Adopción y vínculo familiar
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Adopción y vínculo familiar

Crianza, escolaridad y adolescencia en la adopción internacional

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Adopción y vínculo familiar

Crianza, escolaridad y adolescencia en la adopción internacional

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Información del libro

A pesar de la crisis económica, el número de adopciones internacionales ha crecido exponencialmente a lo largo de los últimos años. Se trata de un fenómeno que nace del verdadero deseo de ser padres, de una sana motivación, pero a su vez es un reto lleno de incertidumbres que requiere una preparación previa y cuidadosa. Esta nueva realidad social ha generado un aumento en las consultas por parte de padres adoptivos y ha llevado a los autores a elaborar el presente texto partiendo de su experiencia en adopción internacional y de las distintas vertientes de su trabajo.

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Información

Año
2012
ISBN
9788425431791

Capítulo VIII

Adopción y escuela

1. Inicio de la escolaridad

Este capítulo intenta describir la realidad social actual y ayudar a reflexionar a los padres para que ellos puedan encontrar la solución más adecuada a su realidad familiar y a las necesidades de su hijo adoptivo. Sabemos que pueden existir opiniones contrarias o en desacuerdo con lo que reflejamos, pero no por ello podemos dejar de expresar, sin ánimo de crear dogmatismos, nuestras opiniones profesionales al respecto.
La realidad de hoy en día conlleva unos condicionantes sociales (mercado laboral, economía familiar, proyectos de pareja, condiciones de la mujer y sus valores como persona, etc.) que hacen que el inicio de la guardería o escuela se adelante; por tanto, pensar en la guardería desde muy pronto es un hecho que se ha normalizado en nuestra sociedad.
Estas necesidades de los adultos han ido creando la conciencia de que es bueno para los niños asistir a la guardería; es corriente oír estas expresiones: «Así aprenden a relacionarse y espabilarse», «Aprenden e integran hábitos», «Están más estimulados intelectualmente», «No crecen tan mimados ni consentidos». De hecho, se considera tan adecuado que empiecen a asistir a la guardería enseguida que quien opta por retrasar este momento parece que esté haciendo algo inadecuado o pasado de moda (vemos algunas madres casi con sentimiento de culpa porque han decidido que su hijo permanezca en casa, o preocupadas e indecisas como consecuencia de la presión social que reciben).
Por otra parte, el ingreso en la escuela o guardería es un tema que también preocupa a los padres que adoptan, que a menudo muestran sus inquietudes y dudas en relación con el hecho de si es conveniente o no que los niños, a su llegada, vayan a la guardería o la escuela. Otros no se lo han planteado, porque consideran que es necesaria la escolarización.
¿Por qué nos damos tanta prisa para que los niños crezcan, aprendan inglés, vayan a la piscina o de colonias, sepan estar sin sus padres? Como adultos, ¿les ofrecemos el suficiente espacio y tiempo para que su más tierna infancia se desarrolle paulatinamente y según sus necesidades?
¿No les somete a un exceso de estimulación y dispersión seguir el ritmo de los adultos? ¿Por qué correr tanto? ¿Ha de destacar? ¿Debemos sumarnos a los aspectos competitivos de nuestra sociedad?
Los condicionantes sociales hacen que muchos padres, inmersos en la realidad actual, entiendan que un niño en adopción, igual que los demás, necesita lo mismo y, por tanto, no se cuestionan en el inicio de la guardería la diferencia entre un niño que ha nacido y se ha criado en familia y un niño que no ha podido tener esta experiencia porque ha vivido y crecido en un orfanato. En ocasiones, algunos padres adoptivos creen que ir a la guardería ya desde el inicio les ayudará a superar sus déficit de estimulación, de lenguaje, de aprendizaje; incluso se pueden encontrar con profesionales que estimulan esta manera de pensar.
En un capítulo anterior se ha hablado del paso que ha de dar el niño desde las primeras acomodaciones a la verdadera adaptación. Hemos visto que era un proceso más complejo de lo que parece y nos hace pensar en la enorme exigencia a que sometemos a las criaturas cuando queremos normalizar su vida rápidamente. Por tanto, podemos afirmar con rotundidad que el primer aprendizaje que ha de hacer el niño es saber qué es tener unos padres, un hogar y una familia. Necesita integrar unos referentes adultos estables, que estén bastantes horas con él y que no desaparezcan de su lado durante espacios de tiempo muy largos. Necesita orientarse en su entorno próximo, su casa, sus cosas, entender y aprender el lenguaje que le hablan y con el que pueda comunicarse, adaptarse a nuevos hábitos, nuevas costumbres familiares, conocer y situar a los diferentes miembros de la familia extensa y su relación con ellos (abuelos, tíos, primos, etc.). Aprender qué es sentirse querido y qué quiere decir tener unos padres es de vital importancia, ya que, a través de la relación emocional de dar y recibir, se permite al niño reconocer a los otros y reconocerse a sí mismo como individuo separado; éste es el primer paso para empezar a construir la propia identidad.
La adaptación del niño y la creación de vínculos emocionales es un proceso que requiere tiempo y aconsejamos no querer correr demasiado, ni precipitarnos en normalizar la vida del niño y la familiar, ya que podríamos crear una falsa adaptación y una falsa vinculación familiar.

