Jesús de Nazareth
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Qué quiso, quién fue

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Qué quiso, quién fue

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Gerhard Lohfink muestra cómo con el método puramente histórico podemos acercarnos a Jesús sin que surja un abismo insalvable con la visión que de él tienen los creyentes. ¿Era una utopía el reino de Dios que proclamó? Según el autor, no. Por un lado, la utopía consiste casi siempre en un sistema total, cerrado, que exige que el mundo anterior sea demolido. En Jesús, en cambio, se mantienen las tensiones de la realidad: entre el Estado y el pueblo de Dios; entre el individuo y la comunidad; entre el ya del reino de Dios y su todavía no, y entre dicho reino como puro don y la posibilidad de que el hombre lo busque en libertad.

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Información

Año
2013
ISBN
9788425431081
Categoría
Religión


1
EL LLAMADO JESÚS HISTÓRICO *
¿Por qué aparecen casi todos los años nuevos libros sobre el Jesús histórico? ¿Por qué los cristianos no se conforman sencillamente con los evangelios? Este afán debe estar relacionado con la avidez del hombre occidental por conocer los «hechos». Quiere saber qué ocurrió realmente. Quiere arrojar luz sobre el pasado hasta en sus últimos detalles. Hace cola para entrar en una exposición que le muestra el mundo de los faraones, de los celtas, de las cortes medievales, y solo cuando por fin entra en las salas de exposiciones, cree que ha llegado hasta los orígenes: ve inmediatamente documentados el tiempo y los hombres a los que se dedica la exposición.
De igual manera busca también en los evangelios acceso a Jesús. Pero los evangelios se muestran sordos a este afán de conocimientos. Guardan silencio sobre numerosos detalles de la vida de Jesús que habrían interesado precisamente al hombre devorado por la curiosidad sobre los hechos de su existencia. Y así, hecha mano al último libro publicado sobre Jesús...
Pero debe añadirse además un nuevo aspecto: desde la Ilustración europea, los evangelios han sido diseccionados como ningún otro texto de la literatura universal. Lo que cuentan es para los ilustrados una magnificación dogmática. La imagen verdadera de Jesús habría sido destacada con colores cada vez más gloriosos y sus perfiles habrían sido elevados hasta lo divino. Habría, pues, que eliminar las numerosas capas de pintura añadidas para despejar finalmente al Jesús verdadero, que se nos mostraría con sus auténticos contornos y colores.
También, pues, aquí —y muy especialmente aquí—, la avidez por los hechos. ¿Qué podemos saber realmente de Jesús? ¿Quién fue el Jesús «histórico»? ¿Hasta qué punto resulta posible reconstruir su vida? ¿De las pretensiones que narran los evangelios, cuáles son auténticas? ¿Cuáles fueron sus «propísimas palabras», sus «mismísimos hechos»? ¿Proclamaban Jesús y los apóstoles el mismo mensaje o después de Pascua el mensaje de Jesús sobre Dios se convirtió en un mensaje de los apóstoles sobre Jesús?
En sí mismo, sería absolutamente normal que el afán por los hechos que se ha apoderado de los hombres occidentales desde los presocráticos y los primeros historiadores griegos alcance también a Jesús. Habría incluso que decir que esta avidez estaría justificada precisamente en el caso de Jesús. Si es cierto que en Jesús la palabra eterna de Dios se ha hecho carne, es decir, ha penetrado radicalmente en la historia, entonces Jesús debe estar abierto a todas las técnicas de la investigación histórica. Debería ser incluso objeto de la historiografía. Debería ser lícito analizar y dilucidar todos los textos acerca de él, determinar su género y cultivar con ellos la historia de la tradición.
Es verdad, por otra parte, que al hambre justificada por la reconstrucción histórica se le ha unido desde hace largo tiempo una crítica radical a los evangelios que intenta encontrar al verdadero Jesús no con los evangelios, sino contra ellos. Es precisamente en este contexto donde se habla una y otra vez de las capas de pintura y de las magnificaciones de la persona de Jesús a cargo de la tradición protocristiana. Pero aquí se confunden dos cosas: lo que los críticos de los evangelios califican de acentuaciones o magnificaciones dogmáticas no son sino «interpretaciones» de Jesús. E interpretación no es lo mismo que acentuación o magnificación. Son muchos los cristianos que se revelan, y con razón, contra palabras tales como acentuación, retoque, añadidos, mitologización, divinización. Pero no deberían oponerse a la palabra «interpretación».
