Perlas sufíes
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Perlas sufíes

Saber y sabor de Mevlânâ Rûmî

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Perlas sufíes

Saber y sabor de Mevlânâ Rûmî

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Melvânâ Rûmî (1207, Balj, Afganistán; 1273, Konya, Turquía) constituye una de las cimas de la espiritualidad universal. Inspirador de la escuela sufí de los derviches giróvagos, conocidos por su danza circular, Rûmî es autor de una vasta obra poética en lengua persa que deriva del gozo de la experiencia unitiva con Dios. Las perlas sufíes que Halil Bárcena recoge en el presente volumen, en traducción directa del persa, constituyen una especie de antología del saber y el sabor del maestro sufí. Reflejan los aspectos cardinales de su filosofía espiritual, cuyo empeño es mostrar al ser humano el camino de retorno a su identidad perdida y olvidada: el Centro del cual todo emana y nada se aparta.

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Información

Año
2015
ISBN
9788425434372
Categoría
Religión
Perlas sufíes
1
«El libro del sufí no está compuesto ni de tinta ni de letras; no es otra cosa que un corazón blanco como la nieve»
(M II, 159)
N
adie se convierte en un derviche acumulando conocimientos librescos acerca de la senda sufí. «Se parecen a un asno que lleva una carga de libros», puede leerse en el texto coránico (Corán 62, 5), a propósito de quienes no viven de acuerdo con lo que supuestamente saben, pese a sus toneladas de exquisita erudición. El sufismo constituye un vasto océano de sabiduría práctica; es tanto un saber (ma’rifa) como un sabor (dhawq) vivos, dotados de una perturbadora inmediatez. Saber y sabor que encarnan ese presente vitalicio para el que no corre el tiempo, y no una espiritualidad atractiva, pero extinta y museizada. Y decimos sabiduría práctica, puesto que el núcleo de todo saber real es la acción correcta y beneficiosa, capaz de transmutar de cuajo al ser humano. Solo en la medida que se opere dicha transmutación, consistente en pulir el espejo del corazón de toda herrumbre, estaríamos ante el verdadero sufismo. «Una manta deja de ser una manta cuando ya no calienta», reza un viejo aforismo sufí. El saber del derviche no es, pues, ni un adorno ni un aderezo que permita quedar intelectualmente bien. Para el derviche, que abomina de todo saber inútil, saber es saborear; conocer no significa pensar, sino ser lo que uno conoce: comprender es ser. Conocer implica, en definitiva, ser transformado por el proceso mismo del conocimiento. En el sufismo, el conocimiento ha estado vinculado siempre a lo sagrado y a la perfección espiritual. Los sabios sufíes jamás han contemplado separación alguna entre el conocimiento y el ser, la inteligencia y lo sagrado. Existe una estrecha relación entre el modo de comprender —modus intelligendi— y el modo de ser —modus essendi—, de tal manera que la comprensión hasta el final trae consigo, forzosamente, un nuevo nacimiento espiritual. La indagación sufí no es un simple ejercicio mental, sino que supone la total transfiguración del derviche. De ahí que su presencia posea el gusto de lo auténtico: un torrente de virtud brota luminoso del ser del sabio sufí. Aprender algo significa aprehenderlo a través de la práctica. El libro del derviche es él mismo, sin doblez ni distancia entre lo que realmente es y lo que muestra de sí mismo. «Sed tal como os mostráis y mostraos tal como sois», instaba a los suyos el propio Rûmî, notable desenmascarador de mistificaciones. Las palabras hay que conquistarlas encarnándolas. De nada sirve aspirar a la verdad solo de palabra. Hay que transformar las intenciones en acciones certeras. Un derviche no quiere querer, un derviche quiere con todo su ser. Y es que pronunciar la palabra «agua» no calma la sed, del mismo modo que decir «vino» no emborracha.
2
«¿Cuál es el medio para ascender al cielo? Este no ser.
No ser es la senda y la religión de los amantes»
(M VI, 233)
N
