Invitación a la esperanza
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Invitación a la esperanza

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Invitación a la esperanza

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Información del libro

Es este un libro inspiracional, una apología de la esperanza y una guía espiritual para vivir la fe cristiana en el mundo actual. Nos ayuda a comprender y vivir el mensaje de Cristo en un contexto cultural amplio y a compatibilizarlo con nuestra realidad, en claves de una esperanza activa, abierta y amorosa. Las reflexiones discurren a través de comentarios a episodios bíblicos, resaltando valores espirituales y relacionándolos con el día a día del lector. Se integran también referencias a obras de la literatura universal y a personalidades de la sociedad actual, dentro y fuera de la Iglesia, que fundamentan la idea de que es posible contribuir a mejorar el mundo y a uno mismo.

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Información

Año
2015
ISBN
9788425434457
Categoría
Religione
SEGUNDA PARTE

HORIZONTES
4
PRÓJIMOS COMO JESÚS
La esperanza es concreta, es una forma de vida inspirada y compasiva, una manera de caminar hacia un horizonte. Solo mira la meta para aspirar a ella y conocer el camino e inspirar el paso.
¿En qué se concreta la esperanza? Esta segunda parte desarrollará algunos aspectos fundamentales de la esperanza que es camino y forma de vida. ¿En qué se concreta la vida esperanzada, la vida inspirada, movida por el Espíritu? En hacerse próximo como Jesús, aspirar a la justicia, enfrentarse a Mamón, promover la reconciliación, buscar la paz del corazón. He ahí caminos concretos de esperanza.
* * *
La pregunta crucial del escriba es nuestra pregunta: ¿quién es mi prójimo? Miremos a Jesús: ¿quién fue su prójimo? Pero he aquí que, al mirar a Jesús, sentimos cómo la perspectiva se invierte y la pregunta se transforma: ¿de quién se hizo prójimo Jesús?
Necesitamos volver a la pregunta del escriba y a su reformulación. Necesitamos que el Evangelio nos interrogue acerca de nuestro compromiso ético y político. Que nos interrogue como Iglesia, como comunidad, como individuos.
Necesitamos que el Evangelio nos interpele desde la promesa y el consuelo. ¿Cómo podríamos soportar ser interpelados sino desde el consuelo y la esperanza? ¿Cómo podríamos apostar por la causa de Jesús en la transformación del mundo si no nos sentimos habitados por el Paráclito defensor y compañero?
Necesitamos respirar profundamente el aire, el aliento, el espíritu de Jesús. El aliento que le acercó al prójimo herido. El aliento que le hizo samaritano compasivo y comensal de todos. El aliento que le inspiró palabras de consuelo y curación. El aliento que le dio fortaleza de ánimo para arriesgar la vida y afrontar el peligro hasta el fin. El aliento que le mantuvo en pie aun cuando al final se sintiera solo y abandonado, sin prójimo ni Dios. El aire, el aliento, el Espíritu de Dios. El Espíritu que ilumina y consuela, el Paráclito que acompaña y reconforta.
Respiremos el aire de Jesús y volvamos al Evangelio. Volvamos a preguntar como el escriba: ¿quién es mi prójimo? Dejemos que Jesús nos invierta la pregunta y el gusto del corazón.
1. «¿Quién es mi prójimo?» o «¿de quién soy prójimo?»
El maestro de la ley había preguntado a Jesús: «¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?» (Lc 10,25), como si esta fuese un objeto de esperanza para el futuro, una herencia para después de la muerte. Como si alguien pudiera lograrla mientras se empeñe en acumular méritos morales; como si la fría lógica del deber y la ley religiosa tuviera que ver con la vida verdadera. Como si, para vivir, hubiera que cumplir o bastara con cumplir. El maestro de la ley es rehén de la misma. Su pregunta está mal hecha.
Jesús le anima a buscar mucho más allá, en el fondo y en la fuente de la ley, más allá de la letra y las normas. «Amarás. Amarás a Dios con todo tu corazón. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Simplemente, amarás.» Es la lógica simple de la vida. Del amor y del eros nace la vida, y a ellos aspira. El amor da sentido al deber. El deber se transforma en el amor.
Pero el maestro, sujeto aún a su lógica legalista, quiere justificarse y plantea una segunda pregunta con el objeto de demostrar que la primera era correcta: «¿Y quién es mi prójimo?» (Lc 10,29).
La respuesta de la Torá judía era clara: prójimo es todo miembro del pueblo de Dios (Éx 20,16-17; 21,14.18-35; Lv 19,13-18), pero solo él. El extranjero no es prójimo. Y una vez más, como en cada encuentro y en cada recodo del camino, Jesús rompe la lógica convencional y apunta derecho a la sabiduría de la vida. Al maestro de la ley le cuenta la parábola de la vida y de la compasión. Las parábolas son historias de la vida, pero miradas con otros ojos, contadas con otras palabras, desconcertantes y provocadoras. «Bajaba un hombre… Cayó en manos de unos salteadores… El sacerdote y el levita pasaron de largo… Pero un samaritano extranjero y pagano, al verlo, sintió lástima, se acercó, le curó las heridas con aceite y vino y se las vendó, y luego lo montó sobre su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él, y encargó que lo cuidaran, cargando él mismo con todos los gastos».
