Ironía y destino
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Ironía y destino

La filosofía secreta de Søren Kierkegaard

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Ironía y destino

La filosofía secreta de Søren Kierkegaard

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Filósofo y teólogo, personalidad inclasificable y controvertida, Kierkegaard continúa siendo una referencia para casi todos los pensadores contemporáneos. Doscientos años después de su nacimiento, el significado de su obra es un misterio, como si fuera imposible desentrañar su secreto. Es más, podría afirmarse que la suya es una «filosofía del secreto», ya que ejerció, con plena conciencia, una filosofía hermética. Así, como en el caso de Heráclito, ha dado lugar a una ingente producción hermenéutica, a interpretaciones variadas y, a veces, contrapuestas. Lo cierto es que sigue despertando el interés, inclusive en una sociedad descristianizada.

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Información

Año
2013
ISBN
9788425430879

ÍNDICE DE CAPÍTULOS

Introducción
Quellenforschung y la relación de Kierkegaard con Hegel: algunas consideraciones metodológicas
El espejismo de la inmediatez: lo estético en Søren Kierkegaard
Kierkegaard: una filosofía de la acción ética
La búsqueda de dios en Kierkegaard
La crítica al orden establecido

INTRODUCCIÓN

Fernando Pérez-Borbujo

Nos encontramos en plena celebración de los 200 años del nacimiento de Søren Kierkegaard (1813-1855). Teólogo, filósofo, pensador religioso, personalidad inclasificable y controvertida que sigue siendo referencia obligada para casi todos los pensadores contemporáneos.[1] ¿Por qué este interés por la figura y la obra del pensador danés? Quizá el interés radique en que aún hoy, 200 años después de su nacimiento, el significado de la obra kierkegaardiana sigue siendo un misterio, como si fuera imposible desentrañar su secreto. Más aún, podríamos afirmar que la filosofía kierkegaardiana es una «filosofía del secreto». Kierkegaard, mejor que nadie, entendía la dimensión crítica de toda obra. Sabía cómo funciona la relación texto-lector, manejaba perfectamente los hilos de la recepción, y ejerció, con plena conciencia, una filosofía hermética, cerrada, como un puerco espín, a la curiosidad morbosa de lectores, estudiosos e intérpretes.
Esta, que pudiera parecer, a primera vista, la gran virtud del corpus kierkegaardiano, constituye también su gran debilidad. El gran Heráclito pasó a la historia de la filosofía con el sobrenombre de «el oscuro», dada su escritura fragmentaria, hermética, refractaria e imposible de descifrar, y esa oscuridad ha dado lugar a una hermenéutica infinita. De igual modo, el corpus kierkegaardiano ha reunido en torno de sí una ingente producción hermenéutica e interpretativa, o, por decirlo con palabras de un filósofo francés, gran lector de Kierkegaard, un «conflicto de interpretaciones».[2] Encontramos en torno a la figura de Kierkegaard las más variadas, y a veces contrapuestas, interpretaciones. Para unos el autor danés era un ser atormentado, egoísta, esquizofrénico; un claro caso para el psicoanálisis y la terapia. Para otros, era una especie de Don Juan literario-musical, hedonista y libertino. Para otros, el padre de la filosofía existencial, el gran descubridor de la condición frágil, voluble, finita, histórica y cambiante de la condición humana. Para los demás, el gran adalid de la filosofía anti-hegeliana y el defensor a ultranza del individuo y la singularidad; un verdadero defensor del liberalismo. Otros lo consideran el primer crítico de la Iglesia danesa y del cristianismo de la época, en el que puede leerse una implícita crítica a la emergente «sociedad de masas», en la línea de otro pensador tan aparentemente alejado de él como Friedrich Nietzsche.[3] Unos creen encontrar en Kierkegaard al padre de la filosofía asistemática y excéntrica, mientras que otros no ven en él sino a un epígono coherente y terminal de la gran filosofía del idealismo alemán.
En fin, la lista que glosaría esta hermenéutica infinita sería prolija y abarcaría todas las esferas de la existencia humana, desde la ética, la estética y la religión hasta la crítica social, la poética, la política, etcétera. Lo cierto es que hay algo en Kierkegaard que sigue despertando el interés, incluso en una sociedad descristianizada, descreída, atea y nada idealista como la actual. La mirada contemporánea ha sabido encontrar en Kierkegaard nuevos aspectos, antes ocultos o relegados a un segundo término. Kierkegaard parece mostrar una polifonía de voces capaz de abarcar al público[4] más amplio, sin dejar nada al margen, fuera de sí. Su mirada, universal y polifónica, es cercana a amplios sectores de la humanidad, de ideología e índole diversas. Kierkegaard quizá podría haber dicho de sí mismo lo que aquel demonio a Jesús de Nazaret cuando se disponía a expulsarlo: «Legión es mi nombre».[5] Tal vez este extraño caso de «demonismo» pueda explicar el interno secreto de una filosofía que sigue vigente, con toda su fuerza y frescura, hasta el día de hoy.