Los evangelios no pueden, en efecto, considerarse como simple recopilación de «hechos» sobre Jesús. No son una compilación de documentos de un archivo sobre Jesús de la primitiva comunidad de Jerusalén. Los autores de los evangelios disponían, por supuesto, de múltiples tradiciones sobre Jesús. Pero estas tradiciones les sirven para interpretar a Jesús. Interpretan sus palabras, interpretan sus obras, interpretan su vida entera. Interpretan a Jesús en cada línea, en cada frase.
¿Es lícito pasar por la criba de la crítica textos que son de principio a fin una interpretación, con la esperanza de que al final queden retenidos los «hechos»? ¿Es lícito —como hace el lavador de oro con su batea—echar fuera la inútil arena de las interpretaciones, para conservar únicamente el oro pesado de los hechos? ¿Es lícito extraer capas de relatos totalmente volcados en la interpretación, para llegar hasta lo «originario»? ¿Se llegaría al final, tras la eliminación de todas las capas secundarias, a los hechos puros? Hay una sencilla pregunta que desenmascara de hecho el carácter problemático de esta técnica interpretativa: ¿Dónde se encuentra, en definitiva, la verdad? ¿En los hechos o en su interpretación? O por seguir la imagen del lavador de oro: ¿qué es el oro, los hechos o su correcta interpretación?1
HECHO E INTERPRETACIÓN
¿Qué es en realidad un «hecho»? Se trata de una palabra utilizada las más de las veces con total confianza. No se la analiza con minuciosidad. Se la emplea como si fuera algo evidente. Pero las cosas no son tan simples en lo que respecta a los llamados hechos.
El mundo está, por supuesto, lleno de hechos y a menudo puede hablarse de ellos como de realidades que se entienden por sí mismas. Si en algún lugar, por ejemplo, se ha producido un terremoto, puede hablarse perfectamente de un hecho. Pero incluso al fondo de este hecho subyace una interpretación. Es cierto que el terremoto ha sido detectado por los sismógrafos, su intensidad ha sido medida con la ayuda de la escala Richter y los observatorios han comparado los valores registrados. Pero los geofísicos investigan de qué clase de terremoto se trata. Distinguen entre «terremotos por derrumbamiento» (de espacios subterráneos vacíos), «terremotos eruptivos» (relacionados con erupciones volcánicas) y finalmente «temblores» o «sacudidas tectónicas» (desplazamientos dentro de la capa terrestre). El «hecho» de un terremoto es, pues, una cosa bastante clara. Se lo puede describir en términos inequívocos. Y, sin embargo, estas mismas descripciones contienen una medida colmada de interpretación. Podríamos admitir: de una correcta interpretación.
Pero no todos los hechos se sitúan en este nivel. ¿Qué quiere decirse cuando se habla en política de algo así como un «terremoto»? ¿Cuando se produce, por ejemplo, una convulsión social o llega hasta la opinión pública un escándalo político? ¿Cuando un político es derribado, y nadie quiere verse en semejante trance? ¿Qué es aquí un hecho? ¿Qué aconteció realmente y qué cosas fueron solo maniobras de distracción escenificadas para la opinión pública? ¿Qué fue simple creación de opinión y qué deliberada desinformación?
Los acontecimientos políticos requieren interpretación, una interpretación mucho más acentuada que en el caso de los acontecimientos puramente físicos. Deben investigarse con minuciosidad, analizarse e interpretarse lo que sucedió realmente. La elaboración de los procesos está aquí siempre asociada a la interpretación. Y por encima y más allá de todas estas dificultades, se plantea todavía finalmente la pregunta: ¿Quién tiene la prerrogativa de la interpretación? ¿Qué interpretación acabará por imponerse finalmente?
De ahí la pregunta: ¿se da un nivel en el que los auténticos actores, hombres con sus deseos, sus intereses y sus pasiones, sean hechos puros? ¿No está aquí todo hecho que surge sumergido ya de antemano en la interpretación, más aún, cabalmente impregnado de interpretación?