o ser nada es la condición necesaria para ser. El derviche persigue ser nada más que nada (hîch). Podría decirse que quien se (re)conoce a sí mismo como nada conoce al Amigo divino, su único Señor, como todo, parafraseando el célebre hadîz atribuido a Muhámmad, el Profeta del islam, que dice así: «Quien se conoce a sí mismo, conoce a su Señor». El ser y el estar del derviche en el mundo nacen de la comprensión profunda de que no existe nada más que Dios, de que solo Él es existente, y, en consecuencia, nada posee realidad propia fuera de Él. Dicho sin tapujos: Dios es la única realidad que hay, la realidad realmente real (Haqq). Esa es, en síntesis, la llamada doctrina de la unidad absoluta del ser (wahdat al-wudjûd), tal vez el elemento doctrinal más valioso —y singular— de todo el sufismo. En el hombre ordinario, es la ilusión de una individualidad al margen del mundo, existente por sí misma, la que lo incapacita para ver la unidad subyacente a la multiplicidad. Por el contrario, el derviche es quien ha despertado del sueño del ego (nafs), para no identificarse con él jamás. Un derviche es consciente de su indigencia ontológica radical; un derviche sabe de su nada, pudiendo vivir de esta manera la plenitud del ser y, en definitiva, una vida llena, en todos los aspectos. No ser nada, para serlo todo; he ahí su verdad. Hay que abandonarlo todo, hay que desprenderse de todo. La tarea sufí así lo exige. Es o todo o nada. Pero, la nada del derviche no es falta ni carencia; es un vacío fecundo, una matriz fértil en la que la vida engendra todas sus posibilidades. Se trata, pues, de despojarse de todo cuanto no sea Él, de ponerse en una situación de absoluto vaciamiento, de máxima receptividad, a fin de crear las condiciones óptimas de apertura y ensanchamiento para ser capaz de acogerlo todo y a todos. Solo quien sabe de su propia pobreza (faqr) —una pobreza sacral, por supuesto— se muestra humilde y compasivo con los demás. La pobreza, que es la virtud espiritual por excelencia y la máxima expresión del hombre liberado de sí mismo, consiste, lo decía Frithjof Schuon, en no apegarse, en la existencia, ni al sujeto ni al objeto; vivir pura y simplemente nada más que lo que se es, o lo que es lo mismo, todo cuanto se es.
Hîch (Nada)
3
«Lo que importa es ver; solo quien ve se salva»
(M II, 900)
«L
a fe es necesaria para los religiosos», decía Ahmad al-‘Alawî (m. 1934), «pero deja de serlo para los que van más lejos y llegan a autorrealizarse en Dios. Entonces, uno no cree más, porque ve». Y es que, en efecto, no existe necesidad alguna de creer cuando uno ve la verdad, cuando se da de bruces con la naturaleza real de las cosas (haqâ’iq al-umûr). Es lo de Machado: «¿Tu verdad? No; la verdad: la tuya, guárdatela». Ver, por consiguiente, no creer; he ahí la aventura del derviche. Porque ver el rostro de alguien no es lo mismo que oír su nombre. La senda sufí transita más allá de la religión convencional y acomodaticia, sustentada sobre dogmas y creencias, e imbuida de piedad sentimental. El derviche persigue pasar del fenómeno de la religión a su noúmeno, de la corteza a la esencia. En otras palabras, el derviche ve aquello en lo que el resto cree, pues solo él es capaz de ver lo divino en todas partes. Mientras que el fundamento de la religión común consiste en creer en la dimensión no manifestada, el sufismo pretende transmutar la creencia en certeza, es decir, en visión directa de las realidades ocultas a primera vista, esquivas a las miradas apresuradas y superficiales. La meta es ver, que aquí quiere decir conocer. Y conocer es ser, mientras que ser es vivir, que significa hacer que algo sea real en uno a base de convertirse en ello (tahqîq). El sufismo es un conocimiento unitivo (y unificador) que persigue ...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Índice
  4. Presentación
  5. Nota sobre las transcripciones
  6. Apuntes biográficos: Rûmî o la danza del corazón
  7. Perlas sufíes
  8. Glosario
  9. Repertorio de nombres
  10. Sobre el autor
  11. Notas
  12. Más información