Todo eso es muy sorprendente y escandaloso: el sacerdote y el levita, los expertos de la ley, pasan de largo ante el herido. La ley del culto y de la pureza necesaria para el culto es más importante que la compasión y el cuidado. Tal vez «esperan» la vida eterna, pero no saben de amor. Conocen la ley, pero no la compasión del herido. Es la corrupción de la esperanza; la corrupción de la ley religiosa. Es la corrupción de la religión. No es verdadera religión la de aquel que, por mirar al templo, desvía los ojos del prójimo herido; y es verdadera religión la de aquel que mira con compasión y se acerca al herido, aun cuando no frecuente el templo.
Y Jesús, profeta de la misericordia y maestro narrador, lanza ahora una pregunta que trastoca aquella primera del maestro de la ley: «¿Quién de los tres te parece que fue prójimo?». La buena pregunta no es «¿quién es mi prójimo?», sino «¿de quién debo hacerme prójimo?». La primera pregunta suena muy teórica y evasiva; la segunda apela directamente a la actitud del corazón. Con ella tiene que ver la esperanza.
2. Prójimo del hambriento
¿De quién debo hacerme prójimo? Es lo que el Evangelio nos enseña, y en el fondo no es más que eso. Mejor dicho, solo nos enseña de quién se hizo prójimo Jesús. El Evangelio ni siquiera muestra lo que debemos hacer, sino lo que hizo Jesús, por si alguien lo quiere seguir. El Evangelio no es un código de normas que hay que cumplir, sino el relato de una vida que puede conmover el corazón y transformar la propia.
Miremos a Jesús, veamos de quién se hizo él prójimo y, por consiguiente, de quién debemos hacerlo nosotros, animados por su aliento. Lo que hizo no solo nos indica el camino, sino que nos inspira el corazón.
Lo primero es lo primero, en su tiempo y en el nuestro. Hay muchas clases de pobres, y no debemos detenernos mucho en definiciones y disquisiciones de ese tipo, pero el no tener qué comer es seguramente la carencia principal y la emergencia más grave. Es el pobre económico: el que ha de subsistir, y a menudo morir, con menos de un euro o de un dólar al día. Es el parado; el desahuciado. Tarde o temprano pasarán hambre. Jesús se puso de su lado.
Se hizo en primer lugar prójimo del hambriento. El hecho debió de ser tan importante para el primer movimiento de Jesús, que ha sido narrado por los cuatro evangelios canónicos, y dos veces además por los evangelios de Mateo y de Marcos (Mt 14,14-21; 15,32-39; Mc 6,35-44; 8,1-10; Lc 9,10-17; Jn 6,15-21). Se conoce como el relato de «la multiplicación de los panes».
El hecho no consistió en un «milagro» por el que cinco panes se convirtieron, por intervención sobrenatural de Dios, en numerosos cestos llenos de pan. Hoy no podemos creer en esa clase de milagros: ni la naturaleza tiene leyes cerradas ni Dios es un señor arbitrario, exterior al mundo, que obra cuando quiere, como quiere y para lo que quiere.
El hecho que dio origen al relato de la llamada «multiplicación de los panes» fue, seguramente, un gesto profético de Jesús, una de aquellas profecías en acción que le gustaba realizar. Así, un día organizó con sus discípulas y discípulos una comida en el campo. Con ella quería representar qué pasaría y cómo sería Galilea, cómo sería el mundo muy pronto, cuando llegase el reinado de Dios, que estaba muy próximo. Sucedería lo mismo que contaba el libro del Éxodo en el relato del maná: cómo el pueblo hambriento en el desierto se sació de pan. El relato evangélico sugiere que Jesús es como un nuevo Moisés liberador, que da de comer al pueblo y lo conduce a una nueva tierra, y que esa es nuestra vocación: hacer que en la tierra haya maná para todos.
«Por aquellos días, se congregó otra vez mucha gente y no tenían qué comer. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Siento compasión por esta gente”» (Mc 8,1-2). Era una multitud de empobrecidos por la crisis social y económica que castigaba Galilea por entonces: Herodes el Grande y su hijo Herodes Antipas habían duplicado y triplicado los impuestos para poder sufragar sus sueños de grandeza y sus construcciones, todo al servicio de sus ambiciones políticas. Muchos pequeños campesinos propietarios se vieron obligados a vender sus tierras y a hacerse arrendatarios; muchos arrendatarios tuvieron que convertirse en simples jornaleros a la espera de que alguien los contratara para un día; otros se hicieron artesanos sin oficio ni medios. El paro arreciaba. Las deudas y el hambre azotaban. Los pobres y miserables aumentaban. ¡Cómo se parece lo de entonces a lo de ahora, o lo de ahora a lo de entonces!