1.1. ¿Cuándo y cómo es conveniente llevar a nuestro hijo a la guardería?

En muchos casos, las dieciséis semanas de baja por maternidad-paternidad son insuficientes para que el niño pueda integrar con suficiente solidez las vivencias emocionales con sus padres. Sin duda es mejor este tiempo que nada, y con ello no pretendemos culpabilizar a los padres que no pueden hacerlo de otra manera, ni cuestionar la importante función social que realizan las guarderías y escuelas en tanto que instituciones educativas, ni tampoco la tarea de los maestros —quienes se muestran dispuestos a acoger y a hacer todo lo posible por el menor—, sino que queremos constatar la complejidad (no la imposibilidad) del proceso de adaptación e integración familiar. Nuestra experiencia nos permite aconsejar a los padres que planteen una organización familiar que permita al niño incorporar estas vivencias, ya que constatamos en los seguimientos de postadopción que éstas permiten a los niños mostrarse más contenidos, tranquilos y seguros, así como desarrollarse con más confianza personal.
A la hora de afrontar una novedad es bueno para el niño haber podido integrar unos referentes parentales y familiares estables y que se sienta seguro en su casa, su entorno próximo y social: ello le permitirá diferenciar lo nuevo de lo conocido. En el capítulo anterior se hablaba de niños diferenciados y niños indiferenciados. Pues bien, los primeros serán los que asumen el cambio con mayor solidez interna. La entrada en la escuela o en la guardería será para estos niños más compleja; son los niños que mostrarán en un principio reacciones más negativas a la hora de afrontar la novedad escolar. Nos referimos a ellas como negativas porque se lo ponen más difícil a los padres, aunque son, sin ningún género de dudas, más saludables y sanas. Si los padres saben contener sus angustias y entienden qué puede representar para el niño esta separación (temor a un nuevo abandono, temor ante las novedades, etc.), les podremos ayudar a realizar un verdadero proceso de adaptación.
También podemos encontrar otros niños que afrontan el cambio escolar con una tranquilidad externa absoluta, miran a los niños que lloran como si estuvieran muy lejos de sus inquietudes y temores, y parece que hayan entrado en un espacio conocido, cuando no lo es. A menudo se habla de estos niños como espabilados autónomos, sociables, adaptables; nosotros pensamos que son niños que muestran una indiferenciación, en el sentido que han podido integrar poco unos referentes estables y cualquier adulto puede constituirse en referente momentáneo: no han podido integrar la significación paterna-materna, conocido-desconocido. Estos niños pueden tener posteriormente leves o graves problemas de adaptación al mundo escolar y mostrar actitudes muy inquietas y dispersas. Se les puede hacer difícil empezar y acabar cualquier tarea o juego, ya sea individual o colectivo; pueden salir de una clase e ir a otra cuando quieren; aunque pueda parecer que hacen lo que quieren, van a su aire o son autónomos, se les ve perdidos.
Todo lo que hemos mencionado anteriormente (proteger y permitir la posibilidad de integrar la exclusividad y las vivencias familiares) resulta más fácil de hacer si el niño tiene menos de 2 años. Es decir, se entiende más que el niño no asista enseguida a la guardería cuanto más pequeño es. Hasta esta edad nuestras inquietudes pueden quedar más apagadas y la presión social suele ser menor; por tanto, es más fácil concederles este tiempo.
A partir de los 2 años, o aún más de los 3 años, se marca una etapa donde el ingreso al parvulario tiene una mayor presión social. Es cierto que muchas familias con hijos de esta edad pueden encontrarse que más tarde no tendrán plaza en la escuela que desean para sus hijos. Otras veces se piensa que la escolarización obligatoria empieza a los 3 años (legalmente es a los 6 años). Estos factores pueden condicionar que la entrada se haga precipitadamente. Al poco tiempo de la llegada del niño no es la necesidad prioritaria de un niño en adopción.
A menudo, cuando llegan, estos niños se muestran muy inquietos y no paran. Consideramos que el cambio y todo lo que suscitan las nuevas situaciones, la inquietud por las novedades, los temores que sienten, etc., se traducen en agitación y movimiento incontenido. Esta forma de expresión no verbal, estas actitudes infantiles, nos pueden confundir y hacen pensar a los padres que lo que necesita el niño es marcha, actividad, no parar, y que la guardería le será conveniente para relajarlo o agotarlo. A menudo es más bien lo contrario: estos niños no necesitan tantos estímulos, sino un ambiente de tranquilidad y contención que les permita sentirse seguros y en el que puedan orientarse y organizarse internamente poco a poco. En estos momentos, un nuevo cambio, el ingreso en la escuela, podría aumentar más su inquietud y hacer más difícil la adaptación e integración de las normas y hábitos escolares.
Si la situación familiar hace que los padres tengan que llevar al niño a la guardería o la escuela, creemos aconsejable hacer una adaptación progresiva que le permita ir conociendo su entorno y familiarizarse con él gradualmente. De esta forma, se puede atenuar su sentimiento de abandono, ya que el niño no está sometido de entrada a permanecer excesivas horas sin sus padres.