1. KIERKEGAARD AYER Y HOY

La primera recepción del pensamiento de Kierkegaard se produjo en fecha temprana y, con la aparición de Ser y tiempo (1927) de Martin Heidegger, se proclamó a Kierkegaard el padre de la filosofía existencial por haber descubierto la más profunda realidad humana: la angustia. Esta angustia constituye sin duda un elemento esencial en la producción kierkegaardiana, como lo muestran sus obras El concepto de la angustia y La enfermedad mortal —escritas bajo los seudónimos de Vigilius Haufniensis y Anti-Climacus, respectivamente—. En realidad, en pleno período de entreguerras, la cuestión de la libertad humana y de la muerte como elementos de una concepción angustiada y angustiante de la existencia humana encuentran un eco y una aceptación inmediatos. En este ambiente, la recepción del pensamiento kierkegaardiano en el ámbito de la filosofía española se produce mediante la controvertida figura de Unamuno.[6] En tierras mediterráneas Kierkegaard evocará siempre la angustia de la existencia como elemento determinante del vivir humano confrontado con el vértigo de la libertad y la realidad ineludible de la muerte. Ese ethos es bien acogido por un pueblo que posee un sentimiento trágico de la vida.[7] Todos los comentaristas hispánicos posteriores se harán eco de esta dimensión.[8]
En este primer estadio de la recepción de su obra, Kierkegaard es calificado, erróneamente, de «padre del existencialismo».[9] Dicha concepción viene unida, indesligablemente, a su preocupación por la dimensión teológico-religiosa. En ella se debate la cuestión del fideísmo y el irracionalismo en el famoso «salto de la fe». Un iluminismo suprarracional, que va más allá de cualquier concepción racional de la fe, o que intenta armonizar fe y razón, parece ser la base de un decisionismo sentimental que continúa la línea abierta por Jacobi y Schleiermacher en el ámbito del pensamiento alemán.[10] La figura emblemática del «caballero de la fe», ese Abrahán obligado por un Dios cruel a sacrificar a su hijo, personaje que simboliza una forma religiosa de existencia sustentada en la fe en la paradoja, que tanto predicamento ha tenido en tierras dadas al quijotismo como la nuestra,[11] encarna la presencia de instancias suprarracionales, o infrarracionales, en la propia experiencia vital. Existencialismo y absurdo o paradoja han abierto una línea fecunda que ha llegado hasta pensadores como Sartre o Camus en el siglo XX, aunque la diferencia con ambos sea significativa.
Tras esta recepción del pensamiento kierkegaardiano en época de entreguerras, tuvo lugar la lectura de Kierkegaard como crítico de Hegel y del idealismo alemán. Esta interpretación, que apareció en torno a los años cincuenta y sesenta, coincide con la crítica de Hegel que se realizó en Francia en la misma época, con la emergencia del pensamiento de Schelling, el psicoanálisis y el posestructuralismo, este último de inspiración nietzscheana. En realidad, la crisis del marxismo, el positivismo y el cientificismo condujo a una visión crítica del auge del pensamiento sistemático hegeliano, tan en boga durante los años treinta, cuarenta y cincuenta. En este sentido empiezan a descubrirse los puntos críticos del pensamiento kierkegaardiano respecto a Hegel y el idealismo alemán. «Existencia» y «sistema» serían instancias irreconciliables. Todo pensamiento especulativo, reflexivo, de carácter lógico, debía conducir a fabulosas construcciones conceptuales en las que, según afirma Kierkegaard, refiriéndose al sistema hegeliano, era imposible habitar. Dicha concepción enfatizó el carácter individual, singular, del sujeto reflexivo frente a la dimensión comunitaria del espíritu absoluto hegeliano, que acabaría en la realidad estatal como forma de su realización histórica. En esta línea Thulstrup sería uno de los grandes incentivadores de la investigación que relaciona las propuestas de Hegel y de Kierkegaard.[12]
