está detenido en un no-tiempo, en un no-lugar. Dios es esa posibilidad de construir una historia para el ser humano. Una historia que se libera del círculo vicioso de la supervivencia y se dirige hacia lo desconocido. En el tiempo, Dios comparte con el hombre su novedad. «Me vinculo a ti, para que el tiempo sea significativo», nos dice Dios. «Para que el tiempo no sea lo que te contiene, sino lo que construyes.» Dios quiere decirnos, en definitiva: «Yo no estoy hecho, y te lo voy a demostrar trenzando mi existencia con la tuya». Eso significa Ehyé asher ehyé: «Seré lo que seré», esto es, «Yo estaré contigo». «¿Serás el Dios de las matanzas de Josué y de Moisés?», le preguntamos. «Lo seré; lo seré con todas sus consecuencias. Seré lo que mi siervo piense de mí. Seré lo que mi siervo haga de mí.» Ehyé asher ehyé no aclara las cosas sino que las complica. Como toda verdadera Revelación. De boca del mismo Dios, por lo tanto, no obtenemos su definición sino su perplejidad.
9El tiempo es, según lo dicho, la magnitud del hacerse de una identidad, la de Dios ciertamente, una identidad perpetuamente inacabada y necesariamente inacabable. Dios no es el que hace suceder ni tampoco lo que sucede; Dios es el suceder de las cosas. Sólo Dios es un suceder posible. No contempla construirse a sí mismo a través de un proceso sino que Él es el proceso mismo. «Proceso» es ir a lo que no sabes. No suele incomodarnos que la realidad sea proceso, mientras no sea toda la realidad. Ponemos a Dios a salvo; siempre Dios a salvo de la existencia. En realidad, lo que caracteriza a un proceso como el de Dios no es que la identidad no exista en presente sino que pueda frustrarse. Es decir que Dios supedita su identidad a su modo de cumplirse. Predicamos de Dios la eternidad y ello significa que su estar expuesto en la existencia no tendrá interrupción y que únicamente en el tiempo Dios adquiere su sentido.
10La eternidad es metamorfosis. Dios, el Dios realizándose que desafía nuestro miedo a entregarnos plenamente a la existencia, se nos presenta como absoluta impermanencia. Y los signos para comprenderlo estaban en ti mismo: si tú eres ca­­paz de cambiar, cambia contigo el universo, y contigo cambia Dios. Dios es la acción de lo que actúa, el cambio de lo que cambia, la sensibilidad de lo que siente. La vinculación de la identidad de...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Prólogo, por Javier Melloni
  6. Introducción
  7. El Dios de la perplejidad
  8. Información adicional