Jesús se hace prójimo de la multitud hambrienta, y su projimidad empieza por la compasión. «Sintió compasión» es una de las expresiones más recurrentes del Evangelio; la encontramos en los dos relatos que comentamos (Mc 6,34; 8,2) y en varios otros: al encontrarse con el leproso, «compadecido, extendió la mano, lo tocó y le dijo: “Quiero, queda limpio”» (Mc 1,41), transgrediendo con su contacto la norma de la pureza ritual; al toparse con la viuda que llevaba a enterrar a su único hijo, «al verla, se compadeció de ella, y le dijo: “No llores”» (Lc 7,13); a pesar de la gente que le increpa, el ciego de Jericó sigue gritando a Jesús: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!», y Jesús se detiene y lo manda llamar (Mc 10,48-49).
La compasión resume toda la historia de Jesús: una intensa historia de compasión próxima y activa para con el sufriente. Y para Jesús y para nosotros, la compasión consiste en primer lugar en hacerse compañero, en compartir el pan. Pero mirad lo que sucede en nuestro mundo: en la cadena de producción alimentaria se arroja a la basura el 50% de todos alimentos; en 2013, Europa arrojó a la basura 90 millones de toneladas de comida, mientras sus pobres seguían aumentando hasta llegar al 15% de la población y mientras en el planeta, en los últimos años, han vuelto a subir por encima de 1 000 millones (1 150 en concreto, 300 millones más que en 2007) los habitantes que no tienen qué comer, debido en gran parte a la especulación en general y a la relacionada con los alimentos en particular, una especulación que hizo que en el año 2001 el precio de la tonelada de arroz pasara de 250 a 500 dólares.
Iglesia de Jesús, hazte prójima de las víctimas del sistema económico vigente con sus bancos, su especulación y sus paraísos fiscales. Hazte prójima de parados y desahuciados, y de todos los países condenados sin otro futuro que el hambre. Sé Iglesia de Jesús.
El papa Francisco ha declarado que la nuestra ha de ser una «Iglesia pobre y para los pobres». Tal vez no baste. Habría que decir, como dijo Juan XXIII antes del Concilio Vaticano II, que la nuestra ha de ser «Iglesia de los pobres». Una Iglesia imparcial no sería universal, católica. Solo una Iglesia de los pobres, que anuncie el Evangelio a los pobres y deje anunciar el Evangelio por los pobres será Iglesia de Jesús, Iglesia de todos. Testigo de la esperanza.
3. Prójimo del «pecador» o del «malo»
Jesús se hizo prójimo de los pobres condenados al hambre y la miseria, y también de los pobres señalados como culpables por el dedo acusador de los buenos. Jesús se hizo prójimo de los «pecadores» y de los «malos», de los condenados y los despreciados por los representantes de la religión y del orden vigente.
Escribo «pecador» entre comillas, pues «pecado» es un concepto cargado de equívocos. Sobre una interpretación incorrecta de «pecado» se han construido algunos de los elementos más perversos del sistema religioso: la angustia de la culpabilidad, la moralización de Dios, el miedo al juicio y al castigo de Dios, el control de las conciencias, el acaparamiento clerical del poder de perdonar, con la consiguiente moralización y clericalización del sistema penitencial… Esta versión patológica y patógena del cristianismo ha provocado terribles heridas en los cuerpos y en las almas de las pobres gentes. Friedrich Nietzsche tuvo razón al ser azote de ese cristianismo moralista.
Sin embargo, metidos como estamos de lleno en la segunda década del siglo XXI, todavía seguimos padeciendo las secuelas de tal moralismo. Demasiadas conciencias se hallan todavía lejos de liberarse de su angustia. La teología está aún muy lejos de haber asimilado las lecciones de la historia, de la psicología y de tantas ciencias, como las relacionadas con el ADN y el cerebro. La teología se encuentra todavía muy lejos de haberse dejado empapar por el corazón del Evangelio de Jesús.
El corazón del Evangelio no es el perdón, ni es el anuncio de un Dios misericordioso y clemente para con el pecador. Esta afirmación puede resultarle sorprendente a más de uno, pero insisto: la buena noticia de Jesús no consiste en un Dios misericordioso que perdona al pecador. La imagen de un Dios que perdona puede ser la deformación más peligrosa, la más alienante de la imagen de Dios: la clemencia del Dios omnipotente humilla y abruma, la benignidad arbitraria culpabiliza tanto como la amenaza del castigo. Un Dios que perdona anula la dignidad y la responsabilidad, infantiliza. Tal es, entre otros, el peligro de la imagen de un Dios llamado «personal». Al decir «Dios personal», pensamos en lo máximo que podemos decir de Él, pero todo depende de lo que estemos imaginando. Si optamos por el Dios personal a imagen de la personalidad humana, lo deformamos peligrosamente. Una persona humana, por ...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. ÍNDICE
  5. PRÓLOGO. PERMÍTEME LA INVITACIÓN
  6. I. INSPIRACIONES
  7. II. HORIZONTES
  8. III. FIGURAS
  9. A MODO DE EPÍLOGO. CREE Y ESPERA EN TI MISMO
  10. INFORMACIÓN ADICIONAL