¿Por qué hablamos de este sentimiento de abandono? ¿Qué puede representar para un niño el ingreso a la guardería o escuela?
Para un niño en adopción, la entrada en la guardería o escuela, en tanto que espacio que comparte con otros niños, puede recordarle sus vivencias de orfanato, donde las necesidades individuales van siempre por detrás de las colectivas. También puede estimular sus temores a ser dejado otra vez, el sentimiento de abandono.
Los niños en adopción que han conseguido un cierto grado de diferenciación son muy sensibles a las nuevas separaciones: las viven como una nueva posibilidad de abandono y este sentimiento no desaparece hasta que han podido integrar con solidez la vinculación con sus padres y la seguridad de que le quieren. Podríamos hacer el paralelismo y pensar que estas reacciones frente al comienzo de la escuela o de la guardería también son frecuentes en los niños que han nacido en familia, pero queremos subrayar que existe una diferencia: en éstos, el sentimiento es fruto de una fantasía, no de una realidad como la que han vivido los niños en adopción. Aquí valen todas las edades, no porque sean muy pequeños habrán dejado de percibirlo. Las experiencias de pérdida repentina las han vivido todos los niños en adopción, de forma más consciente cuanto mayores sean (pueden conservar recuerdos concretos) o de forma más inconsciente, a través de la sensorialidad, si son muy pequeños, como ya se ha dicho en anteriores capítulos.
Unos padres nos explicaban que su hijo de 2 años y medio, de origen ruso, les preguntaba cuando lo llevaban a la escuela el primer día de clase: «¿Tendré una camita allá?».
Cuando el período de vivencia familiar y exclusividad es corto, casi todos los niños muestran una rápida adaptación, entran en un medio para ellos conocido, de muchos niños y pocos adultos, y se pueden acomodar de entrada a la nueva situación. Muchos de ellos suelen ser bastante líderes y saben moverse en las relaciones interpersonales con sus iguales. Ellos han estado prematuramente socializados y, por tanto, han tenido que desarrollar recursos para sobrevivir en este medio. Queremos insistir en que, a pesar de ello, no son las relaciones con los niños lo que les falta, sino la relación con adultos exclusivos para ellos; esto es lo que no han tenido y lo que necesitan para crecer.
Cuando hablamos de adaptación progresiva nos referimos a que el niño pueda incorporar gradualmente la nueva realidad. Puede ser de gran utilidad que el niño, antes de empezar, conozca la que será su escuela (la clase, el patio, los servicios, etc.); que conozca a la que será su profesora, a sus compañeros de aula, etc., todo ello, acompañado de sus padres.
Inicialmente es aconsejable que vaya pocas horas a la escuela. Los horarios seguidos de nueve de la mañana a cinco de la tarde son demasiado extensos para ellos. Demasiadas horas representan una espera demasiado larga y puede comportarles angustia, inquietud o el sentimiento de nuevo abandono. Es mejor unas cuantas horas diarias (mañana o tarde), si los padres pueden organizarse los horarios para comer en casa o cuentan con la ayuda de abuelos/as o cuidadoras.
Si por causas familiares ha de realizar el horario de nueve a cinco, recomendamos a los padres que no les inscriban en actividades extraescolares por diversos motivos: por edad no les hace falta, el niño necesita descansar, jugar y, sobre todo, compartir el tiempo con sus padres y poder vivir la normalidad del día a día. Éste es un tiempo muy valioso para que padres e hijos puedan relacionarse y los primeros puedan transmitir muchos de los valores familiares básicos, necesarios para el hijo/a.
Una madre nos comentaba un día, muy triste y consternada, que a los dos años de su llegada su hijo aún la llamaba «señora». Hablamos de cómo había ido el proceso de adaptación y pudimos entender que la escuela, las actividades extraescolares y el poco tiempo que estaba con su hijo diariamente hacían que para el niño aún fuera una señora, como la que conocía en el orfanato.
En ocasiones, observamos que los niños parecen aguantar bien externamente, no se quejan de estar en la escuela. Podríamos caer en la tentación de dejar que realizaran jornada completa enseguida, así «Normalizamos la situación», «Asume que ha de ir a la escuela y se acostumbra más rápido», «Evitamos que nos tome el pelo». Sería necesario entonces poder hablar de nuestras inquietudes y temores como padres o educadores, así como de la capacidad que tenemos de aguantar el proceso con la paciencia y confianza de que será el niño quien irá pidiendo quedarse más rato en la escuela y cumpliendo así todo el horario. La flexibilidad y contención del proceso como adultos ayudará al niño a poder realizar una verdadera adaptación a la escuela, y no una pseudoadaptación, que inevitablemente puede tener consecuencias futuras.
Es diferente que consigamos que el niño aprenda a estar en la escuela y la integre como un lugar divertido para él, donde se relaciona con otros niños y puede aprender, a que entienda la escuela como un lugar vacío de este contenido y más lleno de angustias e inquietudes.