Ese carácter lógico-sistemático de la reflexión absoluta hegeliana va acompañado además de una teoría de la historia. La historia, entendida como historia universal, ámbito del desarrollo de un único sujeto, el espíritu absoluto, en su camino a la autoconsciencia de sí, constituye la aportación más rica de la filosofía hegeliana. El existencialismo kierkegaardiano se vería, pues, como una crítica a cualquier forma de absolutización de la esfera histórica como ámbito necesario para que el individuo devenga consciente de sí.[13] Kierkegaard encarnaría la visión de un pensamiento poético, intuicionista, anti-ilustrado y no historicista. El individuo no seguiría el devenir histórico como espacio privilegiado de autoconocimiento. La verdadera autognosis estaría regida por la visión irónico-socrática de la historia, la propia de un período de acabamiento y crisis,[14] en la que el desenmascaramiento, el desdoblamiento y la ocultación muestran una carencia de identidad.
Pero será en una tercera etapa de la recepción de la obra kierkegaardiana —la correspondiente a una conciencia madura del papel del lenguaje en la vertebración del pensamiento humano, que se corresponde con los años sesenta y setenta, o sea, con la pragmática lingüística y el nacimiento de la posmodernidad— cuando se ponga de manifiesto la importancia de la estrategia de los seudónimos en Kierkegaard,[15] su autoconsciencia lingüística en el distinto papel de los heterónimos y las estrategias de comunicación indirecta. En ellas aparece un Kierkegaard en el que las conexiones entre filosofía y literatura, en la línea de Derrida y la deconstrucción, o de los epígonos de la hermenéutica ricœuriana, se multiplican especularmente. La figura del «poeta», no en el sentido romántico del término, sino en el posmoderno, se impone cuando se considera a Kierkegaard como una suerte de precedente de la metaliteratura, tal como cabe encontrarla en Pessoa, Calvino o Borges. Esta consideración de Kierkegaard se halla simbolizada por la imagen del «laberinto», tan cara a la posmodernidad.[16]
Esta línea coincide con la de la reivindicación de los aspectos psicoanalíticos de la biografía de Kierkegaard.[17] De acuerdo con ella, la relación del padre de Kierkegaard con una criada poco antes de la muerte de su primera esposa, la muerte sucesiva de los hermanos de Kierkegaard, el juramento contra Dios del padre en un momento de desesperación, la malformación física de Kierkegaard y su cojera dejan de ser anécdotas para elevarse al nivel de verdaderas categorías filosóficas. Sin duda, este gusto por los aspectos autobiográficos del pensamiento kierkegaardiano coincide con el auge, no tanto de Freud, como de Lacan y sus seguidores en la filosofía francesa de la época, con su peculiar hermenéutica de las autobiografías.
Será, empero, en la década de los noventa cuando los estudios críticos de Kierkegaard empiecen a alcanzar suficiente madurez, cuando lleguen las retractaciones y las correcciones. En este período se revisará la imagen de Kierkegaard como crítico del hegelianismo e incluso se llegará a la conclusión de que el conocimiento que Kierkegaard tenía de Hegel era insuficiente y de que muchas de sus críticas se dirigían contra pensadores y teólogos daneses de su época, cuya asunción de cierto hegelianismo o racionalismo dogmático en la esfera teológica poco o nada tenían que ver con los asertos de Hegel. El descubrimiento del papel que la Edad de Oro danesa ha tenido en el pensamiento de Kierkegaard, la reivindicación de un cierto localismo y de la necesidad de una correcta contextualización histórica del pensamiento de su pensamiento se inició bajo la figura señera de Thulstrup y los estudios promovidos por la Sociedad Kierkegaard de Copenhague.[18]
Esta revisión del antihegelianismo de Kierkegaard ha coincidido con la reivindicación de la filiación de Kierkegaard con el idealismo alemán, a través de las figuras de Schelling y Hamann.[19] En el caso de Schelling, se ha puesto de manifiesto la influencia de las Lecciones de Berlín en la elaboración del proyecto kierkegaardiano,[20] y sobre todo en su concepción de la angustia y la desesperación en relación con un concepto absoluto de libertad de raíz luterana.[21] De esta manera se modifica la visión de un Kierkegaard «revolucionario» y «rupturista» por la de uno epigonal ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Índice de capítulos
  5. Autores
  6. Notas
  7. Más información