Es evidente que Jesús ha sido interpretado, desde el primer instante de su actuación, de maneras absolutamente dispares. Hubo la interpretación, al principio tentativa pero en todo caso creyente, de los que lo siguieron, que desembocó al final en la confesión: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16). Y hubo la interpretación, en múltiples aspectos desvalida, de los que no lo siguieron, pero fueron tras él, muchos de los cuales admitían claramente que era el Bautista que había regresado o uno de los antiguos profetas (Mt 16,14). Y hubo, en fin, la airada reacción de sus adversarios, que estaban convencidos de que expulsaba a los demonios con la ayuda del jefe de los demonios (Mc 3,22). Interpretaciones, pues, desde el principio. ¿Cuál era la verdadera? Es requisito ineludible analizar con mayor detenimiento, al comienzo de este libro, la relación «hecho-interpretación».
LA LLAMADA NOTICIA
Comencemos con una pregunta al parecer sumamente sencilla: ¿qué pasa exactamente con los hechos que los medios de comunicación nos transmiten? Quien, desde joven, comenzó a leer con seriedad los periódicos o a informarse a través de emisoras de noticias, vive a veces todavía en la creencia de que las noticias diarias recogen la totalidad de lo que acontece en el mundo. Tal vez está todavía incluso instalado en la ingenua inocencia de Graf Bobby, de quien se cuenta que cierto día exclamó lleno de sorpresa: «¡Qué suerte! En el mundo pasan cada día tantas cosas como las que justo caben en un periódico».
Pero un día se despierta de esa ingenuidad infantil que cree que los acontecimientos mundiales quedan adecuadamente contenidos en las noticias diarias. De alguna manera todo lector crítico de los periódicos, todo oyente de la radio, todo televidente o usuario de Internet advierte claramente que los medios solo pueden transmitir una ínfima sección de lo que realmente acontece en el mundo.
Por ejemplo, las «noticias» que le llegan al lector de periódicos alemanes, al crédulo oyente del telediario son ya, desde una perspectiva meramente geográfica, extremadamente limitadas. Solo en muy contadas ocasiones aparecen en nuestros medios países como Birmania o Burundi, Togo o Tanzania. El hecho de que se nos proporcionen noticias básicamente de Alemania es ya una profunda selección.
Y ¿qué es lo que oímos de Alemania? Casi hasta el hastío, noticias relacionadas con las disputas de los partidos políticos, el sistema social o la economía. Muchas de ellas bajo la forma de declaraciones concebidas y redactadas en los ministerios, las centrales de los partidos o los despachos de los grupos de presión. Viene a continuación el sector «cultura», donde casi todas las colaboraciones se limitan a reflejar, con formas extremas, la opinión subjetiva del corresponsal. Y luego la sección «deportes», bajo la que en Alemania se entiende poco menos que exclusivamente fútbol. Y a continuación las habituales noticias sensacionalistas que forman parte de los medios como la sal en la sopa: noticias de actos terroristas, de asesinatos, robos, violaciones, desfalcos, malversación de fondos, explosiones, catástrofes en la minería, incendios, tormentas, accidentes aéreos. Y, para terminar, las noticias, ya un tanto fuera de lo normal, del tipo «hombre muerde a perro».
Todas las noticias de este género son una parte inimaginablemente pequeña y a menudo subjetivamente percibida de la realidad. Pues en efecto, lo que constituye el verdadero acontecer mundial no son en primera línea acontecimientos grotescos, campeonatos mundiales, accidentes y enfrentamientos políticos, ni tampoco solo movimientos en el entramado social o en la economía.
¿Dónde acontecen en el mundo los verdaderos cambios? Allí donde los pueblos se sienten hondamente conmovidos por los cambios que los paralizan o los impulsan. Los que de alguna manera desencadenan revoluciones o las impiden. Los que destruyen esperanzas o infunden esperanzas nuevas. ¿Aparece esto auténtico en las noticias? ¿Es que puede incluso aparecer de una manera adecuada?
Un científico británico especializado en ordenadores ha alimentado a una de las máquinas de búsqueda, por él programadas, que lleva el hermoso nombre «True Knowledge» (conocimiento verdadero), con cerca de los 300 millones de los llamados «hechos». Pretendía averiguar cuál había sido el día más aburrido del siglo xx. La máquina lo descubrió: fue el 11 de abril del año 1954. Aquel día no ocurrió nada importante. No nació ni murió ninguna celebridad, no hubo explosiones, no estalló ninguna guerra, no se derrumbó ningún edificio.2
Se comprende muy bien, a través de este absurdo juego de ordenadores, la mentalidad de los medios de comunicación: solo es acontecimiento lo que ruge, apesta o estalla. Por lo demás, el 11 de abril de 1954 fue un Domingo de Ramos. Pero si aquel día unos cuantos miles de fieles tomaron tan a pecho el inicio de la cuaresma y la entrada de Jesús en su ciudad que algo cambió en sus vidas, entonces aquel día acontecieron muchas cosas y muy importantes.