1.2. Diferentes reacciones de los niños cuando sus padres los van a recoger al colegio

Los niños adoptados pueden reaccionar de diferentes maneras cuando sus padres los van a recoger, debido al temor a ser de nuevo abandonados o a la soledad que han vivido: con indiferencia («Parece que no haya llegado nadie»), hacen esperar a sus papás («Quiere continuar jugando») o es el momento de las rabietas o pataletas. También pueden reaccionar con una alegría desmesurada. Como una niña de 4 años que, cuando sus padres la iban a buscar empezaba a decir a todo el mundo: «¡Han llegado mi papá y mi mamá!», con una actitud inquieta y de sorpresa en la que se ratificaba que no había sido abandonada de nuevo. Es cierto que todos los niños pueden mostrar estas reacciones, pero en los niños adoptados obedecen a una motivación más profunda, a que han experimentado en su historia previa vivencias de soledad y abandono.
Es difícil aguantar los momentos en que parece que nada les calme: no quieren comer, no quieren caminar, no quieren ponerse el abrigo, desean que les compres juguetes o golosinas, no aceptan un «no» y tantas y tantas conductas que hacen perder la paciencia a los padres. Éstos se pueden sentir repudiados o tener la sensación de que el niño/a les pone al límite de sus posibilidades.
Si los padres entienden que en estos momentos los niños vuelcan en ellos todos los sentimientos y la angustia que han sentido, se podrán mostrar fuertes y se...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Los autores
  6. Prólogo
  7. Capítulo I. Introducción: ¿qué es adoptar?
  8. Capítulo II. Los futuros padres
  9. Capítulo III. El niño en adopción
  10. Capítulo IV. Funciones emocionales de los padres y el «plus» de la adopción
  11. Capítulo V. El encuentro con el niño
  12. Capítulo VI. Crianza y educación
  13. Capítulo VII. Conocimiento del origen
  14. Capítulo VIII. Adopción y escuela
  15. Capítulo IX. Adolescencia y adopción
  16. Capítulo X. Otras situaciones
  17. Bibliografía
  18. Notas
  19. Información adicional