EL LLAMADO HECHO
Se plantea así ya definitivamente la pregunta antes insinuada: ¿qué es, propiamente hablando, un hecho histórico? Estamos prontos para hablar con demasiada rapidez de hechos, de realidades, de objetividades auténticas, de acontecimientos verdaderos, sucesos innegables. Desde hace algún tiempo los políticos acostumbran decir: «El hecho es que...».
Pero ¿qué es un «hecho»? ¿De qué manera se convierte algo en factum? Quien afirma: esto y esto es un hecho, lo ha seleccionado ya de entre la infinita corriente de los acontecimientos, lo ha aislado del caos de los procesos confusos entremezclados entre sí, lo ha delimitado estrictamente y le ha dado así ya una definición y una interpretación conceptual. Con otras palabras: incluso el llamado «hecho puro», la «realidad desnuda», surge siempre de un acceso interpretativo a la realidad.
Todo «hecho» debe ser lingüísticamente comprendido y transmitido (donde los cuadros o las películas son fenómenos completamente marginales del lenguaje). Pero en la medida en que el «hecho» se convierte en lenguaje, penetra ya en un horizonte de comprensión completamente determinado, en el amplio campo de las preconcepciones. La interpretación se sitúa incluso en una fase anterior. Se inicia ya con la recepción de las impresiones exteriores a través de nuestro cerebro. Ya aquí se selecciona, en una medida apenas imaginable, se separa, se clasifica, se ordena, se cataloga con ayuda de los esquemas de experiencia que nuestro cerebro ha ido acumulando incesantemente desde nuestro estado embrionario.
UN DÍA EN CAFARNAÚN
Pero para no perderme ahora en la teoría del conocimiento, debo aclarar lo hasta aquí dicho de la mano de los evangelios —o, para ser más exactos, de la mano de Mc 1,21-39—. En esta sección textual, casi al principio del Evangelio de Marcos, se cuenta lo siguiente:
Llegan a Cafarnaún, y en seguida, apenas entraba en la sinagoga los sábados, se ponía a enseñar. Y se quedaban atónitos de su manera de enseñar, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas.
Había justamente en aquella sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro que comenzó a gritar: «¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Índice
  5. PRÓLOGO
  6. 1. EL LLAMADO JESÚS HISTÓRICO
  7. 2. LA PROCLAMACIÓN DEL REINADO DE DIOS
  8. 3. REINO DE DIOS Y PUEBLO DE DIOS
  9. 4. LA REUNIFICACIÓN DE ISRAEL
  10. 5. LA LLAMADA AL SEGUIMIENTO
  11. 6. LAS MÚLTIPLES FACETAS DE LA VOCACIÓN
  12. 7. LAS PARÁBOLAS DE JESÚS
  13. 8. JESÚS Y EL UNIVERSO DE LOS SIGNOS
  14. 9. LOS MILAGROS DE JESÚS
  15. 10. LA AMONESTACIÓN FRENTE AL JUICIO
  16. 11. JESÚS Y EL ANTIGUO TESTAMENTO
  17. 12. JESÚS Y LA TORÁ
  18. 13. LO INCONDICIONAL EN LA VIDA DE JESÚS
  19. 14. LA FASCINACIÓN DEL REINO DE DIOS
  20. 15. DECISIÓN EN JERUSALÉN
  21. 16. MORIR POR ISRAEL
  22. 17. SU ÚLTIMO DÍA
  23. 18. LOS ACONTECIMIENTOS DE PASCUA
  24. 19. LA RECLAMACIÓN DE EXCELSITUD DE JESÚS
  25. 20. LA RESPUESTA DE LA IGLESIA
  26. 21. EL REINO DE DIOS, ¿UNA UTOPÍA?
  27. ÍNDICE DE PASAJES BÍBLICOS
  28. AGRADECIMIENTOS
  29. NOTAS
  30. Información adicional